martes, 4 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (14)

…Seis de febrero de 1196, a la vista del Castillo que defendía Burgos sobre el cerro de San Miguel los hombres tomaron pie a tierra para establecer el campamento mientras quedaban a la espera de Don Alfonso que llegaría antes o después. Esa era la orden recibida por un mensajero que los alcanzó a media distancia de Alfoz. No había más de dos leguas entre las tiendas de aquel campamento improvisado y las Huelgas en la capital del Reino. Las guardias dispuestas, los hombres relajados, Tello mientras, paseaba sobre el linde de la loma que los separaba de Quintanadueñas, un pequeño villorrio que anunciaba Burgos más al sur.

Su mirada se perdía hacía ese sur mientras sus pensamientos maldecían la espera obligada a la comitiva real. Nada le importaban las glorias logradas, todo lo cambiaba por estar a la vera de la guardia de la princesa, ser libre para encadenarse a ella a pesar de que solo tenía de ella una voz en la penumbra de la capilla, un olor con su invisible tacto y una medalla que tantas cosas podría decir, que tantas cosas podría jurar, amor eterno, fidelidad al reino, sumisión al rey, pasaporte y razón de la huida de ambos junto a la bendita locura del amor verdadero. Todas cabían en aquél medallón, todas cabían en la mente de un joven con la ilusión y el sueño abierto a mil veredas posibles de una vida por forjar.
- Don Tello, refresca ya y el sol no tardará en desaparecer. Venid a la tienda con los capitanes. Celebraremos una corta reunión con la curia que aquí estamos para retirar nuestros cuerpos pronto y darnos merecido descanso. Don Alfonso no llegará hasta mañana y debemos presentar honores en buena presencia ante nuestro señor.
- Voy con vos, Don Diego. Nada queda ya hasta mañana
- Os veo pensativo. Lo que sea no vale la pena, mañana seréis vos quien cabalgue a la diestra de Don Alfonso, los demás seremos vuestra escolta. ¡Ea! ¡Andando que algo de vino han conseguido por aquí y hay que celebrar los momentos de calma que son pocos y hay que cazarlos al vuelo!

Pasó la velada sin sobresaltos, fría fuera tras las telas de la tienda, calurosa en su interior entre tanta alma y cuerpo en continua destilación de calores humanos. Todos descansaron menos uno que se adentró en un mundo repleto de sueños en colores vivos, a veces de bellos contrastes, otras negros como presagios de futuros sentimientos con el dolor impregnado en los gestos, como señales de bajíos a navío ignorante de tales costas por las que baraja su corazón.

Siete de febrero ya, la mesnada formada, el campamento recogido y en espera de la llegada del Rey. Varios hombres salieron en busca de este al alba, faltaba poco para la hora sexta cuando por el oeste se divisó un jinete al galope en dirección a ellos. Como designio divino pensaron muchos la coincidencia de la hora sexta, el sol en su mayor altura y el rey en el mismo momento que se presentaban ante ellos.
- ¡Caballeros, es ya la hora! ¡En marcha tras de mi alférez!¡ Orgullosos y dignos bajo el pendón de los Lopez de Haro!
Con un suave trote los hombres, casi doscientos, fueron al encuentro de Don Alfonso. Pasado el mediodía en un tiempo prolongado, al fin las dos huestes se encontraron. Testigos del encuentro fueron los llanos entre Estépar y Cavia con una legua de distancia entre las pequeñas villas, no habría más aunque pareciese el mar océano por su ausencia de hombres y animales.
- ¡Tello, Conmigo!
Se separaron de sus soldados ambos acercándose a Don Alfonso VIII, un hombre de amplias espaldas, yelmo dorado sobre su testa y barba clara que, ayudado por el polvo del camino, impedía adivinar su tez, aunque nada podría evitar distinguir el brillo vivo y penetrante de su mirada. Don Diego y Tello descabalgaron, acercándose hasta arrodillarse ante su señor. Don Alfonso, de un gesto los conmino a levantarse

- ¡Don Diego y Don Tello! Habéis cumplido con creces vuestros destinos. Vos, Don Tello cabalgaréis a mi diestra. Deseo conocer de vuestra voz la táctica empelada para descabalgar y meter el rabo entre sus malditas piernas a ese traidor de Don Pedro. ¡Adelante, nos esperan en Burgos!
Así fue el trayecto que restaba hasta la cabeza de Castilla, no mas de tres leguas en las que el Rey disfrutó como infante del relato de Tello. Alegría en los gestos reales, nervios entre las palabras de Tello pero sobre todo cielos que se oscurecían tras su triunfo; no eran estos oscuros por la promesa de Don Pedro, que a enemigo al frente no hay mas temor que la valía de uno mismo, sino por la ciega y vana envidia de tanto caballero que nunca osaría imaginar cabalgar tan cerca de Don Alfonso. Uno de estos hombres portaba el nombre de Juan de Haza, guerrero de poco empuje, que mas debía su nombre a argucias y esfuerzos ajenos que a su propia valía y fortaleza de brazo.
En la ciudad, los habitantes avisados por los emisarios enviados horas antes, esperaban a sus héroes para el debido y merecido recibimiento. Tello se sintió en algo que suponía ser el cielo en la tierra, sólo faltaba su padre para ser ya real la sensación de paraíso de aquellos momentos. Al fin, Santa María la Real cerraba el desfile de los soldados. En su entrada, Doña Leonor, Doña Berenguela encabezando la comitiva de recepción, una fila mas atrás su madre, Doña Sancha y entre los hábitos que poblaban la entrada estaba su querida hermana Berengaria.
Los temblores que no le surgieron frente a la muerte, aparecían ahora frente a un amor que aún era de espíritu, de miradas y gestos. El corazón humano, la nobleza en el alma, pero sobre todo el convencimiento y la confianza da alas, mientras que la inseguridad y la desconfianza provoca el temor a perder lo deseado con el instantáneo parto del miedo, que tan presto y dispuesto esta a surgir en cualquier situación. El miedo del amor posible se incrustó en sus piernas y manos que a duras penas lograba serenar.
Don Alfonso y tras él, Don Tello, descabalgaron y se presentaron a pie ya frente a reina y princesa, Don Tello se arrodilló mientras una corona de flores y laurel colocaba de manera suave y pausada Doña Berenguela en su cuello.


- Don Tello Pérez de Carrión, orgullo de Castilla, yo, Leonor de Inglaterra y vuestra reina, os felicito en nombre del pueblo de Burgos aquí presente. ¡Levantaos y saludad ahora a vuestros compatriotas que desean conocer el rostro de su héroe!
El júbilo retumbó entre las calles de aquella ciudad que se hacía pequeña acogotada por la locura que engendraba el entusiasmo. Era el primer triunfo claro sobre los enemigos declarados de Castilla desde Alarcos. Un sentimiento de orgullo recuperado comenzaba a calar entre las pieles castellanas y Tello volaba sobre sus alas…

3 comentarios:

Armida Leticia dijo...

No se que comentar, leo y disfruto...
te dejo un saludo desde mi México, más allá de la mar océano.

Anónimo dijo...

Como Armida, me gustaría comentarte más, descubrirle un giro nuevo, pero anduve por otros senderos, rápido muy rápido, escribes de una forma que uno debe detenerse, tranquilo, sin apuros para disfrutar cada post.
Te dejo un abrazo gigante, un abrazo en el que te digo que estoy.
Alicia

lola dijo...

Las historias que narras son interesantes, sobre todo en el momento en que viajamos al pasado para vivir otras épocas.

Saludos