sábado, 26 de febrero de 2011

No habrá montaña mas alta... (98)


…la propuesta fue aceptada. Como no podría ser de otra manera, Don Blas de Lezo asintió contar con  el teniente de fragata Segisfredo Cefontes en su  escuadra. Sabía de su  bravura y determinación probada en  el  combate frente a varios jabeques argelinos justo en el momento que su escuadra  se aproximaba en la  derrota hacia Génova.  Sin  perder minuto dio orden de  redactar la petición de traslado  del  teniente Cefontes a la Capitanía del departamento  marítimo de Cádiz de donde dependía, para que esta saliese en el primer correo o aviso que  aquel destino llevase. Daniel en su ansia, a duras penas dominada por su responsabilidad, estaba dispuesto a llevarlo él mismo a  la Isla de León donde  coger de la perilla a su amigo y compañero de armas para traérselo a  bordo de “la Minerva”.

Fue el  esperado 25 de abril  cuando el aviso  “Fortuna” partió hacia su destino gaditano cuando  Daniel comenzó a desdoblar su mente entre las actividades navales  sobre su fragata fondeada y la espera por la posible llegada de su  compañero a bordo de chalupa, esquife o falúa del general  que abarloase sobre el costado de su reino flotante. Además de la petición  hecha sobre  el teniente Cefontes, también solicitó poder hacer  ensayos de mar y guerra  en mar abierta, solicitud que también fue ratificada por su  general.

Durante una semana fueron muchos los trabajos, ajustes en la jarcía, corrección  sobre el aparejo incluso leves variaciones sobre la inclinación de los mástiles que le dieron a la “Minerva” el punto de  agresividad  frente a casi todos los vientos que deseaba  su comandante. Los dos “rebajados” de alféreces a guardiamarinas, ayudados  directamente por el mismo Daniel se pudieron firmes en sus cometidos y  junto al condestable fueron ganándole tiempo a cada intervalo entre cada salva. Aquella fragata   mejoraba en su  rendimiento con los días y con la brega de cada hombre sobre su cometido.



La escuadra   era un espectáculo  de verdadera admiración incluso para quien estuviera acostumbrado a semejante  derroche naval, doce navíos de línea, dos fragatas, dos bombardas, siete galeras, dieciocho galeotas, múltiples naves auxiliares y de transporte donde completar el embarque de 30.000 hombres, 108 cañones y setenta morteros como parte del ejercito que debía de combatir al bey  turco y sus piratas desde Orán hasta su fortaleza en el castillo de Mazalquivir.  Finalizó el mes de mayo con la escuadra aprestada  únicamente  a la espera de la orden de zarpar y  encarar semejante jornada contra el turco.

Segisfredo no daba señales de su llegada y los ánimos de su amigo  habían alcanzado el límite inferior  que supone asumir que no   alcanzaría a embarcar antes de la partida. Pero ganemos algunas leguas al oeste hasta alcanzar la ciudad  gaditana y retrocedamos nuestros cronómetros hasta la fecha de arribada del bergantín  “Santa Rosa”, remozado gracias al “mecenazgo” del padre de Mª Jesús, su amada y al mismo tiempo perdida  en el mismo sentimiento, tras la casi zozobra de su nave en la travesía desde La Habana. Tras largar el ferro en la rada gaditana, sus trabajo se centraron casi exclusivamente en informar a las autoridades de los sucesos de la travesía, los daños, las justificaciones por los retrasos que aunque fueran para bien de la Real Armada en el cuerpo del bergantín siempre  habrá en cada mesa con tintero  un  funcionario  de corta visión y de natural leguleyo que  exija daños por los retrasos sin  aceptar otras razones que las ya preestablecidas en sus  legajos.

Nuestro teniente  se sumergió entre informes y legajos que  acababan por desmoralizar su ánimo y adormecer el  alma de  marino que  con los días parecía abandonarlo a bordo del “Santa Rosa” mientras su cuerpo terrestre encaraba la capitanía. La tristeza  poco a poco disfrazada de melancólica estación lo invadía  vestida de mujer, de esa mujer que en aquellos momentos era de otro hombre, oscuro y sin  voluntad propia,  adujado a los  caudales de su familia que lo mismo pretendería con Mª Jesús. Imaginaba mil y una estampas con dolor  Segisfredo. En su imagen que la melancolía idealizaba gracias al aderezo del amor  veía  a su amada como mujer sufridora  a la que una llamada, una carta, un mensaje a uña de caballo de  correo  clandestino bastaría para abandonar lo que de verdad era su ser para sentir lo que creía  realmente  que era su destino. Murió el mes de abril y veía Segisfredo que  una nueva misión  de aviso o correo   sería encomendada a su bergantín ain tener la certeza de ser él quien  fuera el que tal misisón llevara cuando en el paseo  matutino  escuchó la salva  de aviso de la entrada de otro bergantín como el suyo, no tan brioso y marinero que lo que  uno siente propio siempre será   más que lo que  enfrente trate de reflejarse. Leyó su nombre en el espejo de popa bajo la pequeña balconada, “Fortuna, buen nombre para  traer buen designio a quien  lo merezca” pensó. Pero no se atrevió en su tristeza a  imaginar que fuera él mismo merecedor de tal designio.

La primera semana de mayo fue convocado y se le transmitió que  debía ceder el mando de su bergantín  el  15 de mayo para partir  a las órdenes del teniente de navío Don Daniel Fueyo a bordo de la fragata “Minerva” antes de su partida  desde el puerto de Alicante. Su sorpresa fue una pura contradicción, tristeza por dejar el mando de su nave y a la dotación con la que   compartió el final  cercano de la vida sobre quintales de agua y huracanes de furioso viento, pero al mismo tiempo sabía que su comandante era su amigo Daniel y que donde él fuera sabía que seguro habría oportunidades de  alcanzar gloria  en el juego de la vida frente al enemigo cualquiera que este fuera. Tras la despedida de su dotación y la entrega del mando se traslado a bordo de otro correo que  comunicaba en aquel momento con la base naval de Cartagena, para desde allí en carruaje alcanzar la villa de Alicante.

Podría repetir  mil veces más la imagen de la rada  levantina plagada por la escuadra que dejó a Segisfredo Cefontes sin  el habla y sin la calma que poco a poco había ido perdiendo  por el camino real. Sin encomendarse a moro o cristiano con mando en aquella plaza se hizo llevar por chalupa civil a boga de ariete hasta la amura de estribor de la “Minerva”, preciosa fragata con las portas de aquella banda abiertas al cielo mientras  la dotación artillera continuaba con  las continuas maniobras de carga y descarga de los cañones. “No hay duda, es Daniel quien  está  a bordo” pensó sonriéndose hacia “sus adentros”   al ver la brega constante a la que acostumbraba su amigo allí donde plantaba sus galones.

-          ¡¡¡Chalupa por la banda de estribor!!! ¡¡¡Alguien desea subir a bordo!!!

Fue como si una andanada de la misma pólvora lo lanzara  como bala  de su cámara cuando Daniel  se presentó en el combés para  comprobar si  la suerte había regresado.

-          ¡¿Quién va, sargento?!

-          Teniente de fragata, Segisfredo Cefontes. ¡Permiso para subir a bordo!...



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