domingo, 21 de febrero de 2016

La llave



Perdido entre los eternos árboles empeñados en tapar el bosque real, tratando de dilucidar el paso real al reino de la certeza. Donde los arboles son parte del bosque. Hombre incansable en su empeño, continuaba  tratando de convencer a su pensamiento  de los porqués de sus decisiones, de la conveniencia de avantear hacia el este o el oeste de la vida sin darse cuenta que su pensamiento era él mismo. Como un bucle infinito acababa entrando en la frecuencia de su propia resonancia en la que la decisión en cada instante era su propio dolor por nunca estar seguro. En realidad nunca lograba convencer a su pensamiento, pues era el mismo discutiendo contra sí.

Cuantas más veces trataba de encontrar el motivo, las mismas veces llegaba su propia voz retornando desde cualquier parte a la que habría dirigido sus lamentos. Era él, era su soledad, la misma de todos los mortales que contemplaba en su devenir; cada uno con la suya, primas hermanas  con distintos destinos según a quienes servían cada una. 

Viejos esquemas educacionales con sus taras contra las que el desaprendimiento se hacía cuesta arriba,  se rebelaban como infranqueables en los lindes de ese pensamiento al que trataba de encontrar paso y liberar. Después de logros increíbles pasados los años, pasos dados  ante calmas ecuatoriales imposibles de sufrir por más tiempo, parecía haber logrado doblegar el paso de las corrientes y mantener el rumbo a cada momento trazado. Pero la vida es  quien determina los escollos, las oportunidades, los vientos favorables, los retos, las  celadas, todos ellos sin marcarlos como tales, sin definirlos para que sea cada mente, cada esquema aprendido el que lo tome de una forma o de otra sin otra ayuda que tu soledad ante la decisión concreta.



Aquél hombre, como los demás, aunque tal cosa importaba poco pues los demás tenían, como ya dije, su propia soledad en cada paso, tenía cada instante, cada día, cada semana, una decisión que tomar, una contestación que dar y darse a si mismo sobre una y un ciento de situaciones. ¿Dónde estaban sus escrúpulos?, envidiaba al vecino de acera pues veía en el los justos para lanzarse   mientras él no era capaz de romper el cabo por tener tantos. ¿Dónde estaba su propio deseo?, ese creía saberlo, pero  a veces entraba en el autoengaño sobre obligaciones y necesidades. 

Solo la soledad autoimpuesta le permitía razonar de alguna forma, aunque sabía que eso era imposible, pues no había suficiente espacio en su mente y en el propio vivir como para encontrar la calma de lo bien hecho o decidido sin dudar por ello de la correcta elección; al fin y al cabo por mucho desaprendimiento, los surcos de la vida trasegada a golpes de ola y las cuadernas forjadas junto a mamparos remachados en su crecimiento habían dado una forma concreta a su proceder y eso era imposible de anular sin por ello desaparecer en esencia.

Esa tarde ya  entrada en noche de febrero, entre  pasos sin claro destino entre un fresco demasiado suave para la época una mesa se ofreció para sentarse a su vera mientras observar al mismo tiempo  el mundo en sus  32 cuartas o rumbos de la rosa. 

Cada visión era un mundo distinto, una razón para verse reflejado  en sus ademanes, actitudes, formas y gestos;  al fin y al cabo los escollos, oportunidades, vientos favorables, retos, etc., del mismo modo se aparecerían sobre ellos. Estaban vivos, como ese hombre. Entonces ¿dónde residía  el secreto para continuar?, ¿cuál era la clave que daba paso al rumbo, demora y marcación que dejase la proa enfilada sin duda?

Sentado frente a la mesa, mientras acudía el camarero  el hombre encontró una pequeña llave, un pequeño adorno que  seguramente alguna persona la extravió allí. Tenía la forma típica de las antiguas llaves de los cofres  para guardar pequeños documentos o joyas.  No parecía que tal fuera su uso y si mas bien la del adorno femenino parte de un conjunto. Como un pequeño símbolo  el hombre lo recogía para guardarlo en su haber, mientras pensaba qué podría abrir aquella llave imaginaria. Quizá la puerta a otros mundos paralelos, o la caja con las respuestas inexistentes con las que topaba todos los días en medio de sus miedos por vislumbrar sus respuestas, pudiera ser la pieza de un puzle que tras su colocación ordenase el mundo, ubicase cada sentimiento con su razón y cada razón  bajo el sol del bien por si.

Pasó el tiempo, el fresco aumentaba y apetecía recogerse mientras imaginaba encontrar “El Dorado” de todo lo que podía significar la llave encontrada. Así, caminando despacio hacia su último domicilio un viento helado, tempestuoso, lo empujó hasta el muro aledaño a su portal golpeándolo contra él. Cayó al suelo al perder el control tras ese golpe y al apoyarse en el suelo para reincorporarse  se topó con un bulto. Era una caja. Tenía una cerradura y, como no podía ser de otra manera, probó con la llave. Esta, al entrar en el cerrojo se fundió con él quemándole los dedos de forma instantánea. Lentamente se abrió mostrándole  lo que siempre había estado ansiando disponer para dirigirse en cada paso a dar, cada cabo que doblar, cada decisión que tomar. Al fin su mayor deseo se apareció para no dejarle más, tenía las respuestas, sabría lo que estaba bien, lo que era adecuado en cada momento y lo que sería bueno también para los que con él tenían razón de vida. No más dudas o errores con dolor para él o para los demás.

Una hora después una ambulancia del SAMU trataba de reanimarlo  sin éxito. Los vecinos, arremolinados comentaban el incidente, lo extraño  de todo, sin extrañarse de nada, pues no era aquél hombre al uso de sus costumbres.





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