domingo, 10 de julio de 2011

Veinte años no es nada

(Tan solo un fin de semana)

Guetaria
Travesía  lanzada sobre lugares ya surcados y por un tiempo olvidados. Lugares donde se respira la sal húmeda propia de la mar en  pura vida. Pueblos antaño amurallados por el miedo a lo que la mar, por ellos siempre respetada, tantas veces lanzaba  en forma de piratas o corsarios al servicio de un rey al que tenían por enemigo pues lo era del suyo, lejano pero suyo al fin. Pétreas murallas  de humana factura o  naturales sin más que plantaron cara frente a quienes trataban de urdir el robo y la rapiña, o frente a la furia de esa mar en forma de olas desmesuradas con ansia por el cobro de vidas y haciendas.

Calles por donde los primeros pasos, indecisos e inseguros, el gran Elcano dio hasta topar con la mar calmada  por la caricia del gran bloque de roca con forma de ratón. Mar en la que sus pequeños pasos se convirtieron en  enormes avances como  virtuales “botas de siete leguas” para la Humanidad que, tras mas de tres años en los que lo que todo parecía imposible, se tornó en realidad.
Elcano

Mientras, como vapor en febril ebullición este corazón largaba sin freno posible  recuerdos  a través de caminos recorridos “aquí y allá”, largaba  los sueños cumplidos y los truncados, los momentos brillantes o las oscuras tormentas vividas tras cada curva tomada, cada pueblo recorrido, cada rio recordado. San Sebastián, Motrico, Lekeitio, Ispaster, Natxitua y su enorme repecho, Laga, Laida con aquellos veranos, el cabo Machichaco y San Juan. Parecía que no habían transcurrido veinte años, que ayer es hoy y como bien recitaba Gardel, que “veinte años no es nada”.

Y continuaba la singladura. La Isla de Ízaro se plantaba entre Bermeo y Elantxobe retando a ambas como mujer verdadera por su dominio mientras la Ría de Guernica desparramaba su belleza sobre la mar repleta de olas por las que patinar la propia vida sobre mil tablas distintas que una y otra vez se nos ocurriese inventar. En su margen derecha Laida aún mantenía ese sabor agridulce de la adolescencia con sus sueños vestidos en femeninos trajes  a los que ver a fuerza de los pedales de una bici compañera de ilusiones, con quien juntos hicimos de la independencia una realidad real y por aquella fuerza sin medida las metas de este corazón poco a poco se iban alcanzando a la vista de Mundaca al otro lado de la ría, mientras las estrellas se dejaban mirar entontecidas por mil caricias dadas sobre las arenas de Laida.

Isla de Izaro


Mas al oeste el eterno Machichaco, esculpido a golpes de ola, imperturbable a quienes con el mismo vaivén lo deseen gobernar, así de digno con el sol ya moribundo se plantó sobre mi ánimo. Vieja piedra enorme a su vera guardada por la ermita de San Juan, comienzo del fin de aquel tiempo al que tras lo que parece hoy vuelve a ser  tiempo al que siento regresar.



Frente a esa piedra magistral, junto a dos corazones limpios de tormentas, oculto tras nubes, con la humildad de su silencio, el Sol dio su corto adiós y de nuevo el manto oscuro agujereado de tanto usar  dejaba ver alguna luz estelar mientras dejaba yo  para siempre mis deseos en aquel lugar.  Prometo volver, recalar sobre ese balcón con las almas gemelas que quiero, que tanto me dan y a las que deseo ver disfrutar como yo he hecho sobre la misma mar.

Artagan Mendi
Y qué decir ya el mismo domingo donde mi vida volvió como tantas veces al corazón donde con mimo se guardan las esencias por las que Bilbao es lo que es por haber sido lo que ha sido. Bajar y pisar sobre la grada en la que en los duros años cuarenta mi padre acarreaba remaches “al rojo” por lograr la magia de convertir el plano acero en  metálicas almas de  hierro a flote. 60 años después con Jose Ramón, quien sin conocer a Ignacio en aquello tiempos duros, por allí pasaba llevando  la provisión en carretas a los vapores que con su silueta le hacían brillar los ojos por lo que solo su imaginación sería capaz de relatar. Sentimos los recuerdos del muelle de Uribitarte, el “Monte Sollube”, el “Umbe Mendi”,  el ”Artagan Mendi” y  decenas de buques más a los que de niños y de distintas maneras entregaban su sudor para mantener a flote con éxito lo que  con paz y felicidad  hoy mismo pudimos disfrutar. Miradas de ojos con  más de 7 décadas recordando con orgullo por lo vivido y nosotros por escucharlo, aunque ya lo hubiéramos hecho otra vez.

La ruta de regreso al oeste ha sido tan corta como largos mis pensamientos y las ganas de volver a vivir lo que tan solo estaba guardado, que tan solo había que destaparlo para sentir que fue ayer mismo cuando lo habíamos dejado.


Gracias Amaia y Gari.
Gracias por ser los portadores de este camino, por hacerlo sencillo y por compartirlo con vuestra generosidad. Volveremos a repetirlo, aunque creo que será acompañado.


1 comentario:

Alfonso Saborido dijo...

Ni idea de la existencia de la isla de Izaro. Cuán ignorante es uno. Gracias por ponerlo.