Te echo de menos, si, siempre lo he hecho a veces consciente, a veces incapaz de aceptarlo. Sobre la plancha metálica de un mercante con petróleo, carbón ,maderas o lo que le haga navegar; o sobre la madera de la cubierta corta y estrecha de un velero viejo al que arreglar. Sobre lo que me permita al fin volver a sentir la misma sensación libre entre la mar, el viento y el próximo destino donde recalar.
Solo o con quien desee compartir semejante andar, a veces en la tierra real de la rutina para después volver a embarcar sobre la vigilia convertida en sueño también verdadero. Enfrentando miradas que solo buscan avantear sobre noches y días de real sentido por el que navegar.
Te echo de menos, desear rezar sin siquiera creer por el puro miedo a zozobrar entre las dunas cargadas de sal y fuerza descomunal de un dios caprichoso y receloso de su reino puro de mar. Caer libre desde el aire sobre la mar que pretendes rasgar sin condenas ni “porqués”, tan solo por verdadero amor, por deseo sin recompensa alguna, que ello mismo es la recompensa.
Te echo de menos, como la vida cogida desde la raíz, con la que volar y caer, sufriendo en tu compañía, a veces tirana como alguien que se sabe reina, a veces sensual y susurrante mientras acaricias el casco y te escucho al otro lado sin poder dormir por la pura sensación. Golpes y logros confundidos por la lluvia entre las nieblas como traiciones vestidas de palabras de quien miente. Todo es navegar, pero es sobre tu cuerpo la forma maravillosa de poder sentir tu tacto, tocar tu sien palpitante mientras con la imaginación te beso tras cruzarme con el azul de tus ojos vestidos de océano que me miran pidiéndome volcar al fin mi quilla sobre el alma inmortal de tu alma.
Te echo de menos, sin más, y ahora quizá más pues se que ahora ya estás, te siento cerca, no sé cuándo, no sé cómo, pero sé que me entiendes y me esperas como siempre has hecho cuando cerca de ti he estado, como esta mañana sobre la arena frente a tu color amenazante, frente al azul eléctrico que caía sobre sobre ti desde el cielo y el gris oscuro que dejaba tu piel gélida pero insinuante por saber cuándo depararás el verdadero golpe sobre aquella roca, o aquella o la otra.
Te echo de menos, en tus silencios vibrantes sobre los que las palabras se entremezclan de tus sonidos como deseando interpelar a cualquier discusión sobre lo que es divino porque lo dicen los humanos. Mirarte de nuevo a tus ojos de ese azul cambiante y caprichoso que me envuelve y me atrapa sin dejarme hablar. Sentir tus besos como ese roción frío sobre mis labios mientras sin hacerlo te abrazo perdiendo el rumbo consciente de mi desesperación por no poder alcanzarte nunca en tu soledad escogida.
Te echo de menos, si. Y siempre lo haré sin vergüenza por tal situación, cada vez que mi pie vuelva a pisar la tierra de tu separación volveré a sentirlo, volveré a buscarte en mi pensamiento como ha sido durante tanto tiempo. Pero te siento cerca, puedo hasta percibir el olor a la sal que fluye de tus ojos cuando te enfureces o el viento que tan unido a ti te lleva a mí. Quizá el rival a veces sea mi propio miedo por abalanzar mis brazos sobre ti, quizá sea yo mi propio rival pero ahora lo sé y por ello sé que puedo vencerlo hasta lograr llegar a ti.
Tuyo, desde siempre.
3 comentarios:
Joder, Blas!!!!!!!!!!1
Digo, ostras, Pedrin!!!!!
Este post tendría que haberlo escrito yo, qué envidia!!!!!
Feliz Navidad, D. Blas.
Quién fuera mar para inspirar esos versos...
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