miércoles, 28 de octubre de 2009

No habrá montaña mas alta... (29)

…Un buen puñado de millas han transcurrido desde la partida de Cádiz, otro puñado de singladuras que llegaron a casi la quincena fue lo que les llevó a la flota atravesar el Mar de las Yeguas. Días en los que Daniel se hizo a las dimensiones de la nave Almiranta de 64 cañones entre las dos cubiertas ocultos tras las portas abiertas de día u cerradas durante la noche le daban un porte majestuoso a la embarcación. Nunca hubiera imaginado tal situación desde los pataches o pequeños lanchones que ya a él le parecían enormes cuando bregaban con la tozuda mar mientras la pesca se les mostraba esquiva entre rociones de espuma y sal. Durante aquella parte del viaje su amo Don Miguel Grifol apenas le prestó atención, pues el objeto de tenerlo era solo eso, poder mostrar su posición al disponer de un criado al embarque.

Don Miguel era joven, pero a sus 23 años ya había alcanzado el grado de teniente de fragata y sus aspiraciones no eran otras que las de obtener el mando de cualquier navío del Rey; sería capaz de vender su alma al mismo holandés errante por ser él quien cruzase los brazos a la espalda mientras observase la maniobra de su tripulación como un verdadero rey del mar. Todo el que haya pasado por su edad y situación seguramente comprenderá tal sentimiento amplificado por la soledad de un diminuto objeto flotante en la inmensidad del océano. Como iba diciendo, Don Miguel tenía otras ocupaciones en su “debe” y a ellas se dedicaba, el segundo de la escuadra Don Francisco Javier Cornejo lo había destinado a la formación y puesta al orden de las baterías de “a 24” de la cubierta inferior, tarea nada sencilla si tenemos en cuenta que las tripulaciones en los navíos de la Real Armada eran en muchos casos escasas y de poca experiencia debido al poco atractivo que tenía el jugarse la vida entre pólvora y sangre, embutidos en pequeños espacios donde el sudor humano era muchas veces la única atmosfera que hacían borroso el miedo y el dolor cuando había que vomitar fuego a otros que como ellos miso eran, sólo que sus palabras sonaban de forma diferente.


Don Miguel dejó vía libre a Daniel a bordo del "Estrella del mar" siempre que no dañara su honor y mantuviera la debida discreción sobre su verdadera situación. Pero Daniel era quien era, hijo de mujer decidida con arrestos suficientes para abandonarlo todo y cruzar más de 350 leguas para embarcarse en aquella flota, era hijo también de quién no paró en su afán por el progreso de su vida y la de su familia hasta que la mar le obligó a detenerse. De tales almas hacía ya 14 años que había brotado la de Daniel que llevaba en su corazón la impronta de su padres, por lo que transcurridas seis singladuras al anochecer de la sexta en medio de aquél Mar llamado de las Yeguas Daniel abordó a Don Miguel como corsario con la patente de su propio futuro al viento.
- Don Miguel, ¿da usted su permiso?

Acababa este de cenar en la cámara del comandante y se disponía a retirarse a tomar respiro antes de entrar en su cuarto de guardia. En los ojos se distinguía un ligero brillo producido seguramente por el aguardiente con el que Don Carlos Grillo convidó a todos tras la cena, bebida que, aunque prohibida por las Ordenanzas, poblaba cualquier navío de cualquier majestad católica o hereje. Y es que a veces la pérdida de una pequeña parte, aunque fuera una nonada, de la conciencia cuando se queman jornadas en la soledad de los mares es de buen resultado tal leve pérdida de la conciencia para el equilibrio del alma.
- ¡Daniel! ¡Que quieres! ¡No ves que no es esta cubierta tu lugar a estas horas.

- Perdonadme, señor. No he encontrado el momento para poder hablar con vos y desearía hacerlo si ello es posible en este momento o si lo deseáis en otro momento en el que le venga mejor a vuestra merced.



El aguardiente en este caso ayudó y con una media sonrisa le espetó

- ¡Vamos, sígueme hacia el alcázar de proa! Llevamos un buen viento que da el largo por babor y la mar se ve indolente y cansina. Allí podremos conversar sin mucho balance si eso es lo que deseas.

Desde la cubierta principal recorrieron la eslora de popa a proa que los llevó a la escalera de babor por la que accedieron al alcázar de proa. Allí el guardiamarina que permanecía de guardia junto al molinete del ancla en prevención de problemas con la marinería en sus “tránsitos naturales” sobre la raíz del bauprés se cuadró ante el teniente, tras esta ceremonia el mismo teniente lo relevó de aquella guardia y lo mandó aguardar en la cubierta principal hasta que el mismo le avisara.
- ¿y bien?
- Con el debido respeto, Don Miguel. Han sido ya seis jornadas desde que zarpamos de Cádiz. He recorrido el navío desde el codaste hasta el bauprés y conocido lo que me han permitido. Dada mi experiencia en la navegación mientras me dediqué a la pesca creo que puedo aportar algo de más valor a este navío. Estoy seguro que vos me comprendéis, no aspiro a nada de relumbrón, ni siquiera a serviros a vos allí donde sea necesario como marinero y no como criado. Vos sabéis también que mis aspiraciones son de ley por mi origen de hidalgo y quizá algún día pueda formarme como guardiamarina para servir en la Real Armada como vos. Por ello y sin causarle perjuicio le ruego a vuestra merced tenga a bien valorar mis deseos y mi pequeño historial como hombre de mar y me proponga a sus superiores para cumplir de tripulante en cualquier puesto de este navío. No le defraudaré, señor.

El joven teniente no se sorprendió y por dentro sintió su mismo recuerdo frente a su padre cuando se hizo hombre enfrentándose a sus miedos y sin más sinceró sus deseos de mar a quien hubiera dado todo por que siguiera con sus tierras plagadas de arbequinas a las que extraer el jugo verde que vender y hacer más grande la masía centenaria que hizo él crecer hasta aquél momento. Torció el gesto y con la mirada como el propio fuego de San Telmo volvió a espetarle.

- ¡Imberbe y pretencioso es tal deseo por tu parte! No sé de quién te vienen tales ínfulas pero creo que tu arrojo se confunde con tu propia ignorancia de los asuntos que a la Real Armada competen. Ahora me iré a mi cámara y tú te recogerás en tu coy como criado que eres de mi persona hasta que te necesite.

Se giró y tras bajar del alcázar de una seña envió al guardiamarina a su puesto de guardia junto a la base del bauprés. Aquella mar de las yeguas que de indolentes pasaban a dormidas parecían acompañar la tristeza de Daniel que cumplió con su orden y trató de cazar algo de sueño hasta el alba, que a bordo de navío nunca se sabe cuándo tendrá uno oportunidad de cazar el sueño en continuo pues tal derecho es arbitrio de Poseidón.
No dio el tiempo ocasión al alba de acariciar el rostro de Daniel para despertarle, pues un golpe del marinero de guardia lo puso en suelo con la nocturna madrugada en agónica e inútil resistencia.

- ¡Daniel Fueyo Liébana! ¡Antes de que el alba raye preséntese al nostromo!
- Si… si, señor
- Señor, ja,ja, ja. Anda rapaz prepárate y preséntate al nostromo que ya está entrando en fuegos por hacerle esperar.

Diego arranchó su coy y se preparó lo mejor que pudo para presentarse ante el contramaestre. Nervioso se presentó en la cubierta de la segunda batería donde en una tosca mesa de roble repasaba aquél hombre lo que había de encaminar ese día.

- Se presenta el criado del Teniente Don Miguel Grifol, Daniel Fueyo Liébana
- ¡Ah!, si. El criado. A ver rapaz, me dice el teniente que tienes deseos de aprender el oficio de mar y guerra que no es cosa para niños, ni para hombres de flojas voluntades. Me ha dado libranza para contigo en el destino a desempeñar, pues según me dice el teniente sois decidido y capaz, o eso creéis, para enfrentaros a lo que ponga por la proa los dioses de la mar que tras nuestro señor son los que deciden el futuro de los que a bordo de nave vivan. ¿Es así? Decidlo ahora, retractaros y seguiréis siendo el criado de vuestro amo con las ocupaciones propias de tal oficio. Confirmadlo y habréis desde tal momento firmado un pacto con este barco y conmigo hasta que el ferro dé con sus oxidadas uñas sobre las aguas estancadas que rodean el cabo Santa Cruz frente a Cartagena.

- Todo lo que le ha dicho mi amo el teniente Grifol es tan cierto como que estoy frente a vos. Y tan cierto como que cumpliré en el destino que vos decidáis.

El nostromo lo miró directo con la sabiduría de quién conoce de la sangre y el fuego y sus consecuencias sobre las voluntades a bordo. Daniel mantuvo aquella mirada como le habían enseñado a mantener cuando la razón y el deseo le asistían. El contramaestre no supo hasta más adelante que además de dos brazos para él inexpertos tenía con él un verdadero marino, pero todo tiene su tempo y este llegará.

- ¡Sea, pues! Aprovecha la ración de hoy, que es lunes y toca carne salada que de eso todavía disponemos a bordo. Entrarás mañana como paje de pólvora en la segunda batería , servirás los cañones de estribor. ¡Y ahora fuera de mi pañol!...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

(Música nueva, maestro?)

:)

Anónimo dijo...

(Modus imprimiendo)