martes, 5 de enero de 2010

No habrá montaña mas alta... (48)



…21 de febrero del año de nuestro señor de 1723, las salvas desde los castillos de San Luis y San José daban patente el paso al retirar el enorme cable de cadena que hacía infranqueable para cualquier agresor que deseara penetrar en el sigilo de la noche a la ciudad. Quedaban pocas horas para que la flota zarpase sin demora. Los vientos buenos a barlovento de punta Canoa daban permiso para enfilar con seguridad la ruta a las tierras del Darién con Portobelo y el Castillo de Chagres cerrando esa costa por el norte, en el que este último aspiraba al control del acceso de quienes desearan alcanzar Panamá ya en el mar del Sur sin el permiso de nuestro rey, virrey o gobernador que se preciaba de mirar con interés hacia tal lugar, algo que muy pocos de tales dirigentes tuvieron a bien con las fatales consecuencias que años avante de este momento podremos conocer.


Como les decía el alba ya abierta en carnes de luz y con el calor de aquellas latitudes en franca ascensión el momento de la partida había llegado. Pero antes de relatarles tal suceso he de decirles que como bien suponía el teniente Grifol, ni la Furiosa, ni su hermana de nombre Tenaz iban a acompañar a la flota en su periplo entre las ferias de Portobelo, la posterior recalada en San Juan de Ulúa mas de mil millas al norte, que grande es el mundo hispano de nuestro rey católico, para al fin arribar a la perla del Caribe donde con todos los navíos del rey hacer el tornaviaje a España. Ambas fueron declaradas "en trámites" para su definición por el tribunal de presas y seguramente irían a engrosar el número que en lento pero continuo crecimiento formaba la armada de barlovento con la misión de eliminar la piratería y el contrabando de britanos y flamencos. Pues al fin la incógnita se desveló y como comandante de la Furiosa quedó el bueno de Artime, que bien vendría un experimentado hombre bragado en la construcción naval para aquellas gentes mientras que más de la mitad de la dotación de ambos bergantines trasbordaron a los navíos y fragata de la flota. Nuestros Miguel y Daniel trasbordaron al Estrella de Mar; Miguel Grifol como segundo del Marqués de Grillo y Daniel esta vez como paje de pólvora de las baterías en la cubierta principal para de esta forma seguir también como criado de Miguel y poder acceder a la toldilla de popa donde no le estaba permitido el acceso a nadie que no fuera oficial o tuviera sus quehaceres en tal recinto. Como siempre se logra cuando en verdad se empuja por ello, Daniel consiguió hacer saber su nuevo destino a su madre y Hermano por que al menos supieran a qué nave encaminar sus miradas cuando su ancla virase para partir.

Poco a poco las naves fueron abandonando la protección de la rada cartagenera, quedando la última la Almirante “Estrella del Mar” que casi con el atardecer a punto de morir parecía intentar zafarse del inminente golpe de efecto que le cerrase su salida al entrar la noche. María miraba la evolución del navío mientras rezaba por el bien de su hijo entre lágrimas que a duras penas secretaban ya desde sus lagrimales, pues no hacía más de cuatro horas que Pedro y Fabián, junto a Don Arturo y un buen séquito de criados habían partido para hacer antes de la anochecida el paso de la impedimenta por el lugar de tan propio nombre como Pasacaballos, y librarse de los manglares que cierran el paso al interior para comenzar la mañana siguiente el angosto camino hacia Magangue. Aferrada ahora ella a su hijo Miguel, que no era aquél infante que casi dos años antes desde el cerro de Santa Catalina en Gijón se aferraba él a ella con la misma fuerza mientras la mar devoraba el patache de su padre para siempre, así se clavaba a la vida mientras dos desgarros la sacudían sin piedad aunque siempre con la esperanza de la voluntad nunca rendida.

La noche entraba cerrando la visión y dejando a la imaginación la estela de la flota para quién deseara imaginar su evolución. María en silencio descendió a la estancia donde se encontraban Inés, Doña Aurora y las demás que la recogieron en su tristeza, respetando su silencio y arropando su dolor. Mientras, a bordo del Estrella del Mar los ánimos hacían  ya un buen tiempo que habían amainado en tristezas por la despedida y ya rolaban como vientos de sueños hechos realidad. Daniel tuvo que doblar su turno de guardia pues debía situarse de nuevo en su puesto de paje de pólvora, reponer y aprestar el balerío mientras Miguel descansaba antes de entrar en el cuarto de guardia que alguien con la mar en la venas pueda soñar hacer siempre, que no es otro que el que tiene el privilegio de dar paso al alba.


El viejo Eolo tuvo a bien en su caprichoso y divino devenir de su ánimo dejar de soplar aquella brisa suave del nordeste, con lo que la flota se detuvo a unas diez millas al norte de la costa que en aquél instante no eran otras que los salientes de las Islas del Rosario. Con esfuerzo se ordenó fachear a la flota, mientras la fragata en su constante patrullar no tuvo más remedio que robar como pudo el poco aire que movimiento llevase para ganar millas al norte y proteger un posible ataque en tan desfavorable situación. Mientras, en el resto de la flota se había tocado a “zafarrancho y prevención para el combate” que nunca se sabe donde esconde el diablo su tridente.

Las horas bajo la luna y su escolta celeste de viejos soles de lejana presencia no planteó problema alguno, salvo la tensión de serviolas y la prevención sobre las mechas prendidas por si la demanda de abrir fuego se hacía presente. Al almirante Don Carlos, nada le gustó aquella situación por no haber sido prevista y en consecuencia retrasada la salida. Era en muchos casos inevitable, pues la sabiduría y en otros casos superchería de viejos pilotos y no mas jóvenes nostromos acertaba cuando lo hacía, no como esos artilugios tan maravillosos de nombre barómetros que para la navegación portarían naves muchas décadas por avante de la presente con ese nombre tan misterioso que los científicos gustan de dar a sus cachivaches para darse importancia ante el vulgo de sopa vieja, arado, espada y cruz.

Arribó el alba con el Teniente Grifol como segundo del navío al mando de la guardia y Daniel con él a seis horas de rendir su guardia más que doblada. El calor del astro rey dio alas a las mejillas de Eolo en forma de cosquilleo de sus rayos y este transigió con su fuerza sobre el sur de aquél Caribe abierto a mil posibles circunstancias. Las velas con un suave aleteo inicial comenzaron a tensar escotas y cabos. No pasó mucho tiempo para que las señales desde la almiranta y su confirmación desde la capitana dieran a la formación de nuevo el rumbo oeste hacia Portobelo. Durante la encalmada el teniente permitió a Daniel subirse al pequeño castillete entre los juanetes del trinquete para hacer con el serviola las mismas labores de vigía, que no hay mayor placer que ser el primero en sentir despuntar el alba cuando el silencio en cubierta propio de la todavía noche ya en agonía, le hace sentir a uno la calma y el poder de saberse objeto de la tonsura de sus rayos primeros mientras la dotación descansa

La flota ya daba los 270 de rumbo en la aguja magnética y las escuálidas 200 millas serían como un pequeño salto sobre ambas orillas del mismo continente. Pero un gritó desde el trinquete dio al traste con aquella dulce previsión.

- ¡¡¡Velas por babor!!! ¡¡¡Una cuarta a popa de la amura!!!

Un cañón de aviso desde el “Catalán” corroboró tal avistamiento, mientras la Fragata desde barlovento ya volaba hacia ellas que no debían esperar tal tumulto y desprevenidas sobre sotavento de la flota se encontraban.


- ¡¡¡Cuatro, capitán, son cuatro velas!!!

- ¡¡Preparados para combate!!! Britanos no me cuadra navegar pegados a la costa, más bien corsarios o flamencos en busca carroña fácil, pero no es eso con lo que se han topado…

4 comentarios:

Alicia Abatilli dijo...

Esa incógnita que dejas en cada capítulo es lo que hace que el próximo sea tan esperado, buscando aquello con lo que nos toparemos, con ese decir tuyo de luna ardiente y bravía, como el mar mismo que tanto amas.
Un abrazo.
Alicia

Anónimo dijo...

Ains, ese Eolo caprichoso, que sopla hacia donde le apetece y cuando le viene en gana.

Aplausos, maestro.

lola dijo...

Hola Blas, paso a desearte un feliz 2010, y que tus propósitos y deseos se te cumplan, mucha salud, amor y felicidad y desde luego mucho trabajo y muchas historias mas para tus lectores fieles.

Abrazos de año nuevo.

Anónimo dijo...

Nos espera una singular batalla, sin duda.

Besos