lunes, 15 de junio de 2009

No habrá montaña mas alta (11)

…Sevilla los recibió con los rigores atenuados propios de un otoño a la orilla del Guadalquivir; una sensación que permite imaginar a cualquier mente y cuerpo andante entre sus calles, callejones, muros y muelles algo desahogada y sin los sudores casi como `primer humor de la mañana. Fue al llegar cuando una negra nueva les confirmo la pérdida del embarque en la flota de aquél año con la consiguiente pérdida en caudales y futuros proyectos, que si no frustrados, si al menos cuasi olvidados entre la vorágine por tomar la última una decisión por parte de aquella caravana de textiles que había de enfilarlos en rumbo con alguna seguridad.



A María aquél contratiempo le supuso aire en su estrechura imaginaria formada entre los sentimientos de deuda hacia Juan Delgado y las ansias por embarcar hacia destinos donde la incógnita era razón suficiente para superar la esencia impuesta por la realidad. Un hecho fue la de la pérdida de la flota debida en parte por el retraso en arribar a Sevilla y sobre todo por desconocer que hacía ya casi cinco años que las flotas y la Casa de Contratación se habían desplazado a la vecina y sin embargo rival Cádiz. María sólo esperaba que Pedro León y sus intenciones permanecieran firmes entre Sevilla y Cádiz hasta la nueva partida que no llevaría menos de un año. En ese tiempo tenía que encontrar y cumplir los deseos de Juan Delgado como se había prometido a si misma.



Quien pudo y como pudo se buscó un lugar donde proteger sus mercaderías, carros y bestias y de forma temporal encontró alojamiento en los hospedajes, pensiones y hasta burdeles algo esponjados que tras la marcha de las flotas habían dejado a Sevilla algo decaída en comparación a la febril actividad de antes de la maldita guerra de Sucesión. Pedro estaba preocupado y sus hermanas aún mas porque lo conocían, sabían de su escasa flexibilidad ante los planes rotos de forma inesperada y temían el tornaviaje a su villa conquense, donde nada les esperaba más que lo vivido y prometido olvidar. Dos semanas después de arribar a Sevilla Pedro, junto con varios mercaderes encaminaron sus pasos a Cádiz para recabar expectativas e información sobre la partida de la flota siguiente. Minetras tanto María y sus hermanas quedaron en la ciudad.



Hacía dos días que habían partido y debían de estar a punto de llegar con las nuevas que darían razón a sus temores mas escondidos frente a las esperanzas que no cejaban de brotar en forma de cantarinas plegarias ante cualquier santo, virgen o convento que muchos eran con los que se topaban en los paseos de las tres mujeres junto a Daniel y Miguel por la ciudad.


- María, no aflijas el ánimo que la Virgen está con nosotros, ella nos llevará de alguna forma a La Habana o donde sea su deseo más allá del océano. Mi hermano no permitirá que su orgullo se postre ante la vileza del dinero.
- Querida Francisca, por algo como eso tuve que salir de noche y sin despedirme de la villa donde nacieron mis hijos. El imperio de la realidad no se apiada de un deseo o una ilusión si sus caminos no bailan parejos.
- Pero no vinimos aquí para enriquecernos sino para alcanzar el sueño del nuevo mundo. Que lo alcancemos con más o menos caudal no será nada más que un mísero, minúsculo detalle que nuestro ánimo, nuestros brazos y la fuerza propia de la fe en lo que creemos compense.
- Nuestro Señor te oiga y nos de valor…

En aquella controversia estaban cuando Inés las interrumpió. Había cruzado la iglesia de San Pedro y el convento de Santa Inés se plantaba frente a sus ojos. María, acompañada por sus casi hermanas en aquella situación habían recorrido la vida religiosa sevillana buscando razón y fe de Isabel de Mallaina y Trujillo siempre con escaso éxito. En verdad cincuenta años después de todo lo sucedido, posiblemente aquella mujer habría muerto y su nombre seguramente fuera otro.



- ¡Dejad vuestras penas hasta que llegue nuestro hermano! ¡Aquí tenemos un monasterio o convento, que ya estoy algo perdida entre tanto monumento a Dios! ¡buen nombre lleva que no es otro que el de Santa Inés! ¡Vamos, preguntemos, quizá sea una señal que abra otras y nos lleven hasta donde nuestra imaginación sueña!

Las esperaba entreabierta la enorme puerta de doble hoja claveteada por semejantes clavos mas propios de romana crucifixión donde un fresco olor a madera sufriendo el trabajo sobre ella las inundó de un frescor que se mezclaba entre el propio de los cirios candentes. Respetuosamente, con el silencio impregnado sobre sus pieles solo interrumpido por los cadenciosos golpes del buril sobre un enorme retablo prometiendo majestuosidad futura detrás del altar, se postraron ante el Áltisimo. Mientras la extraña comitiva de mujeres y niños quedaba sentada orando o simplemente en silencio observando los trabajos que los hermanos Medilla seguían frente a ellos, Inés, decidida como siempre, casi arrastró a María hasta la sacristía de la capilla donde esperaba encontrar al capellán, o al sacristán o alguien al que poder indagar sobre Isabel.


Quizá la Virgen del Rosario o el mismo San Blas mudos observadores desde sus retinas inertes decidieron que había que desenmadejar semejante conjunto de hilos sin prevista solución y con sus poderes o sin ellos un anciano sacristán se presentó dormitando entre la penumbra de la sacristía. Apoyada su cabeza sobre un simple tapiz algo basto que hacía de paramento sobre la mesa de nogal hacíendo esta las veces de duro camastro. Mudas lo observaban como a un niño bajo las inmensas arrugas que terminaban en el vergel de blancos cabellos que acababan ellos entre rizos pequeños. Respiraba suavemente, de forma tan calma como el semblante que asi mismo paz parecía irradiar, María percibió una cierta similitud con Juan pero no le dió tiempo a mas pues Inés, con suavidad aunque decidida sacó al anciano de los sueños quizá aun rebeldes a su vida real.


- Disculpen, señoras. ¿En qué les puedo ayudar? La hora de confesión es por la mañana…
- No venimos a confesar que ya cumplimos el sacramento de buena mañana. Venimos por un asunto personal que desearíamos saber si vuestra persona nos sacaría de las tinieblas sobre las que nos encontramos.
- Pues vuestras mercedes dirán.
- Por lo que vemos es usted ya persona de larga vida consagrada al Señor y que así se la conserve aún muchos años más. Nosotras veníamos buscando a una mujer que hace unos cincuenta años entró a profesar los votos de la religión. Tenemos un encargo de alguien que hace los mismos años debió dejar Sevilla. La caridad que nuestro Señor nos mostró cual teologal virtud nos obliga a cumplir con el último deseo de este señor, hombre bueno y que por desgracia ya no está entre nosotros. De nombre Juan Delgado, con ya más de los 70 años vividos nos pidió desde las lejanas tierras de Asturias que entregásemos unos objetos de incalculable valor humano a una mujer de nombre Isabel de Mallaina y Trujillo…
El semblante del sacristán palideció sin mostrar sorpresa ni tampoco indiferencia

- ¡Isabel… perdón, la madre Piedad!

Inés y María se miraron con la dicha desbordando sus ojos mientras aquél sacristán había desconectado de forma inconsciente y miraba hacía la pared entretejida por los hilos que pintaban las fisuras sobre la cal que humildemente vestía la sacristía como perdido entre medio siglo vuelto a encontrar…






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre me quedo con una sensación agridulce. Dulce por lo precioso de tu escrito y agria por las ganas de leer hasta el final.....

Lúcida dijo...

Ha valido la pena esperar.