miércoles, 30 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (23)

… Pedro León llegó a Sevilla la tarde del viernes 27 de octubre de aquél año de 1722. Su rostro traía el gesto del cansancio tintado entre ríos de sudor oscurecido por el polvo del camino. Las dieciséis leguas que aproximadamente distaban Sevilla de Cádiz, como la última vez, se las habían devorado entre la noche y el día reventando caballos. Daniel llevaba el gesto del agotamiento camuflado bajo una tela de orgullo por saberse segundo de Don Pedro. No duró esto mucho, pues fue sentir el tacto de su madre y derrumbarse el falso andamiaje dejando la misma expresión de animal agotado que la que mostraba su señor.

- ¡Pedro! ¡Alabado sea el Señor! Bienvenido a casa. Siéntate mientras preparamos el baño y os aseáis ambos. María, trae la jarra de limonada para estas dos gargantas secas, que no sean excusa para no contarnos sus logros en Cádiz.


- Inés, sois la hermana mas malvada que pudo habernos regalado madre a Francisca y a mí.


- Pero también es la hermana que mas os quiere. Anda, callad y bebed que los dos os lo habéis merecido. Pero no te demores mucho en contar las nuevas que esperamos aquí sobre la partida mi querido hermano. Inés dejó a ambos descansar y recuperarse, cosa que fue interrumpida cuando ya el sueño los había invadido por Francisca que los avisó de su baño. Casi en estado de puro sonambulismo cada uno se dirigió a su respectivo barreño, que de mayor clase no había recipiente en aquel improvisado hogar. Mientras el uno se aseó en solitario, el otro por mucho que justificase su hombría no pudo evitar que las manos de su madre lo asearan como si de su hermano Miguel se tratase. Minutos más tarde que para las tres damas de la casa parecieron meses Pedro León apareció en la sala con el aspecto real de quien realmente era. la estampa de las tres mujeres con mirada de espera lo volvió a sorprender.


- ¡Veo que no dais tregua! Pues bien, un vaso de limonada con la jarra al punto y os pongo al día de las nuevas si de tal forma deseáis nombrarlas. En primer lugar deciros que en la Casa de Contratación de Cádiz nada nuevo encontramos salvo que están a la espera de que arriben navíos de la Real Armada a Cádiz para aprestar la flota. Este año no habrá ya flota hacia Nueva España, ni siquiera de galeones o de azogues, que en el caso esta última sería de agradecer no toparse. Tras confirmar lo que ya esperábamos recorrimos con presteza desde la Isla de León hasta el Puerto de Santa María y lo que encontramos fue una bahía de maravillosas vistas que si en otra situación sería la nuestra, buena razón fuera cualquiera para establecerse en semejante lugar. Mas cuando las gentes adivinaban nuestras intenciones todo eran buenas palabras, pero más altos los montantes a pagar, por mucho que les diéramos razón de pago solvente y supieran del largo tiempo en que se fiaba la nueva partida de las flotas no hacía sino aumentar todo. Traigo dos direcciones de algún cortijo en el que nuestro alojamiento podría ser asumible aunque, mis queridas hermanas, no esperéis grandes comodidades si como parece hay que alargar el caudal, que sin sumar siempre mengua.

Las tres lo miraban en silencio cómplice intentando contener las sonrisas por respeto a Pedro, desconocedor de la solución que tenían entre sus manos o que creían tener pues Diego Delgado aún no había desvelado su propuesta. Pedro, que tonto no era no esperó


- Vamos a ver, os estoy dando pésimas noticias. A vos María, a pesar de que ya os conozco algo puedo aceptar vuestra postura, pero tu mi hermanita Inés, hace rato que debías haberme interrumpido, y qué decir de ti mi leal hermana mayor que ya tendrías que haber apretado tus puñoshasta deformar sus formas. ¿Qué es lo que ha pasado en mi ausencia? ¿habéis encontrado algún arcón repleto de lingotes arrojado por el río a vuestros pies?



Se miraron, el ademán de aguantar solo fue eso, un ademán y prorrumpieron en una carcajada que retumbó sobre un Pedro que nada entendía. Inés, como se esperaba comenzó a relatarle lo ocurrido en los últimos tres días hasta que terminó con el ruego de Diego Delgado para que aguardara a que se vieran ese sábado, fecha que ya tronaba como temporal de esperanza a punto de romper. Pedro, joven comerciante que entre textiles y caudales sabía cómo mantener los rumbos inciertos, no acababa de centrar semejante golpe en principio de buena fortuna y no demostró apenas entusiasmo frente al que manifestaban sus hermanas, incluida María a la que él no sentía como hermana, aunque lejos estaba de presentar públicamente tales muestras ante las tres mujeres que marcaban las pautas de su devenir.


El día transcurrió sin más que anotar en esta historia arribando el sábado como nave capitana cargada de desconocidos tesoros por descubrir bajo la cubierta curtida, que era la piel de Diego Delgado. Este había mandado un mozo con una nota en la que anunciaba su llegada tras la hora de comer junto a Agustín para la reunión acordada tres días atrás.

Y llegó la tarde, la temperatura llevaba la calidez del otoño sevillano que permitía vestir sin agobios los ropajes que meses atrás hubieran derretido al más recio soldado del viejo tercio ya casi olvidado. Antes de que Agustín diera con la vieja aldaba, la puerta se abrió.


- Buenas tardes, Agustín y Diego. Sed bienvenidos a esta casa.

- Hola Inés. Nada me dijo Agustín de vuestros poderes adivinatorios, será un secreto entre nosotros.


Pasaron hasta la pequeña sala donde hacían su vida la familia de los León y los Fueyo Liébana que se había quedado pequeña con tanta gente reunida entre adultos e infantes. Francisca, diligente como hermana mayor y madre hecha a la fuerza tras la pérdida de la que de natural los tuvo sirvió limonada junto a unos dulces que enseguida cayeron eclipsados por los que Agustín obsequió a todos


- Son de las monjas de Santa Inés. Si algo hacen en el monasterio de verdad pecaminoso son estos dulces que al que los prueba una vez ya los transforma en reo de gula sin posible reforma.

Sin más preámbulos se dieron las presentaciones entre Diego, Agustín y Pedro.


- Mis hermanas y María me han relatado su historia, Don Agustín, y a fe mía que sois hombre sufrido y de probada resistencia moral que otro ha tiempo hubiera resignado su vida sin luchas por mantenerla. Mi respeto hacia vos y mi disposición para lo que vos demandéis de este mercader que pervive en impropia situación. Don Diego Delgado, no tengo palabras para vos sino las mismas dichas para vuestro tío. Le reitero a vos mi disposición y respeto en la misma medida.

- Gracias Don Pedro, nada se de vos, mas siendo familia de mujeres con la fuerza que han demostrado para ayudar a cumplir con el deseo de mi padre, siento hacía vos el mismo agradecimiento que para con ellas. Por ello y sin mediar mayor número de lisonjas entre nosotros deseo proponer a vuestras mercedes lo siguiente…



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ains... mañana más no?

Armida Leticia dijo...

Me andaba fallando el internet, pero parece que ya se resolvió el problema, te dejo un saludo desde México.

Anónimo dijo...

No paras, eh?
Un abrazo desde tierra firme, Blas.