lunes, 9 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (32)

…Nadie logró conciliar el sueño mas de las pocas horas que restaban al preludio del alba desde que el maestre dio la nueva de la inminente partida de Santa Cruz. El rumor de la marinería en pleno ejercicio de preparación del aparejo, los golpes de sus pasos en muchos casos a la carrera por los gritos y silbos del nostromo, que se afanaba en hacer cumplir la orden del Maestre, despertaron a todos los que a bordo iban como pasaje y no era necesaria su presencia en la maniobra. Miguel acurrucado entre las batayolas y bajo uno de los cuadernales a estribor del palo mayor observaba embelesado las operaciones que aquellos hombres eran capaces de hacer casi a oscuras en demanda de las órdenes del Maestre. Con cuidado se incorporó asomando su pequeña cabeza sobre la regala para poder distinguir la flota en la bahía, que mostraba un aspecto silente en esos momentos, aunque si observaba con calma a cada navío podía distinguir el rápido movimiento de gentes por la misma razón que sobre el suyo. Llevó sus ojos hacia levante donde se adivinaba ya la luz del sol con una leve penumbra cada vez menos intensa. La línea del cielo con la mar desde su posición en la urca solo era rota en su continuidad por el orgulloso navío “Estrella del Mar” que cerraba más alejado el conjunto de la flota. Allí estaba su hermano al que se imaginaba gallardo…


Y Daniel allí estaba en verdad, mas su gallardía no le permitía mantenerse erguido pues llevaba más tres horas agachado sobre cada cureña de la banda que a él le correspondía, entre él y su compañero de travesía, “Pulga”, revisaban el correcto trincaje de los cañones frente a las portas que por orden del comandante y salvo temporal que en ciernes se plantase, mantendrían abiertas hasta que los puertos del Caño de la Invernada los dieran posible cobijo mas seguro que nuestros propios cañones en forma de estruendo en pólvora y balerío frente a cualquier enemigo.


- ¡Criado! A partir de ahora, ejercicios de tiro y zafarranchos de salón mientras no aparezcan corsarios de cualquier hijo de rabiza turca. Eso o montañas de agua en forma de olas que te muestren con más acierto cómo se aprende a rezar.


- Tranquilo, Pulga. Tengo los bajos al punto pelados de mares en mil formas de enojo a cual mas perversa.


Continuaban ellos en la 1ª cubierta, en lo más bajo del navío junto a la misma galleta por la que todos se persignaban ante la virgen del Rosario para nunca tener que degustar. Cubiertas mas arriba todo el mundo estaba ya prevenido al la orden del comandante para virar el ferro y zarpar a la caza de los alisios.

- ¡Don Francisco! ¡¿Estamos listos?!

- Si, comandante.

- Pues que el pater bendiga la salida con la Santa Misa.



Se tocó a sagrada oración y a un movimiento todos los hombres se arrodillaron ante la imagen de la Virgen y la de la sotana del Pater, que muchas habían en todo el reino para tan poca población. En todas las naves se pasó a la misma bendición, acto que en alguno de ellos era el mismo patrón, piloto o maestre el que hacía de hombre de Dios, que en verdad este es que el pervive en el interior y es el propio hombre quien lo saca y lo plasma sobre la cruz que con tanta afición las viejas sotanas hispanas dedican a empuñar como estandarte ciego de unión.



Acabó el final de Misa con la vieja oración de pura mar y tradición que así decía: “Bendita sea la Luz y la Santa Vera Cruz, y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad; bendita sea el alba y el Señor que nos la manda; bendito sea el día y el Señor que nos la envía.” Con este último rezo pronunciado como algo realmente sentido por la marinería se dio inicio a la maniobra de virar el ferro.

- ¡Segundo¡ ¡Mande comunicación a la flota de la partida! Nos partiremos avante hasta doblar Punta Salema por el sur de la Isla, después recuperaremos las posiciones que dictan las ordenanzas.

Mientras el señalero daba el mensaje convenido al resto de la flota, el ancla ya suspendida hizo brotar de nuevo otra elevación, esta vez del piloto de barra (a proa), que sin explicación del por qué tal cosa se producía, era algo que pacificaba interiores mientras reforzaba el ánimo para empezar una dura travesía oceánica, algo que como nueva etapa de la propia vida podríamos equiparar. Este hombre recitó algo que decía así: “¡Larga el trinquete!, en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, que sea con nosotros y nos guarde, que acompañe y nos dé buen viaje a salvamento, y nos lleve y vuelva a nuestras casas”



Respodido el piloto de barra por todos los presentes con un avemaría, este cerró el sacro diálogo con otra respuesta: “Señor piloto, haced bien vuestro oficio hasta do viéredes que conviene, que yo pueda hacer el mío”. Una salva desde el “Catalán” dió por cerrada la estancia en la rada de Santa Cruz mientras, lentamente la flota fue formando la línea que gustaba llevar el Comandante Don Carlos Grillo de natural presumido para él y para todo lo que llevara su nombre aparejado como la flota en la que vivimos estos momentos era. Con los alisios rolando en aquella costa tinerfeña para soplar del este nordeste cuanto mas al sur avanzaban, podía un albatros que despistado acudiera sobre aquella mar observar una ordenada línea de naves que como pequeñas hijas de un orgulloso padre seguían mientras tras de estas cerraba su andar otra que de su propia madre podría tratar. Por barlovento de la flota la fragata “Pingüe Volador” veloz ganaba más y más barlovento para reconocer posibles enemigos a la vista y con el viento a su favor poder acudir presta y dispuesta a la defensa de sus compañeras de escaso andar, cargadas de golosos y seductores tesoros como buen botín para cualquier pirata o corsario que las otease en el horizonte siempre serían.



Doblaron el cabo sin novedad alguna, por el costado de estribor las islas de la Gomera y el Hierro despedían el contacto con las Islas Canarias, tras de estas más de 2.500 millas hasta abordar el Caribe por el mar de las Damas, donde los alisios daban por la popa la seguridad y el tedio propio de quien solo ha de dejar llevar sus naves hasta Tierra Firme. Jornadas de navegación en verdad aburridas en las que sólo lograban romper el dichoso tedio mediante ejercicios de zafarrancho de los hombres con fuego real cuando esto era posible, o con las misas y ceremonias religiosas que los hombres de dios en cada nave celebraban, estos eran actos que daban una antes y después a los días. Mientras, el crujir de arboladuras, el rechinar de cables y escotas era la música que acababa dominando el sonido sobre la mar calmada que normalmente acompañaba a semejantes travesías de natural más cortas, pero al ser necesario la navegación "en conserva" era de ley mantener el andar de la nave más lenta.


- Un mes nos queda por la proa y te apuesto la paga de la travesía a que al menos con veinte zafarranchos nos castiga el comandante. ¿Hace, Criado?


- Tendrás razón, pues ya conoces de lo que hablas, así que no tiraré el poco dinero que me den por servir los cañones de esta cubierta.


La capitana ya marcaba el rumbo a proa mientras con trapo recogido el “Estrella del Mar” había ya recuperado su posición cerrando la flota. Con su fanal de popa prendido al igual que las demás la lenta procesión nocturna ganaba millas sobre el océano entre la calma reinante. No había el alba casi tenido tiempo a demostrar su poder sobre la oscura madrugada cuando desde el norte se escuchó el sonido del cañón.


- ¡Atención en cubierta! ¡Informe de la situación teniente!

Aquella guardia era la del Teniente Grifol, quien rápidamente envió a uno de los dos alféreces a la cofa del trinquete.

- ¡Es nuestra! ¡La fragata, capitán! Viene hacia nosotros apurando el trapo!

- No me gusta esto Don Francisco. ¡Aproemos al norte hacia la fragata! ¡Toque zafarrancho!...





3 comentarios:

Armida Leticia dijo...

Desde México, un saludo amistoso.

Anónimo dijo...

El mar de Las Damas.....te juro que nunca había esuchado ese apelativo...... Esta tarde termino la lectura del post, que pequeño no es precisamente, pero mi tiempo es menor.
Un saludo!

Guy de Bonneville dijo...

En San Sebastián tenemos la Batería de las Damas, que protege el Castillo de Urgull por el lado de la bahía. En tiempos de guerra más de un barco atrevido probó el fuego de sus cañones. En tiempos de paz las damas paseaban por ella con los oficiales de la guarnición, de ahí el nombre.

Enhorabuena por el relato, estoy disfrutando mucho.