Vientos tiene los cielos que marcan la rosa entre nombres que sugieren historias en manojos de cientos. Nombres como Mistral o Tramontana, Gregario, Cierzo, Lebeche, Poniente, Levante o Mediodía. Todos nos dicen algo cuando nos acaricia la piel con su propia fuerza, a veces leve, a veces furiosa por el capricho de alguno de los verdaderos dioses que reinan en la rosa, el rey de los vientos del este y su hermano el poderoso monarca del oeste. Eso que nos dice su soplar siempre nos devuelve algo grabado en nuestro devenir.
Por aquí donde fondea mi alma últimamente sopla de vez en cuando un viento maravilloso cargado de aire limpio, helador en invierno si el anticiclón se posa en el Golfo de Vizcaya, mientras que se torna refrescante si decide instalarse de igual manera en el bendito estío. Viento de nombre gregal, gregario o mismamente Nordeste limpiador como digo, de nubes sobre el eterno cielo, reparador de ánimos mientras alumbran los soles de tantas miradas ávidas por una sonrisa frente a sus ojos.
Pero el mismo devenir de los tiempos, la Realidad que vive en el mundo y todo lo marca a la postre nos devuelve el sempiterno Mistral, que muchos aqui llaman el “gallego”, el viento del noroeste, soplo que reduce todo a nubes grises en su color pintadp por su propia lluvia del mismo tono taciturno, silenciándolo todo en los rostros, anulando sonrisas germinadas a puro impulso sin ley alguna ni reglamento dispuesto.
¿Por qué siempre acaba por soplar el maldito viento del oeste? ¿Por qué cuando empiezas a sentir el brillo del limpio sol acariciando tu sonrisa bajo el manto del gregal, cuando ya sientes el batir la mar de blanco al lado de su novio celeste de elegante azul regalándote sueños hasta entonces de imposible realidad, alcanza el temor vestido de gris cargado de silencio por arribar el mismo viento de siempre?
Maldito mistral, maldito seas en esta latitud y longitud, al que si uno se abandona ha de estar seguro que lo llevará sin escalas a la zozobra de la pena y el dolor por saberse solo mientras lo empuja sobre cualquier acantilado oculto tras su propia lluvia vestida de muro líquido infranqueable por unos ojos sin maldad.
Pero no debe de ser tan malo el Mistral como lo acabo de pintar. Creo que aproandose contra él uno se podría sentir vivo mientras esa misma lluvi,a mezclada de espuma de los golpes de ola le empapan despertándole y alejandole del letargo de la tristeza aferrada como ocupa del corazón. Esos golpes de ola, esos roces de viento curtiendo su rostro mientras de bolina trata de avanzar le demostrarán que la misma pena es alegría por poder luchar y acabar doblando tu viejo cabo de las Tormentas, como el que bien nombró el valiente Bartolomé medio milenio atrás, renombrándolo al igual que este por el de Buena Esperanza.
Quién sabe si frente a los bramidos de semejante vendaval furioso en su silencio por saberse retado alcanza el nordeste limpio abriéndote su alma limpia, inundando de luz lo que antes rebosaba de gris taciturno y de tembloroso pudor.
Brilla el día por dentro, entonces ¿por qué no enfrentar al noroeste sin temor? ¿Por qué siempre ha de acabar triunfando el mistral en su tristeza si ya sabemos qué es?
Buenos vientos sean los que lleguen
pero mejores sean los sueños reales
con los que los que deseen
así contra semejantes vientos se enfrenten.
1 comentario:
Hola Josu.
Aquí sopla el viento norte, a muchos enloquece a otros apasiona.
Todo depende de cómo se viva.
Te dejo un abrazo.
Alicia
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