lunes, 2 de septiembre de 2013

Tal y como lo contaron



Tal y como lo contaron nuestros, padres, nuestros abuelos, nuestros amigos, nuestros compañeros…

“Tal y como”. Quizá no fuera así, quizá fuera de otra manera; quizá fuera  también de otra lo que pueda ser aunque parezca que realmente fuera imposible que así lo fuera.

Leemos las historias tal y como quienes  han vencido y gobernado nos las han contado. Con esfuerzo logramos tantas veces encontrar resquicios a la verdad donde  aparecen rasgos de vidas distintas a las que se nos han dibujado durante décadas.

Pasa el Tiempo y  este, triunfante vencedor, eterno  y sin más límite que su propia fracción entre islotes del mismo Tártaro nos va dejando pequeñas migajas de realidad oculta entre la lluvia de destellos de ópalos entre los que se disfraza la realidad de quien  vence. Poco a poco somos capaces de descubrir que nada puede ser lo que parece aunque así tenga que ser.

Pero, ¿nadie se ha propuesto adelantarse? Quizá sea la realidad que está por recalar entre nuestros sentidos la que no tenga porque ser la dictada por  la consciencia de un río sin siquiera meandros que permitan recodos de reflexión y posible cambio  entre desbordamientos sin control que abran nuevos caudales sin el control férreo de unas leyes  sin más sentido que  lo conocido, lo marcado, lo seguro, lo estudiado, lo decidido. ¿Por quién?

Vayamos al Tártaro, en una emboscada capturemos a los gigantes de Cien Manos y devolvamos  la hoz a su Titán y padre de los tiempos para que en justa alianza nos permita adelantarnos sin  siquiera dar el paso en tal sentido, y desde nuestro interior percibamos que lo que viene no será como  se cree, sino como nosotros queramos que sea. Acabemos con el infierno que nos pretenden, devolvamos a la ilusión el sentido de la esperanza y anulemos su significado aislado de la realidad.

Hagamos lo correcto porque simplemente es lo correcto, porque mientras sacamos lo que tenemos dentro eso nos haga descubrir que tras la sacudida, esta nos libere y nos devuelva a nuestro ser primigenio en el que podemos combatir lo que parecía invencible cual inexpugnable fortaleza, donde  su deslumbrante reflejo obsidional nos paralizaba permitiendo que la realidad siguiera estática con el poder de quienes se saben seguros por nuestra propia inseguridad para caer caiga y rinda sus baluartes.



 Quizá la derrota sea el destino, pero amarga o dulce siempre será nuestra y  no será suya entonces la victoria aunque la  tengan de mano. Quizá así lo visto y contado deje ser un dictado del vencedor y quizá también nos permita  en nuestro imaginario el cambio  de lo que venga. Sera como de la resignación pasemos a la continua pasión por lo que siempre ha prevalecido  en nuestro interior y no habíamos sido capaces de sacarlo  como bandera de combate.

No hay futuro si no se cree en su posible cambio y en la posible victoria sobre el imposible vestido de rutina y determinación del que ostenta su razón sin otro sentido que su propio interés.




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