"Cuando uno vuelve a su vocación primera, vuelve a su juventud"
Recuerdos que no se borran son las sensaciones que inundan el corazón y lo desbordan; un beso, una mirada, un golpe de aire fresco entre la rutina y la condena simulada que a veces parece la vida. Sin saber por qué, sonó en la tele la canción de los inicios del 90 de Laura Paussini, “La Soledad”, y este corazón a una edad ya un poco rebasada para que tales sones se agarren a mis sensaciones palpitó con mezcla de melancolía y gusto por los buenos recuerdos. Busqué y busqué hasta encontrar el lugar donde la música se unía con la imagen del recuerdo. Salerno, al sur de Nápoles con la Isla de Capri interponiendo sus acantilados entre las dos ciudades.
Corría el 93, había dejado por deseo propio la gran Naviera del Golfo de Vizcaya donde se ganaba dinero para forrar tres chalets y aún comprar el coche de tus sueños al día siguiente; la gente allí estaña enferma de dinero y sola, muy sola; sus conversaciones abarcaban todo el dinero posible y la soledad se palpaba en la inmensidad del Océano Atlántico entre Angola o el Congo y la hispana Texas. La decisión estaba echada, había que largarse y buscar donde el viento provocara la sonrisa que tantas veces me provocaban el escuchar a mí abuelo Alejandro o a mi tío Imanol de sus días de gloria a bordo de mil barcos en los que se podía sentir la vida correr entre sus cuadernas.
Y apareció la nave de nombre puro de competición automovilística, “Jarama”. Sus chimeneas amarillas iluminadas entrando en la noche del puerto mientras yo, con la maleta en solitario, lo esperaba en el muelle de Tarragona. Lento, alto y poco marinero se plantó con toda su obra muerta del costado de estribor sin pararse a saludar mientras la rampa de popa bajaba hasta conectar su piel metálica de mar con la tierra vestida de hormigón. Todo en él se hacía sencillo, los trabajos se llevaban sin el “estricto” y “reglado” control del Naviera del Golfo. Las clases a bordo me sorprendieron por su levedad, la sencillez inundaba mi pequeño camarote pegado al comedor de oficiales.
Mientras, en la radio golpeaba Laura Paussini con su “Soledad” y mi alegría junto con aquella sensibilidad de adolescente que rebosaba semejante canción me hacía sentir bien. Cargamos los twingo de Renault, los primeros, los llevaríamos a Salerno. Después de travesías oceánicas de 27 días entre el sur de África y los Estados Unidos, Tarragona - Salerno serían dos días por el viejo Mare Nostrum. Pude disfrutar del sol mientras el estrecho de Bonifacio quedaba por la popa y la pequeña Isla de Santa Maria por estribor nos abría el paso a la Italia. En menos de un día entrabamos en Salerno. Me llamaron al puente para ver la Isla de Capri, los yates que saludaban a nuestro paso, aquello era lo contrario de lo vivido.
Con la guardia de puerto cubierta, bien vestido y limpio como bien me enseñó mi madre cogí el taxi a pie de la escala real para ir al centro. En la radio sonaba ”La Solitudine”, me perseguía, me hacía bien, estaba solo y me sentía bien, sin ataduras bajo el latino sol brillante. Me bajé en el paseo marítimo, la gente paseaba al sol y la tranquilidad me iba invadiendo mientras parecía que todas las adolescentes que también paseaban eran Laura Paussini, tenía la canción clavada en la sien y no me dejaba más que sonreír mientras tarareaba su canción. Pasee sin más, nada me hacía falta, llegó la hora y volví a bordo. El run run de las máquinas sonaban diferentes, al fin acababa de entender por qué había que recalar, arribar a puerto como razón sin par por la que navegar. Hay mil regalos que los que los tienen todos los días no son capaces de saberlo. Pero quien vive a bordo, cuando las ilusiones de imberbe ya se te han esfumado y solo queda la fascinación por la mar, es al arribar a cualquier lugar donde puedas palpar su tacto terrestre, cuando recuperas el amor por la navegación y el deseo de cruzar de nuevo la mar.
Igual que el amarillo estaba el "Jarama" y mas allá Salerno |
Hoy escuché por casualidad la Soledad de Laura Paussini y regresaron de nuevo mil recuerdos sepultados entre tierras y censuras autoimpuestas durante muchos años. Me apetecía describirlo y me he permitido ese lujo mientras parece que aun puedo tocar la pétrea balaustrada que separaba el paseo marítimo de la playa en Salerno.
1 comentario:
Ayer pasé por acá y leí algunas cosas, pero no dejé huella, ahora me obligaste a hacerlo! ;)
Lindo relato, como siempre...
La solitudine, también me trae muchos recuerdos, olores, sensaciones que me hacen tumbar en la melancolía... corría el año 93 y yo pasé por Italia, 1 mes... (vivía en Francia y fui de vacaciones a Roma y Latina)
Tenía 16 años y aún cuando nunca me gustó Laura Pausini, esa canción la tocaban por todas partes...
Fue a mi regreso a Chile, un año después, que esa canción me hizo mucho sentido... cada vez que sonaba acá, yo la cantaba, pero en Italiano, porque no la aprendí en español...
Más de alguna lágrima derramé escuchándola...
Saludos Blas
Espero volver más seguido... así como espero volver a mis letras también...
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