…Daniel, acurrucado entre dos cureñas trataba de dormir en esa situación tan habitual de duermevela constante al que sin darse cuenta ya había acostumbrado su mente y subconsciente, despertó de ese falso letargo como de la misma pesadilla que a un infante lo haría gritar por su padre en cualquier oscura noche. El cañonazo fue a casi milla y media de su posición, pero era tan clara su humana procedencia que fue capaz de activar su consciencia sin gritos, ni golpes como a cada guardia su cabo había de esforzar en hacer. Una ligera llovizna le permitió solamente distinguir a su fragata de proa pues tras la orden del comandante iban ambas “de vuelta encontrada” como quien diría si fuera la situación normal. Su inconsciente al instante lo hizo situarse y presentir que algo peligroso podría acecharlos; de un salto y sin encomendar su alma a nadie se abalanzó sobre los servidores de la banda de babor hasta lograr hacerse sitio sobre una de las portas que permitía observar a la flota y su situación. Uno, dos, tres, cuatro… fue contando cada navío. Estaban todos, pero el “Virgen de Valbanera” iba algo barloventeado con algunos cables más al norte que los demás, esto le llevó a razonar que si algún peligro hubiera sobre ese cuadrantal era la nave de su familia la más expuesta a ello. No pudo reflexionar mas pues de unos recios empellones lo sacaron de la porta sus servidores y casi dueños lanzándolo sin miramientos a su banda opuesta, donde lo recogió con dificultad su compañero Pulga.
- ¿A dónde te crees que ibas? Aquí cada parcela es de un rey y no se debe entrar en el reino a donde a uno no se le ha invitado.
- Ya lo sé, pero tengo que saber de mi familia que justo va en la Urca que barloventea demasiado. ¿Qué pasa? ¿Por qué hemos virado hacia el norte?
- Parece que tenemos visita. No se distingue nada pero como siempre cuando se sale de nuestras aguas asoman los buitres que quieren parte del botín y da por sentado habrá que defenderlo.
- ¡¿Piratas?!
- Bueno, piratas, corsarios, britanos, ladrones, lo mismo da, el caso es que hemos de poner a punto nuestros cañones. ¡Escucha! ¡Están tocando a zafarrancho y prevención para el combate! ¡A nuestros puestos antes de que nos llamen! ¡Criado! ¡o mejor, Daniel, suerte en tu bautismo de fuego!
Se despidieron cada uno a su grupo de artilleros al que servir pólvora y balerío desde la santabárbara. Los artilleros comenzaron a cargar los cañones, eran estos de la cubierta inferior los de mayor envergadura, sus 24 libras de bala los hacían pesados y difíciles de manejar con lo que entre casi diez hombres por cañón fueron retrasando este para meter el cartucho que ya portaba en sus manos Daniel al que temblaban las manos por semejante golpe de acción inesperada. Era la primera carga, la mejor pues no había que limpiar el ánima ni enfriar el cañón que exige tras andanada de rigor.
- ¡Atento, paje! ¡prepara agua y chorrea de arena la cubierta que no sabemos de quien será la sangre que corra, pero seguro que correrá!
Daniel se hizo con vario sacos de arena que fue esparciendo por el suelo para algo que nunca había visto ni olido, que era la sangre mezclada de arena formando una espesa masa por la que poder caminar sin caer y descoyuntar el cuerpo en medio del combate. Mientras prendían las mechas en los bastones a la manera de hisopos, ajustaban trincas en las cureñas y se jugaban el poco caudal que pensaban ganar en mil apuestas sobre el número de naves, si entrarían a desarbolar, a lumbre de agua o a romper, qué boca acertaría en primer lugar y otras tantas justas con las que dar vida a la tensión que parecía incontenible entre sus costillares. Sobre cubierta y tras la información confirmada desde la fragata Don Carlos tomó la decisión de acometer el combate con su propio navío y la fragata mientras envió las señales pertinentes al “Catalán” para que protegiera a la flota en su marcha ahora sur suroeste con los navíos sin armamento en el centro de la formación.
Tras la reunión, de corta duración pero con la claridad propia y necesaria para un momento de tal magnitud y peligro todos se incorporaron a sus posiciones. Don Francisco, el segundo acudió al alcázar de proa desde donde mantener la caza y dar las indicaciones a tiempo real a los hombres que allí tenían su misión, amén de mantener separadas las dos máximas cabezas de la escuadra para el caso de la muerte de uno de los dos. Portas arriba, mechas dispuestas y presta la pólvora para arrasar a quién se presentara ante sus costados. Repartidos chuzos de abordaje, mosquetes, gubias, dagas y sables cortos para tales combates, recogidas las frascas incendiarias entre los hombres que junto al mosquete prestos también se mantendrían sobre las cofas listos para barrer hombres y velamen del enemigo.
- ¡Dos navíos por la aleta de estribor! ¡tres, capitán, dos corbetas y quizá una fragata pequeña! Rumbo sur virando hacia nosotros.
- ¡Mantenemos rumbo! Demos a esos perros esperanzas mientras ganamos barlovento. ¡Teniente! ¡Situación de nuestra fragata!
- ¡Capitán! ¡En la otra banda de los piratas ganando cables sobre sus cuadernas!
- ¡Mantenemos rumbo! Demos a esos perros esperanzas mientras ganamos barlovento. ¡Teniente! ¡Situación de nuestra fragata!
- ¡Capitán! ¡En la otra banda de los piratas ganando cables sobre sus cuadernas!
Mientras el “Estrella del Mar” avanzaba de forma lenta hacía ellos en una maniobra en apariencia suicida ante aquellas tres naves que como hienas parecían sonreír desde sus proas ocultas tras la enorme espuma que generaban en su andar hacia el navío ciegas por arrasarlo entre las tres confiadas en su mayor movilidad, entretanto nuestra fragata se con el trapo desplegado al extremo continuaba acercándose a estas por su aleta de estribor.
En las baterías los hombres listos, tensos los ojos fijos su miradas a través de cada porta observando la maniobra en un silencio que permitía escuchar las órdenes de cubierta entre los golpes de mar, alguno de los cuales lograban empapar a los servidores de la cubierta más baja donde Daniel se mantenía expectante con una mezcla de verdadera emoción, miedo y sobre todo deseo de sentir en su piel el bautizo de su primer combate. Casi dos horas después la situación era casi la misma, pero la distancia no superaba ya la milla y media entre unos y otros. Mientras, la fragata estaba ya a punto de dar caza a la corbeta más alejada del navío.
Entre Don Carlos Grillo y Don Pedro Moyano, capitán de la Fragata “Pingüe Volante” la compenetración era la de padre e hijo, pues tenían clara la maniobra desde que cambiaron información y órdenes desde los alcázares de cada uno de ellos casi dos horas antes. Con menos de una milla ya entre el “Estrella de mar”, Don Francisco a proa mando hacer fuego con los dos cañones de caza con la intención de valorar alcance y precisión. Con la segunda andanada desde estas dos bocas la situación se plantó clara y antes de sentir el aliento de las dos corbetas a cada banda la maniobra se aclaró.
- ¡Dos cuartas a babor! ¡Banda de estribor, preparados para hacer fuego a mi orden!
Antes de que las corbetas llegaran a rodear la nave se vieron ambas sobre un flanco rompiendo en parte su plan tan burdamente establecido, que la superioridad mal concebida provoca mortales equivocaciones
- ¡Mira chaval! Ahí los tienes a esos hijos de perra! ¡Démosles a probar la pólvora del rey!
Mientras la fragata tras aquella dura maniobra en círculo desde que se separó del “Estrella del Mar” propia de correo o navío de aviso, alcanzó a la tercera en cuestión que en su soberbia por saberse con la pieza mayor ganada no hizo caso a nuestra fragata; esta, de enfilada desde su estribor hacia su babor barrió la cubierta con sus cañones de 16 libras cargados de clavos, cadenas y todo tipo de metralla. Tras la detonación de los 15 cañones de aquella banda la mesana como árbol ante un leñador decidido comenzó a caer hacia proa llevándose por delante aparejo y jarcia donde tan solo hizo de remate sobre gran parte de la marinería degollada y masacrada por aquella andanada certera. Tras ello los cañones del alcázar de proa dieron con los garfios sobre su popa y el abordaje fue un hecho. Toda la mar océana sabe, desde flamenco a britano, pasando por francés ya fuera corsario, pirata o militar que nadie podría vencer ni contener el abordaje por parte los hombres de un navío del Rey.
- ¡Capitán! ¡La corbeta más retrasada es nuestra!
- ¡Bien! ¡Atención tripulación! ¡Artilleros, primera andanada a desarbolar!
Aún los piratas mantenían su convicción de terminar con el navío al que iban a encontrarse ambos enemigos en sus bandas de estribor. Mientras el pabellón corsario arriaba su orgullo frente a la fragata de don Pedro Moyano la hora de la verdad alcanzaba al Estrella del Mar...
Don Blas de Lezo cazando un navío Britano (Stanhope)
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