…la propuesta fue aceptada. Como no podría ser de otra manera, Don Blas de Lezo asintió contar con el teniente de fragata Segisfredo Cefontes en su escuadra. Sabía de su bravura y determinación probada en el combate frente a varios jabeques argelinos justo en el momento que su escuadra se aproximaba en la derrota hacia Génova. Sin perder minuto dio orden de redactar la petición de traslado del teniente Cefontes a la Capitanía del departamento marítimo de Cádiz de donde dependía, para que esta saliese en el primer correo o aviso que aquel destino llevase. Daniel en su ansia, a duras penas dominada por su responsabilidad, estaba dispuesto a llevarlo él mismo a la Isla de León donde coger de la perilla a su amigo y compañero de armas para traérselo a bordo de “la Minerva”.
Fue el esperado 25 de abril cuando el aviso “Fortuna” partió hacia su destino gaditano cuando Daniel comenzó a desdoblar su mente entre las actividades navales sobre su fragata fondeada y la espera por la posible llegada de su compañero a bordo de chalupa, esquife o falúa del general que abarloase sobre el costado de su reino flotante. Además de la petición hecha sobre el teniente Cefontes, también solicitó poder hacer ensayos de mar y guerra en mar abierta, solicitud que también fue ratificada por su general.
Durante una semana fueron muchos los trabajos, ajustes en la jarcía, corrección sobre el aparejo incluso leves variaciones sobre la inclinación de los mástiles que le dieron a la “Minerva” el punto de agresividad frente a casi todos los vientos que deseaba su comandante. Los dos “rebajados” de alféreces a guardiamarinas, ayudados directamente por el mismo Daniel se pudieron firmes en sus cometidos y junto al condestable fueron ganándole tiempo a cada intervalo entre cada salva. Aquella fragata mejoraba en su rendimiento con los días y con la brega de cada hombre sobre su cometido.
La escuadra era un espectáculo de verdadera admiración incluso para quien estuviera acostumbrado a semejante derroche naval, doce navíos de línea, dos fragatas, dos bombardas, siete galeras, dieciocho galeotas, múltiples naves auxiliares y de transporte donde completar el embarque de 30.000 hombres, 108 cañones y setenta morteros como parte del ejercito que debía de combatir al bey turco y sus piratas desde Orán hasta su fortaleza en el castillo de Mazalquivir. Finalizó el mes de mayo con la escuadra aprestada únicamente a la espera de la orden de zarpar y encarar semejante jornada contra el turco.
Segisfredo no daba señales de su llegada y los ánimos de su amigo habían alcanzado el límite inferior que supone asumir que no alcanzaría a embarcar antes de la partida. Pero ganemos algunas leguas al oeste hasta alcanzar la ciudad gaditana y retrocedamos nuestros cronómetros hasta la fecha de arribada del bergantín “Santa Rosa”, remozado gracias al “mecenazgo” del padre de Mª Jesús, su amada y al mismo tiempo perdida en el mismo sentimiento, tras la casi zozobra de su nave en la travesía desde La Habana. Tras largar el ferro en la rada gaditana, sus trabajo se centraron casi exclusivamente en informar a las autoridades de los sucesos de la travesía, los daños, las justificaciones por los retrasos que aunque fueran para bien de la Real Armada en el cuerpo del bergantín siempre habrá en cada mesa con tintero un funcionario de corta visión y de natural leguleyo que exija daños por los retrasos sin aceptar otras razones que las ya preestablecidas en sus legajos.
Nuestro teniente se sumergió entre informes y legajos que acababan por desmoralizar su ánimo y adormecer el alma de marino que con los días parecía abandonarlo a bordo del “Santa Rosa” mientras su cuerpo terrestre encaraba la capitanía. La tristeza poco a poco disfrazada de melancólica estación lo invadía vestida de mujer, de esa mujer que en aquellos momentos era de otro hombre, oscuro y sin voluntad propia, adujado a los caudales de su familia que lo mismo pretendería con Mª Jesús. Imaginaba mil y una estampas con dolor Segisfredo. En su imagen que la melancolía idealizaba gracias al aderezo del amor veía a su amada como mujer sufridora a la que una llamada, una carta, un mensaje a uña de caballo de correo clandestino bastaría para abandonar lo que de verdad era su ser para sentir lo que creía realmente que era su destino. Murió el mes de abril y veía Segisfredo que una nueva misión de aviso o correo sería encomendada a su bergantín ain tener la certeza de ser él quien fuera el que tal misisón llevara cuando en el paseo matutino escuchó la salva de aviso de la entrada de otro bergantín como el suyo, no tan brioso y marinero que lo que uno siente propio siempre será más que lo que enfrente trate de reflejarse. Leyó su nombre en el espejo de popa bajo la pequeña balconada, “Fortuna, buen nombre para traer buen designio a quien lo merezca” pensó. Pero no se atrevió en su tristeza a imaginar que fuera él mismo merecedor de tal designio.
La primera semana de mayo fue convocado y se le transmitió que debía ceder el mando de su bergantín el 15 de mayo para partir a las órdenes del teniente de navío Don Daniel Fueyo a bordo de la fragata “Minerva” antes de su partida desde el puerto de Alicante. Su sorpresa fue una pura contradicción, tristeza por dejar el mando de su nave y a la dotación con la que compartió el final cercano de la vida sobre quintales de agua y huracanes de furioso viento, pero al mismo tiempo sabía que su comandante era su amigo Daniel y que donde él fuera sabía que seguro habría oportunidades de alcanzar gloria en el juego de la vida frente al enemigo cualquiera que este fuera. Tras la despedida de su dotación y la entrega del mando se traslado a bordo de otro correo que comunicaba en aquel momento con la base naval de Cartagena, para desde allí en carruaje alcanzar la villa de Alicante.
Podría repetir mil veces más la imagen de la rada levantina plagada por la escuadra que dejó a Segisfredo Cefontes sin el habla y sin la calma que poco a poco había ido perdiendo por el camino real. Sin encomendarse a moro o cristiano con mando en aquella plaza se hizo llevar por chalupa civil a boga de ariete hasta la amura de estribor de la “Minerva”, preciosa fragata con las portas de aquella banda abiertas al cielo mientras la dotación artillera continuaba con las continuas maniobras de carga y descarga de los cañones. “No hay duda, es Daniel quien está a bordo” pensó sonriéndose hacia “sus adentros” al ver la brega constante a la que acostumbraba su amigo allí donde plantaba sus galones.
- ¡¡¡Chalupa por la banda de estribor!!! ¡¡¡Alguien desea subir a bordo!!!
Fue como si una andanada de la misma pólvora lo lanzara como bala de su cámara cuando Daniel se presentó en el combés para comprobar si la suerte había regresado.
- ¡¿Quién va, sargento?!
- Teniente de fragata, Segisfredo Cefontes. ¡Permiso para subir a bordo!...
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