miércoles, 28 de julio de 2010

No habrá montaña mas alta...(74)



…Los tres días siguientes al incidente en la hacienda de los Mendoza transcurrieron en una calma que fue pasando de tensa a suave como ventolina sin empuje. El estadillo de la nave fue entregado como se pudo por parte del Segundo a su capitán que tras este encomendó a Segisfredo la realización de ejercicios sin tregua de guerra en todos los aspectos, tanto de simulación al cañón como el ejercicio de las tácticas de abordaje, mantenimiento y fabricación de frascas incendiarias y todo lo concerniente a los asuntos de guerra en la mar que pudieran tener cabida en el pequeño navío “Santa Rosa”. Quizá la fuerza del castigo permitió en realidad dar portazo a los pensamientos libres en Segisfredo y de tal guisa arrojar al vacio de la nada imaginaria el nombre de Mª Jesús de Mendoza y Dogherty, pero el coste de los esfuerzos en la dotación fueron para llegar a odiar a tal fémina en el caso de saber la razón de tanto azogue sobre cubierta.

Las fechas no detenían el paso y llegó el momento de la partida

- ¡Capitán, da su permiso!

- Adelante

Sin otro gesto que el saludo protocolario el emisario de Capitanía entregó a Daniel las órdenes lacradas mientras quedaba el primero esperando la contestación si hubiera menester recibirla y por ende, hacer su entrega al oficial correspondiente en el Arsenal. Tras abrir el sobre lacrado y proceder a su lectura, los gestos en el rostro de Daniel fueron elocuentes, pues mostraban contrariedad. Al final se dirigió al correo

- Leído y comprendido. Comunicad a su excelencia que quedamos a la espera de la llegada de lo estipulado en las órdenes para zarpar en cuanto la nave esté lista.

Los saludos de rigor fueron el sello y el correo partió hacia el arsenal sin más dilación. Mientras, Daniel comenzó a recorrer el corto espacio que permitía su cámara con la mirada perdida mientras pensaba deprisa, pues no contaba con tener que cumplir aquellas órdenes. Tenía que decírselo a su segundo y necesitaba tener la mente clara y el espíritu sereno, calculaba que en tres días más podrían hacerse a la mar, no quedaba tiempo. Pocos minutos después, decidido, salió de su pequeña cámara en busca de Segisfredo Cefontes para darle cuenta de las órdenes, de todas. No le costó mucho esfuerzo, pues estaba junto a los artilleros ajustando los cañones de 6 libras cercanos a la amura de estribor. La llegada de Daniel paralizó los encajes de las cureñas y su ajuste sobre las pequeñas portas.

- Segundo, acompáñeme al castillo de proa.

- ¡A la orden, mi capitán! ¡ustedes prosigan en las demás cureñas de la batería de estribor!

Con gesto de alivio por verse alejados del mando, contestaron vivamente deseosos de perder un poco de vista tanta presión y acoso sobre ellos. Mientras, en silencio los dos amigos y oficiales del “Santa Rosa” escalaron los tres peldaños que los ponían sobre el, en aquél momento, solitario castillo de proa.

- ¿Cómo van los trabajos, Segis? ¿Darán la talla en caso de combate?

- Ya lo dieron frente a la fragata britana frente a Gibraltar y estoy seguro que si no me comen antes, no habrá nave de porte parejo o incluso algo superior al nuestro que pueda doblegarnos. Con algún cañón mas de 12 libras daríamos mejor en combate, aunque la cota de nuestra competencia está en muy buen grado y lo compensaremos con sudor y empuje.

- Me alegro porque en dos o tres días zarparemos con destino a Cádiz.

- ¡Bien! ¡Nunca desee con tanto empeño salir de aquí! Necesito plantar millas con Cartagena cuanto antes.

Daniel, serio lo miró con gesto de comprensión y al mismo tiempo de resignación.

- ¡Qué pasa, Capitán! ¿No os alegra haceros a la mar?

- Segis, hay una parte de las órdenes que aún no te he comunicado. Parece que te has dado cuenta de tu comportamiento en la velada de los Mendoza y que esa relación no era buena para ti además de ser imposible. me duel decirte esto, pero en las órdenes se nos indica el embarque de la familia Mendoza y Dogherty con su equipaje y una parte de su servicio para su transporte a Cádiz desde donde ellos se trasladarán a Sevilla. Por mi parte cederé mi cámara a su familia y volveremos a dormir en sagrada compañía mi querido amigo. Al parecer no traerán mucho equipaje pues el grueso de este parte hacia Sevilla por tierra…

- Pero entonces… ¡Ella estará aquí, con nosotros, en menos de 100 pies de largo por 25 de ancho! ¡Malditos sean Poseidón y las Nereidas! Necesito alejarme de esa mujer o caeré como pánfilo sin siquiera presentar combate.

- No lo harás porque eres consciente de ello, deberás mantenerte en la parte opuesta del bergantín de donde ella se encuentre como poco, aunque eso suponga poco o nada. estoy seguro que su padre estará en las mismas y controlará a su hija si esta os ama como pareces creer tú. Será una prueba en la que te juegas tu futuro y tu prestigio, además del de todo el “Santa Rosa”. Confío en ti, Segis, y me tendrás a tu disposición para lo que quieras.

- Gracias, Capitán. Aunque creo que esto ha sido para mi peor que recibir una bala roja de 36 a lumbre de agua.

Como estaba previsto entre el tercer y el cuarto día tras aquella conversación se estibaron tanto las mercancías con destino al arsenal de Cádiz como el propio equipaje de los Mendoza y Dogherty. Al alba del quinto día la comitiva de los Mendoza arribaron al malecón donde aguardaba el “Santa Rosa” listo para zarpar.

Sobre cubierta esperaban Daniel y Segisfredo flanqueados por una pequeña guardia a modo de recibimiento. La cortesía de Don Antonio empezó y terminó en el capitán del “Santa Rosa”, manifestando una cortés frialdad sobre Segisfredo Cefontes, tan solo compensada de forma mínima por parte de Doña Maria Dogherty. Daniel junto con su segundo acompañaron Don Antonio a la antes cámara del comandante y ahora provisional alojamiento de los inesperados pasajeros. Era la mejor forma de evitar encuentro alguno en el mismo embarque de ambos, así, mientras unos acudían a la cámara, otras embarcaban tras el escudo de los tres criados que embarcaban como servicio de los Mendoza.

Maniobra en verdad inútil, pues giró su cabeza el segundo del Santa Rosa intuyendo su error pero sin tratar siquiera de evitar tal giro cruzando de forma directa su mirar con el de la menor de los Mendoza. Todo el blindaje se derritió, ya solo quedaba huir en tan pequeño espacio vital durante casi una interminable semana que de todo podría deparar…

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