viernes, 20 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(81)



…A pesar del nombre escrito a popa de la polacra su andar era poco y la llegada a Málaga iba llevar alguna jornada más que las previstas de navegar el “Santa Rosa” en solitario hacía Cádiz. Aquella primera noche tras el combate la mar daba el respiro necesario para poder organizar una cena al máximo nivel en las reducidas dimensiones del bergantín. Las tensiones pasadas entre Don Antonio de Mendoza y el segundo del bergantín habían quedado volatilizadas  al mismo tiempo que la explosión de la santabárbara del jabeque argelino. La vida, siendo la misma, sonreía en ese pequeño pedazo de tierra móvil rodeado de mar.

Las siete de la tarde fue la hora fijada para la cena, se mantenía la situación de zafarrancho y prevención para el combate por lo que Daniel no deseaba alargar en la noche aquella velada. La invitación fue del comandante del bergantín, pero fue Don Antonio quien impuso su deseo de corresponder con sus viandas al convite como muestra de agradecimiento y buena voluntad. Daniel no se negó mas que la correspondiente al protocolo dejando que todo fluyera con facilidad.

Por primera vez pudo contemplar con calma la imagen de su esposa tantas veces retirada de la actividad. Maria Dogherty, mujer de rasgos que invitaban a la calma y al silencio, seguramente la presencia de Don Antonio, hombre activo, impulsivo y en verdad autoritario daban sobradas explicaciones de la postura de su esposa. Ambas hijas sentadas una a cada lado de esta mantenían sus semblantes en silencio con expresión de sonrisa suave y continuada prestas a responder como se esperaba de unas damas de su categoría si es que eran preguntadas y en caso contrario mantener el silencio como su madre.

- Me gustaría decir unas palabras con el permiso de capitán de esta nave. Son simplemente palabras por un lado de agradecimiento por habernos salvado la vida a vuestro segundo comandante, teniente Cefontes, que sin su brava actuación  creo que nos encontraríamos ahora mismo aquí. Qué decir de su valiente acción sobre el jabeque argelino devolviéndonos a todos a la vida sin pecar de avaro en riesgo de la suya propia. Vos, teniente, y gente como vos sois los que hacéis que este humilde comerciante siga creyendo en nuestro futuro como pueblo y como reino. Por otro lado, he de pediros disculpas a vos, Capitán, por mi actuación en los inicios de la acción. Me habéis demostrado que hemos de ser uno con todos para que todos sean uno con nos. Mis respetos y me deuda a ambos para el fin de los tiempos.

- Excusas aceptadas, don Antonio, aunque no eran necesarias, que en esos momentos de tribulación se hace un nudo en la mente sin lograr discernir muchas veces cuál ha de ser el camino correcto. Me felicito por haber encontrado un amigo, pues nadie sabe lo que habremos de pasar en el futuro. Ahora brindemos por todos, por nuestro bergantín y por la vida de nuestro rey Don Felipe que el cielo le conceda larga vida.

Brindaron, entre el choque de los cristales dos miradas chocaron como estrellas de rumbos encontrados mientras el vino algo duro entraba por sus bocas. Vino que dejo sonrisas de húmedos brillos en sus labios pendientes de certificar el amor sin palabras que ya nunca sería mellado por mortal, padre, madre o marido de conveniencia dictado. Segisfredo en su arrojo habitual quiso brindar

- Permitidme hacer otro brindis, Capitán. Por Doña Elvira y Doña Mª Jesús, gracias a ellas este humilde oficial al que vos, Don Antonio, inmerecidamente habéis ensalzado no hubiera siquiera visto la luz del día bajo la cubierta del “Santa Rosa”.

Lo dijo todo mirando de forma alternativa a las hermanas disfrutando del discurso en el trance de su mirada sobre la de Mª Jesús. Don Antonio inicialmente contrariado recuperó el pulso del brindis al final.

- ¡Brindemos pues!

La cena terminó poco después. Daniel y Segisfredo se retiraron de la cámara cedida a los Mendoza para dejarles descansar tras la corta velada. La mar ya en noche cerrada de invierno se mantenía sedosa, acariciada por un viento constante del sur sureste permitiendo  como regalo al fin de la velada una navegación cómoda. El fanal de popa del “Gamo” se distinguía con claridad mientras caminaban hacia popa ambos oficiales.

- Segis, te la jugaste en ese brindis. Déjalo ya, olvida a esa mujer que solo te causará problemas. No está destinada para ti. Don Antonio es un hombre poderoso y puede destruirte como oses meterte donde no tienes vela. Piensa y reflexiona, piensa en el próximo año, en el próximo barco que mandes, piensa en tus sueños, deja atrás sus ojos, su imagen. Olvida lo que puede destruirte aunque lo ames. Aprovecha esta noche hasta el fin de tu guardia  para reflexionar. Haz que me despierten antes del alba si no hay cualquier novedad antes. Necesito descansar y olvidarme un poco de “mendozas”, piratas y prebostes que me esperan en Cádiz con la pluma afilada.

- Descuida, amigo. Solo hemos de alcanzar la Isla de León, nada más. Ahora, descanse mi capitán.

La navegación llevaba a la tranquilidad, tan solo la guardia doblada en prevención hacía diferente la noche a bordo. El pilotín aferrado al timón mantenía la navegación a un largo, el trapo a medias para no dejar atrás a la polacra que manteníase cerca no fuera a repetir la historia vivida el día anterior. Aquella noche iba a ser larga pues su capitán le había ampliado su guardia con tres horas más. Daba igual pues lo necesitaba. Pensar en silencio con el arrullo de aquella ánima viva por el viento sobre sus pies le ayudaría a centrarse tal y como su amigo y capitán le aconsejó.

- Una va de pasada, y en dos muele; más molerá si Dios querrá; a mi Dios pidamos que buen viaje hagamos; y a la que es Madre de Dios y abogada nuestra, que nos libre de agua, de bombas y tormentas” ¡Ah de proa! ¡Alerta y vigilante!

El grumete picaba las doce sobre la campana con su ritual y su centenaria oración cuando una voz cambió la paz por la tormenta.

- Buenas noches Segisfredo. ¿Puedo subir al puente?...


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