miércoles, 8 de febrero de 2012

La Hoguera


Hoguera donde se queman  entre lenguas de fuego mil y un deseos, la mayoría soñados, muchos de ellos disfrutados con la mirada perdida entre sus  destellos al calor de un buen vaso de vino. Fuego vestido de agujas que destilan minutos hacia  el futuro sin ser capaces de alcanzarlo siempre sobre el presente donde  crepita quemando los momentos  con la determinación del combustible eterno, tanto como el sol al que rodeamos sin detenernos.



Giran las agujas  mientras el fuego  se aviva en su propia hoguera, una chispa  salta como gota de su sangre hirviente y  enferma de pasión contagiando  de su fuerza lo que toca, ardiendo, quemando  y propagando su calor sobre la vegetación seca por no haber encontrado el rio que la mantenga verde, flexible, enhiesta  frente a los vientos y tempestades  que cada día sorprenden   sin dar llamada de su presencia. Tallos ya secos ahora pasto del tiempo en forma de fuego devorador  que los convierte en la imagen deprimente de la derrota por el abandono al viento y la rutina del sol sobre sus pieles.

Refulge la hoguera pasto de los deseos  verdaderos y falsos, vividos por logrados  y en la propia combustión recordados, o añorados sin más que el gusto por poder imaginar en ese instante cómo hubieran sido, cómo los hubieras vivido y, cómo no, dándole el aderezo de tus deseos sobre ese cómo hasta  que  el puro resplandecer de las llamas te envuelven y todo parece real, lo puedes tocar.

Pero el fuego si no se  mira acaba por apagarse, acaba por desaparecer huyendo hacia otras miradas donde aún se respire pasión por la vida, por vivir mientras los recuerdos  imperecederos aviven el fuego sin dolor por saberse  eternos, por saberlos ya simples retazos de lo pasado y vivido para tratar de  aprender, aunque quizá sea esto algo difícil cuando la chispa en una pequeña explosión  en el interior de la hoguera prenda  el ánimo anulando la razón.  

Pero llueve, fuerte, con ganas, sin visos de templar, amainar y retirarse. El fuego despide pequeños esputos de ceniza aún hirviente por la rabia de saberse perdedor ante tamaña venganza del arbitrio convertido en poder divino por incuestionable. La hemorragia gris mezcla de agua con la ceniza comienza a  manar de la raíz de la hoguera mientras se debate entre  chisporroteos que  demuestran las ganas por mantenerse viva frente a los motivos más comunes  vestidos de  conveniencia, falso  honor y  verdadera hipocresía. La llama lucha por vivir entre falsos valores de honradez que solo suponen hundir el brillo en el gris ceniza de la mediocridad del fracaso sempiterno en una sociedad acostumbrada  a las costumbres y lo bien visto.

Un rescoldo aun seco por algún motivo sin  verdadera explicación científica palpita con su leve llama moribunda tratando de mantenerse a pesar de  semejante ofensiva. Su fin ya debería haberse dado pero  el deseo  contra la renuncia a la vida  mantenía viva la llama. Y  fuera por ese deseo en combate latente, o porque la buena suerte está ahí cuando menos se la espera, una sombra inundó de penumbra la  ya de por si umbrosa atmósfera que trataba de ahogar al vehemente deseo vestido de débil llama. Y la lluvia cesó, el calor comenzó a crecer y su propia fuerza, la que le mantuvo  latente, ahora comenzaba a secar  su espacio circundante hasta lograr ver un humo que no lo era, sino el vapor de la lluvia hipócrita que marchaba, huía sin  otra solución ante la  claridad de un deseo sin necesidad de explicación.

El espacio poco a poco se hizo mayor hasta que  la misma ceniza como barro húmedo comenzó a brillar con pequeños puntos  en forma de minúsculas brasas y ya todo el conjunto antes cuasi derrotado era de nuevo la orgullosa hoguera  cargada de los sueños cumplidos y por cumplir del cohy vuomienzo. Los ojos que sobre ella  se volvían recuperaban el brillo perdido y de nuevo  todo volvía a su ser mientras la vida  se consumía esta vez sobre el calor de la hoguera en aquellas latitudes. Mientras, la cobarde hipocresía del “bien estar” huidiza se había establecido sobre otras hogueras, estas si apagadas y sin esperanzas  por pura resignación.

Aún no se qué o quién logró con su leve  cobertura  revivir a la llama moribunda que  agonizaba  en verdadero combate  ante semejantes mesnadas de la mediocre realidad. Quizá fuera la pequeña llama y su deseo, quizá la lluvia se dio cuenta de su  poder y  decidió perdonarle la vida, quizá la piel de alguien se interpuso entre esta y su húmedo verdugo. Aún no  lo sé, pero es algo que ya no importa. La hoguera continúa crepitando. 



1 comentario:

ines de valdivia dijo...

Hay tanta pasion por la vida en lo que escribes, que imposible seria que la hoguera no siguiera crepitando