martes, 26 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta... (8)

… La claridad con calma pero sin pausa alguna fue dominando los ya cansinos tonos grises de los cielos que acogotaban el viejo reino de Asturias, dando paso a momentos de verdadera sensación de libertad en un azul que hermanaba el cielo liberado con la mar eterna. La primavera echó el resto y dio ratos de cálidas veladas frente a la chimenea. Mientras, Juan Delgado en una segunda vida regalada por la providencia, les intentaba describir como era la Sevilla grandiosa que él abandonó alrededor del año de 1672. Las miradas de los niños creaban el estímulo perfecto para que el anciano no deseara terminar cada esquina de su historia. Conforme el verano se aproximaba el calor dio el paso franco para disfrutar de cortos paseos desde la cabaña hasta la Capilla de Santa Cristina. Desde el verde promontorio la vista era grandiosa en cualquier dirección. Al sur, un muro de roca parecía crecer a cada mirada lanzada como una amenaza silenciosa contra su determinación. Eran aquellos momentos cuando María perdía su aplomo pensando lo que habría de aguardarle tras la línea quebrada que ocultaba su destino.











Los pastores y las buenas gentes bien enseñadas por el capellán acogieron a la familia con la discreción que siempre demandaba Juan Delgado para todo, pero con la dulce sensación de sentir tal situación como la de un regalo cuasi póstumo para aquel hombre santo para ellos al que todos conocieron con la misma sotana y casi las mismas arrugas, como si hubiera sido siempre parte del viejo paisaje agreste, húmedo y fértil de aquellas tierras. Al fin y al cabo era la persona más vieja de la comarca y la más cargada de bondad.



Agosto entró por derecho tras el mes de julio soleado y vistoso dando paso a las vísperas de una marcha que comenzaba a hacerse por necesaria desgarradora. Hasta entonces nadie había preguntado por ellos ni se habían detectado partidas en su búsqueda. Seguramente Don Román tragaría su dolor y rabia por pecado cometido y con los días de paso darían otro objetivo a semejante gañán de la mentira. De tal manera llegó la fiesta de la Virgen y con ella las despedidas.


- María, hijos míos, el día esta ya aquí. Como veis todo acaba por arribar sin más acción que la pura espera. Mañana habréis de partir hacia vuestro destino; por ello antes del alba os uniréis a los pastores que retornan por las cañadas al sur del viejo reino de León. No habréis de temer mientras con ellos caminéis pues son personas de ley, hermanos míos que me han demostrado en mil y una ocasiones lo que significa la lealtad y el sentido del compromiso. Una vez cerca de la villa de Salamanca os pondrán de camino a Sevilla a través de la Cañada Real de la Plata y continuar así hasta la Sevilla que me vio nacer.


Los tres, casi como uno sólo con sus manos aferradas entre sí a duras penas cerraban el paso a las lágrimas por lo vivido y conocido




- Pater, así lo haremos y con la ayuda de Dios a Sevilla arribaremos sin dilación. Mis hijos y yo, con mi marido que desde la mar nos siente, no sabremos jamás calibrar lo que vos nos habéis dado en estos maravillosos días. Sus relatos de la gallarda Sevilla, sus fiestas, duelos a espada y bullicios a golpe de espuela tras noches de taberna nos ha hecho sentir ya como de tal ciudad en la que vos nacisteis. No sé qué mas os puedo decir salvo daros de nuevo las gracias.


Los tres, cada uno en su tamaño coparon la minúscula corpulencia para fundirse en un abrazo de carne, agua y sal amalgamado todo ello con el puro amor que resulta del franco agradecimiento.


- ¡Basta, basta, por Dios! Vais a lograr lo que no ha conseguido el correr de años, el frio y la soledad. Mis gracias os doy a los tres por hacerme posible revivir mis orígenes y justificar esta extraña espera antes de morir, algo que no comprendían mis entendederas pues no conozco a nadie de mi edad que se mantenga con vida. Ahora se porque nuestro señor tuvo a bien darme algo más de fuerza que a los demás, que todo ha de llevar su porque entre los viejos renglones torcidos de nuestro Señor. Pero volvamos a casa que agosto ya es preludio del frío y hay que dejar todo listo para la partida.


Así en silencio dejaron los soportales de la capilla donde aún quedaba algún romero reacio a terminar el festejo. El andar, aun siendo tan lento como el que iniciaron en los inicios de aquella primavera tenebrosa por los augurios, se sentía sin esfuerzo y en un estado de verdadero trance por los motivos. Ya dentro Juan Delgado se retiró a su pequeño camastro separado de la sala común por un rudo cortinaje de lana basta. Hasta la anochecida el Pater no salió de su pequeño reducto de intimidad. Los niños dormitaban y María se mantenía despierta y pensativa junto al equipaje listo y con la mirada perdida en la hoguera que aún en agosto se hacía necesaria cuando el sol abandonaba el cielo. Con algo de torpeza pero sin ruido Juan Delgado sorprendió a María con un pequeño susto que la sacó de sus tribulaciones frente al reto del siguiente día.


- María, perdón por asustarla, no era esta mi intención.


El pater se sentó junto a ella como tantas veladas ya pasadas


- Mi querida María, has sido como una hija que pude haber tenido y no sé si tendré allí donde vais. Me habéis devuelto a mis viejas raíces, mis viejos sueños que ya tenía olvidados. Sueños que por sentirlos por bien cuando aquí llegue, tan pronto como me fue posible dejé escrito en este viejo rollo de pergaminos que no estoy seguro de su estado y su facilidad para su lectura. No solo se debe a la calidad del pergamino y la tinta que era lo mejor que pude encontrar, también encontrarás trazos de letras difuminadas por algo que no son más que mis propias lágrimas, hasta que se secaron mis ojos de tanto leer para no olvidar.

- Pater…
- Maria, no soy un Pater como tal nombre define al hombre que lo es. Mi vida hasta dejar Sevilla fue la de un joven que quiso hacer trampas al Destino, pero el Destino no se dejó y me castigó con el olvido. Pero no deseo relatar tal historia que es algo triste y larga. Solo te ruego que durante las largas jornadas hasta mi Sevilla leas lo que allí escribí y antes de pasar el puente de Triana abras este sobre, nunca antes. Lo que hagas entonces tan solo será fruto de tu conciencia y para mi será siempre lo justo.

Le entregó los pergaminos enrollados con un cordel y el sobre lacrado. Con suavidad le besó la frente y se retiró a su camastro en silencio. María, muda y agotada por aquella ultima confesión por la conversación se durmió allí mismo con el fuego apurando sus llamas en el último y agónico tocón que ya se agotaba.









El alba abrió las carnes de unos y otros en la despedida. En silencio comenzaron la cabalgada hacia Sevilla. Campomanes y el duro puerto de Pajares asomaban con los primeros rayos del día...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay....qué ganas de que abra la misiva......( la curiosidad me mata......)

Por cierto, me encanta la foto del hogar.

Lucida dijo...

Deseando estoy que Maria comience a leer esos pergaminos. Voy a por el 9.