martes, 25 de noviembre de 2008

Carta desde Damasco

Salimos de este Damasco casi califal mi anfitrión y yo. Realmente ya salimos hace días de esa maravillosa ciudad, pero se me hace difícil separarme de tantas maravillas y aún hoy siento que estoy saliendo de allí sin desearlo. Tiro nos está esperando, los francos con las cruces en forma de espadas se mantienen expectantes y ansiosos por ser capaces de mantener la ciudad a salvo hasta la llegada de refuerzos. Quizá esperan que su futura sangre vertida permita que no se vierta la que temblorosa baña las almas en Al Kasidiya.


Los francos esperan mientras funden la mirada en la raya que se pierde al oeste de semejante mar, cuna de tantas civilizaciones, rogando que su pequeña sociedad violenta y cruel no desaparezca como amenaza el victorioso ejército entre el que me encuentro. Una vela, una silueta de mísero tamaño que anuncie la llegada de ayuda desde los reinos de donde quizá no debieran haber salido nunca. Gentes que se arrogaron el ser portadores de la verdadera fe, algo que desde que llevo esta misión a cuestas a lo largo de tantas generaciones tengo claro y es que la fe y la verdad nunca podrán ir juntas; lástima que sólo soy yo el que lo tiene claro.



Mientras tanto en este inmenso ejército, el sultán, embebido en su misma verdadera fe, solo que de otro credo cabalga decidido hacia Tiro.


Como digo, me mantengo en esta corte, como antes lo hice en otras cortes, o sociedades, no se confunda quien esto lee, que no soy espía de esos que sirven a múltiples amos, ni nada que tal cosa pudiera parecer. Hace días que vivo sin queja en este cuerpo que me ha tocado de anfitrión; me presento, soy un enviado del eterno pensamiento humano que busca la forma de localizar ese resquicio por donde pueda colar algo de humanidad, entre tantos ídolos por los que se rigen a base de fe desde que comenzó a funcionar la mente en el hombre.


Desde donde provienen mis impulsos y mis acciones no hay dioses ni seres invisibles superiores, tan sólo pensamientos propios de los mismos humanos que al entrelazarse generan destellos de luz, queson los que me mantienen sobre este anfitrión, sin saber cuál será el siguiente, ni en qué año de no sé qué señor seguiré a la búsqueda de tal resquicio.


En todas las ocasiones en que traté de comprender y encontrar la fisura, solo hallé la fiereza ciega de quien se niega a saber la verdad. Casi logro la fisura cuando reposaba en el cuerpo de uno de los alumnos del gran Sócrates, pero el veneno de humanas manos fulminó aquel inicio en los destellos del puro pensamiento. Pasado el fracaso, pasados los oráculos de Delfos de turno, caí en el cuerpo de un mercacder judío que me demostró que si a la ceguera le unimos la sumisión y derrota, entonces es la ira que brota sobre cualquier inocente, como le ocurrió con alguien que estos hombres llaman Isa y que pagó esa frustración del mercader y tantos como él.


Pasé mis peores momentos en Nicea, pues estuve presente en una de las mayores componendas de la humanidad, con aquellos informes directos al pensamiento debería haber desanimado por completo a este, pero este conjunto de destellos brillantes aún cree que puede encontrarse la solución. Insistieron y caí en medio del desierto arábigo, en el maloliente cuerpo de un pastor que me permitió descubrir a un hombre cercano que acababa de encontrar otra revelación. De pastor, mi anfitrión paso a ser soldado, que ciego de fe me dejó en un lugar llamado Kairouan, él, que nunca se hubiera atrevido a cruzar las tierras mas allá de los oasis conocidos.


Ahora, cuando esto relato me encuentro en un momento realmente de excitación en este pueblo tan acostumbrado al fratricidio, la reconquista de Alkasidiya. El argumento es el de echar a los de una religión para recuperar la santa, si, santa ciudad para los fieles al verdadero dios.



Como comprenderán, intento todos los días dar parte a mis jefes que parecen perdidos en sus baños de brillos y explosiones de color con cada cambio de impresiones entre sí. Quizá el tiempo, la educación y el progreso con la debida paciencia acabará por dar esa pequeña victoria en forma de rendija de razón ante la fe, para años mas tarde o siglos después dejar esta llamada virtud por algunos para mantener la esperanzas de que les toque la lotería.



Mañana asaltaremos Tiro por la mayor gloria de Ala y ellos la defenderán por la mayor gloria de la Cruz. ¿será por eso, o eso será lo que crean los que hayan vendido allí su vida sin posible devolución? ¿Qué pensará el califa en Bagdag y el Papa en Roma?




Daría algo por librarme de tal combate y sus horrores para mayor gloria de las respectivas fes. Intentare solicitar cambio de destino a mis jefes, esto de las guerras no me van…

3 comentarios:

Alfonso Saborido dijo...

No gastes todos tus esfuerzos en conquistar la Tierra Santa de los cristianos, no vaya a ser que al final, sin darte cuenta, pierdas Granada, que es el paraíso... te lo dice un asidonense andaluz, hijo de la historia de Tiro y Sidón.

Armida Leticia dijo...

Eso de la guerra no le va a nadie. Hermosas imágenes.

Saludos desde México.

Anónimo dijo...

Cuerpo tras cuerpo hallarás cada exceso, es imposible comprender al ser humano, y menos a los que se dejan guiar por las masas.