jueves, 14 de julio de 2011

La Partida.


Las amarras poco a poco las van cobrando las maquinillas,  retorcidas entre las bitas que exprimen su jugo de mar tras ser devueltas por los remolcadores que deprisa y con ganas de tierra se  despiden del Buque aun enorme frente a sus minúsculos pero potentes asistentes. La escala real sigue   sobre el costado de estribor mientras el práctico del puerto, aún marcando el paso y la velocidad, también desea dejar ese armazón de acero  que ya encamina mar abierta  con el atardecer titilante de las balizas primerizas en dar aviso de “las Amosucas”. La “punta del Príncipe” va quedando a su estela cada vez mas nívea, mientras la mar tendida  comienza a dar el sentido de la  vida a sus tripulantes. El sentimiento de la partida de Conrad, (El espejo del Mar), se percibe a pesar de haber aún “extraños” como el práctico a bordo. La vibración  de su corazón  sereno  se percibe como calmante  a modo  de placebo al que mas de  20 singladuras le restan si la mar consiente en ello para arribar a  Port Harcout (Nigeria). 

Mi primer buque. Lekeitio

Los que ya dejaron la maniobra se aprestan a la llamada de la cena con la luz  durmiente del atardecer sobre  la roda enfilando el oeste,  por la amura de babor ya grita impenitente el brillo de la corona de Cabo de Peñas. La calma llega  inundando  los sentidos de cada corazón, algunos sienten como se apaga su tristeza entre el  cabeceo contra la mar tendida, a otros el primer envite fuera del  regazo materno los induce a desear doblar ya  la Estaca de Bares, los mas deciden discutir del partido y esperar pronto que Morfeo les ayude a conciliar el sueño para el   comienzo de la rutina entre guardias, tormentas, calmas y descansos hasta alcanzar San Vicente, hacer consumo en Santa Cruz, doblar Cabo Palmas y ganar grados  al este hasta la recalada.

Ya te sientes lejos aunque puedes distinguir las luces del otro mundo por babor, luces de pequeños pueblos rodeadas de destellos de sus faros  que te previenen de que ese mundo no es el tuyo, allí las vidas  llevan la rutina  de los silencios frente a un televisor o la pasión del encuentro furtivo con quien amas, las fiestas de algún pueblo cercano donde conocer el futuro en forma de  sonrisa inesperada o el  golpe traidor de algún sueño prometido destrozado por el temporal de la nada.  Mientras desde tu mundo prestado, donde la vida  se vive ordenada, recogida, silente y sin  más estridencias que las que  Poseidón  en su capricho tenga a bien arbitrar los observas en un primer momento con  desdén por sentirte libre de  aquellos,  en un segundo recordando los momentos y prometiendo mejorarlos y en un tercero abandonando los eslabones unidos pues sabes que  el motivo de tu partida es volver y eso justifica  tu  huida camuflada en  trabajo sobre mares y  mercancías.

Escribes porque deseas transmitir deseos y sensaciones a quien esté dispuesto a leer lo que  sientes y deseas, sobre la oxidada cadena que asoma tensa al escobén donde el ancla espera paciente su  zambullido frente a otro lugar formulas tus deseos, a dónde quieres llegar. Pero eso son solo deseos y nunca sabrás  donde llegarás, solo donde quieres hacerlo, pues tras el horizonte no hay nada, solo existe lo que mantiene tu imaginación vivo con la ilusión de la meta. Vuelves a popa donde  entre las maromas bien arranchadas los compañeros libres ya de tarea se hacen  con la botella del Jonhny y  ya preparan todo lo que vamos a hacer en Port Hartcout, será tanto que no dará tiempo a mantener el barco a flote, pero todo sea por deslumbrar a las estrellas  que sigilosas hace rato  guían la nave a pesar de que se empeñe la giroscópica en  decir dónde está el rumbo, iluso aparato  sin vida ni  recuerdo.

La noche se hace perezosa el primer día, pero las 3.45 llegan  correosas y habrá que  entrar en la guardia que  abre la nueva singladura con ganas y  deseos de que el Buque mantenga su estela recta y su  velocidad constante. Mientras abre el día y tú te mantienes de guardia, otros hermanos estarán descansando hasta que   vuelvan  para darte el descanso. En ese momento la costa ya no será más que un  recuerdo y la mar será todo lo que  puedas ver. Hemos partido ya.


Son ya 17 años y al igual que tantas cosas que vuelven, se que esta es imposible que lo haga pues nunca se había ido. Abril de 1994 Singapur, seguramente aquel barco de nombre Sea Dragon  habrá sido pasto de algún enorme desguace asiático pero aun puedo sentir   su  bramido al arrancar con aquellos 27.000 cv, aun recuerdo  su minúsculo gps “pegado” al mamparo de cristal del puente como “gran aparato” que te daba la posición con un error de  dos cables. Los cafés  endulzados de charla  con Carlos Calzadilla sobre el mundo, el demonio y hasta la carne en el puente a oscuras con las estrellas serenas tratando de  ganar en luz al tope de proa  que jugaba con ventaja. No volverá, porque nunca se había ido…

Mi último barco. Sea Dragon


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