… Orgulloso con el nombramiento se presentó ante el segundo, en aquél momento al mando de la fragata por la enfermedad del vigente comandante Don Ricardo de La Hoz que lo esperaba con el debido protocolo al pie de la escala de la “Minerva”. Tras los preceptivos reconocimientos de firmas y sellos el teniente de fragata Don José Cienfuegos se cuadró como segundo ante su nuevo comandante. Daniel mantuvo la distancia pues no conocía a quien debía mandar y de quién debía depender su éxito o fracaso, que sería al fin y a la postre el de toda la dotación.
Dio orden a su segundo de convocar a todos los oficiales en su cámara en una hora y de formar a toda la dotación al rayar el mediodía para pasar revista y presentarse ante ellos. Mientras ese tiempo ganaba minutos se hizo acompañar por el nostromo para hacerse en esa hora, aunque fuera de forma sucinta, con el universo sobre el que debía de reinar, de sufrir y sentir como si de mujer desposada se tratase, saber sus gustos ante la mar tendida, sus querencias, sus vientos favorables y sus debilidades ante ellos, su furia supuesta vestida de cañones y fusilería, en definitiva conocerla para servirla y que como tal, ella le diera sus mas granados momentos de pasión en la mar y en la guerra.
La reunión fue de casi una hora en la que conoció a sus nuevos compañeros de singladura. Su segundo José Cienfuegos era un teniente de fragata al que la edad madura marcaba ya como punto y final de su carrera aquella nave, se le podría describir como un hombre rayando la cincuentena, de facciones duras y agrias por las frustraciones de su corta escalada en tan largo tiempo donde las guerras y las oportunidades frente a mares y sobre todo enemigos no le brindaron el momento donde medrar a mayores mandos y prebendas. Partidario de la regla dura en cuanto a la obediencia y el cumplimiento de las ordenanzas, veía Daniel en él un posible problema a reconducir para adaptarse a su concepto del mando y del liderazgo a bordo de navío de guerra, donde la disciplina es vital pero la fe en su comandante por méritos alejados al miedo ha de ser el pilar de la victoria frente a mares y enemigos. Además de Don José, el oficial del siguiente rango era un imberbe en apariencia teniente de fragata que mas bien parecía el dueño de algún condado al que habían enviado a hacer méritos breves en aquél puesto para que, con el debido informe de sus superiores, al instante y a uña de caballo partir a la Villa y Corte donde le esperaba su verdadero nombramiento con el que vivir y dormitar durante el resto de sus días a expensas de la sangre de los mismos que ahora eran sus compañeros de armas. Con una reverencia teatral y no exenta de algún gracejo animal de excelso plumaje saludó a Daniel.
- Teniente de Fragata Don Ginés de la Cuadra y Pinzales del Rio, futuro duque de Ribera. A las órdenes de vuestra señoría.
Dos jóvenes Alféreces de fragata con gesto de contención ante tanta petulancia le hicieron recordar a Daniel el orden y la debida escala del respeto entre mandos. Y tras recibir el saludo del “conde” se dirigió a los dos jóvenes marinos
- Y vuestras mercedes. ¿Han embarcado de dulce o son de nuestra Armada?
Ambos eran como gemelos cortados del mismo patrón, delgados y de piel morena con el temblor en la mirada ante la voz de quien para ellos ha de ser su verdadero dios en la tierra saludaron a Daniel Fueyo mientras traban de articular sus nombres.
- Alférez de fragata, Gonzalo Arrieta.
- Alférez de Fragata, David Mainar.
- Bien, pocos somos los que aquí nos encontramos para marinar esta gacela de la mar que así debemos llegar a sentir a nuestra fragata. Pero somos suficientes para hacerla mejorar en su velocidad, en su maniobrabilidad y no olvidemos el manejo de los 34 cañones que como almas de fuego han de hacer temblar casi sin esperas entre cada andanada a esos sarracenos hijos del mismo infierno.
La reunión se tornó al rumbo de seriedad que deseaba el comandante.
- Por ello quiero que tras el pase de revista y mi presentación ante la dotación completa de la fragata se repartirán vuestras mercedes las siguientes responsabilidades. Vos Don José quiero que con el carpintero, el calafate, el farolero y los maestros de que dispongamos en nuestra embarcación un estadillo completo de situación. Debemos buscar ganar grados navegando contra el viento y encontrar las ventajas ocultas de esta nave, que no duden las tienen pero como buena dama las esconderá y solo será quien a darlas a quienes con ella se esmere. Además deseo mejorar y ajustar los pesos de esta nave, la percibo algo aproada y podríamos ganar algún nudo si cambiamos o movemos su estiba. Vos, Don Ginés, lo quiero junto con el contador valorando el estado de nuestro armamento para el abordaje, pólvora y balerío. Estoy seguro que si estimáis la falta o necesidad de algo que pueda seros de utilidad en el futuro cuando seáis quien llevéis el peso del abordaje ante semejantes salvajes que no temen a su propia vida, sea ahora cuando aportéis vuestro peso junto al contador en el arsenal, estoy seguro de que el futuro arrojo y buen nombre os dará ahora valentía para obtener lo que no queda para el resto de la flota. Y a vuestras mercedes mis jóvenes guardiamarinas traídos como alféreces os doy la mejor de las misiones. Quiero esas 34 bocas de fuego en perfecto estado para cuando zarpemos a vomitar fuego y practicar sobre blancos a flote. Trabajarán junto al condestable al mando de las brigadas de artillería, repetirán todas las maniobras, carga, descarga y fuego de forma simulada mientras obtengo los permisos para salir a ma abierta hasta lograr reducir los tiempos entre cada andanada a menos de 3 minutos. Una vez zarpemos para practicar mar adentro sobre navegación y guerra quiero ver como hacen rugir a sus artilleros hasta fundir las bocas de esos cañones que hoy bien gárgolas de catedral que armas de su majestad. Quizá entonces me convenzan de que son oficiales de la Real Armada y no caballeros guardiamarinas. Ahora vayan y reúnan a la dotación que debo pasar revista para que después cada uno se haga cargo de su respectiva misión.
No hubo palabras, ni siquiera deseos de buena suerte. Daniel deseaba mantener la tensión de sus mandos para transmitirla a la tripulación. Habría tiempo de festejos y divertimento en cuanto zarparan a practicar mar avante de la rada de Alicante. Ahora deseaba a todo el mundo tenso y con un miedo aparente por la actitud de su nuevo comandante. Sabedor de que disponía de un mediocre “estado mayor” en su barco se dispuso a ejecutar su segundo paso en cuanto terminase su revista y presentación ante sus hombres.
Tras el acto donde mantuvo su firmeza con la intención descrita igualmente con sus oficiales mandó disponer del esquife con el que llegarse a el cuartel donde su general seguía tratando de afinar mas su escuadra y la futura estiba de la infantería que habría de morder en la pernera del Bey donde mas habría de doler a semejante nido de piratería.
- ¡Vos aquí de nuevo, Teniente! Ya os agota el tiempo embarcado. Hablad rápido pues he de ir al cuartel del ejército para reunirme con su general.
Daniel tenía claras sus intenciones y sabía que con el beneplácito del General la respuesta positiva a su petición sería segura, quedando únicamente a expensas de encontrar el mensaje a su receptor, factor de probabilidades bajas en aquellos momentos pero la que se aferraba para dar a su nave el punto de combatividad que consideraba le faltaría…
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