martes, 8 de abril de 2008

Suave como las Dunas (1)

Al salir a la parada de taxis del aeropuerto la lluvia amenazaba con romper aguas, al menos el fluir de taxis era continuo y el riesgo no acabó por cumplirse.
- Buenos días, lléveme al CNI, en la Av/ Padre Huidobro.
- ¡Marchando, jefe! Vaya día que tenemos para ir a trabajar, ¿eh?. Entre la lluvia y estos mantas del Madrid, que todo lo que nos ganan fuera lo desparraman en el Bernabeu no es el mejor lunes.

“Me tuvo que tocar el charlatán pesado de los lunes de fútbol”, pensaba para mi, mientras el taxi cogía la M-40 para atascarse entre la manada de resignados conductores, que de la misma forma que nosotros se acercaban a sus trabajos. Los observaba a través de la ventanilla, era algo curioso y entretenido; los había que hablaban de forma acelerada, gesticulando ante el blue-tooh del coche como quién declamara “La Venganza de Don Mendo”, otros iban ensimismados, absortos en medio de la nube que conformaban los recuerdos del domingo pasado junto a su familia, o su amante, o en el partido, los miedos de ver al jefe al llegar al trabajo y la crispación que lentamente inyectaban de forma indolora los comentaristas de la radio, ese tipo de gente que aparenta saber mucho y lo único que tiene es un tiempo mas que los demás en leer las noticias, pulirlas a su albedrío y vomitarlas sobre nuestras conciencias.

Después de ver como se metía con cada político que nombraban y acordarse de la madre del entrenador del Real Madrid, por fin el hombre me dejó en la entrada principal del CNI. El día gris, a punto de romper a llover me quitó la “secadera” que traía de mi última misión en Basora. Si los viandantes supieran que los que nos habíamos retirado de Irak con aquella parafernalia, seguíamos allí de manera encubierta trabajando para los norteamericanos se iba a montar una buena. El caso es que terminé la misión de información para los “aliados” con relativo éxito y enorme buena suerte. Mi gaznate seguía uniendo mi cabeza al resto del cuerpo y eso era la razón de todo al final. Mi aspecto moreno y mi estatura de casi 1,70 mts. me permitió diluirme entre la multitud sudorosa, hambrienta y enfadada de aquel país, así pude introducirme en dos células de resistencia Iraquí. Puedo decir, después de salir de estas con la información bajo el brazo, que no estaba seguro del todo si ellos estaba seguros de que, cada cosa que hacían, era por su dios, si era por el país, si era contra el asesino americano. Nosotros, los demócratas occidentales, les habíamos metido el catalizador que hizo estallar aquella violencia semienterrada durante décadas de sufrimiento sobre ellos y de ellos con sus hermanos, sus vecinos con razones en este tiempo de lo más primitivas y perentorias, pero que descansaban en otras cuyo nacimiento manaba de injusticias, desigualdades, incultura e ignorancia de siglos.

Al fin estoy aquí, cerca ya de mi oficina, mi PC, mis compañeros de café y a la espera de alguna misión.
- ¡Buenos días, Carlos! ¡Bienvenido a la casa!. No te has perdido nada, el Madrid como siempre...
- Ya, ya. Anda, Diego que ya sabes que no me gusta el fútbol, “salao”...

Perdón, he olvidado presentarme, me llamo Carlos Buenaparte, no Bonaparte como se ríen de mi los que me conocen. Soy de un pueblecito de Valladolid, aunque eso da igual, nací hace cuarenta y un años y me dedico a esto del espionaje por cuenta de mi gobierno. La verdad es que me encanta sentir el peligro de la desprotección total, de saberte dueño de ti y ser tu propio compañero en medio de ambientes hostiles. Hablando de estas situaciones, digamos hostiles, deciros que trabajo en el Edificio Principal II del CNI, en la planta segunda, donde a veces no me cuesta nada subir a la planta tercera donde me encuentro en esas mismas situaciones, sólo que sin las dietas de mi gobierno. Allí trabaja Elvira Vallina, mi hostilidad doméstica. Cuando llegó de la embajada de Bangkok quedé para siempre enamorado de Tailandia y de ella; realmente Tailandia no la conozco pero debe de ser maravillosa por dejar marchar bellezas así. Su sonrisa, su mirada parda y pelo rizado abultado, con sus gestos decididos y sus andares de mujer de verdad, me hirieron de muerte. El problema es que ella no se decide a matarme de amor y sigo desangrándome por las esquinas del CNI.


No puedo contar todos los métodos que he podido emplear para que se tapase mi hemorragia con resultado negativo, intentos propios de un espía como yo, de adolescente, de hombre maduro; todos al mismo tiempo y por separado y nada, sigo sangrando mientras ella me sigue sonriendo suavemente con ese “tempo” cruel de saberse por encima de uno. No se prefiero las otras zonas hostiles aunque acabe con un trozo de plomo entre pecho y espalda.

Pasaron dos semanas de relativa calma entre informes y reuniones para cerrar la misión, este tiempo suele ser un buen periodo de descompresión, aunque le falta el poder contar tus malos ratos pasados, pero en este trabajo eso has de comértelo tú mismo. El lunes siguiente amaneció con la reunión quincenal de los que llevábamos la zona de Oriente Medio y Asia. No esperaba mucho nuevo, pues las cosas parecían tranquilas salvo algunos disturbios que se estaban dando en la zona noroeste de Afganistán que controlaban nuestros soldados. No esperaba que tuviera que coger un avión tan pronto y de la peor forma para un agente, acompañado...

2 comentarios:

Armida Leticia dijo...

Esta es la primera entrega, o sea que la historia sigue. ¡Estaré al pendiente!

Saludos desde México.

Anónimo dijo...

Encantada de conocerte Carlos Buenaparte, seguiremos tus pasos de espía.
Saludos