lunes, 21 de junio de 2010

No habrá montaña mas alta...(69)

… La niebla acudió a la amenaza vertida por el piloto Rafael Toscano engullendo en silencio y sin prisa la visión del paso entre mar y océano. Casi con las mismas columnas de Hércules a cada banda del bergantín el viento cesó como pura maldición sobre este. El Santa Rosa era en tal instante ese maldito por los dioses, abandonado por un viento huidizo ante la niebla de incierta desgana por retornar a liberar la vista y dar vida al trapo que colgaba cual mortaja de penitente sobre las vergas de su aparejo. Varias horas antes de que la confusión se vertiera en forma de nube ya Don Roberto había coordinado a sus infantes para ser partícipes en la defensa del bergantín si se diera el caso frente a quien en suerte tocase.

Varios hombres se mantenían sobre las galletas que coronaban los palos armados de mosquetes y frascas incendiarias, listos para abrir fuego si en tales momentos de, llamaría algún galeno, esquizofrénica situación semejante orden se dictase. Segisfredo, pendiente de los artilleros aumentados estos en número con los propios de la infantería, no cejaba en su empeño de que ninguna boca de fuego tuviera falta de pólvora como letal alimento, fuego y atentos sus sirvientes. La situación no acababa de resolverse, la niebla ya con dos horas no parecía dejarse llevar por alguna ventolina. Daniel con la mirada aquiescente de Rafael Toscano sin mayor espera dio orden de arriar los dos botes de que disponían.

- ¡Nostromo! ¡Quiero las dos lanchas dando remolque a nuestro bergantín! ¡Escoja los hombres y sus relevos, silencie como pueda los remos y salgamos de este lugar cuanto antes!

Como bala rasa a lumbre de agua no hizo falta más palabrerío, pues era lo que cualquier mando en juicio hubiera ordenado.

Manteniendo rumbo este sureste fueron dando remolque los lanchones hasta que tras casi 10 millas después de su comienzo una leve ventolina que comenzaba a acariciar el trapo y con escasa fuerza tirar algo de los cabos logró que aquél castigo acabase embarcando los improvisados galeotes casi tan deprisa como el trueno persigue al rayo en su aviso. La niebla persistía pero en cualquier momento el viento podría avivar su fuerza y dar alas al bergantín al igual que mostrar alguna sorpresa indeseada.

Lo segundo precedió como rayo al trueno que es este caso era la fuerza necesaria para ganar en el andar. Como el telón corrido tras el entremés abría el segundo acto de la obra en el teatro, la niebla corrió se hacía ninguna parte plantando a la vista de la banda de babor la popa de una fragata sin pabellón pero que a todas luces se sabía era britana por su porte, algo mas alto a las nuestras y, sobre todo, las casacas rojas de la dotación embarcada que no dejaba lugar a dudas sobre tal disposición. Podría decirse que las órdenes de abrir fuego en ambas lenguas casi se solaparon, pero los 6 cañones de 8 libras que apuntaban desde el costado de babor del Santa Rosa no dejaban opción alguna a los dos guardatimones de 14 libras ingleses. Tras el vómito de fuego se sucedió la lluvia de plomo de mosquete condimentada con las frascas incendiarias de las que al menos dos de ellas hicieron diana sobre la cangreja que trataba de timonear al viento y arrumbar la proa de la fragata al rumbo mismo del Bergantín sin lograrlo ya para siempre. La ventolina cobró algo de fuerza llegando a subir a flojo del noroeste.

- ¡Ceñir escotas a un largo! ¡Rumbo nordeste! ¡Lista la segunda andanada al aparejo a mi orden!

La maniobra le había salido perfecta a Daniel, la suerte como último embarque de su dotación había sido determinante, pues en la fragata que había quedado trabada por la calma sin poder arribar en Gibraltar también se encontraban en situación de zafarrancho, pero su posición con respecto a nuestro bergantín era con claridad de inferioridad para el ataque y posterior respuesta. Desde el bergantín habían dañado el velamen del palo de mesana, provocando el incendio de la cangreja además de aturdir a la tripulación, que quien golpea primero siempre lo hace por partida doble.

Con la ventaja del que mueve primero sus piezas, el Santa Rosa empujado por el viento bien cazado desde su aleta de babor ganaba los nudos que ansiaba sin esfuerzo mientras las 6 bocas de fuego de nuevo esperaban la orden de batir la fragata. Daniel sabía que no podía ganar el combate pues en igualdad le superaban en número y potencia de fuego; sólo deseaba dañar su trapo para tener la popa de su bergantín libre con rumbo a Cartagena. Como le grabó sus palabras su padrino en la despedida sabía que el arrojo no debía caminar sin su compañera la reflexión pues acechará sin dudar la furia que anulará sin escrúpulos cualquier atisbo de razón.

Con la fragata tratando de reordenar su maltrecho palo de mesana y a punto de largar su primera andana las seis bocas del Santa Rosa no mediaron en treguas que dieran opciones britanas y volvieron a vomitar su fuego sobre el aparejo esta vez quebrando vergas y cables sobre mayor y trinquete. La fragata inmóvil quedaba a merced de sí misma y a la vera de ser salvada por sus hermanos que de seguro observaron la corta lucha desde la Roca. Mientras, nuestro Bergantín abría brecha entre su víctima sorprendida con el deseo de mas viento y mas tiempo antes de una respuesta britana.


La maniobra fue perfecta y tras varias horas con los largomiras clavados a sobre la estela del Santa Rosa la victoria era ya una confirmación, habría otros momentos en los que clavar el pabellón real sobre la popa de nave britana. Esa era y es la verdadera victoria, saber retirarse a tiempo y reconocer en el vencido que por serlo no deja de ser superior cuando lo es, reconociendo el respeto merecido, pues de otro modo la derrota que tan lejana parece en los momentos de gloria, suele en verdad acechar cercana sabedora de que quien brilla en tal instante es tan solo apariencia y en verdad carne de vencimiento.

Doscientas cincuenta millas a proa hasta Cartagena, la de Levante, base naval del Departamento Marítimo del Mediterráneo. Con vientos esperados, en tres o cuatro jornadas si ningún contratiempo surgiera, la vieja ciudad de los Aníbal y Amilcar Barca recibirían al Santa rosa y su dotación con su brillo de mar y tierra quemadas por el sol…

2 comentarios:

Armida Leticia dijo...

¡Qué es mi barco mi tesoro, qué es mi Dios la Libertad!

Saludos desde México.

Anónimo dijo...

Por estos lares andamos de nuevo, D. Blas.