viernes, 12 de febrero de 2016

DESAPRENDER




¿Cuántos años deseas vivir? Quizá todos los posibles, pero sin mal rollo de salud, sin mal rollo  social, de la manera más fluida que te permita el corazón, tus piernas, tu cuerpo, la bendita mente.

Pero suele ser que  vivas los que sean sin saberlo por más que trates de retener la esencia de cada momento o, por el contrario, te dejes llevar  sin  más que rozar los momentos, porque ellos pasen tan cerca que no lo puedas evitar.

Llueve, llueve en este instante sin cesar, arroya el agua, vibrante y a la vez rendida, las cunetas y las aceras mientras las alcantarillas con ese aspecto de radiadores  sedientos de agua, devoran todo como si el desierto de la vida pasada se abalanzara sobre el presente oscuro y húmedo. Cerrado entre cuatro paredes trato de pensar y me encuentro  con la misma vida que me mostraron padres, profesores, amigos y  novias pasadas.  
 
Reacciones correspondientes a debidas acciones previas, ligadas a compromisos, deudas de dinero, de honor o de pura educación.  Sentidos a tomar en medio de una dirección ya creada, correcta y sensata; en el trabajo, en la forma y el tipo de vida, en lo que es debido por ser adecuado; adecuado, es cierto, porque normalmente te lo demuestra al final de todo lo pasado.

Pero para qué queremos  tomar un sentido que nos lleve al acierto al final de todo. “Al final” suena como de costumbre gris y es algo que  nos deja sin el disfrute o el sufrir del viaje; mejor, normalmente nos deja con el sufrir, a veces agónico del viaje. Por ejemplo, achicando sonrisas para no dejarnos hundir por la vía de agua de una hipoteca que solo alimenta la riqueza de un banco mientras tu mente se consuela creyendo que ese dinero lo pones para disfrutar de tu propio  piso  cuando, en medio de pastillas para la tensión, la diabetes, la artritis, años han pasado cargados a tu espalda en los que has pagado tres veces tu sueño enseñándote unos banqueros sus sonrisas vencedoras por haber vivido de ti.

Qué decir de  la necesidad social, la mala visión de alguien que se cuida solo y comparte lo deseado sin límite. La búsqueda de la máxima ganancia material sobre los tiempos personales vividos escasamente entre los seres que quieres, muchas veces justificados tras el aprendizaje desde atrás en el tiempo en el que todo está justificado por un bienestar material que deberás ampliar siempre con mas material y material y material por el progreso personal, familiar y social. 

Cuantas cosas nos han enseñado, y hemos aprendido con el ejemplo y la docencia sin mal de padres, hermanos, amigos, profesores, medios de comunicación, chamanes de sotana y mitra, (estos últimos con algo de mal); cuántas formas de ver las cosas que poco a poco hacen de tu propio paisaje algo desolado donde solo queda tirar de un carro cargado de  teoremas incuestionables.

 
Dificil es abrir paso a tanto obstaculo, pero no imposible.

Pero todos los días sale ese tranvía  que lleva la línea nº 9. No hay destino, tan solo dice “Desaprendizaje”. Si a él te subes, en pequeños tramos al principio, poco a poco, sin estridencias, sin sustos en el vecindario, mas tarde aumentas la distancia a recorrer, las cosas empiezan a verse de otro modo, comienzas a actuar de otra manera, la gente a tu alrededor se sorprende al principio, luego eso te acabará dando igual.

Es cuando el viento al que recibías de la misma forma siempre, ahora lo engolfas de mil maneras distintas, unas veces contrarias,  otras de popa, de bolina, pero siempre de forma soberana, nunca al modo  marcado por ese sentido común que no es más común que otro sentido común a  diez mil millas en cualquier otra dirección de tu corazón.

Desaprender es la mejor forma de crecer cuando ya has aprendido, crecido, vivido con sus triunfos y sus derrotas. Desaprender te da ese pequeño golpe de viento para ganar barlovento al viento contrario de la vida existente. No te garantiza la felicidad, pero te regalará momentos inesperados que no  se pueden encontrar entre lo socialmente aceptado.

Sigue lloviendo  a cántaros,  los barrotes de las alcantarillas siguen su modo aprendido de devorar el agua mientras esta fluye como lo exigen las pendientes y manda la santa madre Gravedad. Ella no puede desaprender, no piensa, tú si, tú podrías  tratar de  vadear esos barrotes de hierro fundido y encontrar lugares donde  reposar o correr más y ser feliz ese instante en el que descubres que hay otras maneras de vivir en el mismo mundo.



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