domingo, 29 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (38)


…La noche acudió cumplidora tal y como lo llevaba haciendo desde el principio de los tiempos sin que  hasta hoy ningún sol pudiera someterla mientras la flota largaba el trapo oportuno para no dejar atrás a la corbeta “Furiosa P”. Los vientos soplando a bocanadas, unas fuertes y otras suaves y silenciosas permitían en este último caso que alcanzaran las voces y los golpes de martillo a las naves próximas a la corbeta. Mientras, varios cables mas a popa, en la urca Fabián se recuperaba de forma lenta pero constante de su grave herida, quizá mas por su propia fortaleza que por los cuidados toscos aunque esforzados de quienes a su lado se encontraban. Esta razón, pudiera pensar quien esto lea, sea de injusta factura y le doy la razón en su mayor parte, pues nos es más cierto que si salváramos la propia dolencia física de Fabián en la que la divina providencia tendría a bien terciar, es verdad como puño que el cálido abrazo, la compañía y vela del enfermo y el hacer para que tal penitente se sienta querido y arropado es quizá la parte que  así lleven a su todo las razones para que él mismo recoja fuerzas y moral suficiente para encarar la lucha que con mucha probabilidad acabará por vencer. Su esposa, Inés, Pedro León y el barbero Don Guzmán pegados a su vera mezclaban los rezos, las caricias y los paños tibios con los deseos de todos por su recuperación.




Cuatro jornadas eran las que disponía Miguel Grifol para lograr hacer de aquel puro deshecho una nave con aparejo suficiente para al menos dar la velocidad del navío mercante más lento de la flota y en ello estaba. Don Juan Artime eximido de sus labores en el mando directo de la nave azuzaba, instruía y daba golpes diestros sobre los elementos que consideraba que sus calafates y carpinteros no daban el justo remate en la reparación.


Mientras, a popa Miguel Grifol mas pausado en su ánimo por sentir la nave en rumbo y con las referencias del navío “Catalán” como hipotético faro sobre el que corregir posición y rumbo se dirigió a Daniel que en silencio se había mantenido todo el tiempo desde que embarcó apoyado sobre la endeble balaustrada   en pie de forma milagrosa a popa del conjunto que formaban como uno su Teniente y la rueda del timón.


- Daniel, acércate y coge la rueda mientras hablamos sobre los porqués de esta situación tanto mía como tuya.


- Mi teniente… perdón, Capitán. ¿Deseáis que coja el timón?


- Si, Daniel. Se de tu experiencia a bordo de faluchos de pesca en el golfo de Vizcaya y este barco no dista ahora en mucho a lo que tú has pilotado en peores mares. Se de esto y de tus conocimientos en la lectura y escritura además de la formación que tu madre se preocupó por darte en las reglas del cálculo, así que creo que en la situación en la que nos encontramos, con mi piloto Artime en labores puras de carpintero, nostromo, calafate y hasta de bombero serás un buen pilotín. Tu actitud para asumir el puesto de paje de pólvora en la primera batería sacrificando la mansa  y sumisa vida de criado, junto a  tu comportamiento en combate han sido en verdad razones que han certificado a todo lo dicho antes mi decisión para que hagas firme tus reales frente a la rueda del timón.


- Pero, si me permite capitán…


- Habla sin temor, Daniel.


- Quiero decir que agradezco la oportunidad que me brinda. Le prometo que no le fallaré, aunque ha de saber que desconozco en profundidad la navegación de altura pues mi experiencia se reduce a gobernar como vos decís faluchos con la costa a la vista. Necesitaré de vuestra ayuda para definir rumbos correctos y…


- No te preocupes que aprenderás el rudimento a mi lado y si tenemos suerte y Artime nos da trapo firme al que engolfar viento no será más complicado que marcar el rumbo de la capitana hasta arribar en puerto Cabello donde reparar con verdadera seguirada lo que de fortuna logremos.


Navegaban de forma suave con el arrullo de los alisios tan solo interrumpido por el golpeteo y las voces de los hombres en cubierta y los cambios de relevos de la marinería en la bomba de achique que mantenía la corbeta a flote, mientras los balazos poco a poco iban cerrándose a base de plomo y madera y con ello las vías de agua.  Miguel Grifol creía haber visto en la mirada de Daniel al acariciar la rueda la suya propia al escalar por la amura y plantar sus pies sobre la cubierta. Llevaba en la sangre la sal en proporción justa para entender lo que no tiene explicación y se decidió.


- Daniel, nos queda más de un mes de navegación para arribar a Tierra Firme si nuestro señor tiene a bien concedernos arribar y creo que deberías pensar esta propuesta que deseo hacerte y que por lo que percibo, tanto tu como el rey en su Real Armada os veréis beneficiados. Como ya he dicho antes, conoces la mar en sus múltiples caras, tus saberes de la letra escrita y los números en sus reglas básicas son correctos, eres hidalgo, que es cosa  necesaria para que la propuesta que te voy a hacer sea posible. Tan solo te haría falta hacer el tornaviaje a España como mandan las ordenanzas y con la ayuda de Don Agustín que allá en Jerez estoy seguro no te negará esto podrías…


- ¡Qué, mi Capitán!


- Formarte como Guardiamarina para llegar a mandar un navío del rey, bueno o lo que se tercie, que ya ves lo que me ha entrado en galones a este que tal cosa te propone.


Era de noche y las caras no eran sino siluetas levemente iluminadas por el farol que alumbraba la brújula junto al timón. Aún y sin aquella suave llama un brillo quizá mayor que el que horas antes exultaba el teniente arrojaban los ojos de Daniel.


- Gracias, Capitán. Nunca creí que este momento llegara a producirse. Siempre creí que si nos fueran las cosas bien a mi familia y a mí en Tierra Firme podría armar un buen pesquero como mi padre y continuar con lo que se dedicaba. Ahora comprendo a mi madre cuando habla tanto de los renglones torcidos del Señor.


- Bien, Daniel. Pero has de saber que si el Señor será quien escriba los renglones torcidos como bien dice tu madre has de saber que la tinta serái siempre tu quien la ponga. Has nombrado a quien has de pedir tal cosa si en verdad lo deseas y por ser imposible desembarcar de aquí hasta no arribar a Cartagena, habrás de escribirle una carta en la que le solicites el permiso para ello. Puerto Cabello será un buen lugar para que se lo haga llegar mientras nos reaprovisionamos. Mientras, y si la situación lo permite te instruiré yo mismo en los rudimentos de la navegación de altura. Ahora mantén la distancia al “Catalán” que marcan las órdenes y hazme llegar cualquier novedad. Voy a comprobar la situación del barco.


- ¡Si, capitán! ¡Manteniendo rumbo y posición!


Grifol bajó a la cubierta mientras sentía  su espalda iluminada por los ojos de Daniel que parecían querer estrecharle en un abrazo imaginario mientras pensaba en su padre y el orgullo que tendría que sentir en aquellos momentos allá donde estuviera…








viernes, 27 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (37)



…de forma lenta los navíos fueron agrupándose  próximos al núcleo del convoy de los mercantes  que se habían puesto al pairo con esa intención. A menos de media milla a barlovento de éstos, el “Estrella del Mar” así mismo se mantenía  observando cómo  la Urca retornaba escoltada  a cada banda por la fragata  y el navío "Catalán" mientras las dos corbetas apresadas  se mantenían  cercanas a la Almiranta. La más dañada,  que fue la del primer combate con la fragata “Pingüe Volante”, había recuperado el palo mayor  y lucía con un aparejo de fortuna que seguramente sería reforzado si la climatología y la mar tendida daban respiro en las siguientes horas. Su nombre cuando corsaria era el de “Rage” al que nuestro comandante la rebautizó con el nombre provisional de ”Furiosa P”  y a la última en ser apresada, además de la P que llevaría hasta ser valorada y admitida en la lista de buques de la Armada, le cambió su nombre de “Thunder” por el de  “Tenaz P”. Esta  era la que  se encontraba en mejor estado por lo que su  alistamiento  como escolta del convoy no tuvo más inconveniente que el reclutamiento de la tripulación de mar y guerra con que marinar la embarcación con seguridad y potencia militar de garantías ante alguna incursión.




Mientras se trasladaban y repartían a la chusma entre el “Catalán” y la almiranta,  Don Carlos Grillo en consejo de guerra con los comandantes y mandos del “Catalán” y la "Pingue Volante" tomó su decisión  tras el oportuno consenso, que nada es mas importante en una buena dirección que asumir el mando  con la claridad en las ideas, la seguridad en las decisiones y el acopio de voluntades compartiendo  responsabilidades entre quienes han de darlo todo por uno en los momentos  donde la verdad es la señora del presente y la acreedora  en el futuro.

-          Bien, caballeros. Debemos  trasladar  hombres a las corbetas apresadas sin dejar nuestros navíos sin brazos que  los manejen.  Vos,  Don Fernando Arrate, trasbordaréis del “Catalán” y asumiréis el mando de la de nombre “Tenaz” y os  mantendréis cercana a nuestro navío hasta que mediante señales  nos indiquéis vuestra total competencia para  proteger el convoy en que deberñeis ganar barlovento en el cuadrante mas a popa de nuestra fragata. Trasbordará con vos el teniente de fragata don Luis Barreñada con el que  se que   funcionaréis como  máquina bien engrasada.  A la corbeta más dañada que nombramos  “Furiosa” iréis vos, Don Miguel Grifol, como comandante  y con vos irá don Juan Artime que os será útil  en las labores de reparación durante la travesía. Se que os entrego el mando de algo que se parece a un  barco pero que   aún le queda mucho trabajo para  recuperar  tal categoría. Confío en vuestras dotes como mando y en  Don Juan Artime estoy seguro que encontraréis el perfecto segundo  conocedor de las labores que precisa su nave. Don Juan,  hijo y nieto de carpinteros de ribera, hidalgo por derecho real es al mismo tiempo  oficial y verdadero maestro constructor. Mantendrá su posición cercana a la capitana avante del convoy y le respetaremos su andar durante  las próximas cuatro singladuras, después de las cuales si no es capaz de ganar  velocidad le dejaremos a su suerte  esperándole en la ensenada de Puerto Cabello. Eso es todo ¿Algo que añadir, caballeros?

Tras esa última orden nada más  se produjo el saludo de rigor y la aceptación de las órdenes comenzando  las actividades de los trasbordos de marinería a las respectivas corbetas, mientras la chusma ya terminaba su “acomodación” en los pañoles mas profundos de los dos navíos. Era intención de Don Carlos dar cumplido gesto en razón y justicia  sobre los mandos de las corbetas corsarias a la llegada a Puerto Cabello y aún restaban  más de 2500 millas  hasta ese momento.

El teniente de fragata Don Miguel Grifol nunca la había visto más clara y brillante en toda la vida  transcurrida desde que despidió a sus padres  con la vista de olivos y  el olor de los restos de  pólvora quemada  entre borbones y austrias en su Cataluña natal. A sus 25  años iba a mandar una corbeta, aunque fuera un mando provisional seguía siendo su mando hasta arribar a Cartagena. Sería  en su corbeta donde  comenzar a sentirse ese dios menor  a quien todos observarán y de su actitud ante sus hombres y ante lo que a proa se presentase así sería parte de la respuesta dada por ese ser vivo con piel de madera  del que sentirse dueño, padre y  protector.  Con orgullo  encaminó sus pasos al pequeño camarote donde tenía sus cosas mientras se mordía su labio superior y una voz desde dentro le susurraba “avante sea lo que sea”. Una vez todo listo, que no era gran cosa lo que abultaba su petate, se acordó de Daniel que se mantenía  en la primera batería pues el zafarrancho  aun era vigente.
-          ¡Don Juan! ¿Ha determinado ya quienes  son los que trasbordan a la “Furiosa”?
-          Sí, mi teniente. Son varios artilleros de la segunda batería, cuatro infantes de marina con mosquetes y pertrechos propios de su oficio,  treinta marineros entre los que van carpinteros y los calafates del navío. Con dificultad, pero si logramos  afianzar el palo mayor y aparejar algún mástil  que admita de  mesana podremos  disponer de al menos una pequeña cangreja a popa. Me dice el segundo, Don Francisco, que de los que van a bordo de la fragata deben reembarcar la mayor parte de los artilleros a la fragata y sólo dejará a los  que sean de los oficios pertinentes para las reparaciones. Creo que lo lograremos… capitán.

Una sonrisa quiso aflorar del rostro del Teniente Grifol ante tal sonido, pero enseguida  el mismo sonido de la palabra lo mantuvo serio
-          Haga llamar al paje de pólvora Daniel Fueyo de la primera batería, lo quiero a bordo conmigo.
-          Si, Capitán.
Así fue como de una voz,  tras recibir la orden pertinente, el cabo de mar de su cañón  le ordenó subir a cubierta. Sorprendido, subió las dos cubiertas que lo separaban del combés donde la luz lo cegó por un momento, mientras una bocanada de aire puro y helado casi lo desmaya. Cuando Miguel Grifol lo vio no pudo reconocerlo. El pañuelo en la cabeza que algún día fuera rojo no se podía distinguir desde su negrura con la de la piel que supuraba un brillante sudor propio de minero  del color del metal de las balas de los cañones que horas antes había embocado en la boca del cañón al que servía.

-          ¡Paje de pólvora, Fueyo! ¡Embarcaréis en la corbeta “Furiosa” a mis órdenes como meritorio de pilotaje! ¡Ahora adecentad vuestra presencia antes de trasbordar a la “Furiosa”¡

Rápido como las balas de cañón cumplió su orden y  se presentó junto al resto de los hombres que serían trasbordados en los esquifes a la “Furiosa”. La mar estaba de buenas, así que era el momento de rematar todas aquellas operaciones antes de que su femenino ánimo, de inestable naturaleza y difícil previsión, estallase en  borrasca o duro temporal, haciendo que lo que pudiera ser   maniobra certera se convirtiese en  seguro desastre entre níveas crestas de agua y sal.

Los alisios continuaban su paciente  resoplar mientras cada  grupo de hombres hacía de su nuevo puesto su hogar y comenzaba a batallar por lograr  la meta encomendada por el Comandante.  Con esfuerzo la corbeta de Daniel  fue ganando la posición indicada por Don Carlos. Con  el aliento de la noche  sobre las nucas de cada  hombre los fanales  trajeron con su titilante luz la calma de la navegación en orden que dos días antes creían haber perdido para siempre. Daniel, al lado del teniente Grifol esperaba alguna razón de aquél cambio mientras  a pesar de la nocturna vela que  pocas opciones daba  a lo que no fuera la pura singladura, parecía en verdad el nombre de la corbeta de puro aciertop pues la  febril actividad casi  sin visión de tal estampa le daban.
 Mientras, el teniente sin  reflejar nada  brillaba de pura satisfacción  al mando de lo que debía de ser  una corbeta y a fe de su ánimo que lo lograría…


lunes, 23 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (36)

…Navegaba el “Estrella del Mar” con todo el trapo largado, prevenido para el combate inminente que aún no estaba claro en qué manera se iba a producir mientras la fragata ya había entablado combate con el bergantín corsario que pretendía así dar tiempo a su compañera huir con la presa. Aquél iba a ser el último error, pues a ambas les caería más tarde o más temprano la pólvora del Rey. Mientras esto sucedía, en la 1ª batería los servidores de cada cañón ya estaban prestos y listos para la siguiente andanada, mientras los carpinteros y la marinería que a ello había sido designada por el maestre carpintero y el nostromo se dedicaban a tapar los balazos y reparar lo que el fragor del combate había dañado.

- ¡Criado! ¡Mira por la porta, los piratas han cazado a un mercante de los nuestros!. Son ilusos si creen que tal y como les hemos dado hasta ahora van a lograr marcharse de rositas con semejante afrenta. No creo que nuestro comandante lo permita.
- Tal y como hemos combatido, estas en razón, Pulga. Pero no sé si les daremos alcance.
- Mientras lleve a su popa al mercante no podrá aumentar la velocidad y caerá. O lo suelta o caerán los dos.


Desde la porta no se podía distinguir el mercante que se llevaba y todo eran conjeturas aderezadas por las sempiternas apuestas prohibidas a bordo mientras el combate entre fragata y bergantín tan sólo se podía percibir a cada andanada respectiva. En aquella dulce ignorancia Daniel mantenía su ánimo embebido en la tensión del combate pasado y por el que había de llegar. Entretanto en la cubierta de mando, a popa sobre el alcázar, el comandante con Don Francisco, su segundo, observaba el combate de la fragata “Pingue Volante”, cuyo nombre de matrícula en la Real Armada era el “San José”, pero como vieja costumbre marinera, todo navío llevaba su sobrenombre o apellido con el que era conocido entre los servidores de la institución.
Como decía el combate era a cañón entre sus costados respectivos de estribor. La mayor altura de los palos de nuestra fragata daban ventaja a los infantes de marina en diezmar a quienes valorasen desde sus alturas como líderes o comandantes, que entre aquella chusma no se podía distinguir entre el oficial y la marinería. El combate proseguía con una aparente ventaja hacia los nuestros.


- Don Francisco, creo que llegaremos tarde a repartirnos la victoria porque Don Pedro tiene clara la maniobra y creo que tiene al bergantín en el punto justo punto de darle el golpe de gracia a base de garfio y pistolón.

No andaba descaminado Don Carlos, pues una suave andanada con las culebrinas del alcázar de proa dio con los garfios sobre el bergantín.

- Ahí los tiene, capitán. Fieles a su premonición. Ese bergantín es nuestro, que recen lo que sepan a ver si logran tregua en la otra vida porque de esta nada les salva.


En pocos minutos la situación se aclaró con la arriada del pabellón corsario y su nuevo izado bajo el pabellón hispano como formal presa del rey. La suerte estaba echada y había que enfilar hacía la corbeta con el propósito de liberar a la urca. Con las órdenes oportunas desde la almiranta de menor andar que la fragata, se dio orden a esta que pusiera rumbo en demanda del bergantín que restaba, al que ya perseguía el “Catalán” desde hacía algún tiempo. El Estrella del Mar escoltaría a la presa al grueso del convoy para reagrupar de esta manera el total de los navíos al que de momento se agregaban dos naves corsarias, que harían buenos servicios como patrulleros o bajeles ”de aviso” en el Caribe donde los britanos intentaban hacerse con su dominio desde Jamaica.


Mientras tanto, a bordo de la Urca las cosas iban como puro tormento bajo un inclemente temporal, con el miedo manteniendo en pura zozobra a todos los que allí se mantenían con vida. En el abordaje, desigual y del todo cobarde por plantar pólvora y acero sobre civiles escasamente defendidos, el maestre y varios marineros decidieron plantar cara al destino para ir con este al desconocido mar de los muertos donde el viejo holandés esperaba taciturno a recoger almas perdidas flotando entre la misma mar.


La desgracia de aquella violencia no se quedó en la marinería. Fabián Bracamonte, el campesino que embarcó en Santa Cruz se debatía entre la vida y la muerte tras salir en defensa de Inés a la que casi se llevan como trofeo dos piratas que volvían a su bergantín. Un golpe rudo y directo sobre uno hizo que Inés escapara de sus captores, pero con el chuzo de abordaje el otro criminal abrió de un certero golpe la cabeza de Fabián dejándolo medio muerto sobre cubierta. Como pudo, Pedro León con ayuda de otros hombres le trasladaron a la cámara del maestre donde intentaban mantener la herida compuesta y que la pérdida de sangre fuera la mínima. Uno de los pasajeros que habían embarcado en Cádiz era barbero, fue el que con sus manos y un tosco instrumental más propio de sacamuelas que de cirujano naval se arrojó en su salvavción mas con su ardor y buena intención que con puro conocimiento de mínima anatomía, pero la vida esta donde decidey se planta donde dispone con lo que solo quedaba morder el labio superio y dar vante. Al menos su estado de inconsciencia hacía de sustituto al efecto del inexistente láudano y aquél valiente al menos no sufría. Desde la cámara de maestre una pequeña cristalera miraba a popa con lo que los allí presentes podían estar al tanto de su situación.


- ¡Hermano, mirad! ¡El navío que nos protegía nos persigue! ¡No nos abandonan! ¡Gracias Dios Mío!
- ¡Es cierto, Francisca! ¡Y aun mejor, la fragata le está dando alcance y será la que nos salve o nos mate, que de mar y guerra creo que voy ya demasiado sabido!
- Ande, Don Pedro, deje que la Real Armada haga su trabajo y ayúdeme a hacer el mío. Por favor sujete sobre la coronilla con fuerza mientras trato de coser este desafuero contra la propia vida. Doña Francisca, mantenga trapos húmedos y lo más tibios posible.


Don Guzmán Ortiz, viejo barbero y hombre curtido al mismo tiempo por la misma razón echaba el resto de su escaso saber médico sobre la vida de Fabián mientras la primera andanada desde los cañones de caza del “Catalán” retumbaron como sueño de libertad. La persecución continuaba y era una premonición clara que a la velocidad de la urca esta caería sin remedio. El pánico comenzó a bullir entre los almas de los que gobernaban al urca, los tripulantes ahora sometidos comenzaban a presentir su liberación y en sus ojos se podía escuchar el sonido de la vengativa muerte que ya olía a sangre corsaria. La fragata alcanzó al “Catalán” y lo pasó por su costado estribor, en pocos minutos estarían a tiro de mosquete de “Virgen de Valbanera”.


El pánico y la moral en alza de los dueños verdaderos de la urca fueron las armas suficientes para reducir a los hombres que uno a uno perdieron la oportunidad de ser capturados por la fragata y así encontrar algún tramo de ley que los mantuviera con vida. No hubo gaznate que no abriera sus poros para exhalar la vida de quien lo portase. Cayó al instante el pabellón maldito mientras izaban con orgullo el de la marina del rey.


Dentro de la cámara del maestre Don Guzmán poco a poco terminaba su milagrosa labor de cirujano y encomendándose a nuestro Señor y a la Virgen de Valbanera terminó la intervención arrodillado ante quién confiaba devolviera la vida a Fabián. Mientras, desde el Catalán como nave capitana se mandó detener la persecución del bergantín. Que supieran más allá del horizonte lo que sucede a quien se enfrenta con nave hispana…


jueves, 19 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (35)

…Tras el impactante estruendo que nadie podría borrar ya de su memoria, los gritos enardecidos por el pequeño escalón triunfal fueron lentamente confluyendo a la realidad que rodeaba aquella batería. Los pajes se precipitaron raudos y veloces entre el mar de viento interior en que se había convertido el conjunto de cañones desbocados de sus portas por la explosión, los hombres agonizantes manchados de vida con la arena enrojecida por su propia sangre y por las voces de mando sobre los sirvientes de cada cañón, acarreando pólvora y balerío para la recarga de éstos.

Tras la virada hacia el sur sobre la que recibieron la andanada de la primera corbeta que hubiera producido un letal resultado de haber tocado el timón, la almiranta engolfó sus velas ganando en su andar y sobre todo en poder presentar la banda de babor aprestada a la orden de fuego frente a la corbeta que quedaba en disputa al menos en las aguas cercanas. La maniobra corsaria había fracasado al menos parcialmente y con algo de acierto, aunque tardío, la única maniobra que le restaba la acometió.


- ¡Huyen! ¡Están enmendando el rumbo al este!
- ¡No escaparán! ¡Banda de babor a mi orden! ¡¡¡Fuego!!!

La orden se cumplió y otro golpe de pólvora sacudió al Estrella de Mar hacia el costado contrario, tras este la enorme humareda de gris claro que ocultaba el resultado se vio arrastrada por los benditos alisios hacia el sudoeste como si de un telón de corral de comedias tras el entremés diese paso a la siguiente función. El espectáculo era tambien de verdadero impacto visual consistente en un enjambre de palos, cables, escotas, velamen esparcidos, desparramados por cubierta cuando no ya flotando como parte de futuro pecio asi presentaban a la orgullosa corbeta que antes abría las aguas del océano gallarda contra nosotros. Mas parecía un pontón que del desarmo había pasado al abandono, mientras escoraba sin remisión hacia estribor por donde las balas a lumbre de agua había dejado suficientes vías de agua como para ser imposible su salvación. Neptuno desde algún lugar cercano con la propia calma de saberse siempre ganador seguramente esperaba cobrarse a su primer deudor. La suerte de aquella flotilla a modo de escuadra ciega por su propia suficiencia había sido dictada y sus jueces de mar en este caso habían dejado tal dictamen en clara ventaja hacia nuestros barcos, aunque como bien conocían todos en nada daba eso vida y holganza, pues era esto último sobre la previsión y la autocrítica en la propia actuación lo que hace que la balanza sobre el filo de la espada de o quite vida, traiga o aleje la victoria.




Don Carlos tras observar la cruel imagen de aquellos hombres, que tal cosa eran además de enemigos a los que la clara muerte cruel de la mar ya veía penetrando en sus entrañas sin otro recuerdo que el pobre testimonio dejado en alguna taberna de mancebía con una bolsa de doblones entre jarras de vino con las que olvidar que tal momento seguro llegaría, tomó la única decisión en hombre de ley y buenos escrúpulos. A pesar de la urgencia por dar alcance a la flota y apoyo a los que más al sur entablaban combate había de salvar a aquellas almas en el eterno trance de morir.


- ¡Teniente! ¡Situación de la corbeta apresada!


Tras comprobar el estado de la presa e informar a su comandante el rostro de este tornó brillante.

- ¡Capitán! ¡Han aparejado de fortuna la mayor y parecen tener la situación controlada! ¡Se mantienen al pairo en espera de órdenes!
- ¡Pues vaya vos y ordene al gaviero que transmita orden de recogida de los náufragos y se reuna tras ello con el resto de la flota! ¡Segundo!¡Enmendamos a suroeste hacía nuestra flota! ¡Teniente Grifol, baje a las baterías y que tengan listos los cañones para cualquier ocasión que aún no sabemos lo que nos pueden deparar estos perros de piel albina! ¡Informe de heridos!


El teniente se apuró con las órdenes dadas, mientras la corbeta enfilaba lentamente el rumbo hacia los restos de su antigua hermana ya moribunda sobre la que sus hombres peleaban aferrados a la supervivencia. Orgullosa y con leves daños en su popa además de algún boquete a la altura de la 1ª batería, la Almiranta comenzó a ganar en su andar y con creciente valor fue dejando cables de distancia entre el lugar del combate y su propio casco.


La actividad en las baterías seguía siendo frenética aunque más ordenada, los carpinteros ayudados por la tripulación que no estuviera sirviendo al cañón procedieron a tapar los balazos recibidos, mientras los que a estos menesteres no se encontraban limpiaban las cubiertas para después volver a regarla de arena limpia, que avante la proa de su navío hacia otro combate al que enfilaba su roda. El cabo artillero que dirigía al grupo de Daniel fue sustituido por el cabo de mar, que era su natural sustituto en caso de tal gravedad. Desde las entrañas del navío arribaban las voces agonizantes mezcladas entre gritos cargados en el dolor y en demanda de socorro de los heridos.


Por médica anestesia a los afortunados les suministraban láudano, pero a los que no tenían la bellaca “suerte” de caer al inicio de los combates era el mismo aguardiente que antes los emborrachaba el que aturdiera sus sentidos, mientras la única técnica médica aplicable a bordo se presentaba en forma de filo dentado que daba y quitaba vida con el irracional precio de su propia extremidad.


Daniel deseaba saber de su cabo artillero y de otros tantos compañeros que como él cayeron entre astillas y metal. Su deseo era llegarse a ellos, pero la mirada del cabo de mar lo detuvo.


- ¡Chaval! ¡Has combatido bien para ser tu primera batalla, pero esto es un navío del Rey y ese cañón será tu vida hasta que el comandante no te libere! ¡Mantén el espeque donde manda la cureña y espera como los demás!


Daniel se contuvo como su cabo ordenó y mantuvo el espeque sobre la cureña mientras con la mirada perdida parecía observar el cuadro de mar que en puro movimiento se dibujaba entre los cuatro lados de la porta abierta, donde la boca del cañón en su centro hacía de batuta de un concierto de sangre y sal con el ritmo del puro vaivén con las olas como público siempre tenso y atento a la humana función.

El Estrella del Mar daba buena cuenta de la distancia entre él y la flota atacada mientras la corbeta ya recogía y engrilletaba a cada uno de los piratas supervivientes para estibarlos como puros fardos de deshecho en los pañoles de popa hasta ver su destino final. Mientras, en el grueso de la flota la situación no era buena pues otras dos naves, corbeta y bergantín, en un principio protegida su incursión por sus tres hermanas habían mantenido en jaque al otro navío de la flota, que por su escasa movilidad y la protección debida al convoy tan sólo podía realizar maniobra defensivas que siempre redundan en la pérdida de alguna parte del todo a proteger. Así estaba cuando la fragata se aproximaba al convoy para equilibrar la balanza. Con más de una milla por tomar contacto de esta al convoy los piratas ya habían abordado la Urca donde viajaban Miguel, María, Pedro y los demás, llevándola como presa tras el bergantín, mientras la corbeta abandonaba la maniobra de diversión sobre el navío “Catalán” para ir sobre la fragata y proteger su presa. Daniel nada sabía aún de todo aquello…


lunes, 16 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta...(34)

…La última corbeta de aquella jauría naval, seguramente comandada por la que más a proa se abría paso cortando la mar como cuchillo sobre mantequilla, había caído y era ya presa de los nuestros. Don José aún tendría algún tiempo, en verdad que de oro puro en aquellos momentos, para dedicarse a dominar la presa mientras las otras dos que le adelantaban ahora no tan convencidas se aprestaban a tumbar el Estrella del Mar, aprovechando su mayor rapidez y agilidad en comparación con el navío de 70 cañones, que a pesar de la virada dos cuartas al oeste aún tardaría en ganar arrancada. Debían por ello aprovechar la rapidez y su posición a barlovento de su enemigo para asestarle en donde más le pudiera afectar mientras evitaban cualquier bocanada de fuego sobre si mismas.





Desde el Estrella del Mar, su comandante, Don Carlos, no comprendía tal maniobra que se le antojaba suicida frente a su navío que con más temprana que tardía incorporación de la fragata marcaría de forma definitiva su superioridad, eso si no contásemos si fuera posible convertir a la ahora presa como cazadora. “Algo más tienen estos perros entre manos que no consigo descubrir”, pensaba para sí mientras se preparaba para recibir su fuego y devolverlo con la furia de quien se sabe en trance de la propia supervivencia, donde el objeto no es otro que poder matar sin pagar la muerte luego, o al menos que esta no llegase tan pronto como los piratas pretendían. Como un aldabonazo a su propia pregunta la puerta de la respuesta se abrió como melón en postre de buen almuerzo.


- ¡Capitan! ¡Disparo de cañón al Sur de nuestra posición!
- Ya tenemos el porqué de esta maniobra, son más y van a por los mercantes. ¡Mantenemos rumbo y diana con las corbetas! ¡Segundo! ¡Señales a la fragata para en cuanto pueda que parta en ayuda del “Catalán”!

La suerte ya estaba echada, ahora no quedaba más remedio que resolver la situación y largar trapo hacia el convoy, que era al final el sentido de su escolta. Desde que cayó la primera corbeta había trascurrido ya media hora, la distancia era la apropiada para encarar a las otras dos. El Estrella del Mar viró una cuarta más al oeste para ganar velocidad mientras las corbetas se mantenían en rumbo Nor nordeste alineadas para evitar al máximo su superficie como blanco. La velocidad mayor del navío permitió que el rumbo de las corbetas pasara del puro centro del costado de este al de enfilada cortando la popa de nuestro barco. Fue entonces cuando Don Carlos se la jugó.

- ¡Cambio de rumbo! ¡A la polar!

La maniobra como un reloj se tradujo en relinchos de cuadernas, balanceos y pérdida de velocidad, pero Don Carlos había ganado la justa para encarar su costado al de ellos.

- ¡A desarbolar! ¡¡¡Fuego!!!

El estruendo de la andanada desde las dos cubiertas fue demoledor, el mismo navío se escoró a la banda contraria por aquél efecto mientras, una intensa humareda en el propio costado no permitía comprobar los destrozos

- ¡¡¡Todo a babor!!! ¡Virada en redondo!

Mientras la maniobra era ejecutada y poco a poco el navío fue primero presentado la aleta de estribor para dejar la popa y ganar el otro costado el humo despejado permitió comprobar los daños. Fueron justos, pero tampoco letales. La corbeta mas próxima fue la que llevó menos daño por el ángulo contra los cañones mientras que la que le seguía quedó con el trinquete, mientras que la mayor apoyaba sobre la cubierta como una imaginaria línea de crujía mirando a popa y la mesana iba sobre la mar arrastrada por la jarcia a la que se afanaban sus servidores por cortar. Ahora era su turno y cobranza y a fe suya que se la iban a hacer cobrar. La corbeta más sana disponía de los tres palos, aunque llevara algún boquete en la parte más alta de su acostado que no le afectaba para su misión. Daba el navío su popa en el peor momento, tan sólo los dos cañones que se conocía como guardatimones prestarían algo de respuesta ante la inminente andanada. Don Carlos desde la balconada los observaba mientras pedía en mudos gritos a todos los dioses que tenían nómina de mar que dieran un golpe más de viento para proteger su timón o cegar a los que enfrente esperaban la orden de disparo.


Mientras, en la batería más baja, Daniel junto a los demás cargaban y dejaban listo el cañón mientras esperaban lo que todos. Y como todo lo que ha de suceder así acontece, primero fue una detonación menor, para recibir a los pocos segundos varios impactos sobre la popa.

- ¡Nostromo! ¡Traiga al maestre carpintero! ¡Daños y situación del timón!

Ya estaban todos prevenidos de su punto débil y con el grito de júbilo contenido entre los escasos dientes del maestre carpintero este se presento como un rayo en el alcázar.

- ¡Capitán! ¡Timón sin daños, dos agujeros a lumbre de agua que no son nada con buen plomo y madera que los tape!


Mientras viraba la treta algo arriesgada de Don Carlos salió redonda si se permite tal expresión pues ahora ya disponía de velocidad y maniobra.

- ¡Banda de babor! ¡A desarbolar! ¡¡¡Fuego!!!

En la banda de estribor donde Daniel estaba la carga se complicó algo, no en el propio proceso de carga sino por los diferentes balanceos de la nave en el cambio de rumbo que hizo retrasar la colocación de los cañones en sus portas esta vez apuntando a lumbre del agua. Esto dio tiempo a la corbeta más dañada para largar su postrer andanada que quizá fuera la más dañina al estar costado con costado cuando la realizó. Este disparo de muerte, inicialmente dirigido a la arboladura, a causa de las vías de agua producidas, amén de la escora que producía el palo mayor arrojado sobre la cubierta hizo que la andanada fuese a lumbre de agua con lo que la ración de plomo y metralla cambió el destinatario de las batayolas y jarcia, por el de las portas y los costados de la 2ª batería. Un boquete por donde la luz abrasaba fue lo que pudo ver tras el estruendo y los gritos de varios hombres heridos de muerte por las astillas clavadas en mil y un lugares de sus cuerpos mortales. Entre la humareda pudo distinguir la mano del cabo aferrada a él sin saber cómo había llegado hasta allí mientras pedía a gritos la enfermería y al cirujano sin ser consciente de que su pierna izquierda, sin vida ni contacto con él, parecía mirarle entre los arroyos de sangre y arena que mostraban la crudeza de la maldita guerra en todos sus sentidos y percepciones posibles. Un trapo fue lo que le pudo ofrecer a su cabo para que lo mordiera mientras entre varios lo arrastraron hasta la enfermería donde esperar a que entre neptuno y Marte un esbozo de piedad lo devolvieran a la vida. Entretanto, los pocos que quedaron sin descoyuntar apuraron el resto de sus ánimos para devolver tal pago en justa y letal correspondencia.


- ¡Chaval, aquí al espeque y por tus muertos que revienten si no aguantas el tipo, porque seré yo el que te lleve con ellos! ¡Otra bala! ¡Vamos con doble ración para esos malditos!


Daniel atento al espeque, mientras Pulga metía la segunda bala. Brillaba en color negro por el sudor, la pólvora y el puro odio inconfesable e incomprensible hacia quienes no conocía, pero que había ya aprendido a sentir sin otra lección que la que le había marcado esa pequeña porción de vida vivida. Sabía que el puro odio en aquella situación era el medio para el fin que significaba vencer o morir.

- ¡Teniente, listo por esta banda!
- ¡Bien sargento! ¡A mi orden, fuego a lumbre! ¡¡¡Fuego!!!

La explosión fue mucho mayor que la anterior, la pólvora metida redobló la fuerza de cada uno de los cañones con sus 24 libras de metal de toda aquella banda. Antes de que la nube de pólvora disipara la incógnita del resultado, una enorme explosión los envolvió entre todos que, sordos por el estruendo y ciegos por la euforia, celebraron como si la vida y el oro cayese por cascadas en sus bolsas mientras los oficiales intentaban poner orden en la cubierta más parecida al puro infierno que a navío del Rey. La santabárbara había estallado...



sábado, 14 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (33)

…Daniel, acurrucado entre dos cureñas trataba de dormir en esa situación tan habitual de duermevela constante al que sin darse cuenta ya había acostumbrado su mente y subconsciente, despertó de ese falso letargo como de la misma pesadilla que a un infante lo haría gritar por su padre en cualquier oscura noche. El cañonazo fue a casi milla y media de su posición, pero era tan clara su humana procedencia que fue capaz de activar su consciencia sin gritos, ni golpes como a cada guardia su cabo había de esforzar en hacer. Una ligera llovizna le permitió solamente distinguir a su fragata de proa pues tras la orden del comandante iban ambas “de vuelta encontrada” como quien diría si fuera la situación normal. Su inconsciente al instante lo hizo situarse y presentir que algo peligroso podría acecharlos; de un salto y sin encomendar su alma a nadie se abalanzó sobre los servidores de la banda de babor hasta lograr hacerse sitio sobre una de las portas que permitía observar a la flota y su situación. Uno, dos, tres, cuatro… fue contando cada navío. Estaban todos, pero el “Virgen de Valbanera” iba algo barloventeado con algunos cables más al norte que los demás, esto le llevó a razonar que si algún peligro hubiera sobre ese cuadrantal era la nave de su familia la más expuesta a ello. No pudo reflexionar mas pues de unos recios empellones lo sacaron de la porta sus servidores y casi dueños lanzándolo sin miramientos a su banda opuesta, donde lo recogió con dificultad su compañero Pulga.


- ¿A dónde te crees que ibas? Aquí cada parcela es de un rey y no se debe entrar en el reino a donde a uno no se le ha invitado.
- Ya lo sé, pero tengo que saber de mi familia que justo va en la Urca que barloventea demasiado. ¿Qué pasa? ¿Por qué hemos virado hacia el norte?
- Parece que tenemos visita. No se distingue nada pero como siempre cuando se sale de nuestras aguas asoman los buitres que quieren parte del botín y da por sentado habrá que defenderlo.
- ¡¿Piratas?!
- Bueno, piratas, corsarios, britanos, ladrones, lo mismo da, el caso es que hemos de poner a punto nuestros cañones. ¡Escucha! ¡Están tocando a zafarrancho y prevención para el combate! ¡A nuestros puestos antes de que nos llamen! ¡Criado! ¡o mejor, Daniel, suerte en tu bautismo de fuego!


Se despidieron cada uno a su grupo de artilleros al que servir pólvora y balerío desde la santabárbara. Los artilleros comenzaron a cargar los cañones, eran estos de la cubierta inferior los de mayor envergadura, sus 24 libras de bala los hacían pesados y difíciles de manejar con lo que entre casi diez hombres por cañón fueron retrasando este para meter el cartucho que ya portaba en sus manos Daniel al que temblaban las manos por semejante golpe de acción inesperada. Era la primera carga, la mejor pues no había que limpiar el ánima ni enfriar el cañón que exige tras andanada de rigor.


- ¡Atento, paje! ¡prepara agua y chorrea de arena la cubierta que no sabemos de quien será la sangre que corra, pero seguro que correrá!


Daniel se hizo con vario sacos de arena que fue esparciendo por el suelo para algo que nunca había visto ni olido, que era la sangre mezclada de arena formando una espesa masa por la que poder caminar sin caer y descoyuntar el cuerpo en medio del combate. Mientras prendían las mechas en los bastones a la manera de hisopos, ajustaban trincas en las cureñas y se jugaban el poco caudal que pensaban ganar en mil apuestas sobre el número de naves, si entrarían a desarbolar, a lumbre de agua o a romper, qué boca acertaría en primer lugar y otras tantas justas con las que dar vida a la tensión que parecía incontenible entre sus costillares. Sobre cubierta y tras la información confirmada desde la fragata Don Carlos tomó la decisión de acometer el combate con su propio navío y la fragata mientras envió las señales pertinentes al “Catalán” para que protegiera a la flota en su marcha ahora sur suroeste con los navíos sin armamento en el centro de la formación.


Tras la reunión, de corta duración pero con la claridad propia y necesaria para un momento de tal magnitud y peligro todos se incorporaron a sus posiciones. Don Francisco, el segundo acudió al alcázar de proa desde donde mantener la caza y dar las indicaciones a tiempo real a los hombres que allí tenían su misión, amén de mantener separadas las dos máximas cabezas de la escuadra para el caso de la muerte de uno de los dos. Portas arriba, mechas dispuestas y presta la pólvora para arrasar a quién se presentara ante sus costados. Repartidos chuzos de abordaje, mosquetes, gubias, dagas y sables cortos para tales combates, recogidas las frascas incendiarias entre los hombres que junto al mosquete prestos también se mantendrían sobre las cofas listos para barrer hombres y velamen del enemigo.

- ¡Dos navíos por la aleta de estribor! ¡tres, capitán, dos corbetas y quizá una fragata pequeña! Rumbo sur virando hacia nosotros.
- ¡Mantenemos rumbo! Demos a esos perros esperanzas mientras ganamos barlovento. ¡Teniente! ¡Situación de nuestra fragata!
- ¡Capitán! ¡En la otra banda de los piratas ganando cables sobre sus cuadernas!



Mientras el “Estrella del Mar” avanzaba de forma lenta hacía ellos en una maniobra en apariencia suicida ante aquellas tres naves que como hienas parecían sonreír desde sus proas ocultas tras la enorme espuma que generaban en su andar hacia el navío ciegas por arrasarlo entre las tres confiadas en su mayor movilidad, entretanto nuestra fragata se con el trapo desplegado al extremo continuaba acercándose a estas por su aleta de estribor.
En las baterías los hombres listos, tensos los ojos fijos su miradas a través de cada porta observando la maniobra en un silencio que permitía escuchar las órdenes de cubierta entre los golpes de mar, alguno de los cuales lograban empapar a los servidores de la cubierta más baja donde Daniel se mantenía expectante con una mezcla de verdadera emoción, miedo y sobre todo deseo de sentir en su piel el bautizo de su primer combate. Casi dos horas después la situación era casi la misma, pero la distancia no superaba ya la milla y media entre unos y otros. Mientras, la fragata estaba ya a punto de dar caza a la corbeta más alejada del navío.

Entre Don Carlos Grillo y Don Pedro Moyano, capitán de la Fragata “Pingüe Volante” la compenetración era la de padre e hijo, pues tenían clara la maniobra desde que cambiaron información y órdenes desde los alcázares de cada uno de ellos casi dos horas antes. Con menos de una milla ya entre el “Estrella de mar”, Don Francisco a proa mando hacer fuego con los dos cañones de caza con la intención de valorar alcance y precisión. Con la segunda andanada desde estas dos bocas la situación se plantó clara y antes de sentir el aliento de las dos corbetas a cada banda la maniobra se aclaró.


- ¡Dos cuartas a babor! ¡Banda de estribor, preparados para hacer fuego a mi orden!

Antes de que las corbetas llegaran a rodear la nave se vieron ambas sobre un flanco rompiendo en parte su plan tan burdamente establecido, que la superioridad mal concebida provoca mortales equivocaciones

- ¡Mira chaval! Ahí los tienes a esos hijos de perra! ¡Démosles a probar la pólvora del rey!

Mientras la fragata tras aquella dura maniobra en círculo desde que se separó del “Estrella del Mar” propia de correo o navío de aviso, alcanzó a la tercera en cuestión que en su soberbia por saberse con la pieza mayor ganada no hizo caso a nuestra fragata; esta, de enfilada desde su estribor hacia su babor barrió la cubierta con sus cañones de 16 libras cargados de clavos, cadenas y todo tipo de metralla. Tras la detonación de los 15 cañones de aquella banda la mesana como árbol ante un leñador decidido comenzó a caer hacia proa llevándose por delante aparejo y jarcia donde tan solo hizo de remate sobre gran parte de la marinería degollada y masacrada por aquella andanada certera. Tras ello los cañones del alcázar de proa dieron con los garfios sobre su popa y el abordaje fue un hecho. Toda la mar océana sabe, desde flamenco a britano, pasando por francés ya fuera corsario, pirata o militar que nadie podría vencer ni contener el abordaje por parte los hombres de un navío del Rey.

- ¡Capitán! ¡La corbeta más retrasada es nuestra!
- ¡Bien! ¡Atención tripulación! ¡Artilleros, primera andanada a desarbolar!

Aún los piratas mantenían su convicción de terminar con el navío al que iban a encontrarse ambos enemigos en sus bandas de estribor. Mientras el pabellón corsario arriaba su orgullo frente a la fragata de don Pedro Moyano la hora de la verdad alcanzaba al Estrella del Mar...



Don Blas de Lezo cazando un navío Britano (Stanhope)

jueves, 12 de noviembre de 2009

Recibes cuanto das.



Abanica con tu mano el vendaval de la rutina
mientras la plomizas cortinas por ello pesadas
ocultan lo que es real sin falta de hadas
con varitas sin vida escondidas bajo su propia pátina.





Vientos sonrientes al entregar sin apenas ofrecer
valores eternos llenando el alma de ambos
por sentirse de innecesarios cielos ahítos y plenos
al compartir necesidades sin mal, que la unión hace crecer.

Mil veces volveré, mil veces volverás
y siempre frente a un espejo te encontrarás
pues cuando se siente no es necesario más.

Amistad, inmensa palabra que su simple sentido aturde
a quien ose su valor tocar sin en verdad catalogar
pues tan solo es una enorme nube difícil de alcanzar.



Para alguien que no sabe ser de otra manera.
Para quién no alberga más que franqueza y lealtad.
Para ti Sé.

lunes, 9 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (32)

…Nadie logró conciliar el sueño mas de las pocas horas que restaban al preludio del alba desde que el maestre dio la nueva de la inminente partida de Santa Cruz. El rumor de la marinería en pleno ejercicio de preparación del aparejo, los golpes de sus pasos en muchos casos a la carrera por los gritos y silbos del nostromo, que se afanaba en hacer cumplir la orden del Maestre, despertaron a todos los que a bordo iban como pasaje y no era necesaria su presencia en la maniobra. Miguel acurrucado entre las batayolas y bajo uno de los cuadernales a estribor del palo mayor observaba embelesado las operaciones que aquellos hombres eran capaces de hacer casi a oscuras en demanda de las órdenes del Maestre. Con cuidado se incorporó asomando su pequeña cabeza sobre la regala para poder distinguir la flota en la bahía, que mostraba un aspecto silente en esos momentos, aunque si observaba con calma a cada navío podía distinguir el rápido movimiento de gentes por la misma razón que sobre el suyo. Llevó sus ojos hacia levante donde se adivinaba ya la luz del sol con una leve penumbra cada vez menos intensa. La línea del cielo con la mar desde su posición en la urca solo era rota en su continuidad por el orgulloso navío “Estrella del Mar” que cerraba más alejado el conjunto de la flota. Allí estaba su hermano al que se imaginaba gallardo…


Y Daniel allí estaba en verdad, mas su gallardía no le permitía mantenerse erguido pues llevaba más tres horas agachado sobre cada cureña de la banda que a él le correspondía, entre él y su compañero de travesía, “Pulga”, revisaban el correcto trincaje de los cañones frente a las portas que por orden del comandante y salvo temporal que en ciernes se plantase, mantendrían abiertas hasta que los puertos del Caño de la Invernada los dieran posible cobijo mas seguro que nuestros propios cañones en forma de estruendo en pólvora y balerío frente a cualquier enemigo.


- ¡Criado! A partir de ahora, ejercicios de tiro y zafarranchos de salón mientras no aparezcan corsarios de cualquier hijo de rabiza turca. Eso o montañas de agua en forma de olas que te muestren con más acierto cómo se aprende a rezar.


- Tranquilo, Pulga. Tengo los bajos al punto pelados de mares en mil formas de enojo a cual mas perversa.


Continuaban ellos en la 1ª cubierta, en lo más bajo del navío junto a la misma galleta por la que todos se persignaban ante la virgen del Rosario para nunca tener que degustar. Cubiertas mas arriba todo el mundo estaba ya prevenido al la orden del comandante para virar el ferro y zarpar a la caza de los alisios.

- ¡Don Francisco! ¡¿Estamos listos?!

- Si, comandante.

- Pues que el pater bendiga la salida con la Santa Misa.



Se tocó a sagrada oración y a un movimiento todos los hombres se arrodillaron ante la imagen de la Virgen y la de la sotana del Pater, que muchas habían en todo el reino para tan poca población. En todas las naves se pasó a la misma bendición, acto que en alguno de ellos era el mismo patrón, piloto o maestre el que hacía de hombre de Dios, que en verdad este es que el pervive en el interior y es el propio hombre quien lo saca y lo plasma sobre la cruz que con tanta afición las viejas sotanas hispanas dedican a empuñar como estandarte ciego de unión.



Acabó el final de Misa con la vieja oración de pura mar y tradición que así decía: “Bendita sea la Luz y la Santa Vera Cruz, y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad; bendita sea el alba y el Señor que nos la manda; bendito sea el día y el Señor que nos la envía.” Con este último rezo pronunciado como algo realmente sentido por la marinería se dio inicio a la maniobra de virar el ferro.

- ¡Segundo¡ ¡Mande comunicación a la flota de la partida! Nos partiremos avante hasta doblar Punta Salema por el sur de la Isla, después recuperaremos las posiciones que dictan las ordenanzas.

Mientras el señalero daba el mensaje convenido al resto de la flota, el ancla ya suspendida hizo brotar de nuevo otra elevación, esta vez del piloto de barra (a proa), que sin explicación del por qué tal cosa se producía, era algo que pacificaba interiores mientras reforzaba el ánimo para empezar una dura travesía oceánica, algo que como nueva etapa de la propia vida podríamos equiparar. Este hombre recitó algo que decía así: “¡Larga el trinquete!, en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, que sea con nosotros y nos guarde, que acompañe y nos dé buen viaje a salvamento, y nos lleve y vuelva a nuestras casas”



Respodido el piloto de barra por todos los presentes con un avemaría, este cerró el sacro diálogo con otra respuesta: “Señor piloto, haced bien vuestro oficio hasta do viéredes que conviene, que yo pueda hacer el mío”. Una salva desde el “Catalán” dió por cerrada la estancia en la rada de Santa Cruz mientras, lentamente la flota fue formando la línea que gustaba llevar el Comandante Don Carlos Grillo de natural presumido para él y para todo lo que llevara su nombre aparejado como la flota en la que vivimos estos momentos era. Con los alisios rolando en aquella costa tinerfeña para soplar del este nordeste cuanto mas al sur avanzaban, podía un albatros que despistado acudiera sobre aquella mar observar una ordenada línea de naves que como pequeñas hijas de un orgulloso padre seguían mientras tras de estas cerraba su andar otra que de su propia madre podría tratar. Por barlovento de la flota la fragata “Pingüe Volador” veloz ganaba más y más barlovento para reconocer posibles enemigos a la vista y con el viento a su favor poder acudir presta y dispuesta a la defensa de sus compañeras de escaso andar, cargadas de golosos y seductores tesoros como buen botín para cualquier pirata o corsario que las otease en el horizonte siempre serían.



Doblaron el cabo sin novedad alguna, por el costado de estribor las islas de la Gomera y el Hierro despedían el contacto con las Islas Canarias, tras de estas más de 2.500 millas hasta abordar el Caribe por el mar de las Damas, donde los alisios daban por la popa la seguridad y el tedio propio de quien solo ha de dejar llevar sus naves hasta Tierra Firme. Jornadas de navegación en verdad aburridas en las que sólo lograban romper el dichoso tedio mediante ejercicios de zafarrancho de los hombres con fuego real cuando esto era posible, o con las misas y ceremonias religiosas que los hombres de dios en cada nave celebraban, estos eran actos que daban una antes y después a los días. Mientras, el crujir de arboladuras, el rechinar de cables y escotas era la música que acababa dominando el sonido sobre la mar calmada que normalmente acompañaba a semejantes travesías de natural más cortas, pero al ser necesario la navegación "en conserva" era de ley mantener el andar de la nave más lenta.


- Un mes nos queda por la proa y te apuesto la paga de la travesía a que al menos con veinte zafarranchos nos castiga el comandante. ¿Hace, Criado?


- Tendrás razón, pues ya conoces de lo que hablas, así que no tiraré el poco dinero que me den por servir los cañones de esta cubierta.


La capitana ya marcaba el rumbo a proa mientras con trapo recogido el “Estrella del Mar” había ya recuperado su posición cerrando la flota. Con su fanal de popa prendido al igual que las demás la lenta procesión nocturna ganaba millas sobre el océano entre la calma reinante. No había el alba casi tenido tiempo a demostrar su poder sobre la oscura madrugada cuando desde el norte se escuchó el sonido del cañón.


- ¡Atención en cubierta! ¡Informe de la situación teniente!

Aquella guardia era la del Teniente Grifol, quien rápidamente envió a uno de los dos alféreces a la cofa del trinquete.

- ¡Es nuestra! ¡La fragata, capitán! Viene hacia nosotros apurando el trapo!

- No me gusta esto Don Francisco. ¡Aproemos al norte hacia la fragata! ¡Toque zafarrancho!...





viernes, 6 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (31)


…Primera noche fondeados, primera noche de verdadero descanso tras jornadas curtidas a golpes de mar que ya sea suaves o violentos, necios ellos no dejan nunca de hacerlo y mantener de tal manera el alma y cuerpo dolorido de quien a bordo pervive. Hubo en todos los barcos fiestas de diverso calibre según que cada maestre o piloto tuviera en mayor o menor medida su capacidad consentidora. En las siguientes jornadas muchos bajarían a tierra, otros aunque a bordo sentirían de nuevo los sabores de la comida fresca mientras observaban el embarque de pequeño ganado, que sería su comida futura en las jornada siguientes hasta embocar el Caribe hispano; mar verdadero que esperaba con ansia las mercaderías sujetas al mercado que nuestro rey borbón se obstinaba como sus antecesores Austrias a bloquear a los extranjeros. Solo un navío britano que llamaban “de permiso” los acompañaba y al que esperaban se les uniese esta vez en aquél puerto, el nombre de tal navío era el “Royal George”. En este negocio era tan solidarios sus intereses a los de los mercaderes hispanos que se aprestaban tales herejes a combatir al lado de sus centenarios enemigos contra los propios contrabandistas y corsarios de su misma madre, por ser estos últimos causa idéntica de la ruina que significaba no vender sus productos en las diversas ferias que se organizaban para intercambiar la plata peruana y mexicana. Gran parte de este preciado metal en muchas ocasiones ya se habían volatilizado camino de Europa en manos de tales hijos de su mismo reino. Por suerte llegaban sin retraso años de ascensión en la recuperación de los tráficos gracias a las flotas guardacostas y “de aviso” hispanas instauradas por Patiño y gracias a estas la situación poco a poco se iba recuperando.


Una semana fue el tiempo de permanencia en Santa Cruz en la que se hizo acopio de agua y provisión mientras se estibaban mercancías de los propios comerciantes canarios que derecho a ello tenían. Por las reales ordenanzas había establecido el permiso de embarque de 50 familias canarias por cada tonelada que desde allí partiese hacia Tierra Firme, por lo que casi cien personas obtuvieron venia para su embarque en la flota en esta ocasión. Andaban los navíos rebosantes en carga tanto de mercancías como de dotación y víveres, pero con un cálculo estricto de espacios se logro “estibar” a todos entre los diferentes componentes de la escuadra comercial.

De tal modo y manera dos familias fueron a las que les correspondió embarcar en “La Virgen de Valbanera” donde nuestra familia permanecía a la espera de zarpar. La primera familia era un grupo de cinco miembros que embarcaban con su acomodación arreglada gracias a sus “posibles” en la cubierta inferior cerca de la cocina, a cubierto de mar y lluvia durante la navegación. La otra familia, de aspecto humilde y con verdadera timidez, una vez sobre cubierta en esa misma situación se mantuvo estática y expectante observando algún espacio donde arrumbar sus escasos pertrechos. Eran tres personas, padre y madre que abrazaban a una pequeña de no más de 7 años que todo lo miraba con una sonrisa al final de cada cambio de enfilación en su mirada. Inés, como no podría ser de otra manera, seguida de María que arrastraba a Miguel bajaron del alcázar de popa hasta plantar sus rostros frente a los de aquél trío de almas sorprendidas por la clara maniobra de aproximación de Inés como verdadero buque insignia de la familia León.


- Buenos días tengáis y bienvenidos al Virgen de Valbanera. Mi nombre es Inés León, esta es mi cuñada María Fueyo y mi sobrino Miguel. Por vuestra expresión desorientada veo que precisáis ayuda, que nosotros si tal cosa no os causa ofensa os podemos ofrecer.


El cabeza de la exigua familia con la misma cara de sorpresa casi no acierta a contestar, pero al final engulló la poca saliva que quedaba en su boca y respondió


- Gracias por vuestro recibimiento, mi nombre es Fabián Bracamonte, esta son mi esposa Raquel y nuestra hija Alicia. Nos han destinado a este navío para el viaje, no esperábamos ser elegidos para ello pues no tenemos caudales y tan solo disponemos del pequeño equipaje que podéis vos ver y nuestras manos como pago. Cualquier ayuda que puedan vuestras mercedes ofrecernos será bienvenida y aceptada con verdadero agradecimiento por nuestra humilde familia.

Una reverencia algo tosca hizo a Inés imposible de contener una risita a lo que María entró con decisión.

- Pues no debemos hablar más en medio de la cubierta de la nave, que entorpecemos las labores de los marineros, así que si os así parece, acompañadnos a nuestras pequeñas acomodaciones bajo el alcázar que aunque pequeñas seguro que darán cabida a vuestras mercedes.


Con celeridad Fabián recogió el pequeño petate con sus pertenencias y caminó tras las decididas mujeres de los León. Fabián era un hombre alto, de piel morena por el sol propio de tales latitudes, más delgado por causa de las privaciones que por constitución y de andares con cierto desgarbo, su pelo claro lo hacía distinguirse entre las cabezas mas morenas y bajas que dominaban la dotación. Su esposa Raquel era mujer de proporciones algo más recogidas y redondeadas que la hacían más cercana y maternal, de mirada alegre tras el velo de la necesidad, por su aspecto podría deducirse que no habrían superado en mucho la veintena en su edad. Alicia desmarcaba un poco su imagen de la de sus padres, liviana como ellos por las mismas razones, hablaba y hablaba con los cabos, velas, marineros y ahora sin dejar de hacerlo casi, lo hacía con Miguel que la sonreía sin saber por qué. Morena con el mismo contraste de su padre en el pelo, su mirada aun sin esquinas aportaba alegría a quien la recibía.

Pedro León sabedor que si antes tenía una hermana de inagotable empuje e imparable ímpetu, ahora era un verdadero frente femenino el que se había encargado de asumir en sus nupcias con María Fueyo. Aquella resignación era pura felicidad para un hombre consciente de sus limitaciones sociales y aun gesticulando una dureza puramente teatral le encantaba cada nueva aventura en que acababa embarcado por ellas. Mientras todo el mundo se preparaba para cenar llegó el pequeño esquife del maestre que convocó a los pilotos a su cámara, causando el revuelo propio en la dotación pues aquello era señal indudable de que la partida estaba próxima. Mientras esto quedaba en la tensa espera por la fumata, las familias compartieron suelo y comida mientras comenzaban a conocerse.


- Y bien, Don Fabián. ¿De donde decis que sois vos y vuestra familia?


- Fabián, por favor, llámeme Fabián. Somos de una pequeña Villa al sur de la Isla llamada Vilaflor. Vendimos lo poco que habíamos ganado trabajando como aparceros en unas tierras y nos lanzamos con lo que aquí ve a ganarnos el futuro en el nuevo Mundo que llamaban donde trabajábamos. Dicen que unos buenos brazos valen más del triple allí que aquí y nuestra hija Alicia se merece tal riesgo a correr.


- Tenéis Razón, Fabián. Nosotros venimos de tierras castellanas, somos tejedores y eso queremos lograr, aunque no sabemos dónde ir pues nuestro primer destino era Veracruz en el México que allí también llaman a Nueva España. En cambio esta flota toma rumbo y destino a Cartagena.

- Así es Don Pedro. Nuestro deseo es alcanzar la villa de Cerritos del Cocorote donde parece que la producción de cacao demanda brazos y manos expertas en la agricultura. Además me dijeron que aquella región tiene un gran futuro y se están fundando nuevas villas…
- ¡Eso me interesa! Por favor, continuad contando mientras comemos.

En ello se encontraban cuando un rumor in crescendo sacudió la embarcación. La fumata era ya un hecho. El maestre desde el alcázar fue claro en su voz ante la dotación que lo observaba ya arremolinada en la cubierta principal.


- Mañana 16 de enero, con la venia de Nuestro Señor levaremos anclas a la señal de la Almiranta. ¡Quiero a todo el mundo listo y prevenido antes de que el alba despunte! ¡Nos espera Cartagena al otro lado del Océano!


Un grito de pura aclamación resonó en toda la bahía de Santa Cruz…




miércoles, 4 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (30)

…la alegría desbordaba los ánimos de Daniel a pesar de golpes, gritos y reprimendas recibidos desde el mando y la marinería; que el puesto lo tenía, pero aún no lo había ganado. Era a fin de cuentas “el criado” El día de “permiso” que el nostromo le concedió fue todo él para mostrarle el agradecimiento de forma velada como así lo exigía su teniente Grifol, para escribir sus sensaciones en su pequeño libro de venturas y desventuras de forma también velada, que no es de infravalorar la propia perspicacia de sus hermanos de travesía y que por tal hecho sospecharan que su origen no era el propio de criado de oficial de la Real Armada. Al principio escribía con la imagen de su madre María como destinataria de sus pensamientos y otras a su padre como confidente virtual de su propia existencia, pero poco a poco las venturas y desventuras vinieron a él por él mismo y se percató que era a sí mismo a quién sus pensamientos debían rendir negro sobre blanco; de aquella forma tales reflexiones serían válidas siempre que las necesitara.



La flota navegaba aturdida por una mar apenas viva y solo era sostenido el andar del convoy por los siempre fieles alisios que, con más o menos intensidad en su soplar, daban vida a los 17 navíos con sus proas en demanda de las Islas Canarias. Llegó el martes y los primeros instantes de la batalla de Daniel por ganarse el respeto de los que con él desempeñarán a partir de aquél día sus labores en la 1º batería de estribor sobre la aleta de popa. Seis cañones de 24 libras esperaban sus cuidados, sus ajustes, que de la misma guisa se comportarán cuando frente a ellos las portas del enemigo planten cara y osen disparar. Las singladuras que restaban hasta la recalada en el puerto de Santa Cruz le permitieron aprender parte del trabajo. Le mostraron la manera de trincar el cañón sobre las portas, la forma de acarrear la pólvora y el balerío más segura en las mil y un situaciones de mal tiempo y de combate que pudieran darse, donde la sangre y las astillas siempre serían su mortal enemigo. La carga del cañón en todas sus fases, sus trincas para el retroceso y la prevención en el momento del disparo.


Aún con su esfuerzo demostrado ante sus reales jueces, en las tablas que estps montaban entre cureñas para comer el rancho no era Daniel partícipe, teniéndose que sentar entre baldes y tablones a comer el suyo en solitaria compañia. En los navíos como en la vida siempre hay escalones que hay que superar, superaciones en muchos casos injustas y de ley en otros tantos, pero que escalones al fin son y el esfuerzo junto con los deseos de superarlos son los que darán a Daniel y a cualquiera el salvoconducto para librarlos. Este era uno de ellos y en el “Estrella del Mar“, como en la propia vida ese esfuerzo hay que hacerlo a largo, sin prisa pero sin pérdida de tiempo. Daniel respetuoso con aquel orden establecido mantuvo su distancia cuando esta era convenida por su pequeña “compañía” de artilleros. Un paje de pólvora como él aunque algo más añejo en su devenir vital se juntó a sus soledades en aquella cubierta con la escusa de ayudarlo en semejante trance voluntario, estado que no podía entender quien en él se había visto obligado por la necesidad.

- No te apures, chaval que no son tan duros como parecen. Gánatelos y serán tus escudos durante el combate.
- Gracias por el consejo. ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Daniel Fueyo…
- Si, si, el "criado". Déjate de apellidos, que aquí los nombres que tenemos son los que ellos nos pongan. El mío es Pulga. Como verás no tienen una gran imaginación, que ya sé que soy pequeño pero sin así no lo fuera no sé lo que hubieran tragado en el último temporal que nos cogió a pocos días de Canarias tras salir de La Habana. Si no logro salir por entre dos baos machacados por un cañón destrincado que de un golpe abrió, nadie hubiera sacado a esos que ahí ves vocear con vida cuando quedaba menos de tres palmos de agua entre sus gaznates y la cubierta de la 2º batería. Desde entonces a este Pulga lo tratan con un poco de más respeto. Asi que, ya lo sabes, criado. Si algo necesitas no tienes más que pedírmelo.


- Gracias Pulga.
- No las merece, a bordo todo se acaba devolviendo.
Su nuevo compañero le instruyó en todas las artes, las buenas y las malas, que debían saberse en aquel inframundo para poder sobrevivir sin atreverse a preguntarle los motivos por los que había renunciado a las cómodas y en comparación regaladas labores de lacayo de oficial.
- ¡Señales de Tierra desde la capitana! ¡Por la amura de babor!
De manera sosegada por saberse inminente tal aparición Don Carlos Grillo extendió su largomira hasta confirmar con su segundo Don Francisco tal cosa. El navío “Catalán” como nave capitana avanteaba alguna milla más sobre la flota lo que le permitió ser el primer componente en divisar la isla Alegranza, que por tal cosa así se ganó su nombre de boca de las gentes del mar.
- Don Francisco, ordene a nuestra fragata que de aviso a Santa Cruz de nuestra arribada en dos jornadas. Son 150 las millas y no creo que este viento nos abandone. ¡Ay! ya tengo ganas de comer fresco. ¡Don Francisco, dejemos a los más jóvenes que lleven la flota a Tenerife! ¡Vamos, le convido a un buen tinto que guardo para celebrar cada recalada!
Mientras desde las antenas se trasmitían las órdenes para la fragata con el código de banderas y la Isla Alegranza dejaba poco a poco ver tras de si la isla madre de Lanzarote flanqueada por la Graciosa y Montaña Clara a su derecha y el pequeño Roque del este a su derecha desde su posición todo el mundo continuó con su tarea con el humor de saberse pronto con el rumor de la vida terrestre cercana ellos y quién sabe alguno hasta podrían descender a tierra a sentir su tacto y hasta su sabor.
Daniel desde la 1º cubierta llevaba su alegría por aquello contenida atento a la maniobra de destrincar varios cañones que se encontraban abatiportados por seguridad. Había órdenes expresas de Don Carlos el comandante de presentarse frente a San Cruz con las portas arriba y los cañones para revista. La alegría continuó en medio de aquella actividad frenética por disponer del navío a punto a una jornada de la recalada.
A media jornada de Santa Cruz se redujo la marcha para que la flota entrase en línea y lo más uniforme posible, así con menos de tres cables entre cada nave sonó el cañón de aviso por parte de la nave capitana y la misma respuesta desde el puerto canario. La muchedumbre se agolpaba ante aquella visión de tantos navíos que poco a poco iban devolviendo el orgullo perdido de su propia nación. Y por qué no decirlo, no había nadie que sobre los muelles y laderas de las montañas cercanas no estuviera, que de una forma u otra algún escudo real iba a lograr llevar para su boldisllo gracias al arribo de aquella flota.
Mientras tanto, a bordo de la Urca "Virgen de Valbanera", María, Pedro y todos los demás observaban con gesto de asombro el recibimiento en medio del decorado de aquel paisaje distinto en el que poco a poco, con la lentitud de la flota iban sintiendo que los iba engullendo hasta que la voz del piloto rompió el hechizo.
- ¡Fondo Ferro!

El sonido refrescante del propio golpe del ancla al romper el agua para acabar prendida sobre el tenedero y con ella la urca y el posterior borneo sobre el cable de esta hasta quedar la nave segura fueron las últimas maniobras de aquella primera parte de la travesía desde Cádiz. María quedó observando la misma operación del “Estrella de Mar” imaginando que alguna de aquellas cabezas que podía distinguir en azorado movimiento podría ser la de su hijo Daniel. No sabía que era Daniel el que observaba a su vez desde la porta de su cañón a la urca donde también se resignaba a imaginar lo mismo.




Pocas horas después un lanchón cubierto zarpó desde los muelles con la proa en la nave Almiranta a recoger a Don Carlos Grillo. Mientras, la consigna desde esta fue la de que todas las dotaciones permanecieran a bordo de cada navío a la espera de la reunión que al día siguiente se celebrase en la nave almiranta con todos los capitanes de la flota. Antes esto solo quedaba esperar y descansar al abrigo de Santa Cruz...