miércoles, 7 de octubre de 2009

No habrá montaña mas alta... (25)

No han pasado apenas jornadas que sumen la semana desde que devolví el primer legajo a su viejo cofre forrado de bellos tallados y blindado por herrajes oxidados por el tiempo del olvido que todo lo hace entrar en ese noble color del fierro antiguo. Como les digo no he podido resistirme más y he aquí que ya navego entre las rotas crestas que hacen los papeles rizados rebeldes por no dejarse posar sobre la planicie de mi mesa. Huelo a sal mezclada de furioso líquido elemento, mientras ya la pólvora del cañón se percibe de lejos entre el retumbar de cada andanada. Siento como cada vez la mar de la intriga por el soplo de un viento arbitrario se encrespa mientras da vida a quienes en él solo sabemos vivir por mucha ancla de fondeo que llevemos largada a fondo y trincada al cuello.





Habíamos dejado María, sus hijos, Pedro León, Inés y Francisca en el cortijo de nombre “Soberano” junto a su dueño Diego Delgado y el bueno de Agustín ya descargado de sus labores como sacristán en el convento de Santa Inés. Las flotas, como bien dijo Diego no iban a zarpar del golfo gaditano en muchos meses por lo que el tiempo se avino a razones y prestó sus dorados lingotes para que los dieran brillo en el cortijo, conversando, compartiendo y dibujando en el aire de sus vidas los recuerdos de un año en el que los lazos, las confesiones y el descanso merecido los cargase de ánimo y empuje para lo que mas pronto o más tarde acabaría por ser la mayor hazaña de alguien que solo tierra pisó: atravesar la mar océana sobre suelo de roble español o caoba de las Américas durante decenas de jornadas expuesto a vientos, temporales y los que cobardes se visten de corsarios al servicio de reyes que bajo sus pabellones de civilizada prestancia escondían las ansias de cazar los tesoros que sostienen a nuestra maltratada nación por hijos a veces propios y las más extraños.

La navidad fue lo que cualquier humano en su buen uso de la razón hubiera deseado, los reyes de oriente se portaron como nunca lo hubieran hecho antes con Daniel y Miguel, siendo el colofón a tan entrañables festejos la llegada de la comitiva que traía con ellos a Juan Delgado. La parte en verdad negativa fue su llegada de cuerpo presente, pues había muerto dos meses atrás. Parecía como si una fuerza externa desde su atalaya hubiera visto cerrado el círculo aquella semana previa a los difuntos y hubiese decidido recoger el alma de un hombre justo maltratado por ese torcido renglón que nadie en su humano juicio comprenderá jamás su por qué. Juan fue enterrado en una pequeña cripta que Diego había reformado del estado en que el dueño anterior había dejado en un estado lamentable. Muchas eran las horas cuando la actividad se apagaba en las que podían encontrar a Diego frente a la tumba de su padre. No era tristeza lo que encontraba uno en el rostro de este sino la expresión del reencuentro, como en si en esos silencios pudiera él recuperar las conversaciones nunca tenidas imaginándolas, algo que en tantas ocasiones hace al hombre salir de su letargo y que tantas otras de imaginación pasamos a definir como sueño.

Pedro León en aquél año de espera llegó a entablar una estrecha relación con Diego Delgado en la que compartieron ambos sus conocimientos mercantiles, el uno del paño y el textil, el otro de la vid y la fruta de manera recíproca. Pedro descubrió su perfecto desconocimiento acerca de lo que excedía a su comercio y nunca supo como compensar tantas cosas humanas y materiales regaladas por su anfitrión. María recibió aquel regalo de tiempo añadido como una bendición del propio Juan Delgado desde el mismo cielo donde lo sentía expectante por todo lo que abajo sucedía. En muchas ocasiones Diego y ella se encontraban frente a la cripta para de alguna manera honrar y sentir la presencia de Juan, algo que les llevó a guardar una relación íntima como la del padre y la hija frente a un abuelo casi desconocido.


El año 1723 entró con esperanza, el dia 8 de febrero arribó a la bahía de Cádiz el navío de 64 cañones “Nuestra Señora de la Asunción”, al que en la Real Armada todo el mundo conocía por “Estrella del Mar”, junto a él varias naves de menor porte largaron el ferro frente a la Isla de León dando el aviso con aquella presencia que la organización de la flota estaba en ciernes. Los contactos de Diego dieron su fruto, habría dos flotas ese año aunque la que arribaría a Tierra Firme con la venia de Poseidón sería la segunda. Esto dio razones a Diego para ganar de la compañía de sus huéspedes varios meses más, pues por parte de ellos ninguna duda había hecho abertura en la confienza para con él tras conocerlo como mercader y sobre todo como persona.


Sus gestiones ante la Casa de Contratación dieron los frutos deseados casi al ciento por ciento de sus previsiones, pues no sería la travesía desde mismo punto de vista realizada por todos. Corría ya el final de la primavera con la flota en sus inicios de apresto cuando Diego Delgado en compañía de Pedro León cerró los pliegos de los salvoconductos para el tránsito de súbditos del reino a las costas de Tierra Firme en el virreinato de Nueva España. Pero había un “cabo suelto” que era imperioso su arreglo antes de arribar al cortijo.

- Pedro, hemos sido afortunados de manera casi diría celestial. Embarcaréis en la Urca “Virgen de Valbanera” en la que va el “Tercio de frutos” que me corresponde. Su contador Don José Gálvez será vuestro protector. No sé si esto ya lo habéis aprendido, pero navegar con la protección del contador de a bordo es la mejor garantía de hacer la travesía bien comido y mejor alojado dentro de lo que una nave mercante puede garantizaros. Además os he escogido esa urca, pues el patache en el que van otra parte de mi “Tercio de frutos” es ya viejo y de poco andar y no se sabe lo que ahí fuera pueda deparar el destino. Lo dicho tendréis buen alojamiento, nave de buen andar y aprestada mejor para la defensa por si os vierais en medio de algún ataque que quiera Dios no ocurra.

- Gracias Diego, no sé cómo podremos corresponder a tanta consideración por vuestra parte. Ya sé, ya sé que no debo volver a insinuar siquiera tal cosa pero es de ley que lo sienta. Lo que me atormenta es la situación de Daniel al que no llevamos a bordo con nosotros, sé que habéis hecho lo indecible y que no había plaza en ningún navío de la flota, pero no puedo ir con esta nueva a María. Creo que la mataría si se lo dijera. Lo más duro es que estoy dispuesto a ceder mi plaza por la de su hijo, pero ¿qué harían mis hermanas en Nueva España? Francisca es trabajadora sin nadie que pueda superarla en voluntad e Inés es la vida de nuestra familia sin la que nada de lo que hemos logrado desde que salimos de nuestra villa en Cuenca se hubiese logrado, pero ninguna de las dos están preparadas para ir sin que yo este junto a ellas. No sé que hacer, me encuentro bajo la maldita espada de ese hombre que el otro día nombrásteis. Damoc...

- Se llamaba Damocles. Dura prueba es para vos, Pedro. Porque vos la queréis, ¿verdad, Pedro?
Pedro lo miró con los ojos firmes aunque derrotados por saberse descubierto

- Si, para qué voy a negarlo. Al principio era un sentir ahogado por mis límites, pero estos meses han diluido tales prejuicios y la amo como creo que debe ser eso que sentían los personajes de los cuentos que leía a Inés cuando mi madre no podía contarle su cuento antes de dormir. No puedo hacerle esto a María, no puedo.

- No os preocupéis por el momento, Pedro. Dejadme a mí intentar algo, que no es lo mejor, pero podría funcionar. De momento les diremos que está en curso todo y que hemos de regresar a la casa de Contratación en un mes. Dejadme a mi …

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ha vuelto pronto la historia... estoy encantada.

Anónimo dijo...

D.Blas, tiene usted la facultad de hacer que por un instante, desaparezca todo de mi alrededor, y me centre en su escrito. Eso, estimado, no tiene precio.