martes, 3 de diciembre de 2019

Horizonte en la bocana (2)


...Una hora después, eterna como un siglo, el Liberto al fin se encontraba al través entre Mouro y Santa Marina. El milagro se podía convertir en realidad.

- ¡¡¡En cuanto dejemos el faro por la aleta de estribor todo avante hasta empotrarnos en Puerto Chico!!! ¡¡¡Virando una cuarta a estribor Juanón!!!

La tensión aquí era máxima. Durante un espacio mínimo pero interminable iba a presentar el Liberto su costado de estribor a la mar; vieja dama que podía sentir la posibilidad de perder su presa, de zafarse de ese maretón sin mesura y la piedad en esos momentos no era la cualidad de ella ofuscada entre vientos sin freno.



Don Hernán llevó el telégrafo de máquinas a su posición máxima, “Toda”. El tintineo arriba no significaba nada. Era muy importante recibir la respuesta desde el corazón del Liberto. Pocos segundos después la respuesta esperada llegó.  Eso no iba a suponer mucho más en velocidad, pero sí que abajo supieran que ya enfilaban la bocana y la vida podía de nuevo empezar a sonreír. Pero lo que no tiene remedio no puede enmendarse por deseo y el silencio acudió a confirmar la sentencia.

- ¡Capitán! Estamos sin máquina.
- ¡Ya lo veo, cojones!

El silencio que supone a bordo la máquina parada vomitó su realidad como un disparo a bocajarro en la sien. El vacío de la indefensión sobre la realidad agresiva que era esa mar vestida de muerte derrumbó ánimos, destruyo esperanzas y el único sentimiento era el del escalofrío ante una noche desnudo en el Ártico. Don Hernán llamó a la Sala de Máquinas. No tardó alguien en responder. Era su compañero de mar, su hermano de agua y sal, Manuel Bergaretxe, Jefe de Máquinas hecho en los moldes de la vieja escuela.

- Hernán. No hay máquina. El eje está bloqueado, la chumacera se ha gripado. He tenido que parar el motor principal o el daño sería mayor. Está entrando agua, pero no es peligroso. Supongo que el peligro esta fuera. Aquí no hay nada que hacer.

La calma de su sentencia demostraba la seguridad de que todo están perdido allí abajo, solo quedaba mantener los auxiliares para dar tensión y abandonar el barco a la orden del viejo. El longevo motor lo había dado todo, nadie se preocupó de él salvo sus servidores que a su lado y con él permanecían.
Había que maniobrar y jugarse lo que quedaba a la carta de la varada. Somo estaba con su playa enfrente. Con el maretón del NNW podría alcanzar a meter al Liberto su proa sobre ella. Pero la maniobra iniciada a enfilar la bocana había puesto el flanco de Estribor a las olas y sin gobierno; eso implicaba atravesarse hasta ser devorados al gusto de la mar vestida hoy de mujer fatal.
El viejo llamó al radio, había que dar aviso ya del desastre y pedir ayuda para lo quedara tras la debacle.

- ¡A la orden Don Hernán!
- Carlos, da el aviso a Santander radio. Estanos sin gobierno y vamos a embarrancar. En cuanto termine prepárese para abandonar el buque a mi señal.

No hubo comentarios, Carlos, casi de los últimos radiotelegrafistas con presencia a bordo no pensaba que acabaría así. Se metió en el cuarto de la radio y trató de comunicar.  Los golpes de mar no paraban en su empeño…

- ¡Atención, por Estribor!

Juanón no podía enfilar el Liberto y de costado a la mar no pudo evitar que 7 metros de ola como una muralla en mal estado se derrumbase con toda su energía sobre el costado. El silencio en la nave permitió sentir el golpe cruel, los crujidos de cuadernas, mamparos y los cristales de tambuchos y ojos de buey ya ciegos para siempre. La escora se convirtió en una pared, la energía se fue abajo. Todo el mundo se preparaba para abandonar el buque, aunque esa era la última acción y siempre como última opción.

La ola pasó, aun habría 10 o 15 segundos hasta la siguiente. El palacio de la Magdalena parecía observarlos desde sus ventanales como ojos desorbitados. En Somo la gente ya se había dado cuenta y se preparaba en la playa para ayudar en lo que fuera. La radio no había funcionado pero los servicios de rescate estaban en marcha, aunque solo fueran para recoger los restos.

- ¡Señal de evacuación al tifón! Todos a la cubierta de estribor.

Por fortuna las olas siguientes siguieron castigando al Liberto pero fueron de menor tamaño lo que permitió a todos agruparse sobre la aleta de estribor lo mas a popa posible. Se podía adivinar la orilla de la playa de Somo. El liberto a pesar de la paliza que estaba recibiendo los protegía de ella mientras mas deprisa de lo que parecía se acercaba a varar sobre ella. Había que estar listos para el golpe y ser más listos que este. A voz en grito Don Hernán debía dejar clara las acciones y la seguridad en sus almas a todos.

- ¡Atención a todos! Arriaremos el bote de estribor, aunque se lo lleve la mar nos podrá servir a flote si flota. ¡Después todos a popa y en cuanto lo tengamos a varar todo el mundo fuera por las escalas o como fuera y largando lejos del Liberto!



Acaban de llegar los hombres desde la sala de Máquinas. Un apretón entre Manuel y Hernán, una mirada y todo estaba claro. La cadencia de las olas continuaba y un grito de Juanón los preparó para otra ola de mas de siete metros que golpeó superando el costado doblando el barco hasta sacar su quilla al aire. Todos salvo Juanón, el jefe de máquinas y dos más además del viejo cayeron al mar mientras el bote salvavidas quedo convertido en astillas. La playa estaba allí, la tripulación sobre el agua nadaba como un ejército en desbandada hacia aquella arena salvadora antes de que los aplastase el Liberto, antes su casa y salvación. Mientras a bordo casi colgados se mantenían aferrados a lo que fuera posible los cuatro hombres a la espera de que recuperase la estabilidad el buque...

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