lunes, 23 de noviembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (36)

…Navegaba el “Estrella del Mar” con todo el trapo largado, prevenido para el combate inminente que aún no estaba claro en qué manera se iba a producir mientras la fragata ya había entablado combate con el bergantín corsario que pretendía así dar tiempo a su compañera huir con la presa. Aquél iba a ser el último error, pues a ambas les caería más tarde o más temprano la pólvora del Rey. Mientras esto sucedía, en la 1ª batería los servidores de cada cañón ya estaban prestos y listos para la siguiente andanada, mientras los carpinteros y la marinería que a ello había sido designada por el maestre carpintero y el nostromo se dedicaban a tapar los balazos y reparar lo que el fragor del combate había dañado.

- ¡Criado! ¡Mira por la porta, los piratas han cazado a un mercante de los nuestros!. Son ilusos si creen que tal y como les hemos dado hasta ahora van a lograr marcharse de rositas con semejante afrenta. No creo que nuestro comandante lo permita.
- Tal y como hemos combatido, estas en razón, Pulga. Pero no sé si les daremos alcance.
- Mientras lleve a su popa al mercante no podrá aumentar la velocidad y caerá. O lo suelta o caerán los dos.


Desde la porta no se podía distinguir el mercante que se llevaba y todo eran conjeturas aderezadas por las sempiternas apuestas prohibidas a bordo mientras el combate entre fragata y bergantín tan sólo se podía percibir a cada andanada respectiva. En aquella dulce ignorancia Daniel mantenía su ánimo embebido en la tensión del combate pasado y por el que había de llegar. Entretanto en la cubierta de mando, a popa sobre el alcázar, el comandante con Don Francisco, su segundo, observaba el combate de la fragata “Pingue Volante”, cuyo nombre de matrícula en la Real Armada era el “San José”, pero como vieja costumbre marinera, todo navío llevaba su sobrenombre o apellido con el que era conocido entre los servidores de la institución.
Como decía el combate era a cañón entre sus costados respectivos de estribor. La mayor altura de los palos de nuestra fragata daban ventaja a los infantes de marina en diezmar a quienes valorasen desde sus alturas como líderes o comandantes, que entre aquella chusma no se podía distinguir entre el oficial y la marinería. El combate proseguía con una aparente ventaja hacia los nuestros.


- Don Francisco, creo que llegaremos tarde a repartirnos la victoria porque Don Pedro tiene clara la maniobra y creo que tiene al bergantín en el punto justo punto de darle el golpe de gracia a base de garfio y pistolón.

No andaba descaminado Don Carlos, pues una suave andanada con las culebrinas del alcázar de proa dio con los garfios sobre el bergantín.

- Ahí los tiene, capitán. Fieles a su premonición. Ese bergantín es nuestro, que recen lo que sepan a ver si logran tregua en la otra vida porque de esta nada les salva.


En pocos minutos la situación se aclaró con la arriada del pabellón corsario y su nuevo izado bajo el pabellón hispano como formal presa del rey. La suerte estaba echada y había que enfilar hacía la corbeta con el propósito de liberar a la urca. Con las órdenes oportunas desde la almiranta de menor andar que la fragata, se dio orden a esta que pusiera rumbo en demanda del bergantín que restaba, al que ya perseguía el “Catalán” desde hacía algún tiempo. El Estrella del Mar escoltaría a la presa al grueso del convoy para reagrupar de esta manera el total de los navíos al que de momento se agregaban dos naves corsarias, que harían buenos servicios como patrulleros o bajeles ”de aviso” en el Caribe donde los britanos intentaban hacerse con su dominio desde Jamaica.


Mientras tanto, a bordo de la Urca las cosas iban como puro tormento bajo un inclemente temporal, con el miedo manteniendo en pura zozobra a todos los que allí se mantenían con vida. En el abordaje, desigual y del todo cobarde por plantar pólvora y acero sobre civiles escasamente defendidos, el maestre y varios marineros decidieron plantar cara al destino para ir con este al desconocido mar de los muertos donde el viejo holandés esperaba taciturno a recoger almas perdidas flotando entre la misma mar.


La desgracia de aquella violencia no se quedó en la marinería. Fabián Bracamonte, el campesino que embarcó en Santa Cruz se debatía entre la vida y la muerte tras salir en defensa de Inés a la que casi se llevan como trofeo dos piratas que volvían a su bergantín. Un golpe rudo y directo sobre uno hizo que Inés escapara de sus captores, pero con el chuzo de abordaje el otro criminal abrió de un certero golpe la cabeza de Fabián dejándolo medio muerto sobre cubierta. Como pudo, Pedro León con ayuda de otros hombres le trasladaron a la cámara del maestre donde intentaban mantener la herida compuesta y que la pérdida de sangre fuera la mínima. Uno de los pasajeros que habían embarcado en Cádiz era barbero, fue el que con sus manos y un tosco instrumental más propio de sacamuelas que de cirujano naval se arrojó en su salvavción mas con su ardor y buena intención que con puro conocimiento de mínima anatomía, pero la vida esta donde decidey se planta donde dispone con lo que solo quedaba morder el labio superio y dar vante. Al menos su estado de inconsciencia hacía de sustituto al efecto del inexistente láudano y aquél valiente al menos no sufría. Desde la cámara de maestre una pequeña cristalera miraba a popa con lo que los allí presentes podían estar al tanto de su situación.


- ¡Hermano, mirad! ¡El navío que nos protegía nos persigue! ¡No nos abandonan! ¡Gracias Dios Mío!
- ¡Es cierto, Francisca! ¡Y aun mejor, la fragata le está dando alcance y será la que nos salve o nos mate, que de mar y guerra creo que voy ya demasiado sabido!
- Ande, Don Pedro, deje que la Real Armada haga su trabajo y ayúdeme a hacer el mío. Por favor sujete sobre la coronilla con fuerza mientras trato de coser este desafuero contra la propia vida. Doña Francisca, mantenga trapos húmedos y lo más tibios posible.


Don Guzmán Ortiz, viejo barbero y hombre curtido al mismo tiempo por la misma razón echaba el resto de su escaso saber médico sobre la vida de Fabián mientras la primera andanada desde los cañones de caza del “Catalán” retumbaron como sueño de libertad. La persecución continuaba y era una premonición clara que a la velocidad de la urca esta caería sin remedio. El pánico comenzó a bullir entre los almas de los que gobernaban al urca, los tripulantes ahora sometidos comenzaban a presentir su liberación y en sus ojos se podía escuchar el sonido de la vengativa muerte que ya olía a sangre corsaria. La fragata alcanzó al “Catalán” y lo pasó por su costado estribor, en pocos minutos estarían a tiro de mosquete de “Virgen de Valbanera”.


El pánico y la moral en alza de los dueños verdaderos de la urca fueron las armas suficientes para reducir a los hombres que uno a uno perdieron la oportunidad de ser capturados por la fragata y así encontrar algún tramo de ley que los mantuviera con vida. No hubo gaznate que no abriera sus poros para exhalar la vida de quien lo portase. Cayó al instante el pabellón maldito mientras izaban con orgullo el de la marina del rey.


Dentro de la cámara del maestre Don Guzmán poco a poco terminaba su milagrosa labor de cirujano y encomendándose a nuestro Señor y a la Virgen de Valbanera terminó la intervención arrodillado ante quién confiaba devolviera la vida a Fabián. Mientras, desde el Catalán como nave capitana se mandó detener la persecución del bergantín. Que supieran más allá del horizonte lo que sucede a quien se enfrenta con nave hispana…


1 comentario:

Anónimo dijo...

Y ahora la última frase me ha hecho pensar en los piratas modernos, barquitos de pescadores, pago de rescates, etc. Ay Blas!!! Lo que ha sido esta armada y lo que es.....