lunes, 8 de diciembre de 2014

S/S Corona



Lejos, casi sin percibir su silueta en la línea del horizonte, con lentitud a la vez que la  tenacidad y firmeza que decidió intercambiar el hombre cuando se quedó con el acero y el vapor frente a la vela engolfada de viento, ganaba millas aquel vapor con el ansia de la recalada al fin entre las puntas del puerto mas bello del mundo.



Cuarenta y dos días de tortuosa travesía desde el lejano Valparaíso en el Pacífico con rumbo a casa, obviando el Canal de Panamá, hace ya algunos años abierto;  doblando el  paso frente al Cabo de Hornos, sin escalas, rompiendo y venciendo a cada golpe de hélice y remache  a los implacables 40 Bramantes hasta ganar el Océano Atlántico desde el Sur.

En su interior las almas hundidas, atrapadas y refugiadas en cada corzaón como infantes temerosos gobernaban el vapor. Corazones repletos de sal y carbón, mezcla antinatural que parecía aullar a cada golpe de ola sobre cada uno de sus remaches. Los cuerpos, inertes al paso lento y cadencioso del calendario cual pena de prisión en la que se marca la teórica llegada  temporal de la liberación. Hecho que no está sino en las mentes de cada quien y no en las opciones que parece darnos un mayor espacio o una mayor cantidad de dinero.

Al fin el Cabo Espartel ya doblado quedaba  lejano por la aleta de estribor y, con pocas horas avante a los 10 nudos escasos que su máquina de tres expansiones, cansada, curtida en miles de millas, dando su orgulloso penacho negro de carbonero a la vista de quien se pusiera a su través, se haría ver seguramente desde la mismísima torre de Tavira.

Sobre esa imagen de brega, de pundonor sobre la sempiterna lucha entre el hombre y la mar, donde la soledad te puede hundir si así la dejas reinar, donde la ilusión tras lo sufrido te hace olvidar lo pasado, cual madre tras el parto al ver el logro imposible, fue cuando ya  el Castillo de San Sebastián se avistaba  a los ojos del serviola y se soñaba el Cádiz del Pópulo, sus gentes y sus lugares innombrables; pero también fué cuando un sonido estridente, repetitivo, machacón como lo es la vulgaridad vestida de rutina comenzó, en cada uno de esos pitidos, a borrar,  como si de una cámara a la inversa, a trazos esa imagen de triunfo y cambiar en cada trazo por la de cuatro paredes tan solo alegradas por algún cuadro con sal en sus mensajes y la luz brumosa que trataba de ganar sobre la madrugada espacio hasta entrar en la ya nombrada vulgar habitación.

Las 6:30 de la mañana. El viejo mundo, el real se había desvanecido mientras la rutina de la vida falsa, la que necesita justificación, volvió como tantos días a la  misma hora. En la semioscuridad, aun con trazos de sal y olor a aceite sucio de las máquinas, el mundo descomunal en su poder destructor se posó en medio sin otra opción que embarcarse  para dejar que  su nave  sin  timón me llevase hacia el Hades de donde huir en la primera oportunidad.

A pesar de la derrota, en pocos minutos mi mente ya sabía que solo había que mantener la calma, todo era cuestión de tiempo, la singladura terminarían con  el Ocaso. Si era capaz de aguantar  como el viejo Ulises frente a la sirenas, saldría con vida un día más y la arribada del Vapor Corona sería un hecho en Cadiz. Resistir, esa es la palabra, obviar las sirenas vestidas de brillos, de ambiciones  que  sin más con su peso al fondo te llevarán en cuanto te aferres a su ser. Resistencia a los malos sentimientos donde el deseo  ennegrecido te oscurezca la vista sin poder distinguir el horizonte donde avistar los que de verdad existe y no es en ese inframundo donde lo encontrarás.

La travesía sin timón, aferrado al palo, amarrado a él como Ulises para no caer en mil y un motivos por los que perderlo todo, va pasando y el sol toca a su fin. Su verdadera hermana, tortuosa y algo mentirosa lo releva dejando que el ocaso nos permita huir de la condena.



La habitación vuelve a su silencio, los ojos se cierran a este universo baldío para abrirse al azul del Atlántico frente a los Baluartes de San Carlos y La Candelaria donde largar el ferro. Una mujer desde el Baluarte de San Carlos agita su pañuelo tratando de hacerse ver, de hacer saber a su sueño que ella está allí deseando fundir sus brazos en la espalda de este sintiendo el corazón hermanado al fin con el de él.

El tifón vomita varias veces vapor retumbando por toda la bahía, mientras, con un bote arriado desde el Corona a boga de combate como si galera del rey se tratase, recogieron a la dama  a la que embarcaron sin demora.

Varios días después, tras el descanso de la tripulación, avituallados de todo lo que sirve para mantener vida y navegación, en un silencio tan sólo alterado por los golpes que cada grillete daba sobre el escobén de babor al virar el ancla, el Corona viró en demanda del sur donde ganar millas y seguir viendo la vida sin más espera que la de la buena mar entre olas de buen compás.

El pitido comenzó como cada 6:30, daba igual, como cada 6:30. la verdadera vida volvería al ocaso

de ese periodo irreal...

"Ilustres que navegáis
desde la cuna de Oriente
a la tumba del Ocaso
Fortuna y Salud dispongáis"



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