…La última corbeta de aquella jauría naval, seguramente comandada por la que más a proa se abría paso cortando la mar como cuchillo sobre mantequilla, había caído y era ya presa de los nuestros. Don José aún tendría algún tiempo, en verdad que de oro puro en aquellos momentos, para dedicarse a dominar la presa mientras las otras dos que le adelantaban ahora no tan convencidas se aprestaban a tumbar el Estrella del Mar, aprovechando su mayor rapidez y agilidad en comparación con el navío de 70 cañones, que a pesar de la virada dos cuartas al oeste aún tardaría en ganar arrancada. Debían por ello aprovechar la rapidez y su posición a barlovento de su enemigo para asestarle en donde más le pudiera afectar mientras evitaban cualquier bocanada de fuego sobre si mismas.
Desde el Estrella del Mar, su comandante, Don Carlos, no comprendía tal maniobra que se le antojaba suicida frente a su navío que con más temprana que tardía incorporación de la fragata marcaría de forma definitiva su superioridad, eso si no contásemos si fuera posible convertir a la ahora presa como cazadora. “Algo más tienen estos perros entre manos que no consigo descubrir”, pensaba para sí mientras se preparaba para recibir su fuego y devolverlo con la furia de quien se sabe en trance de la propia supervivencia, donde el objeto no es otro que poder matar sin pagar la muerte luego, o al menos que esta no llegase tan pronto como los piratas pretendían. Como un aldabonazo a su propia pregunta la puerta de la respuesta se abrió como melón en postre de buen almuerzo.
- ¡Capitan! ¡Disparo de cañón al Sur de nuestra posición!
- Ya tenemos el porqué de esta maniobra, son más y van a por los mercantes. ¡Mantenemos rumbo y diana con las corbetas! ¡Segundo! ¡Señales a la fragata para en cuanto pueda que parta en ayuda del “Catalán”!
La suerte ya estaba echada, ahora no quedaba más remedio que resolver la situación y largar trapo hacia el convoy, que era al final el sentido de su escolta. Desde que cayó la primera corbeta había trascurrido ya media hora, la distancia era la apropiada para encarar a las otras dos. El Estrella del Mar viró una cuarta más al oeste para ganar velocidad mientras las corbetas se mantenían en rumbo Nor nordeste alineadas para evitar al máximo su superficie como blanco. La velocidad mayor del navío permitió que el rumbo de las corbetas pasara del puro centro del costado de este al de enfilada cortando la popa de nuestro barco. Fue entonces cuando Don Carlos se la jugó.
- ¡Cambio de rumbo! ¡A la polar!
La maniobra como un reloj se tradujo en relinchos de cuadernas, balanceos y pérdida de velocidad, pero Don Carlos había ganado la justa para encarar su costado al de ellos.
- ¡A desarbolar! ¡¡¡Fuego!!!
El estruendo de la andanada desde las dos cubiertas fue demoledor, el mismo navío se escoró a la banda contraria por aquél efecto mientras, una intensa humareda en el propio costado no permitía comprobar los destrozos
- ¡¡¡Todo a babor!!! ¡Virada en redondo!
Mientras la maniobra era ejecutada y poco a poco el navío fue primero presentado la aleta de estribor para dejar la popa y ganar el otro costado el humo despejado permitió comprobar los daños. Fueron justos, pero tampoco letales. La corbeta mas próxima fue la que llevó menos daño por el ángulo contra los cañones mientras que la que le seguía quedó con el trinquete, mientras que la mayor apoyaba sobre la cubierta como una imaginaria línea de crujía mirando a popa y la mesana iba sobre la mar arrastrada por la jarcia a la que se afanaban sus servidores por cortar. Ahora era su turno y cobranza y a fe suya que se la iban a hacer cobrar. La corbeta más sana disponía de los tres palos, aunque llevara algún boquete en la parte más alta de su acostado que no le afectaba para su misión. Daba el navío su popa en el peor momento, tan sólo los dos cañones que se conocía como guardatimones prestarían algo de respuesta ante la inminente andanada. Don Carlos desde la balconada los observaba mientras pedía en mudos gritos a todos los dioses que tenían nómina de mar que dieran un golpe más de viento para proteger su timón o cegar a los que enfrente esperaban la orden de disparo.
Mientras, en la batería más baja, Daniel junto a los demás cargaban y dejaban listo el cañón mientras esperaban lo que todos. Y como todo lo que ha de suceder así acontece, primero fue una detonación menor, para recibir a los pocos segundos varios impactos sobre la popa.
- ¡Nostromo! ¡Traiga al maestre carpintero! ¡Daños y situación del timón!
Ya estaban todos prevenidos de su punto débil y con el grito de júbilo contenido entre los escasos dientes del maestre carpintero este se presento como un rayo en el alcázar.
- ¡Capitán! ¡Timón sin daños, dos agujeros a lumbre de agua que no son nada con buen plomo y madera que los tape!
Mientras viraba la treta algo arriesgada de Don Carlos salió redonda si se permite tal expresión pues ahora ya disponía de velocidad y maniobra.
- ¡Banda de babor! ¡A desarbolar! ¡¡¡Fuego!!!
En la banda de estribor donde Daniel estaba la carga se complicó algo, no en el propio proceso de carga sino por los diferentes balanceos de la nave en el cambio de rumbo que hizo retrasar la colocación de los cañones en sus portas esta vez apuntando a lumbre del agua. Esto dio tiempo a la corbeta más dañada para largar su postrer andanada que quizá fuera la más dañina al estar costado con costado cuando la realizó. Este disparo de muerte, inicialmente dirigido a la arboladura, a causa de las vías de agua producidas, amén de la escora que producía el palo mayor arrojado sobre la cubierta hizo que la andanada fuese a lumbre de agua con lo que la ración de plomo y metralla cambió el destinatario de las batayolas y jarcia, por el de las portas y los costados de la 2ª batería. Un boquete por donde la luz abrasaba fue lo que pudo ver tras el estruendo y los gritos de varios hombres heridos de muerte por las astillas clavadas en mil y un lugares de sus cuerpos mortales. Entre la humareda pudo distinguir la mano del cabo aferrada a él sin saber cómo había llegado hasta allí mientras pedía a gritos la enfermería y al cirujano sin ser consciente de que su pierna izquierda, sin vida ni contacto con él, parecía mirarle entre los arroyos de sangre y arena que mostraban la crudeza de la maldita guerra en todos sus sentidos y percepciones posibles. Un trapo fue lo que le pudo ofrecer a su cabo para que lo mordiera mientras entre varios lo arrastraron hasta la enfermería donde esperar a que entre neptuno y Marte un esbozo de piedad lo devolvieran a la vida. Entretanto, los pocos que quedaron sin descoyuntar apuraron el resto de sus ánimos para devolver tal pago en justa y letal correspondencia.
- ¡Chaval, aquí al espeque y por tus muertos que revienten si no aguantas el tipo, porque seré yo el que te lleve con ellos! ¡Otra bala! ¡Vamos con doble ración para esos malditos!
Daniel atento al espeque, mientras Pulga metía la segunda bala. Brillaba en color negro por el sudor, la pólvora y el puro odio inconfesable e incomprensible hacia quienes no conocía, pero que había ya aprendido a sentir sin otra lección que la que le había marcado esa pequeña porción de vida vivida. Sabía que el puro odio en aquella situación era el medio para el fin que significaba vencer o morir.
- ¡Teniente, listo por esta banda!
- ¡Bien sargento! ¡A mi orden, fuego a lumbre! ¡¡¡Fuego!!!
La explosión fue mucho mayor que la anterior, la pólvora metida redobló la fuerza de cada uno de los cañones con sus 24 libras de metal de toda aquella banda. Antes de que la nube de pólvora disipara la incógnita del resultado, una enorme explosión los envolvió entre todos que, sordos por el estruendo y ciegos por la euforia, celebraron como si la vida y el oro cayese por cascadas en sus bolsas mientras los oficiales intentaban poner orden en la cubierta más parecida al puro infierno que a navío del Rey. La santabárbara había estallado...
2 comentarios:
Como siempre, es un placer llegar aquí.
Saludos desde México.
Sin darme cuenta he vivido la batalla con intensa emoción. Seguiré más tarde, ahora, no sé si por suerte o desgracia, me reclama el consumismo navideño.
Besos
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