martes, 15 de junio de 2010

No habrá montaña mas alta... (68)


…Hacía pocas horas que el "Santa Rosa" partía suave y sigiloso las aguas que mas tarde besarían los bajos de La Caleta. Como si no deseara alterar la vida de las gentes ni el sosiego de un alba calma, con viento suave del oeste cargado de humedad primaveral presta a regar las flores de un Cádiz floreciente, Daniel Fueyo, sin mirar la estela creciente, daba las oportunas órdenes seguidas por su segundo para ganar las escasa veinticinco millas hasta doblar el Cabo Trafalgar y enfilar así el estrecho de Gibraltar.



Las órdenes eran claras y en verdad tan sencillas como la mar se propusiera ponerlas. Habían de trasportar material específico como pertrechos para el arsenal de Cartagena, además de la correspondencia tanto civil como militar acompañado todo de un batallón de infantes que debían engrosar las filas de los que ya se formaban en el departamento Cartagenero con el ansia y aún la escasa posibilidad de combate frente a la isla de Menorca en manos britanas.
La navegación con aquel viento de poniente creciente en su fuerza era la deseada por todo marino que preciase de tal su categoría, pues no existe mejor manera de hacerlo que llevando el viento a “un largo”.

- ¡Da gusto hacerse a la mar en jornadas como esta mi capitán! Si la mar nos acompaña con este viento nos plantaremos frente al Estrecho antes de la anochecida.

- Quizá se cumpla lo que dices, Segis, pero debemos ganar algo de barlovento o un mal golpe de viento nos puede arrumbar contra las rocas del cabo sin siquiera darnos cuenta. ¡Piloto, dos cuartas a estribor! Aproemos un poco hacia el sur aunque perdamos andar. No ganaremos nada con pegarnos a tantos bajíos traidores.

- ¡A sus órdenes! ¡Dos cuartas a estribor!

Mientras el sol se ponía de través sobre el costado de estribor, el bergantín parecía negarse a perder arrancada tras tensar y ajustar escotas sobre las gavias y velas mayores por la tripulación a golpe de silbato del nostromo, que con la escueta virada habían aflojado en su tensión. Con rumbo sur dejaron el Cabo Trafalgar por la aleta de babor hasta que con millas seguras entre el casco del bergantín y los peligros de mil bajos ocultos en la misma bajamar, el comandante devolvió de nuevo el rumbo Sur Sureste con destino al Estrecho.

Eran también aproximadas unas 25 millas hasta enfilar por su centro  las fenicias columnas de Melkart o las romanas de Hércules que lo mismo son y serán las llame quien lo desee y con el acento que prefiera. Conforme se aproximaban a su objetivo primero, el viento amainaba de forma extraña y hasta misteriosa que nunca se había librado quien por esas longitudes hayan navegado de un buen levante o una  dura ponentada que arrasara con velamen  y aparejo sin una buena arribada a tiempo.

- No es normal esta flojera en el viento. Poco me gusta esto.

- Y con los britanos en su guarida esperando por hacernos daño.

- La verdad es que bien que duele ver ese trozo de tierra bajo su bandera. Debemos mantener el ánimo y estar preparados para acabar con ellos y echarlos de una maldita vez de aquí y de donde pretendan escocernos el trasero con sus raseros partidos entre caballero y bucanero, ambos con la misma bolsa ávida de botín.

- Capitán, tras un viento de poniente no mas que fresco, en esta época acaban casi siempre por llegar las nieblas. Creo que antes de alcanzar el ocaso la tendremos aquí y no me gusta.

El piloto, viejo hombre curtido en aquellas aguas, estaba en lo cierto. Rafael Toscano, con años suficientes en sus arrugas como para hablar de los vientos a sus nietos, permanecía aferrado como piloto al servicio de la Real Armada. La vida en su Cartaya natal era dura y no le iba a permitir ser lo que allí era, su familia lo había dado en cierta manera por perdido y ambas partes consentían en seguir unidos de aquella guisa tan ususla entre los hombres de mar. Rafael sabia de vientos y corrientes entre el Cabo San Vicente y el Mar de Alborán, los había vivido primero con su padre en la pesca, en las almadrabas después y mas tarde llevando las naves del Rey Don Felipe  el V contra las del pretendiente austriaco en la maldita guerra de sucesión.

- Pues si vos tal cosa comentáis no hay mas que decir. ¡Segundo, llame a zafarrancho y prevención para el combate! Haga que venga a mi cámara después el Comandante de la infantería embarcada. Todos a sus puestos, por más que nos duela y aunque española sea la costa que nos rodee están los britanos siempre listos y nos pueden sorprender en medio de esa niebla que nuestro piloto anuncia.

Con gestos de extrañeza la dotación presta y bien dispuesta ocupó sus puestos de combate y navegación a la espera de conocer la naturaleza de lo que creían un ejercicio. La dotación de infantería se mantenía atenta sobre cubierta a la espera de su capitán. Capitán y teniente revisaban mientras tanto equipos y soldados aprovechando la situación, tan difícil a bordo era siempre poder hacer una inspección sobre estado y condición de la tropa. La navegación se mantenía  estable, aunque el viento rayaba a la baja de un flojo a pura ventolina que achicaba la estela y a pesar del braceo de la marinería daba el velamen en puro flamear según los bandazos que tenía a bien la mar conceder.

- Don Roberto. Estoy seguro que esperará explicación sobre la situación del buque que acabo de ordenar.

- Se lo agradecería de buen grado aunque estoy seguro de que tendrá una segura razón, la cual no tiene porqué confiar a este que bajo su órdenes esta mientras pise cubierta bajo su mando.

Don Roberto Álvarez era un Coronel de infantería acostumbrado al mando por tal sin explicar sus decisiones ni, por tanto, esperarlas de quien ostentar el mando sobre él. Menos joven que Daniel pero sin rayar aún la cincuentena era ya un fogueado soldado que bebió de batallas donde las derrotas al principio forjaron su espíritu para saber administrar las victorias en el final de la misma guerra que aún escocía en los ánimos y recuerdos de quien estuvo en semejante guerra civil. Almansa a sus 27 años fue su gran momento en la victoria decisiva sobre los partidarios de archiduque, allí se convirtió en oficial por viejos méritos conocidos como el arrojo, el valor, la decisión y sobre todo la suerte. Desde allí la sucesión de ascensos fue continua hasta ese día que acompañaba al capitán y su batallón para hacerse cargo del contingente que los esperaba en Cartagena.

- Mi comandante, sepa vuestra merced que la niebla se nos va a encalomar por las dos bandas sin remedio, vamos a quedar sin viento y a expensas de que cualquier fragata, navío o maldita nave britana se cruce ante nosotros, convirtiéndonos en  perita en dulce, que no vamos sobrados de artillería y una andanada certera nos dará en fondo certero sin siquiera inmutarse. Debemos estar preparados hasta abrirnos al sur de Alborán y correr las millas que nuestra señora del Rosario nos tenga a bien conceder con ventolina, viento fresco o cascarrón.

- Tiene a mis hombres a su disposición, ordene y cumpliremos.
- Nada nos queda coronel, salvo  apretar los dientes y mantener la tensión hasta dar la popa lejana a Punta Europa con el viento que tenga a bien conceder Nuestra Señora...

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