sábado, 8 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y las Navas (15)

…Castilla recobró parte de la moral de triunfo perdida, más aquél año continuo en sus tintes negros entre sus fronteras, el sultán había declarado la guerra santa contra Castilla; la Trasierra, Toledo, Talavera, como minúsculos acantilados frente al océano musulmán en su máximo apogeo resistían sin tacha pero con una debilidad cada vez mayor. La condena era la misma para Talavera, Toledo, Plasencia y tantos lugares más, destrucción, incendios, árboles derribados, cosechas destruidas. Ante las huestes del Islam rpensentes como una fuerza que se debatía entre la retirada ordenada y la resistencia suicida; el dolor en la moral de combate se hacía aún mayor cuando veían entre las huestes infieles flamear al viento los pendones leoneses, con la cabeza de su rey en ocasiones golpeando sin piedad sobre soldados de su misma religión.

Don Alfonso VIII mediante embajadores de todo tipo, con las negociaciones abiertas hasta las máximas posibilidades, solicitaba el establecimiento de tregua militar frente al califa Yusuf y su gran general Al Mansur. El Califa, sabedor de su poder no daba tal descanso y mantenía en jaque las fortalezas últimas de los castellanos a pocas leguas de Toledo y Talavera. Mientras, Don Tello mantenía su caballo entre Burgos y Toledo, entre el amor y la guerra. Dos nombres copaban su sentido, Al Mansur y Berenguela. Atrás quedaba febrero y su entrada triunfal a Burgos, atrás quedaban aquellas horas de dulces sensaciones, por las que mantenía vivo el ánimo en aquél trance de desazón ante una media luna brillante como el propio sol de mediodía. Cómo no recordar lo que desbordaba el corazón, los paseos en el pequeño claustro con la connivencia y protección de los hábitos de Berengaria. Quizá a quién esto lea provoque en su rostro un esbozo de sonrisa por parecer infantil y sin sentido, más recuerdo que de reina futura y caballero del rey se trataban el encantamiento, almas jóvenes y embebidas entre caballerías propias del inmortal Garci Rodríguez de Montalvo, que a tales personajes pudo haber tomado de modelo en su Amadís.
Así se vieron durante los meses, durante los casi dos años de guerras y breves descansos que daba aquella lucha por la supervivencia castellana. Conversaciones, roces intencionados entre el sigilo y protección de una hermana que sufría por aquellas almas, que sabía perdidas en un amor caminante a través de túnel sin luz al final. Sufría por su hermano y su destino si todo aquello se supiera; sufría en silencio por ambos a cada minuto que percibía el incremento de la fuerza que unían ambas almas, como dos manos firmes frente a un pulso mortal.
Llegó el año 1197 y llegó como el anterior, Don Alfonso IX, Don Pedro Fernández de Castro, sus mesnadas en las que los moros eran parte importante, la saña y deseo de destrucción era la misma, nada había cambiado. Al final dos cosas tornaron en claro el panorama del reino tras la desastrosa primavera. Don Alfonso dirigió su diplomacia hacia el Papa en intento desesperado de detener la unión “antinatura” entre cristianos y musulmanes. Celestino III, el Papa de aquél entonces excomulgó a Don Alfonso IX y Don Pedro. Aquella palabra que tanto mal acarreaba en un reino en el que todo se regía desde un campanario, logró romper la unión entre Al Mansur y León, mas la virulencia continuaba aunque fuera por separado. La alianza entre Castilla y Aragón junto con la salida de los almohades de León hizo que las victorias cayeran del lado castellano de forma temporal, Zamora y Salamanca sucumbieron bajo el pendón de Castilla. Aun así la guerra fratricida continuaba y los almohades al sur sacaban provecho sobre el flanco sur de Toledo y la Trasierra.



Fue ese verano, tras seis meses de combates sin cuartel entre asedios y huidas ante enemigos de mayor número, cuando Don Tello supo al fin lo que era vivir con un corazón muerto bajo el dolorido costillar, lo que significada sentir el vacio de transitar alma y cuerpo en el abismo de la frustración. Fue Doña Leonor la que supo ver la salida a la angustiada situación de su reino y con su visión de futuro, su capacidad de convencimiento y sobre todo superando el dolor que causaba en ella aquél paso, convenció a Don Alfonso de tal decisión que no solo hirió a Padre y Madre, sino a que destruyó las ilusiones, los sueños y devolvió a Don Tello a los fatídicos días de julio de 1195.


Abatimiento, derrota y soledad, sentimientos que sólo eran mitigados por el empuje de Don Diego en sus cabalgas y la compañía de su espada, que se mantenía fiel a su vida como ya lo fue a la de su padre Don Guzmán. La noticia la tuvo en Burgos de manos de su amada hermana Berengaria, pues fue ella a la que pudo ver en vez de a Doña Berenguela.

- ¡Hermana! ¿Qué sucede? Nadie me da razón de la reina y su hija. Don Diego me ha enviado con dos mensajes para el Rey y me dice su alférez que han partido a Palencia.
- Tello, mi buen Tello. Hay nuevas en el reino que acaban de darse todavía en forma de secreto. Yo las sé por nuestra madre que las ha compartido entre todas las hermanas bajo secreto de confesión. Sé que esto que voy a cometer en breves momentos es pecado grave, de mortal destino es revelar tal secreto, pero he de decírtelo pues tu corazón y vida se que van en ello.
- ¡Dejaros de rodeos, hermana! ¡hablad ya, no sé si podré aguantar más la espera!

Berengaria le miró con ternura y amor, con el dolor por saber que ella iba a ser la mano que clavara puñal en su corazón noble y leal. Mientras las lágrimas pugnaban por vencer la fuerza de Berengaria por contenerlas, esta habló
- Tello, tu sabes lo que estáis sufriendo frente a tanto enemigo que nos quiere hacer desparecer de este mundo. Tarde o temprano caerá Toledo y, a pesar de Aragón, Navarra y León continúan minando la fuerza de nuestro reino. Nuestros padres, sus majestades Don Alfonso y Doña Leonor, han tomado una decisión, dura para ellos, dura para todos y sé que será dura para ti. Han acordado casar a su hija Berenguela con Don Alfonso IX, Rey de León. La supervivencia de Castilla como reino depende del tiempo que se gane en recuperar la fuerza y para ello hay que tener a León como aliado. Tello, hermano has de comprender que…
- ¡Comprender, qué! ¡Que contra quien hemos dejado nuestros brazos, derramado nuestra sangre, contra quien se ha aliado la muerte y el infiel, va a ser a quien nuestro rey entregue a la flor de Castilla! No me pidas que comprenda semejante herejía contra la nobleza y la hidalguía.
- Pero Tello, comprende que Castilla esta delante de hombres y reyes, esta por delante de nuestros sentimientos. ¡Tello, vuelve!

Tello apartó la mano cálida y frágil de su hermana. Con una mirada como despedida, mirada de rabia y orgullo deshilachado por la incomprensión de la política del hombre abandonó el monasterio. A lomos de su caballo, sin piedad sobre él, hizo las doce leguas que separaban Burgos de Palencia. Debía ver a Berenguela antes de que el telón tocase a su fin para siempre.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiado difícil para comprenderlo... no hay excusas.

MATISEL dijo...

Hola Blas, paso a saludarte y te leo mas tarde con la atención que merecen tus relatos (el tiempo me come últimamente).

Besos

JoseVi dijo...

haces que me traslade completamente al siglo XII. Te dire que este mes de noviembre no ire a esgrima, quiero prepararme los fines de semana el cinturon rojo de karate XD. Tal vez hasta diciembre o incluso enero de esgrima nada XD.

Pido perdon hace tiempo que no me paso por tu blog.

Esta mañana paseaba con mi perra por el barranco cercano a mi chalet donde pasa un riachuelo por la lluvia del los ultimos meses. Comprendo que no soy de esta epoca :)Debi vivir bien en el siglo XVII o en el XII.

Un fuerte abrazo sigue con tus relatos :)

Armida Leticia dijo...

En este blog, tú lo sabes porque ya te lo he dejado por escrito, es en el que realmente disfruto y aprecio la lengua que hablamos, el castellano brilla en este espacio.

Saludos desde México.