lunes, 21 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (19)

… Sin apenas horas que llevar al sueño por tanto escuchado y recreado el día anterior, la vigilia se impuso dando permiso al alba para entrar en los ojos abiertos de María. Había escuchado la historia de forma quizá más moderada de voz y letra de Juan meses atrás, y acababa de escuchar la misma en su más cruda expresión de boca de su hermano Agustín. María en aquella vorágine de pasiones, odios, castigos y frustraciones casi había olvidado el por qué de su situación. Su marido tragado por una mar que nada daba sin reclamarlo antes o después, su vida como sueño prometedor en su villa de Gijón roto por aquella muerte y la carroña que tantas veces espera hacerse con los despojos sin que estos hubieran llegado a serlo. Todo aquello tras los últimos días reviviendo los azares de Juan Delgado y su amada Isabel le parecían lejanos dolores que había de dar paso y continuar adelante. mientras esto pensaba, los primeros ruidos de una ciudad que despertaba la incorporaron del camastro que compartía con sus dos hijos y comenzó a preparar el desayuno para sus hijos y los que iban poco a poco alcanzando tal sentir en su propio interior, que muchas veces es la que sientes como tal la que en verdad es pariente y la que lo es de sangre, no es más que lo que te trae el sufrir por no poderla asi sentir.


- Buenos días Inés, Francisca. Las luces del alba ya salieron y hay que empezar a ganarse el día. ¡Arriba!

Con suavidad despertó a sus protectoras y estas hicieron lo propio con Pedro, mas este ya estaba en pie y aseado, solo esperaba la llamada para salir. Desayunaron, el tema de conversación volvió a ser la vida de Juan y Agustín.


- Hermanas y Maria, procurad acabar con esta historia que comprendo en su totalidad, pero necesitamos concentrar nuestras fuerzas en la mejor manera de aguantar hasta la próxima flota que se apreste en Cádiz. Hoy saldré con Gonzalo hacía Cádiz para buscar un lugar donde establecernos mientras la flota aparece. Tenemos los caudales que tenemos y hay que templar por lo que suceda, que solo Dios y la Casa de Contratación lo saben.
Pedro León se levantó con la intención de llamar a Gonzalo, pero María lo interrumpió.


- Pedro León, perdonadme de nuevo mi atrevimiento pero os pediría que llevarais con vos a mi hijo Daniel. Gonzalo podrá así estar al tanto de la mercancía y caballerías y estoy segura que Daniel será capaz de serviros sin tacha y con la presteza a la que estáis acostumbrados

Pedro la miró y después cruzo sus ojos con Inés y Francisca .

- Dicen que como hombre soy la cabeza de esta familia, pero vive Dios que solo soy un muñeco y vosotras mis dulces hermanas las por algún arte que esperemos no sepan en el santo Oficio me manejáis con invisibles hilos. ¡Sea como pedís, María Liébana, pero darle aviso que no transijo en nada por mucho que venga a través de vos! En una hora los caballos y provisión para tres días!


- Gracias Don Pedro.

Marchó el cabeza de aquella familia tan extraña y singular, una hora mas tarde Daniel tras Pedro León se despidió de su madre con aquella mezcla en la expresión de su rostro entre el miedo a lo nuevo y el orgullo por ser el elegido para tal acción. Aquello era un espaldarazo a su incipiente hombría y para su madre la primera separación de un pedazo de su vida.



Comenzaron las tres con las labores de limpieza de aquel hogar de prestado, mas tarde se harían con viandas en el mercado para dejar todo preparado. Habían quedado en verse con Agustín poco antes del medio día frente al Castillo de San Jorge. Francisca, casi como la verdadera madre de aquella familia volvió a ser la que se quedara en la casa con Miguel y los criados mientras Inés y María acudirían a la cita convenida con el sacristán.



Una hora antes ya listas se despidieron de Francisca con la promesa de relatarle a esta todo los detalles a la vuelta. Francisca les entregó un pequeño saco con fruta y pan para el hambre que sin permiso acabará colándose entre tantas sensaciones humanas. Caminaron con paso ágil hasta alcanzar el puente de Barcas donde pudieron distinguir a Agustín Delgado al otro lado apoyado sobre un viejo barril roto y abandonado, con la mirada perdida entre los navíos que cargaban al otro lado del río junto a la torre del Oro.


- Buenos días tengáis vos, Don Agustín. Aquí nos tiene de nuevo para escuchar sus recuerdos. Aunque antes de que continúe hemos de agradecerle con toda sinceridad su gran esfuerzo y la grandeza que demuestra por dedicarnos este tiempo a dos personas como nos que nadie somos y poco merecemos.


- Las gracias soy yo mismo quien ha de darlas pues gracias a vuestro interés por mi hermano, poco a poco mi vida que ya era un dejar pasar, al menos ahora ese estado se hace llevadero pues tal reencuentro con su origen me devuelve el sentido por la vida vivida y por la que vivo. Si les parece bien a vuestra mercedes hoy, último jueves de mes siempre acudo a Triana a la Iglesia de Nuestra Señora del Buen Aire. Allí todos los días celebran misa por los hombres de la mar que ya no están con nosotros. Os preguntaréis la razón por la que un sacristán acude a tal ceremonia…



Mientras hablaba Agustín la Iglesia aparecía serena al final de la calle Betis junto al Hospital de la Virgen y la Universidad de los Mareantes, un todo dedicado a la mar, a las Indias y quienes a recorrerlo se dedicaban sobre naos, galeones y cualquier mercante que pudiera flotar a las órdenes de su majestad. Doblaron la esquina del mismo hospital y ya sobre la calle Pureza con el Guadalquivir como su compañero silencioso enfilaron el camino hacia la iglesia para acudir a la ceremonia religiosa.Tras los rezos, la eucaristía y la bendición, Agustín saludó a muchos de los que allí se encontraban mostrando a Inés y María que era un hombre querido y respetado entre aquellas gentes de mar. Salieron hacia un viejo chopo que nadie sabía cómo había resistido las avenidas del rio enfurecido y las manos humanas que sin furia necesaria acaba por segar de manera metódica los viejos árboles en pos de nuevas viviendas, caminos y veredas. Bajo su sombra protectora frente a un sol ya casi de noviembre, Agustín comenzó a explicar los destinos de Isabel y su hijo y los que a él lo unieron para siempre con la Virgen del Buen Aire…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que en estos días no has perdido ni un ápice de buen hacer.Un saludo.

Anónimo dijo...

Me encanta tu historia, y me llena de orgullo conocer los lugares de los que hablas.

Alicia Abatilli dijo...

Tengo mucho por leerte.
Pero todo es muy, muy enriquecedor, amigo.
Te dejo un abrazo.
Alicia