miércoles, 20 de enero de 2010

De cuando el Sol deseaba temblar...

A veces el mismo Sol, desde su centro inmanente a la órbita sobre las que sus adoradores giramos, desea temblar sin que ninguna estrella por fugaz al pasarse a miles de años luz le pretenda afear la conducta. A veces sus erupciones tan científicas y naturales las preferiría en gritos y desahogos porque sí, porque él es así. Pero tantas veces como esas se decide a tratar de brillar lo máximo posible y dar al giro de tantos planetas sobre si un sentido agradable y cálido.



Mientras, desde este planeta que sin dudar mira hacía él sin buscar un porqué, sin saber si debería darle la espalda, se lo espera como siempre y se enfurruña cuando una masa de nubes planta sus reales aerosoles entre nuestro astro y su piel y ojos. Sin plantearse desde aquí otra esperanza que la de que el tiempo cambie o el viento se lleve semejante inconveniente. Entretanto el Sol observa y percibe que su calor, su luz y su calidez provocadora de buenos ánimos y mejores deseos es tan vital que reprime el grito y tensa su hirviente piel para que nadie sienta sus internos temblores.

Pero el tiempo que sin intermisión corre para todos también lo hace a diferente escala sobre el Sol dándolo cada vez argumentos de mayor peso para esperar de sus acólitos una brizna de comprensión y poder expandir sus pesares además de repartir sus alegranzas. Deseando ser esa Polar, o Merak, o cualquiera de las que brillan serenas en Casiopea, poder compartir la anónima oscuridad donde los ojos de quienes ahora sólo demandan entonces solo lo buscarían para su deleite visual, el astro busca sin tregua la manera de que el mundo gire doblemente para así alcanzar el otro lado de la vida.

Un día más el horizonte verdadero le busca y lo desnuda en infinitos paralelos que juntos suman los 360º vistiéndolo con el viejo batín que todos conocen como Alba y que uno a uno lo devuelven a la realidad de la que nunca renegó.

Desde su imaginación agitada en la propia y vital ebullición asume que tantos planetas a su alrededor significan, justifican su real situación, provocando que algunos de sus rayos que a lo alto apuntaban cimbreen como sacudidos por un fabuloso viento interestelar hasta quebrar y ser de nuevo absorbidos por la epidermis, que ácidamente algunos llamaron corona al tratar de hacer de él un verdadero rey cuando su deseo era ser mortal y que tal cosa al oído le contara alguna voz temporal.

Años después de tal relato, quizá millones, que del tiempo nadie sabe lo que este puede durar y ser capaz pues hasta del infinito capaz es de hacer un instante simplemente ser, un centauro con recio cabalgar y de gesto adusto ante él se detuvo. Con él, cercana a sus pies cuatro estrellas en forma de cruz venían con este.

- Gran estrella eres, pureza y calidez llevan tus rayos hacia quien te ve, quien te siente y quien te adora. Calor también das a quienes en falso te desprecian, mas observo que tu semblante no es de un príncipe sino el de quien ha perdido razón por ser lo que ya es.

- No sé de quién llegan tales verbos, pero a fe de mi vida que han dado en el núcleo ardiente de mi interior…

- ¡Mirad hacia abajo, que es desde aquí desde donde os hablo! El centauro no es sino mi montura aunque por la postura así no lo parezca. Somos cuatro hermanas que desde lejos te observamos y desde allí decidimos darte la luz que pareces para ti no disponer.

- Y ¿cuál sería mi buen hacer ante este mal sentir si a bien tenéis en mí confiar?

- Simpleza y sentido propio en el actuar, tan solo eso, unidas a tu propio ser. Que tal cosa te llevará a poder compartir luz con tus acólitos y soledad para ti con la propia libertad de sentir.





Sin más el centauro con el bufido propio de bestia de mal genio se llevó a sus cuatro confidentes mientras con pequeños brillos se despedían  estas del confundido astro. No pasó mucho tiempo, quizá el necesario para que una semilla germine, quizá la necesaria preparación para tal golpe de timón. Como digo un tiempo después, sin escala posible a definir, el sol se apagó, los planetas giraban, se encendió nuevamente y continuaban girando. Poco a poco se fue apagando y la vida continuaba. Quizá aquellos planetas no lo necesitaban, se preguntaba, quizá habrían respetado su decisión. Aún debería pasar el tiempo para logra tal respuesta, pero la luz que de él brotaba era ahora cálida como antes, reparadora como antes, pero además era real y en verdad radiante por sentirla como suya además de los demás.



Para quien lo desee,
para quien lo comprenda,
para tí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo echo tanto, tanto de menos...

Armida Leticia dijo...

El SOL es el "mero, mero", y lo ha sido a lo largo de toda la historia de la humanidad, estará con nosotros hasta el fin de los tiempos...Ra, Tata Juriata, Tonatiuh, ¿cuántos nombres más tiene nuestro sol?

Saludos desde México.

lola dijo...

Solo paso a dejarte un cálido y cordial saludo, y como siempre a leerte.

Abrazos.