martes, 22 de febrero de 2011

No habra montaña mas alta... (97)


… Orgulloso con el nombramiento se presentó ante el segundo, en aquél momento al mando de la fragata por la enfermedad del  vigente comandante Don  Ricardo de La Hoz que lo esperaba  con  el debido protocolo al pie de la escala de la “Minerva”. Tras los  preceptivos reconocimientos de firmas y sellos el teniente de fragata  Don  José Cienfuegos  se cuadró como segundo ante su nuevo comandante. Daniel  mantuvo la distancia pues no conocía a quien debía mandar y de quién debía depender su éxito o fracaso, que sería  al fin y a la postre el de toda  la dotación.


Dio orden a su segundo de  convocar a todos los oficiales en su cámara en una hora y de formar a toda la dotación al rayar el mediodía para pasar revista y  presentarse ante ellos. Mientras ese tiempo  ganaba minutos  se hizo acompañar por el nostromo  para   hacerse en esa hora, aunque fuera de forma sucinta,  con  el universo sobre el que debía de reinar,  de sufrir y  sentir  como si de mujer desposada se tratase, saber sus gustos ante  la mar tendida, sus querencias, sus vientos favorables y sus debilidades ante ellos, su furia supuesta vestida de cañones y fusilería, en definitiva conocerla para servirla y que  como tal, ella le diera sus mas granados momentos de pasión en la mar y en la guerra.

La reunión fue  de casi una hora en la que conoció a sus nuevos compañeros de  singladura. Su segundo José Cienfuegos era un teniente de fragata al que la edad madura marcaba ya como  punto y final de su carrera  aquella nave, se le podría describir como un  hombre rayando la cincuentena, de facciones duras y agrias por las frustraciones de su corta escalada en tan largo tiempo donde las guerras y las oportunidades frente a mares y sobre todo enemigos no le brindaron el momento donde medrar  a mayores mandos y prebendas. Partidario de la regla dura  en cuanto  a la obediencia y el cumplimiento de las ordenanzas, veía Daniel en él  un posible  problema a reconducir para adaptarse a su concepto del mando y del liderazgo a bordo de  navío de guerra, donde la disciplina es  vital pero la fe en su comandante por méritos alejados al miedo ha de ser el pilar de la victoria frente a mares y enemigos.  Además de Don José,   el oficial del siguiente rango era un imberbe en apariencia teniente de fragata que mas bien parecía el  dueño de algún condado al que habían enviado a hacer méritos breves en aquél puesto para  que, con el debido informe de sus superiores,  al instante  y a uña de caballo  partir a la Villa y Corte donde le esperaba su verdadero nombramiento con el que vivir y  dormitar  durante el resto de sus días a expensas de la sangre de los mismos que ahora eran sus  compañeros de armas. Con una reverencia teatral y no exenta de algún gracejo animal de excelso plumaje saludó a Daniel.

-          Teniente de Fragata Don Ginés de la Cuadra y Pinzales del Rio, futuro duque de  Ribera. A las órdenes de vuestra señoría.

Dos jóvenes Alféreces de fragata con gesto de contención ante tanta petulancia le hicieron recordar a Daniel el orden y la debida  escala del respeto entre mandos. Y tras recibir el saludo del “conde” se dirigió a los dos jóvenes marinos

-           Y vuestras mercedes. ¿Han embarcado de dulce o son  de nuestra Armada?

Ambos eran  como gemelos cortados del mismo patrón,  delgados  y de piel morena con el temblor en la mirada ante la  voz de quien para ellos ha de ser su verdadero dios en la tierra saludaron a Daniel Fueyo mientras traban de articular sus nombres.

-          Alférez de fragata, Gonzalo Arrieta.
-          Alférez de Fragata, David Mainar.
-          Bien,  pocos somos los que aquí nos encontramos para marinar esta  gacela de la mar que así debemos llegar a sentir a nuestra fragata. Pero somos suficientes para hacerla  mejorar en su  velocidad,  en su maniobrabilidad y  no olvidemos el manejo de los 34 cañones que como almas de fuego han de hacer temblar  casi sin esperas  entre cada andanada a esos sarracenos hijos del mismo infierno.

La reunión se tornó  al rumbo de seriedad que deseaba el comandante.

-          Por ello quiero  que tras  el pase de revista y mi presentación ante la dotación completa de la fragata  se repartirán vuestras mercedes las siguientes responsabilidades. Vos Don  José quiero que  con el carpintero, el calafate,  el farolero y los maestros de que dispongamos en nuestra embarcación un estadillo completo de situación. Debemos buscar  ganar grados  navegando contra el viento y encontrar las ventajas ocultas de esta nave, que no duden las tienen pero como buena dama las esconderá y solo será quien a darlas a quienes  con ella se esmere. Además deseo  mejorar  y ajustar los pesos de esta nave, la percibo algo aproada  y podríamos ganar algún nudo si  cambiamos o movemos su  estiba. Vos, Don Ginés, lo quiero junto con el contador valorando el estado de nuestro armamento para el abordaje, pólvora y balerío. Estoy seguro que si estimáis la falta o necesidad de   algo que pueda seros de utilidad en el futuro cuando seáis quien llevéis el peso del abordaje ante semejantes salvajes que no temen a su propia vida, sea ahora cuando aportéis vuestro peso junto al contador en  el arsenal, estoy seguro de  que  el futuro arrojo y buen nombre os dará ahora valentía para  obtener lo que no  queda  para el resto de la flota. Y a vuestras mercedes  mis jóvenes guardiamarinas traídos como alféreces os  doy la mejor de las misiones. Quiero esas 34 bocas de fuego  en perfecto estado para cuando zarpemos a vomitar fuego  y practicar sobre blancos a flote. Trabajarán junto al condestable al mando de las brigadas de artillería, repetirán todas las maniobras, carga, descarga y fuego  de forma simulada mientras obtengo los permisos para salir a  ma abierta hasta lograr reducir los tiempos entre cada andanada a menos de 3 minutos. Una vez zarpemos para practicar  mar adentro  sobre navegación y guerra quiero ver como hacen rugir a sus artilleros hasta fundir las bocas de esos cañones  que hoy bien  gárgolas de catedral que  armas de su majestad. Quizá entonces me convenzan de que son  oficiales de  la Real Armada y no caballeros guardiamarinas. Ahora  vayan y reúnan  a la dotación que debo pasar revista para  que después cada uno  se haga cargo de su respectiva misión.

 No hubo palabras, ni siquiera   deseos de buena suerte. Daniel deseaba mantener la tensión  de sus mandos para transmitirla a la tripulación. Habría tiempo de  festejos y  divertimento en cuanto zarparan a practicar  mar avante de la rada de Alicante. Ahora deseaba a todo el mundo tenso y con un miedo aparente por la actitud de su nuevo comandante. Sabedor de que  disponía de un mediocre “estado mayor” en su   barco se dispuso a  ejecutar su segundo paso  en cuanto  terminase su  revista y presentación ante  sus hombres.

Tras el acto donde mantuvo su firmeza con la intención descrita igualmente con sus oficiales mandó disponer del esquife con el que llegarse a  el cuartel donde su general seguía tratando de   afinar mas su escuadra y la futura estiba de la infantería que habría de  morder  en la pernera del Bey donde mas habría de doler a semejante nido de piratería.

-          ¡Vos aquí de nuevo, Teniente! Ya os  agota el tiempo embarcado. Hablad  rápido pues he de ir al cuartel del ejército para  reunirme con su  general.

Daniel  tenía claras sus intenciones y sabía que  con el beneplácito del General la respuesta positiva a su petición sería segura, quedando únicamente a expensas de encontrar el mensaje  a su receptor, factor  de probabilidades bajas en aquellos momentos pero la que se aferraba para dar a su nave el punto de combatividad que consideraba  le faltaría…  

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