sábado, 19 de septiembre de 2009

No habrá montaña más alta (18)


… - “¡Daos preso en nombre del Santo Oficio!” Gritaba el alguacil flanqueado por sus corchetes mientras apuntaba hacia la figura de mi hermano tras el escudo paterno que deseaba interponerse entre ellos y Juan. Sin contemplaciones lo maniataron y casi a rastras se lo llevaron en dirección a Triana. Ni los forcejeos de mi madre, ni los gritos de mi padre, ni siquiera la mirada de pasmo que debía tener el niño que yo era frente a sus ojos fríos como el acero que portaban hizo mella en aquellos hombres acostumbrados a cumplir las órdenes casi como verdaderos designios de Dios. Corrimos tras ellos hasta que a una orden del alguacil dos corchetes nos cerraron el paso, con lo que no nos quedó otro remedio que volver por nuestros pasos y encaminarlos en la primera esquina hacia nuestra casa. Nada supimos en aquellos días de mi hermano, Don Francisco no nos recibió en ningún momento y de la pobre Isabel nada sabíamos tampoco. Pasaron las semanas mientras nos turnábamos frente a la maldita “cárcel perpetua” a la espera de alguna señal de Juan, pero nada se sabía. Tan solo sabiamos algo que era del dominio público y era que no había espacio para tanto penado en aquellos momentos de recién comenzado el reinado de tan nefando rey que tantos coincidieron en definir como hechizado. Los arduos esfuerzos por parte de mi padre por llegar al Alguacil Mayor, incluso al procurador fiscal fueron inútiles y hubo de esperar sin esperanza alguna, pues no sería llamado al juicio salvo si este interesase al procurador. Esto hizo que nada supiésemos de lo que dentro de aquel castillo sucedía. Meses más tarde de que todo pasara logramos información e incluso algún documento que luego les mostraré.








Poco a poco el día fue pasando casi sin sentir por aquellas dos mujeres rotas en medio de aquella vorágine de sufrimientos rememorados por quién volvía a ellos casi de forma medicinal, pues siempre se libera el dolor el airear los viejos fantasmas que pernoctan entre los baos del alma, y a fe que estos llevaban ya muchas estaciones aprisionando el contrito espíritu de Agustín Delgado. La historia contada a Marie e Inés fue avanzando y procuró sobrevolar las torturas vividas por Juan hasta llegar al final de aquella terrible situación.

- Como ya os relaté las celdas no aceptaban un penitente más, pues el inquisidor de recién incorporación a Sevilla parecía querer superar a sus antecesores en el celo. Los autos de fe eran y son muy costosos para el Santo Oficio y este, que no me oigan pido al cielo, lo que necesitaba eran ducados, maravedíes que dieran alas a su institución. Gracias a esta situación la sentencia que amenazaba a nuestro hermano se demoró en el tiempo y con el paso de éste fue menguando en su dureza. Poco a poco fueron saliendo los penados con graves sanciones en su mayor parte económicas que los encadenarían de por vida quizá a la servidumbre que nunca hubieren imaginado. En nuestro caso y casi seis meses después de su prendimiento fue mi padre llamado al castillo de San Jorge para ser partícipe de la sentencia que aquí tengo ya apergaminado y reseco por el paso del tiempo.


Agustín les mostro el legajo en el que a duras penas se podía leer ya aunque mas o menos así comenzaba:


“Visto por los inquisidores contra la herética pravedad y apostasia en la ciudad de Sevilla y su partido por autoridad apostólica, juntamente con el ordinario del dicho arzobispado de Sevilla, un proceso de pleito criminal que ante nos ha pendido y pende entre partes, de la una el promotor fiscal de este Santo Oficio actor acusante y de la otra reo defendiente don Agustín Delgado, vecino de esta ciudad, que está presente, sobre las causas y razones en el proceso del dicho pleito contenidos:
Fallamos atentos los autos y méritos del dicho proceso que por la culpa que de él resulta contra el dicho don Agustín Delgado si el rigor del derecho hubiéramos de seguirle pudiéramos condenar en grandes y graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad y misericordia por algunas causas justas respecto que a ello nos mueven en pena y penitencia de lo por ella hecho, dicho y cometido, la debemos de mandar y mandamos que en esta nuestra sala de la audiencia le sea leída esta nuestra sentencia y sea reprendida gravemente y que hoy, día de su pronunciación, oiga la misa que se dijere en la capilla de este Santo Oficio en forma de penitente en cuerpo y una vela de cera en las manos y no se humille salvo desde los Santos hasta haber consumido el Santísimo Sacramento y acabada la misa ofrezca la vela al clérigo que la dijere. Y le condenamos en destierro perpetuo de esta ciudad y su gobernación. Más le condenamos en dos mil ducados de Castilla para gastos extraordinarios de este Santo Oficio, con que acuda al receptor de él y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos. El licenciado Pedro Tejado de Ubrique, el licenciado Fernando Ortega, Fray Severo de Montilla.
Dada y pronunciada fue esta sentencia por los señores inquisidores y ordinario que en ella firmaron sus nombres en la audiencia de la mañana de esa Inquisición a primer día del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y nueve años estando presentes el doctor don Manuel Rodriguez Bazán fiscal de él y don Agustín Delgado, a los cuales se le notifique en sus personas.”

- Nunca se recuperó mi familia de aquella sanción de dos mil ducados y por tal motivo mis hermanos acabaron todos lejos de aquí, unos tragados por los océanos y otros en nuestras tierras allende la mar con incierto final desconocido para este humilde sacristán. A mí por mi edad mis padres me entregaron al convento de santa Inés para poder sobrevivir por la única vía que ya cabía, que no era otra que la de la cristiana caridad.

- ¿Y sus padres, Agustín?

- Tras despedir a mi hermano camino del viejo reino asturleonés mi madre languideció como el otoño a la espera del oscuro invierno que la llevó con él al cielo donde espero volver a sentir su presencia mas pronto que tarde. Mi padre no duró mucho más el pobre, con lo que la fría venganza calculada por Don Francisco de Mallaina contra mi hermano, nunca pudo imaginar este señor de tan negros sentimientos alcanzase tales cotas de dolor y sufrimiento.

- Perdonadme, Agustín si insisto, pero ¿qué fue de Isabel de Mallaina y su bebé?


- Esta historia la dejaremos para mañana a la misma hora en este mismo barrio de Triana donde la mar se siente en los vecinos y se huele la sal que trae el viento de la libertad, pues creo que aunque la hermana Piedad fue también otro sueño roto por la estupidez y maldad humana, al menos su fruto vivo demuestra que mientras el soplo de la vida mantiene su fuerza, por pequeña que esta pueda llegar a ser, cualquier sufrimiento tiene una razón para resistirlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Después de este paréntesis en la histoia no hay nada mejor que ller de corrido dos entregas.
Seguiré la historia cerca de Triana.

Besos