miércoles, 16 de abril de 2008

Suave como las Dunas (6)

…pasamos un día propio de situaciones ajenas al lugar y a lo que estábamos a punto de vivir, parecía el típico verano de nuestra adolescencia en un pueblo veraniego del levante mediterráneo, pero sin mar al que descargar la mirada. Percibí una mejoría en su estado ánimo, también cómo un sentimiento de amistad, que no deseaba ni por asomo, iba invadiendo nuestra relación. Conforme pasó la tarde que nos tomamos libre y nos acercábamos a la legación su comportamiento dejo de ser tan íntimo, para volver a ser aquella profesional que debía ser; la operación tenía riesgo y pedía tensión en los comportamientos.

Jorge cogió el Volvo después de efectuar todas las comprobaciones y enfiló hacia la embajada de Tailandia. Nosotros íbamos en el asiento trasero acodados a cada ventanilla, un enorme muro de aire con olor a tapicería de coche nos separaba en un invisible silencio.
- Bien, Jorge. Tú quedarás en el coche que aparcarás en la zona habilitada para los invitados, situado en la parte exterior de la embajada. Nosotros entraremos como invitados. El sierpe habrá dejado los equipos en los baños de la planta principal, en el interior de sus cisternas, tal y como prometió. En caso de no recibir los dos pings míos y los tres de Elvira antes de treinta minutos la operación será abortada. Nos recoges al final de la fiesta y pasamos al plan “B”.
- En cuanto dispongamos de los equipos colocados y listos, me dirijo al Embajador. No sé cómo responderá
- No te preocupes. Ya sea de baboso deseoso de recuperar “viejos tiempos”, o de asustado hombre temeroso de su reputación, será un golpe de efecto suficiente para que te dedique el tiempo necesario para despedirte o abrazarte. Conseguirás la llave, me la pasaras y lo demás es cosa mía. Jorge, en cuanto tenga a los hombres, los marco y te los cargas. ¿Ok?

No hubo respuesta, esta se encontraba en el propio run-run del coche acercándose a la embajada. Fue un impulso, justo antes de flanquear la puerta de acceso al recinto de la embajada cogí la mano a Elvira. Esta vez no la retiró inmediatamente, primero me sonrió y después lo hizo. Abrimos la puerta del Volvo, comenzaba la actuación; nuestras sonrisas aumentaban conforme nos acercábamos al control de entrada. Mientras, Jorge se retiró al parking especial preparado fuera de la legación. La suerte estaba echada.

- Embajada Española. Muy bien, nuestro servicio les acompañará hacia el jardín trasero después de registrarles. Les pido disculpas por las molestias, es por seguridad.

Nos registraron con suavidad aunque no se dejaron ningún hueco, parecía aquello el ingreso en algún penal en vez de una fiesta. Atravesamos aquel hall principal bajo una enorme lámpara de araña sobre la que más de 50 bombillas, como antiguas candelas, hacían de las bellezas y los vestidos femeninos un crisol de brillos y reflejos, que más me hacían en el harén del Califato Omeya, que en una embajada de un país asiático. La escalera principal de amplio y suave acceso ascendente, se estrechaba al final para desdoblarse en dos escaleras laterales perfectas para ver bajar a la Señorita Escarlata. Las paredes recargadas de retorcidos dorados, mas barrocos que el propio barroco español, espejos y cuadros de mal gusto recargados igual que su marcos como queriendo adecuarse los lienzos a sus marcos, más que estos a los primeros. Por fin pasamos al jardín, que tenía un aspecto más británico, naturaleza reprimida entre caminos, fuentes, bancos de madera y su carpa, donde se daría la fiesta después del discurso del embajador.

Nos ubicamos entre los delegados de las embajadas de México y Colombia que departían en su sonoro y rico acento respectivo. A un gesto de ella me dirigí al servicio donde encontré lo que buscaba, me coloqué la pluma fotográfica y el broche con el escudo de España que llevaba el trasmisor y arrojé los mismos elementos que traía por la taza del wc. El guardián que custodiaba el acceso a los baños nada percibió y me incorporé a mi grupo en el que reían a carcajadas de un delegado de la embajada de Kuwait, que ya había trastocado los preceptos de la ley islámica con la tercera copa de whisky.

Elvira hizo lo mismo, esta vez con sus pendientes de azabache asturianos en los que ocultaba un transmisor de posición y un micrófono dual.

La tarde, ya mas noche, continuó con el discurso del embajador sobre la Independencia de los Holandeses, sobre la grandeza del país, su pueblo fiel y trabajador y todas esas cosas que son tan fáciles de pronunciar y tan raras de respetar. El embajador finalizó y con un gesto por parte de su agregado comercial, un tipo que realmente hacía de “mayordomo del general”, dio paso a dos enormes hileras de camareros que fueron trayendo a ritmo de polca los platos fríos y calientes, todo entreverado por guapas camareras ataviadas de los preciosos trajes tailandeses, piadosas almas que nos mantenían la sed a raya.


La fiesta continuaba y llegaba el momento, la media de concentración de alcohol en sangre del “personal” estaba en un punto adecuado para intervenir, con un gesto de ánimo despedí a Elvira. Mientras su espectacular espalda al aire me decía adiós, yo continué elogiando nuestras grandezas con mis colegas de México y Colombia. Nos reíamos, pero mi corazón bombeaba tensión por ella…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De nuevo enganchada o otro gran relato por entregas.
Gracias

Alicia Abatilli dijo...

Me ocurre igual que Lúcida, es más me adelanto a cada capítulo.
Elvira seduce entre una historia cada vez más atrapante.
Alicia