domingo, 20 de febrero de 2011

No habrá montaña mas alta... (96)


…Fueron cinco singladuras sin amargas interrupciones en las que poder  largar sin cuidado “las rastreras” y ganar  distancia sin topar de vuelta encontrada britano con el que batirse el cobre, si eso no fuera una inútil   gesta con tributo de sangre por parte de sus hombres. Al final de la travesía el  21 de abril de 1732   el bergantín correo largaba el ferro frente a la capital del departamento marítimo de Cádiz. Mientras, su casi hermano  Daniel Fueyo no tenía casi tiempo nada mas que para  pensar en los preparativos  de la jornada  militar  de castigo  sobre el sur de aquel Mediterráneo  donde la piratería campaba  por sus fueros alimentándose de los caudales ajenos, quedando marcado el objetivo  en la ciudad de Orán. En aquella ocasión se disponía de  plata suficiente con lo que se recuperó en Génova y eso daba para pólvora y balerío, pertrechos y avíos con los que  zarpar con orgullo sobre  el bey argelino. En tal actividad frenética se había enfrascado Daniel marcando continuos ejercicios a los comandantes de los navíos y a sus hombres para su acoplamiento a la artillería en la meta lograr reducir la cadencia  de las andanadas, manteniendo a las dotaciones en verdadero festín de actividad.

El ánimo de Daniel no era el que había sospechado mantener cuando se embarcó junto a Don Blas de Lezo. Al inicio de  aquella aventura sus cometidos eran los de un secretario del general  que debía hacerse con el control de la   gestión naval en aspectos de marinería descargando a nuestro  gran marino de tales  trabajos en la confianza de éste. Pero la suerte,  como  amante sorprendente puede besarte cuando menos lo esperas regalándote con lo que siempre hubieras deseado. Esa dama esquiva que a veces  también trasforma su halo en grisáceo hado destruyendo sueños e ilusiones  con un leve roce de su mágica capa.

Su destino cambiaría como las nubes de poniente en un buen temporal, huyendo por cobardes y alumbrando  verdaderas luces con los colores del triunfo de la mar. Daniel acudió presto a la llamada de su general aquella mañana del 23 de abril de 1732, con San Jorge como patrón protector de su destino.

-          ¡A la orden de vuestra señoría, mi general!
-          Tranquilizaos Teniente Fueyo, que no está aquí mas generalato que el que os llevó  desde Cádiz y no soy de semejantes tratos si no hay público al que agasajar con  tales teatros. Sentaos  y bebed un poco de estos   caldos que ayudad al tránsito este que cada día pesa más lograr.

Daniel aún extrañado por la llamada  tan de urgencia y  sin previas noticias se sentó y con la confianza que ya mantenía con su general escanció  el orujo recio suficiente para levantarlo del asiento en el que  obediente había  largado sus posaderas.

-          No sabéis el motivo por el que estáis aquí pero cuando os lo  relate comprobaréis que ha merecido la pena tantos días de legajos,  documentos, burócratas y enviados de  delegados de virreyes de  su majestad que Dios guarde vivo muchos años.

Aquél lenguaje y su desparpajo   para con él le auguraba el buen humor del general y sobre todo que lo que iba a  largar como andanada de su  boca  no iba a ser daño sino bien.

-          Bueno, teniente de Navío Fueyo vos sois hombre joven y ya bragado en algún que otro   combate con britano e incluso  sarraceno,  en fin y para que distinguir nacionalidades, que ambos piratas son. Sabéis de nuestros preparativos contra el bey  en Orán casi mejor que yo. Pues bien. Buena es la estrella para vos y mala para el capitán Don Ricardo de la Hoz a bordo de la “Minerva”. Nuestro recio capitán se ha dejado capturar por las traicioneras y  resistentes fiebres tercianas. Hombre algo mayor  para ese puesto se nos queda  varado en esta villa donde seguro buenas y caritativas damas le prodigarán en cuidados que por lo que entendido tengo buenos caudales porta  su apellido y eso  ayuda al mimo y los buenos  sentimientos.

La mirada de Daniel de nuevo en poco tiempo volvió a brillar  como soles del alba mediterránea, no hacía  casi el año en el que el “Santa Rosa”, al mando  actual del teniente Cefontes  le había sido concedido cuando en menos de un minuto que le parecía el siglo algo mayor  podría  serle concedido.

-          Teniente, seréis vos quien mande la fragata “Minerva”, preciosa gacela con sus 34 cañones con los que abrasar   pirata sea de quien sea su nación por la gloria de nuestro señor Don Felipe el V. A pesar de que es una orden de este vuestro general os preguntaré si os place tal competencia.
-          Mi general, con el debido respeto, es el sueño  completo de quien desee hacer carrera en la mar. Decidme  el momento de embarque y toma de posesión que solo deseo conocer mi nave, mis hombres y  hacer de   esa fragata con nombre de diosa la más rápida y letal que  combata en la próxima jornada contra el  bey.
-          Bien, bien, tal cosa era lo que deseaba escuchar  de la sangre  de un  joven oficial de la Real Armada. Y por tal cosa que en ningún momento dudé brindemos con este duro aguardiente que valdría mas como  combustible de botellas incendiarias  antes de cada abordaje. ¡Salud, teniente!
-          ¡Salud, mi general!

Bebieron, y charlaron que los vapores espirituosos abren las vías de la conversación  hasta los límites que marquen su concentración siendo el general hombre hablador y cercano aun más de lo que habitualmente era a quien todos conocían como Capitán Toni. Casi una  hora después  zarpó  vivo como el viento de poniente en el Estrecho a por su nombramiento para tomar posesión  de  su nuevo reino flotante. La “Minerva” 34 cañones de una fragata que conocía pero no sabía mucho mas de ella, solo  le quemaban los pensamientos pensando en ella como verdadera mujer a la que leer cada cuaderna, cada bao, cada  cabo y escota  hasta hacerse con ella  y ser uno, sentir como ella, domarla y hacerla volar sobre las furiosas olas de mar y guerra que ya se prometía entre sus sueños  vivos.

 Hubo de esperar a la mañana siguiente para reconocer las líneas y el porte propio de la fragata entre dos navíos de los que ni siquiera  importaban sus nombres mientras se acercaba a borod de un viejo lanchón del puerto.

-          ¡¡¡Ahí está!!! 


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