domingo, 25 de noviembre de 2012

Fuerza 7





No sé si fue queriendo cruza este mar deseado, si estaba despierto o fue un sueño donde los deseos se confunden con la emoción, o si fue el Destino queriendo demostrar su dictado, tratando de mostrar su camino o  simplemente  esperando   en las indefinibles esquinas del océano  temporal. No lo sé y nunca lo podré saber, pero siempre quedará el momento de la verdad donde solo queda demostrar  de qué están hechos los corazones, los sentimientos, las ganas de seguir  sin malgastar cada segundo dorado de su presente.

Con  un sur fresco, dos rizo en la mayor sin más que navegar, doblar el cabo San Lorenzo hacia el este sin medida.  Ella a la caña, tan segura como su corazón le  daba pálpito, su piel ya con la propia de “El Holandés”, rumbo de aguja de 60º, viento de través o a un largo,  el sol cosquilleando las espaldas, demoras, marcaciones correctas, velocidades, dominando mar y viento, o eso parecía hacernos creer. Un juramento que defender ya para siempre mientras la luz sonriente certificaba todo ese instante, ese tesoro de agua y sal, ese dorado de sentimiento sin dudar.

Pero el Destino se sabe rey, se sabe cargado de bastimentos con los que dar todo a probar cuando la vida parece real. Pero ese mismo Destino, disfrazado en cada instante de lo que su arbitrio le dicte, de lo que sus inconfesables deseos nadie nunca será capaz de descifrar, dijo no. Vestido de viento y sin traición, aliado por Eolo y Poseidón se tomó su desquite por nuestro desafío y golpeó.

Cinco millas al suroeste una nube de polvo enorme sobre el mausoleo del nuevo puerto de El Musel nos plantó su marca y sin casi llegar a verlo se plantó sobre nosotros tres. La mar, poco antes apenas nada más que unas suaves olas se plantó  cargada de mistral sobre los 20 nudos primero, de 30 y al fin superando los 35 a los 40 sobre la fragilidad de nuestro “Holandés”  y nuestras pieles bajo los que los corazones comenzaron a palpitar  sin medida.  Sin explicación alguna las olas se convirtieron en  jaurías de blanca espuma sobre muros de 3 y 4 metros impulsadas por la furia de ese Mistral como pura furia del Destino.

Los quince caballos del motor con “El Holandes” aun con el foque a proa flameando como un fantasma anunciador del desastre traban de mantener el barco digno enfilando  la recalada tan lejana en aquellos momentos de zozobra. Como en una cascada de un rio  por abrirse camino a la calma de su fin parecía querer destruir sin piedad la fragilidad de un sueño. Pero la rendición no existe cuando se cree poder lograr tu deseo. Begoña al timón aproando El Holandés contra ese Mistral maldito aliado del blanco mortal de la mar enfurecida sin motivo y sin aviso fue capaz de darme el tiempo de aflojar garruchos del foque entre turbonadas de agua, viento y sal para, arrastrándome, lograr salvar la vela sobre la cabina. Escora que superaba la mar sobre el  simple motor que trataba de no sacar su  hélice salvadora de la misma mar que trataba de hacerlo.

Viejo León

La caña soldada a este humilde brazo mientras la furia del destino en forma de mareas de mar sobre nuestros cuerpos tan juntos como permitían nuestros chubasqueros inundados. Los cuarenta nudos de viento, aliados con las masas de agua golpeando trataban de llevarnos con ellos al este, pero cabalgando sobre las crestas, patinando hacia el fondo de sus valles hasta volver a partir la ola siguiente media sumergida la proa de nuestro barco tratábamos de que el sol  agrandase su sonrisa sobre nuestras mentes, aferrando la concentración, tratando de que la calma fuera la que diese al traste con la condena que trababa de ejecutarse.  Parecía que el cabo de San Lorenzo no deseara separase de nosotros como si nos dijera que ya nada nos liberaría.

Pero el Destino, viejo sentido que solo existe en nuestro entendimiento, como un dios  que todo lo desea probar hasta nuestro fin, era tal cosa lo que deseaba sin complicarse con dañar más de lo que nosotros le permitésemos. Muy lentamente el cabo quedó doblado  quedando como una voz terrible adormecida que poco, muy poco a poco iba quedando  por la aleta de babor. A cada golpe terrible la mano se aferraba a la caña, verdadero sentido con el que marcar tu propio rumbo aliada con el minúsculo motor que trataba de resistir  como un verdadero hermano de vida. Gijón parecía ese lugar inalcanzable al que habíamos de arribar para que la vida fuera entera. Paciencia, paciencia era la palabra, junto  ¡ola! cuando se acercaba otro muro de mar brava que superar. Miradas, golpes en la espalda, mano aferrada a mi pierna con dolor de ambas mientras el frio de la humedad al  vendaval que no cejaba en su furia.

Soñando con alcanzar el abrigo del  dique nuevo así lo ganamos para descubrir que la mar de viento no  ceja en su empeño cuando como tal es el Destino quien lo comanda. Cabos arrastrados de estribor a babor sobre la mar, Begoña sobre la cubierta  echada sobre la amura de babor logró rescatarlo sobre  cascadas de mar salvando la hélice de  apagarse. Al fin la punta de Sacramento se plantó sobre  nuestra visión como la  recompensa a la lucha sin vacilación. Eso parecía, pero  el viento seguía necio contra nuestro costado y las rompientes humanas  en forma de dique a babor no daba para ganar la recalada con ese rumbo.

Empapados, temblando sin  posibilidad de entrada enfilamos  casi a la entrada contra el viento alejándonos de esta. El Destino  creyó haber ganado la partida al fin, no había entrada. Cambio de rumbo hacia el este para buscar la salida. Una milla ganada al viento fue lo justo para con una voz de aviso dar virada en redondo y aprovechando la furia de un viento impío por la popa ganar la  velocidad suficiente para doblar la punta de Sacramento justo  con su enhiesto faro verde, imperturbable a tantos años y temporales, a menos de lo que la cordura permite, doblarlo y entrar en los brazos artificiales de un puerto solitario.

Amarrados, empapados, secándonos con un minúsculo calentador a bordo, y el pálpito aun retumbando sobre los castigados mamparos de “El Holandes” recuperamos el resuello mientras podíamos escuchar la carcajada de ese  Destino que nos demostró  como los juramentos  se cumplen y ya nunca se pueden olvidar.

Viejo Destino al que nunca es de ley seguir pues  es él quien dicta las normas y a él es al que hay que demostrar que se es digno de las decisiones que se toman.

Esto sucedió el sábado 24 de Noviembre de 2012, un día, un momento que fue eterno en su  trance que será eterno en nuestra existencia.

Otro Momento, la misma mar

“El Holandés”, Begoña y Josu; sin más ya nada nos podrá demostrar que  algo sea imposible si se desea con la  convicción de creer en ello.    

1 comentario:

ines de valdivia dijo...

no existe la palabra imposible para quien no teme decidir, o para el que decide aunque tema. 'para que la vida sea entera' no queda otra. Se sienten los rociones al leerte capitán...