lunes, 3 de noviembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (13)


…Los hombres de Don Pedro permanecían quietos, descabalgados, desarmados, con la esperanza en la recuperación de su capitán miraban a Don Tello. Éste, con el brillo de la victoria grabada a fuego, resplandeciente por saberse portador del triunfo por sí mismo y sus fieles caballeros, de un salto se plantó a pie junto al cuerpo tendido de su enemigo derrotado.

- ¡Agua!

Un chorro de agua gélida, recién descongelada de los hielos que anegaban la llanura fue arrojada desde el yelmo de uno de sus fieles. Podría atreverme a jurar que más dolor pudo causar semejante golpe de frio en su cara, que el golpe de acero con el que Don Tello lo dejó fuera de combate. Como el verdadero bálsamo de Fierabrás sus ojos se abrieron, mas lo que vieron no pudo ser de su gusto, era don Tello con su mirada fija en la punta de su espada que con escasa holgura se separaba de la nariz de Don Pedro.

- Bienvenido al mundo de los vivos Don Pedro, de los Fernández Castro. Dad gracias al cielo por seguir en este mundo, aunque quizá esto sólo sea, porque en aquél nadie os desea por traidor y cruel. Aprovechad tal ocasión para enmendar vuestros pecados y vuestras deudas ante vuestros hermanos.

Don Pedro, a pesar de su complicada situación, no se apreciaba en el atisbo alguno de nerviosismo o derrumbamiento. En verdad era un hombre admirable en su valor, a fe que se podía enfrentar a quién fuera y con quién fuere hombre de tal enjundia. Se incorporó hasta sentar sus posaderas sobre roca cercana, mientras la espada de Don Tello lo seguía como sombra de muerte.

- Habéis luchado bien… Cómo os llamabais. ¡Ah! ¡sí! Don Tello, hijo de Don Guzmán, valeroso caballero…
- ¡Gracias al cielo que al fin lo reconocéis, aunque sólo sea frente a su espada, recio acero con el que puedo reuniros con él en cualquier momento!

La mirada de Don Pedro se tornó algo mas vidriosa
- Calmaos, Don Tello, me habéis vencido. Habéis demostrado valor y conocimiento en el arte de la guerra. Solo espero que también sepáis de compromisos y deudas entre nobles caballeros.

Tello torció el gesto, sabía a lo que se estaba refiriendo. Recordaba con dolor cuando dejó a su padre muerto en el castillo de Alarcos, mientras se retiraban gracias al pasillo concedido por Don Pedro para librar las hueste de Al Mansur. La mesnada de Don Diego ya estaba allí. Don Diego con sus hombres enfundando las espadas al ver la batalla terminada, caminando se acercaron al lugar donde todo esto que relato sucedía.

- Razón tenéis, con la diferencia que ahora derrotado estáis por soldados cristianos y en Alarcos eran los moros los que aún nos debían de derrotar. Mas mi corazón es grande pues abarca el de Don Guzmán, mi padre, que así no desea veros muerto sino en combate a muerte de igual a igual. ¡Marchad antes de que el sol marque su altura mayor! Dejad vuestras armas aquí y cabalgad como raposos sin pieza y rabo entre las piernas!

Don Pedro se levantó, con un gesto sus hombres dejaron caer sus armas y como raposos frente a hombres cogieron sus caballos sin esperar a su señor.
- Don Pedro, dadme vuestra espada. Si tenemos la divina oportunidad de enfrentarnos en juicio de Dios, os juro que de ella dispondréis, mientras tanto será mi trofeo hasta ver vuestra sangre bajo las uñas de mi cabalgadura.
- Me voy. Nuestra deuda esta saldada, mas os juro que pagaréis semejante afrenta con vuestras manos rogando piedad, algo que no existe entre los Fernández de Castro. ¡Nos veremos, Don Tello!

Partió a uña de caballo hacia Valencia de Campos, donde poder limpiar sus heridas antes de enfrentarse al Rey al que ahora rendía su respeto, Don Alfonso IX de León. Don Diego, orgulloso por lo visto, por saberse acertado cuando ahijó a Tello, como un oso le abrazó mientras los vivas se perdían entre las lindes de la tierra vista.

- Don Tello, ante vos descubro mi orgullo, habéis doblegado al doble de hombres con vuestra táctica nueva, atrevida y de bella factura. Por nuestro lado los objetivos cumplidos están, los vuestros son ya sobrados y nuestro Rey a esta horas estará reforzando Urueña y sus alrededores antes de regresar a Burgos.
- ¿Cuál es ahora nuestro destino, Don Diego?
- ¿Nuestro destino? ¡Regresar entre vítores y gloria para vos por vuestra lid sin tacha ni enmienda! Preparemos el regreso, aunque antes demos sepultura a quienes han caído en tan singular batalla.



Durante la tarde el tiempo consintió un respiro, que permitió romper la helada tierra sobre la primitiva loma que tornó de parapeto a eterno lecho de hombres que entre sí lucharon y juntos para siempre reposarán. Con la inminente llegada de la noche partieron el ahora numeroso ejército hasta alcanzar con la medianoche la villa de Villafrades, acampando en sus afueras junto al río Sequillo en tierras ya Castellanas. Pocas viandas y menos los caldos a degustar hubo aquella noche invernal, mas la fiesta fue sonada que una victoria da alas, produce sabores y es capaz de embriagar como verdadero Festín.

Amaneció, la hueste tomó el camino a Burgos, Don Diego mandó a dos emisarios a dar la noticia a la reina de la victoria sobre León y los Castro. Apretaban el paso, Tello con poco disimulo el que más, mientras cabalgaba a la cabeza junto a Don Diego. Deseaba llegar a Burgos con el ansia de ver los ojos de la princesa, se imaginaba relatando su hazaña mientras una de sus manos atenazaba las riendas y la otra acariciaba aquel medallón. “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad”, frase de piedra que como tal losa debía sentir, aunque consciente de ello no fuera entre tanta honra, gloria, honor, y leguas recorridas a lomos de su caballo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aunque las aguas parecen que se han calmado, mucho qué contar le debe quedar aún a Don Tello.