…Fueron cinco singladuras sin amargas interrupciones en las que poder largar sin cuidado “las rastreras” y ganar distancia sin topar de vuelta encontrada britano con el que batirse el cobre, si eso no fuera una inútil gesta con tributo de sangre por parte de sus hombres. Al final de la travesía el 21 de abril de 1732 el bergantín correo largaba el ferro frente a la capital del departamento marítimo de Cádiz. Mientras, su casi hermano Daniel Fueyo no tenía casi tiempo nada mas que para pensar en los preparativos de la jornada militar de castigo sobre el sur de aquel Mediterráneo donde la piratería campaba por sus fueros alimentándose de los caudales ajenos, quedando marcado el objetivo en la ciudad de Orán. En aquella ocasión se disponía de plata suficiente con lo que se recuperó en Génova y eso daba para pólvora y balerío, pertrechos y avíos con los que zarpar con orgullo sobre el bey argelino. En tal actividad frenética se había enfrascado Daniel marcando continuos ejercicios a los comandantes de los navíos y a sus hombres para su acoplamiento a la artillería en la meta lograr reducir la cadencia de las andanadas, manteniendo a las dotaciones en verdadero festín de actividad.
El ánimo de Daniel no era el que había sospechado mantener cuando se embarcó junto a Don Blas de Lezo. Al inicio de aquella aventura sus cometidos eran los de un secretario del general que debía hacerse con el control de la gestión naval en aspectos de marinería descargando a nuestro gran marino de tales trabajos en la confianza de éste. Pero la suerte, como amante sorprendente puede besarte cuando menos lo esperas regalándote con lo que siempre hubieras deseado. Esa dama esquiva que a veces también trasforma su halo en grisáceo hado destruyendo sueños e ilusiones con un leve roce de su mágica capa.
Su destino cambiaría como las nubes de poniente en un buen temporal, huyendo por cobardes y alumbrando verdaderas luces con los colores del triunfo de la mar. Daniel acudió presto a la llamada de su general aquella mañana del 23 de abril de 1732, con San Jorge como patrón protector de su destino.
- ¡A la orden de vuestra señoría, mi general!
- Tranquilizaos Teniente Fueyo, que no está aquí mas generalato que el que os llevó desde Cádiz y no soy de semejantes tratos si no hay público al que agasajar con tales teatros. Sentaos y bebed un poco de estos caldos que ayudad al tránsito este que cada día pesa más lograr.
Daniel aún extrañado por la llamada tan de urgencia y sin previas noticias se sentó y con la confianza que ya mantenía con su general escanció el orujo recio suficiente para levantarlo del asiento en el que obediente había largado sus posaderas.
- No sabéis el motivo por el que estáis aquí pero cuando os lo relate comprobaréis que ha merecido la pena tantos días de legajos, documentos, burócratas y enviados de delegados de virreyes de su majestad que Dios guarde vivo muchos años.
Aquél lenguaje y su desparpajo para con él le auguraba el buen humor del general y sobre todo que lo que iba a largar como andanada de su boca no iba a ser daño sino bien.
- Bueno, teniente de Navío Fueyo vos sois hombre joven y ya bragado en algún que otro combate con britano e incluso sarraceno, en fin y para que distinguir nacionalidades, que ambos piratas son. Sabéis de nuestros preparativos contra el bey en Orán casi mejor que yo. Pues bien. Buena es la estrella para vos y mala para el capitán Don Ricardo de la Hoz a bordo de la “Minerva”. Nuestro recio capitán se ha dejado capturar por las traicioneras y resistentes fiebres tercianas. Hombre algo mayor para ese puesto se nos queda varado en esta villa donde seguro buenas y caritativas damas le prodigarán en cuidados que por lo que entendido tengo buenos caudales porta su apellido y eso ayuda al mimo y los buenos sentimientos.
La mirada de Daniel de nuevo en poco tiempo volvió a brillar como soles del alba mediterránea, no hacía casi el año en el que el “Santa Rosa”, al mando actual del teniente Cefontes le había sido concedido cuando en menos de un minuto que le parecía el siglo algo mayor podría serle concedido.
- Teniente, seréis vos quien mande la fragata “Minerva”, preciosa gacela con sus 34 cañones con los que abrasar pirata sea de quien sea su nación por la gloria de nuestro señor Don Felipe el V. A pesar de que es una orden de este vuestro general os preguntaré si os place tal competencia.
- Mi general, con el debido respeto, es el sueño completo de quien desee hacer carrera en la mar. Decidme el momento de embarque y toma de posesión que solo deseo conocer mi nave, mis hombres y hacer de esa fragata con nombre de diosa la más rápida y letal que combata en la próxima jornada contra el bey.
- Bien, bien, tal cosa era lo que deseaba escuchar de la sangre de un joven oficial de la Real Armada. Y por tal cosa que en ningún momento dudé brindemos con este duro aguardiente que valdría mas como combustible de botellas incendiarias antes de cada abordaje. ¡Salud, teniente!
- ¡Salud, mi general!
Bebieron, y charlaron que los vapores espirituosos abren las vías de la conversación hasta los límites que marquen su concentración siendo el general hombre hablador y cercano aun más de lo que habitualmente era a quien todos conocían como Capitán Toni. Casi una hora después zarpó vivo como el viento de poniente en el Estrecho a por su nombramiento para tomar posesión de su nuevo reino flotante. La “Minerva” 34 cañones de una fragata que conocía pero no sabía mucho mas de ella, solo le quemaban los pensamientos pensando en ella como verdadera mujer a la que leer cada cuaderna, cada bao, cada cabo y escota hasta hacerse con ella y ser uno, sentir como ella, domarla y hacerla volar sobre las furiosas olas de mar y guerra que ya se prometía entre sus sueños vivos.
Hubo de esperar a la mañana siguiente para reconocer las líneas y el porte propio de la fragata entre dos navíos de los que ni siquiera importaban sus nombres mientras se acercaba a borod de un viejo lanchón del puerto.
- ¡¡¡Ahí está!!!
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