jueves, 15 de octubre de 2009

No habrá montaña mas alta... (27)

…San Juan trajo su hoguera cargada de miles de deseos lanzados sobre ella por quienes creían que así estos alcanzarían de lagún modod el real sitio de su propia realidad. En el "Soberano" la noticia del embarque de todos en la flota de galeones a Tierra Firme fue el detonante, la chispa que dio fuego a la noche de San Juan de ese año de 1723. El hecho de que el viaje iba a ser con Daniel embarcado en la nave capitana trajo en un principio reticencias en los ánimos de María paraa celebrar el logro de todos. Pero pasado el primer golpe, como una leve frustración fue poco a poco desvaneciéndose entre los argumentos de unos y otros, pero sobre todo ayudó el gesto en el rostro de Daniel que parecía ser el mismo comandante de la escuadra. Su orgullo y su brillo en la mirada le trajo a María los ojos de Gaspar, su difunto marido, verdadero hombre de mar, patrón de un falucho pero comandante de una nave que con el mismo arrojo se enfrentaba a los caprichos del mismo mar que mantenía cercada a la tierra desde que el mundo se ha llamado así.



- Madre. No os aflija nuestra separación. Como bien dice Don Diego, seré el criado de un Teniente a bordo de la nave capitana, podré aprender lo que siempre había deseado y además será esto a bordo de uno de los navíos más poderosos de nuestra Real Armada. ¿Quién sabe, Madre? Quizá tenga la suerte de poder pasar de la mera dotación de la nave a ser un tripulante y cazar la oportunidad de ser algo en esa institución. Mi padre estaría colmado en su orgullo si esto lograse. Con lo que pueda aprender a bordo y la suerte que nos depare la jornada entre Cádiz y Tierra Firme quizá podamos con el tiempo vivir de la mar como lo hizo nuestro padre. ¡No sufráis por mi, madre! Además, tendréis así un artillero con cañón de a 36 presto al disparo si corsario o nave britana planta su costado al vuestro con aviesas intenciones.
Con una sonrisa suave, Marçia se convenció.


- ¡Daniel, hijo mío! Así será, porque no hay otro camino y porque veo en ti a tu padre Gaspar cuando a punto estaba de botar su primera lancha. Celebrémoslo pues juntos todos que ya habrá tiempo de separarse.


Este fue el fin de las tribulaciones y el inicio de los sueños de libertad, del poder hablar en alto y con verdadera ilusión de proyectos y futuros logros que, siendo sus probabilidades las mismas que semanas antes, eran ahora presa de la euforia por lo alcanzado. Celebraciones y sobre todo trabajo fue lo que siguió a las primeras en el cortijo, donde nada tenían más claro Diego Delgado y Pedro León sobre el verdadero camino hacia la consecución de los fines y las metas que uno se proponga en su vida. Diego, como cada año por esas fechas tras tantos haciendo casi lo mismo fue preparando la futura cosecha de la uva que tanta vida le dio mientras listaba y organizaba el volumen de carga que le correspondía en el “Tercio de frutos”. Pedro procuraba mantener el material a llevar consigo a bordo, tanto las mercancías como las herramientas y útiles que podrían servirle en el futuro cuando se hiciera con algún trozo de tierra donde establecer algún ingenio con el que crear paños y telas que vistieran y adornasen las pieles de los que allí donde iban vivieran.



María desde aquella nueva posición lograda sin esperarlo cuidaba de sus hijos, formaba en la lectura y escritura a sus dos hijos y procuraba alegrar la vida de todos junto a Inés y Francisca, cada una desde sus modos y formas personales. Realmente para todo había tiempo pues como verdaderos invitados eran tratados; María en muchas ocasiones participaba de los paseos entre veredas con Inés y Francisca donde hablar de mil cosas. Paseos en los que de forma gradual coincidía Pedro, al principio de forma accidental y poco a poco regularizando tales andares hasta ser su presencia algo casi imprescindible. Todos sabían el porque de aquellas situaciones de agrado general. Pedro había claudicado en sus pretensiones calculadas sobre su relación con María y ella hacía tiempo que lo veía no sólo como un digno padre de sus hijos, sino que cada vez mas lo imaginaba como el amante que daría sentido a su soledad, sin por ello sentir en su corazón traición hacia su marido casi dos años muerto frente a sus ojos en la bahía de San Lorenzo.


Fue rayando el final de julio cuando, tras la inoperancia táctica de Pedro León, que como en otras ocasiones este humilde narrador les había contado, no era el arrojado alabardero de nuestros viejos tercios sino más bien apocopado en los lances con el sexo opuesto, las mujeres en conjunto como verdadero tercio de arcabuces entraron de frente y por los flancos sobre semejante enemigo. Emboscada de fácil ejecución, máxime cuando el enemigo lleva en la mirada el anuncio de la inminente rendición.


- Mi querido hermanito, Francisca y yo hemos de volver a las caballerizas, hemos dejado esperando al capataz por nosotras. Francisca, vamos que nos va a matar Mateo, hace ya media hora que le habíamos dicho para que nos tuviera ensilladas las dos yeguas para recorrer la finca.



- Pero…



- Nada hermanito, que en buena compañía te dejamos, toda ella para ti. Así que no falles que bien vale tal dama; más que mil paños de Beteta y tu por un paño…



- ¡¡¡Inés!!!

Inés y Francisca se giraron al unísono encaminado sus pasos hacia el edificio anejo del edificio principal. Pedro, entre rojo y morado por aquella situación no sabía encontrar la mirada y la palabra que aliviara la tensión que sentía en aquél momento. No hizo falta encontrar hueco donde ocultar ese silencio pues María entró de frente y sin miedo lo rellenó.



- Pedro, nos os aflija el carácter de vuestra hermana que si hay algo que vale la pena es su valor, su alegría y su franqueza.



- Pero os ha comparado con un trozo de tela y…



- ¿Y de qué tela os parecería que podría ser yo si como dice Inés yo lo fuera?



- Me dejáis sorprendido, María. Pero si vos queréis saberlo hace tiempo os diré que estoy seguro de lo que os digo cuando pienso que sois tan singular como una tela que me enseñó una vez mi padre hace ya años. Tejido que ahora guardo como su recuerdo palpable entre mis mas preciados tesoros. Es conocida como tela de Calicud por ser proveniente de la India de los portugueses que durante algunos años con nosotros pervivieron hasta que sus destinos trocaron de los nuestros. Seríais vos como esa blusa de ese color carmesí del puro Damasco que como os digo, mi padre me entregó sin darme razón por ella y que sin duda pronto os mostraré. Esa prenda, esa tela sería lo más comparable a vos por su belleza intrínseca a la vista y al tacto. No habría que decir que coincidís con este material por ser para quien a su lado lo conoce como algo para siempre insustituible por ser ambos únicos en su especie y de significados tan inmensos para mi propio corazón.



- Pedro, me abrumáis… No esperaba tal cumplido de vos.



Sin esperar por sentir el tacto paralizado de Pedro, fue María la que se detuvo frente a él y mientras mantenía sus manos entre las suyas un leve roce de sus labios hizo el resto entre ambos…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Te cuento un secreto?
Ya tengo toner en la impresora ( hacía meses que no) y puedo ir imprimiendo cada uno de los capítulos. Pondré sobre los impresos, una foto de un barco, y una piedra de playa, y esperaré al siguiente.