…Berenguela, turbada por la presencia tan cercana de Tello, miró a su madre como una hija sólo sabe hacer en los momentos donde no queda nada más que la verdad.
- Madre, dejadme unos momentos con él, nada habéis de temer, mas necesito hablarle por última vez.
El gesto severo de Doña Leonor se tornó más liviano sin cejar en su gravedad.
- Así sea por última vez, como bien decís Berenguela. Despídete de Don Tello. Vos, Don Tello, no he de deciros que esta será la última vez que entabléis conversación con mi hija y futura reina de León, salvo que esta se dirija a vos como tal. No disponéis de mucho tiempo. Id al interior de la Iglesia, mientras os esperaré en el carruaje. ¡Soldados, que nadie entre en la iglesia hasta que doña Berenguela haya abandonado esta!
- Gracias, madre.
- Gracias, madre.
Con rapidez y en silencio entraron en la pequeña iglesia de San Lázaro. Los soldados cerraron las puertas con un sonoro y seco golpe, dando paso al silencio propio de aquél lugar de recogimiento y oración.
- Tello, en esta ciudad casaron Don Rodrigo y Doña Jimena hace ya más de cien años. Ellos ya no son de este mundo pero su amor sigue en el aire que aquí se respira.
- Berenguela…
- No, Tello. Escúchame, sólo quiero que sepas que es ése amor el que ha perdurado hasta nuestros sentidos, pues ellos ya son tierra y polvo como dice la Biblia. Mi corazón eso será a partir de ahora, tierra y polvo, pues aunque nunca soñé con desposarme contigo, tampoco deseaba hacerlo con otro hombre. Cuando la boda sea ya un hecho mi corazón habrá muerto en vida y dos cosas quedarán presentes que mi existencia así justifiquen. El triunfo de Castilla frente a sus enemigos y saber de ti allá donde tu corazón esté, saber de ti como feliz hombre y mejor caballero. Sera nuestro Señor en la otra vida el que nos vuelva a dar la oportunidad perdida en este lugar de sacrificio y superación.
- Berenguela, os amo. Así será, pues así está escrito. Habéis leído mis pensamientos y nada me queda por decir. Tan solo enseñaros el medallón que vos me disteis durante la vela de mis armas de caballero. La leo cuando os añoro, “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad”, solo pido que me enseñe que de cumplir me encargaré yo. Dejadme repetiros mi señora que os amo, nunca olvidéis tal cosa.
- Berenguela…
- No, Tello. Escúchame, sólo quiero que sepas que es ése amor el que ha perdurado hasta nuestros sentidos, pues ellos ya son tierra y polvo como dice la Biblia. Mi corazón eso será a partir de ahora, tierra y polvo, pues aunque nunca soñé con desposarme contigo, tampoco deseaba hacerlo con otro hombre. Cuando la boda sea ya un hecho mi corazón habrá muerto en vida y dos cosas quedarán presentes que mi existencia así justifiquen. El triunfo de Castilla frente a sus enemigos y saber de ti allá donde tu corazón esté, saber de ti como feliz hombre y mejor caballero. Sera nuestro Señor en la otra vida el que nos vuelva a dar la oportunidad perdida en este lugar de sacrificio y superación.
- Berenguela, os amo. Así será, pues así está escrito. Habéis leído mis pensamientos y nada me queda por decir. Tan solo enseñaros el medallón que vos me disteis durante la vela de mis armas de caballero. La leo cuando os añoro, “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad”, solo pido que me enseñe que de cumplir me encargaré yo. Dejadme repetiros mi señora que os amo, nunca olvidéis tal cosa.
Berenguela acarició su rostro, rudo y agreste por las últimas jornadas en las que sólo hubo tiempo de cabalgar por alcanzar un sueño perdido; mientras, con la otra mano cogió el medallón besándolo sin quitar su mirada de él.
- Adiós, Tello, adiós. Nos veremos de nuevo, pero seremos ya extraños hasta el fin. Nunca os olvidaré.
Lentamente abandonó la pequeña iglesia. Con unos suaves golpes de aldaba, prestos los soldados abrieron las puertas que dieron paso a la inmensa luz de aquel sol castellano. No dio tiempo para recuperar la visión en los ojos de Tello por tal deslumbramiento, cuando ya se podía escuchar los relinchos de los caballos tirando del carruaje real.
Solo ya, encaminó sin aparente decisión sus pasos hacia su caballo al que, como único compañero en esos momentos, llevo con él en dirección al castillo donde había dejado a Don Alfonso con su particular partida de ajedrez político. Se preguntaba por los sueños, si habría logrado el sueño perseguido o lo habría perdido. Realmente él la amaba igual que antes, ella le correspondía, ¿era eso el objeto del amor verdadero? Sabía que no; el fin de un amor comenzaba al tenerla en sus brazos, al acariciar su piel con la libertad del amante sobre su amada, el percibir sus sentidos desbocados entremezclados de ceguera momentánea por la lujuria provocada en el fragor de la pasión; no había llegado ese momento y diáfana era la perspectiva que nunca llegaría. También en eso Tello había dado un paso importante, aunque esta vez con dolor por no ser él quien desposara con Berenguela.
Pocas horas después, con un suave trota, Barmante y Tello partieron en silencio hacia el sur. Don Diego esperaba noticias y órdenes que cumplir; la vida continuaba y él no era quién a detener su imparable trajín entre almas, soles, lunas, vidas y muertes. Dos días le llevó alcanzar Plasencia. Las noticias se festejaron por todos, Tello con esfuerzo y algo de tiempo logró interiorizar sus anhelos rotos, involucrándose con los demás en las celebraciones. La paz estaba ya cerca, la paz entre la Hispania cristiana, pero no con la Hispania musulmana.
A pesar de todo, la guerra menguó en su virulencia, los musulmanes sabedores de que no serían sus incursiones tan sencillas pasaron a una actitud más conservadora. Llegó el otoño, las negociaciones de la boda de estado estaba casi en su culmen para ser celebrada. El califa Abu Yusuf , como si de un regalo de Dios se tratase, ofreció tregua a Don Alfonso.
La curia castellana se encontraba en Toledo en aquel mes de Noviembre preparando la boda que habría de celebrarse en Valladolid. Abu Yusuf esperaba contestación a su propuesta, no podría imaginar Don Alfonso tal situación un año antes. Había que actuar con celeridad y presteza. Tello, Don Diego, Los Aza, Don Manrique y Don Álvaro González de Lara, Don Rodrigo Girón todos los hombres de confianza estaban allí, junto a ellos los escribanos, el mayordomo real y su alférez.
- Mis fieles vasallos, este es el momento que no imaginábamos, pero que la divina providencia aquí nos ha puesto para sacar provecho. Hemos de celebrar el desposorio antes de que nos alcance el sagrado tiempo de adviento, pues en ese tiempo están prohibidas las velaciones. Cualquier retraso o contratiempo en tal unión podría ser aprovechado por los enemigos de Castilla. Pero antes de la unión hemos de cerrar la tregua con el Miramamolín. Don Manrique, decís vos que están los embajadores del califa en Talavera, ¿es así?
- Así es, majestad. Antes de partid hasta Toledo me dieron las condiciones de las treguas que aquí os entrego.
- Dádmelas entonces y vos, Don Diego y vuestro hermano Don Álvaro, acompañadme para comprobar las exigencias de tales infieles.
- Así es, majestad. Antes de partid hasta Toledo me dieron las condiciones de las treguas que aquí os entrego.
- Dádmelas entonces y vos, Don Diego y vuestro hermano Don Álvaro, acompañadme para comprobar las exigencias de tales infieles.
Se retiraron a estudiar tales propuestas mientras los demás quedamos allí a la espera de sus conclusiones. Varias horas más tarde el cónclave real había terminado. El rey nos habló.
- Después de leer sus exigencias está claro que desean la paz tanto como nos. Están sus campos, hombres y ciudades, agotados como los nuestros. Exigen la no agresión durante cinco años en ambos sentidos, ni por nuestras fuerzas, ni a través de reinos terceros por alianza nuestra, el mantenimiento de las actuales fronteras sin hombre armado a menos de diez leguas de tal linde por el norte o el sur. Además habremos de entregar una serie de caballeros como rehenes al igual que ellos en garantía del cumplimiento de esta tregua. Sus vidas dependerán de la palabra de cada parte.
¡Esa era mi vida! Huir de aquella tortura que significase saber de Berenguela casada, de verla desposada frente a un rey que sólo nos trajo dolor y pérdidas. Quién sabe, después de todo quizá encontrase entre los reinos infieles a Don Pedro, el de los Castro. Sin pensar lo que decía, lo dije
- ¡Majestad, yo soy uno de esos caballeros!
Un silencio como grito de piedra inundó la estancia, todos me miraban, Don Diego furioso me miraba, Don Alfonso sorprendido continuó…
Fin de la primera Parte.
Valladolid, a 25 de Marzo del año del Señor de 1587
2 comentarios:
Vaya, qué triste esta historia de amor...
Sigue escribiendo con esa imaginación tan productiva.
Besos
Y seguro que la segunda parte en esta ocasión será también estupenda.
Se me acumula el trabajo, voy a leer esa fórmula que sigue.
Besos.
Publicar un comentario