lunes, 17 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (18)


2ª Parte

Abril de 1199, Marrakech en primavera era una verdadera lujuria de colores, de olores y vida. Tello, junto a varios hombres que como él eran cristianos en tierra musulmana, paseaba cerca de los magníficos jardines que llamaban de Agdal. Andaba algo rezagado y pensativo de sus dos compañeros en tierra Extraña, Juan de Haza y Conrado Méndez, que habían sido enviados un año antes desde la Sevilla almohade; estaban ocurriendo cosas importantes en esos momentos en la capital del inmenso imperio Almohade y se mantenían juntos el mayor tiempo posible.

El resto de los hombres fueron mantenidos allí en los vergeles que rodeaban al palacio de Al Buhayra como cárcel de oro, jalonado de sables de acero afilado que no dudaría en cercenar sus vidas ante una ruptura de tregua desde la Castilla de Don Alfonso.

Habían pasado ya casi veinte meses de aquel momento en que el impulso de Don Tello lo trajo hasta Sevilla primero y Marrakech meses más tarde. Pudo así desconocer los momentos de la boda de Berenguela en primera mano aquel mes de Noviembre de 1197 en Valladolid. Tan sólo tuvo palabras y abrazos para su hermana Berengaria y su Madre Doña Sancha en Burgos, quizá nunca viera a ambas, no sabía lo que había allí donde se había postulado él mismo voluntario. Si atendía a las voces del pueblo, el mismo infierno entre salvajes encontraría a su próximo devenir en tierra extraña, si escuchaba la voz de su dolido tutor, Don Diego, entre la crueldad y el refinamiento extremo será los virajes posibles los que le llevaría la estancia en tan lejanas tierras. Estancia incógnita en el tiempo y sentida en parte en el alma de Tello como una nueva aventura que poner enfrente de su vida.

Así, antes de entrar la natividad por las puertas de Castilla, ya entraban los diez caballeros elegidos por el Muladar hacia el sur mientras otros diez iguales lo hacían desde el Muladar hacía el norte. Sevilla los recibía al cruzar el puente que unía esta con Triana. La sorpresa en los ojos de Tello no terminaba de culminar, las ciudades atravesadas hasta aquel momento eran un bullir de mercancías, de tierras cultivadas de forma extensa y con sabiduría; la Buhayra fue el postre a tal cabalgada desde la recia y austera Castilla. Abu Yusuf ibnYakub al-Mumin los recibió como verdaderos embajadores llegados de lejanas tierras; aquella imagen copada de una inmensa luz salpicada por las sombras de naranjos, cipreses, palmeras, limoneros entre el sonido envolvente de un continuo brotar de agua desde innumerables fuentes lo embargó hasta llegar a sentir dudas de las razones por las la guerra imperaba en aquella tierra que pisaba.
Bajo palabra de caballero disfrutaron de libertad suficiente para conocer aquella ciudad en incesante crecimiento, en aquellos momentos pudo disfrutar de la vista de las torres defensivas del Oro y La Plata, del gigantesco minarete construido para conmemorar la derrota de Alarcos, de los palacios y de las calles siempre angostas por el inmenso tráfico de personas. Pasó el año y a la vista de los problemas que amenazaban a su inmenso imperio por el sur el califa decidió cruzar el estrecho para tomar medidas ante tales situaciones. Entre sus decisiones estuvo la de llevar a tres de los diez rehenes; para ello les concedió el derecho de que fueran ellos mismos los que decidiesen quién de los diez acompañasen a su comitiva imperial.
Tello, esta vez mas por sus ansias de aventura y conocimiento de su fascinante enemigo se presentó como tal, los otros dos fueron elegidos por sorteo eliminatorio. Aquella actitud de Tello no fue del todo comprendida por sus compañeros, aunque agradecieron el gesto.
Ciento veinte leguas que los llevaron a través de ciudades como Rabat, sintiendo los roces de abruptos desiertos y las refrescantes caricias bajo la sombra de oasis como vergeles de verdaderos paraísos en la tierra. Casi un mes fue el tiempo que duró semejante viaje por tierras desconocidas que curtieron el alma y la piel de nuestro caballero, ya con la mente en otras cábalas que apuntaban el sentido de su vivir. Sólo un medallón continuaba pegado a su pecho como parte de él, como anaquel donde mantener la jarra del vino de sus orígenes. Marrakech abría sus puertas a la comitiva imperial aquel abril del año del señor de 1198.


Tras atravesar la muralla que podría llegar a las dos leguas en su perímetro, fue de impacto verdadero encontrarse cabalgando sobre un pavimentado suelo, poder sentir el fluir del agua dominada y conducida entre labrados canales que rodeaban aquél minarete tan parecidos al que había dejado en sevilla un mes antes. Mas tarde, después de dejar la enorme mezquita, continuaron su caminar a través de un enorme zoco salpicado de aguadores y sus voces desmedidas, niños que ofrecían todos los servicios del mundo conocido, encantadores de serpientes, echadores de la buenaventura, una locura vital que con un año entre tal cultura aún se hacía extraño para aquellas almas cristianas tan acostumbradas al duro y, a veces, aislado carácter de la fría meseta castellana.

El trato fue al menos de la misma categoría que el recibido desde los inicios de su dorado cautiverio. Tello, en sus ansias por saber y descubrir nacidas en aquel gustoso cautiverio se interesó por los enormes conocimientos de ciencias que allí se concentraban; la biblioteca anexa al palacio le permitió abrir sus ojos y su mirada mas allá de los campanarios y las espadas. El califa, ágil como su difunto padre en conocer el alma de los hombres, durante aquella larga cabalgada captó la verdadera valía de Tello y para él lo quiso atraer. Por eso no tuvo inconveniente en presentar a su maestro científico y rey en aquella biblioteca llamado Ahmad Tabriz. Mientras, Juan de Haza y Conrado Méndez sólo dedicaban los minutos en pensar la forma de regresar a la península, Tello se zambullía entre mundos nuevos y sin fin…



4 comentarios:

Alicia Abatilli dijo...

Al diferencia del protagonista de tu relato, muchas veces encontré mi sociego en tierra cercana, para nada extraña, en tu blog.
Gracias por este verdadero encuentro
Alicia

JoseVi dijo...

Impresionante, siempre me dejas sin palabras XD.

En algunas cosas me identifico con Tello, creo que en el admirar la cultura de otros paises sin abandanar el deber de luchar por lo tuyo.

Me ha encantado, de verdad. Lastima que no tengo tanto tiempo para leerte, me pierdo capitulos XD.

Un fuerte abrazo y gracias por tu comentario en mi blog. Si soy caballero del siglo XXI

Armida Leticia dijo...

¡Esos nombres árabes, suenan lindo, nuestro idioma conserva palabras derivadas de esa bella lengua. Tus descripciones son ¨gozables", se disfrutan.

Saludos.

Anónimo dijo...

No sé cuál es la palabra, yo creo que ha sido orgullo, al imaginar a Don Tello caminando por mi ciudad.