Las amarras poco a poco las van cobrando las maquinillas, retorcidas entre las bitas que exprimen su jugo de mar tras ser devueltas por los remolcadores que deprisa y con ganas de tierra se despiden del Buque aun enorme frente a sus minúsculos pero potentes asistentes. La escala real sigue sobre el costado de estribor mientras el práctico del puerto, aún marcando el paso y la velocidad, también desea dejar ese armazón de acero que ya encamina mar abierta con el atardecer titilante de las balizas primerizas en dar aviso de “las Amosucas”. La “punta del Príncipe” va quedando a su estela cada vez mas nívea, mientras la mar tendida comienza a dar el sentido de la vida a sus tripulantes. El sentimiento de la partida de Conrad, (El espejo del Mar), se percibe a pesar de haber aún “extraños” como el práctico a bordo. La vibración de su corazón sereno se percibe como calmante a modo de placebo al que mas de 20 singladuras le restan si la mar consiente en ello para arribar a Port Harcout (Nigeria).
Mi primer buque. Lekeitio |
Los que ya dejaron la maniobra se aprestan a la llamada de la cena con la luz durmiente del atardecer sobre la roda enfilando el oeste, por la amura de babor ya grita impenitente el brillo de la corona de Cabo de Peñas. La calma llega inundando los sentidos de cada corazón, algunos sienten como se apaga su tristeza entre el cabeceo contra la mar tendida, a otros el primer envite fuera del regazo materno los induce a desear doblar ya la Estaca de Bares, los mas deciden discutir del partido y esperar pronto que Morfeo les ayude a conciliar el sueño para el comienzo de la rutina entre guardias, tormentas, calmas y descansos hasta alcanzar San Vicente, hacer consumo en Santa Cruz, doblar Cabo Palmas y ganar grados al este hasta la recalada.
Ya te sientes lejos aunque puedes distinguir las luces del otro mundo por babor, luces de pequeños pueblos rodeadas de destellos de sus faros que te previenen de que ese mundo no es el tuyo, allí las vidas llevan la rutina de los silencios frente a un televisor o la pasión del encuentro furtivo con quien amas, las fiestas de algún pueblo cercano donde conocer el futuro en forma de sonrisa inesperada o el golpe traidor de algún sueño prometido destrozado por el temporal de la nada. Mientras desde tu mundo prestado, donde la vida se vive ordenada, recogida, silente y sin más estridencias que las que Poseidón en su capricho tenga a bien arbitrar los observas en un primer momento con desdén por sentirte libre de aquellos, en un segundo recordando los momentos y prometiendo mejorarlos y en un tercero abandonando los eslabones unidos pues sabes que el motivo de tu partida es volver y eso justifica tu huida camuflada en trabajo sobre mares y mercancías.
Escribes porque deseas transmitir deseos y sensaciones a quien esté dispuesto a leer lo que sientes y deseas, sobre la oxidada cadena que asoma tensa al escobén donde el ancla espera paciente su zambullido frente a otro lugar formulas tus deseos, a dónde quieres llegar. Pero eso son solo deseos y nunca sabrás donde llegarás, solo donde quieres hacerlo, pues tras el horizonte no hay nada, solo existe lo que mantiene tu imaginación vivo con la ilusión de la meta. Vuelves a popa donde entre las maromas bien arranchadas los compañeros libres ya de tarea se hacen con la botella del Jonhny y ya preparan todo lo que vamos a hacer en Port Hartcout, será tanto que no dará tiempo a mantener el barco a flote, pero todo sea por deslumbrar a las estrellas que sigilosas hace rato guían la nave a pesar de que se empeñe la giroscópica en decir dónde está el rumbo, iluso aparato sin vida ni recuerdo.
La noche se hace perezosa el primer día, pero las 3.45 llegan correosas y habrá que entrar en la guardia que abre la nueva singladura con ganas y deseos de que el Buque mantenga su estela recta y su velocidad constante. Mientras abre el día y tú te mantienes de guardia, otros hermanos estarán descansando hasta que vuelvan para darte el descanso. En ese momento la costa ya no será más que un recuerdo y la mar será todo lo que puedas ver. Hemos partido ya.
Son ya 17 años y al igual que tantas cosas que vuelven, se que esta es imposible que lo haga pues nunca se había ido. Abril de 1994 Singapur, seguramente aquel barco de nombre Sea Dragon habrá sido pasto de algún enorme desguace asiático pero aun puedo sentir su bramido al arrancar con aquellos 27.000 cv, aun recuerdo su minúsculo gps “pegado” al mamparo de cristal del puente como “gran aparato” que te daba la posición con un error de dos cables. Los cafés endulzados de charla con Carlos Calzadilla sobre el mundo, el demonio y hasta la carne en el puente a oscuras con las estrellas serenas tratando de ganar en luz al tope de proa que jugaba con ventaja. No volverá, porque nunca se había ido…
Mi último barco. Sea Dragon |
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