miércoles, 11 de diciembre de 2019

Horizonte en la Bocana (3)



La quilla del Liberto con una escora de 90 grados frente al maretón dudaba qué hacer, quedar quilla al sol o volver a pelear hasta varar.  Mientras, fueron saltando al mar desde popa de forma secuencial los que quedaban, los últimos eran Manuel y Hernán.


Manuel comenzó a bajar, miraron ambos al océano desde donde llegaba la furia desbocada; mientras, esperaba el Viejo a que le diera espacio el Jefe en la escala y abandonar. Antes de aferrar la escala por parte del Viejo un estruendo metálico como un desgarro de muerte los paralizó un segundo, se miraron, se lo dijeron todo en esa mirada.  El Liberto había partido mientras comenzaba a ascender la quilla del todo al cielo encapotado. Manuel se soltó de la escala y se tiró al mar. Don Hernán no fue lo ágil que debiera o simplemente ese desgarro lo paralizó como si fuera el mismo quien lo hubiera sufrido…

Pasaron casi tres horas hasta que el Liberto ya cadáver varase yermo sobre la playa de Somo. En ese tiempo se fueron agrupando los tripulantes a resguardo de las olas en la playa. Las gentes de Somo les dieron mantas, ropas mientras encendieron hogueras. Había que decir que los equipos de salvamento estaban allí con la asistencia, pero nadie quería moverse de allí hasta no ver a su buque descansando ya, hasta no reencontrasen a todos. Nadie estaba herido, quizá alguna contusión, magulladuras sin importancia que mañana dolerían de verdad, hoy no era tiempo de sentirlo. Todo el mundo ya estaba allí, salvo don Hernán que en el último golpe duro de la ola de gracia que acabó con el Liberto desapareció entre espuma, furia y hierro.

Con un sonido leve el Liberto se posó en la arena. Ya varado se movía levemente a cada enorme golpe de ola que lo pintaba de blanco durante unos instantes frente a los focos de los equipos de salvamento. Nadie se movía, faltaba el Viejo. Era de noche, solo los focos y las linternas trataban de taladran la oscuridad sobre las olas, la espuma, su blanca negrura. 

- ¡Allí, parece algo a flote!

Juanón lo vio y saltó por encima de los operarios de salvamento y policía. Con la linterna y sin sentir el frio se metió en el agua, detrás de él Manuel, el Jefe, y varios más.  Era él. Su cuerpo inerme y casi varado como su barco descansaba cerca de él.
En silencio lo sacaron del agua, con mimo y respeto lo tumbaron sobre la arena alejado del agua. Los servicios quisieron taparlo, pero Juanón no lo permitió mientras miró al Jefe de Máquinas. Manuel Bergaretxe sabía lo que le pedía el viejo timonel. 
Todos alrededor entendieron los gestos. Manuel aspiró del aire de la noche, húmeda y tenebrosa y se decidió

- Estamos jodidos, nuestro barco ya solo es un trozo de acero y madera sin mas futuro que la chatarra que no sabe de historias vividas, de tragos duros, de buenos momentos. Pero eso no es nada. Nuestro capitán, el mismo de siempre, el que nos mantuvo a bordo a base de ánimo, motivos para seguir entre golpes de espalda y quizá algún exabrupto propio de quien manda se ha ido con él. Aquí lo tenemos, ahora descansa como su barco, como nuestro barco. A él como al Liberto el tiempo lo descompondrá, pero para nosotros no hay todavía Neptuno o Poseidón que se lo pueda llevar, aunque lo desee por no tener con qué saciar su impotencia.  La vida continua compañeros y continuará en nuestro recuerdo con él y con esta bocana donde lo perdimos como capitán, pero lo tendremos siempre en su ejemplo como líder, como padre de tantos hijos que hemos sido con necesidades en su comprensión, como compañero de decisiones unas de acierto y otras de error. Que su recuerdo nos una a partir de mañana con el sol que siempre vuelve y nos devuelva la razón de seguir por los que están, los que algo nos dieron y por nuestro capitán que todo nos lo dio. 

Quedaron en silencio mientras cada uno rezaba lo que sabía algo conformados por confirmar que la vida siempre sigue. Que el compendio de tantos dolores a veces seguidos, a veces en pequeñas mareas, solo envuelven el regalo de la sabiduría. Solo son pruebas para alcanzar el bien en cada paso que significa la felicidad, pues siempre hay algo bueno esperando tras la esquina de un mal cuando lo enfrentas o lo sabes esquivar,  pero nunca ocultar.

Poco después de aquellos instantes de oración se abrió el corro sobre el Viejo y dejaron a los servicios de rescate, jueces y policías que se llevaran a quien ya no estaba allí. Derrotados por la batalla perdida ante el mismo enemigo de siempre, tantas veces dador de libertad en su inmensidad, tantas otras agresivo y destructor sin piedad por quienes antes mimaba, fueron aceptando la ayuda de los servicios sanitarios, comida caliente, ropas secas y en pequeños grupos fueron hacia el hospital. Manuel Bergaretxe no pudo dejar de mirar hacia el Liberto en su varada final mientras el Land Rover de salvamento lo llevaba a Valdecilla. Su casi hermano, como el buque habían dejado ya de existir. La mar como la vida, la vida como ese océano repleto de posibilidades, abierto a mil rumbos a cada golpe de timón, cada uno con destinos diferentes; esa mar vital que en sus temporales no enseña a veces con dolor nuestra capacidad de seguir adelante siempre con el permiso de ella, hasta ese momento en que su decisión de finalizar es firme y ya nada de lo que era es, todo deja de ser importante…

Poco a poco Manuel comenzó a sonreír vagamente, su hermano seguía allí, la vida en su forma personal continuaba y por ello todo lo importante para el se mantenía. Descansaría, recuperaría ese ánimo que le permitía conservar su brega por alcanzar la línea de horizonte sabedor que esa línea y su recalada es la que ya logró Hernán, su hermano y viejo capitán del Liberto. 


La Fresneda, 1 de diciembre de 2019

No hay comentarios: