lunes, 28 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (22)

… El nuevo Diego dejó a Inés y María en las proximidades de su casa y prosiguió con Agustín el paseo hasta el convento de Santa Inés,donde éste vivía humildemente en un pequeño aposento escondido tras la trasera de la sacristía.

- Agustín, antes de que hable con Pedro León desearía verlo mañana en la taberna que hay junto a los tinglados de azogues. Su nombre es “La escudera”. Al mediodía pasad por ella y preguntad por Don Antonio Bernal, es buen amigo mío y te entregará un sobre. Léelo con calma y sin prejuicio, yo llegaré un poco después para que lo hablemos comiendo.


- Allí estaré Diego.
- Por favor, Agustín, tío mío, que así me place llamarte. No faltes y no te obstines de partida tras su lectura. Si a alguien todo lo debo, después de la vida a mis padres, es a vos como verdadero padre en la distancia y consejero propio de rey. Gracias por todo una vez más, tío.

La fuerza de los sentimientos casi los llevan a la asfixia por la intensidad del abrazo con el que se despidieron. Lo hicieron en la promesa de cumplir con la cita tres días después. Al mismo timepo, las casi hermanas se quitaban la palabra la una a la otra para poner al día a Francisca mientras Miguel y Daniel entre las tres mujeres entremezclaban los sonidos propios de sus juegos con las voces alteradas de ellas. La noche transcurrió sin otro motivo que el procurar conciliar el sueño tras tanta excitación. Los brazos de Morfeo al final recogieron ánimos de todos y la paz durmiente campeó al fin la noche en aquél hogar sevillano.

Por la mañana tras el desayuno se repartieron las tareas, quizá esta vez con mayor normalidad pues no había donde ir a buscar y encontrar. Aún así María deseaba visitar a Agustín en el Convento de Santa Inés una vez más.

- Inés, Francisca, he terminado con las labores que tenía encomendadas y desearía pediros el favor de vuestro permiso para salir a ver a Agustín. Necesito hablar con él de nuevo. Para no causaros mayores molestias me llevaré a Daniel y a Miguel…

- ¡María, por favor! Si hay dos joyas en este pequeño reino que regentamos con el acierto que Dios nosha dado a entender son estos dos niños. Así que te vas, Inés y yo ya haremos porque aprendan, jueguen o lo que se tercie mientras ves al Sacristán.

- Gracias, Francisca. No me demoraré mucho.


Dos besos a sus hijos y de un giro enfiló la salida hacía el Convento de Santa Inés. Necesitaba hablar con Agustín de él mismo, durante los últimos fue descubriendo la clase de ser humano que escondía su humilde actitud. Cuando el pórtico de Santa Inés se presentó ante ella, María percibió una incesante actividad. No eran trabajadores sobre el retablo aún en plena fabricación sino actividad religiosa. Cuando se acercó pudo ver a Agustín recibiendo algún tipo de instrucciones de un religioso de porte y mando. María esperó hasta que quedo libre de tal personaje y se acercó entonces.

- Agustín, perdonad. Veo que estáis atareado. No sé si tenéis algún momento para que hablemos...
- Buenos días María. Perdonad por tanto ajetreo que tan raro se hace a pesar de los carpinteros y pintores del retablo, el próximo miércoles será el día de difuntos y estamos preparando las liturgias y ceremoniales. Si tenéis la bondad, esperadme en aquél banco y en cuanto todo esto acabe estaré con vos.

Con una sonrisa María se sentó y esperó hasta que Agustín con una suave sonrisa en su rostro se acercó.

- Como os dije no era mucho lo que debía esperar. Mi trabajo está ya terminado, así si os place podemos pasear y me contáis lo que traéis en vuestro mirar.
María se levantó y comenzaron el paseo
- Mi querido Agustín, hemos hablado estos días de su hermano Juan y no solo nos ha devuelto una parte de su historia sino que nos ha regalado a Diego, su hijo. Mientras todo eso sucedía nada hemos sabido de vos salvo lo que corriera de vuestra vida pareja a la de su hermano. Por lo que mi humilde saber percibe, habéis tenido una dura y solitaria vida con el único refugio de nuestro Señor que, permítame decirlo, no siempre hace patente su presencia cuando esta se demanda aunque allí se encuentre.

- Para eso nos regaló la fe querida María, para esos momentos en los que no se revela. Decís bien, pues mi vida ha sido todo menos agradable a pesar del buen trato que tuve en el convento. La soledad tras la muerte de mi padre y la marcha de mis hermanos fue el castigo más terrible que un ser carnal pueda soportar.

Caminaba Agustín quizá más encorvado de lo normal, como si los lastres de la vida estuvieran todos ahora sobre su espalda para poder mostrárselos a María. Ella no quiso verlo de aquella forma más y le espetó lo que su corazón le llevaba diciendo desde el día anterior.

- Agustín, ha sido vuestra vida terrible en su condena por el arbitrio de un hombre ofuscado en su orgullo, ciego por la pérdida de un honor que demostró no tener, y a fe del Cielo que ha de tener un colofón que os devuelva la sonrisa perdida. Mi querido sacristán, lo que yo le propongo es que venga con nosotros a donde nos lleve la flota. Ni siquiera sé si tendremos plaza en alguna cubierta, pero creo que en ese intento debíerais estar vos. Todos, o al menos mis hijos y yo lo sentiremos como de nuestra familia. Los Alisios nos empujaran sin mano humana que logre detenerlos y quizá al arribar a Tierra Firme o a las Islas de Barlovento acabemos por saber de vuestra familia.
- María…
- No me conteste sin reflexionar, piense que es de su vida de lo que hablamos, no sabe cuando lo llamará el Señor y mientras esto suceda es de justicia recuperar la sonrisa que le robaron. No me conteste, sólo piénselo; la flota no sabemos cuándo será ni lo que Don Diego nos vaya a ofrecer. Solo piénselo. Agustín, he de marchar, me esperan mis hijos a los que mas pronto que tarde les contaré con orgullo de la vida hermano de Juan y de su sacrificio. Nos veremos el próximo sábado con Diego y espero que vos esté allí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puedo ser muy persuasiva, a la par que pesada. Insisto. Esto tendría que ser un libro.