martes, 23 de marzo de 2010

No habrá montaña mas alta... (57)



…arreciaba una lluvia ya entrada en días en los que se permitió momento alguno de descanso, ni en su caída sobre tierras ya empapadas, ni sobre las miradas de los que en Magangue y sus pedanías trataban de sobrevivir. Cada quien trataba de acercar a sus dioses mayores y menores hacia su vera para lograr un ápice de su poder y detener semejante caudal que amenazaba con unirse al Magdalena, derribando los sueños de cada uno vestidos de cultivos, hogares maltrechos, ganado y otras mil formas más de las que poder hacer de la vida un conjunto de razones por las que continuar bregando hacia adelante.

Habían pasado ya tres días desde el sangriento desenlace entre el mayoral Antonio San Miguel y el jesuita Arriaga. Con ponderada calma y una forzada frialdad Don Arturo hizo de sus tripas un corazón blindado y condujo a todos hacia la hacienda en la que dejó a los esclavos junto a Fabián con la instrucción de no liberarlos en tanto se aclarase el enrojecido entuerto. Mientras, acondicionaron un carromato para postrar en él al cuerpo sin vida del mayoral. Los dos esbirros del mayoral necesitaron una labor "extrema de convicción" para no cometer lo que en verdad harían en caso de estar libres de los hombres de Don Arturo, pero esto he de relatarlo algunas líneas más allá.

- ¡Fabián, vos os quedaréis en la hacienda con tres de nuestros hombres mientras Pedro León y yo, junto al resto nos llegaremos a Magangue para entregar al jesuita al alguacil que cumpla en su custodia hasta que las autoridades de Santa Fe tengan a bien determinar su destino!

- Como diga, Don Arturo. Le esperaremos aquí hasta su vuelta.

Se despidieron con Don Arturo abriendo la comitiva y Pedro León en su cierre, entre éstos caminaban los dos esbirros flanqueando el carromato escoltados por los seis criados de Don Arturo armados y en continua alerta.

- ¡Don Arturo, nosotros hemos de ir a comunicar esto a nuestro señor Don Beltrán!

Uno de los esbirros con voz entrecortada, aunque tratando de mantener el tono violento y despectivo con el que se habían despachado desde que todo comenzó, espetó a Don Arturo tal cosa al mismo tiempo que detenía su andar. Don Arturo, con un gesto convenido con Pedro León dio la orden preparada por no tener otra solución para aquella esperada situación. Con una espuela sobre la cabalgadura se plantó sobre el esbirro derribando a éste con el animal y encañonándolo sin un segundo entre ambos movimientos. El segundo, más comedido y silencioso aprovechó el pequeño alboroto para alejarse, despacio al principio hasta echar a correr en cuanto vio mas clara la posibilidad.

- ¡Alto!

No tenía el secuaz del extinto mayoral intenciones de hacerlo y la orden consecuente fue clara y de letal

- ¡A muerte con él!

Dos tiros de mosquete entre casi la decena lo tumbaron de bruces contra la tierra enfangada por la lluvia que había roto hacía poco tiempo desde que dejaron a Fabián y sus hombres en la hacienda. Herido de muerte lo recogieron y llevaron hasta su compañero que para entonces había demostrado el poder de transfigurar la piel al color pálido sin aparente dificultad.

- ¡No me matéis, por Dios bendito!

- Vaya con el bravo hombre de Garralda. Parece que la luz divina ha alcanzado  a alumbrar su pecador sudario. Porque en verdad es vuestra piel un bello sudario si con ella os ganáis el cielo reparador.

Don Arturo por primera vez desde que lo conocieron se mostró todo lo grave que un hombre se puede mantener ante el dolor de otro cuando la piedad se ha esfumado. Estaba claro que aquellas palabras no llevaban segundas ni terceras intenciones y la muerte vestida de plomo y mosquete rondaba junto a ellos. De manera cínica desde el hasta ahora hombre centrado y cabal el discurso continuó

- Habéis comprobado lo que sucede a quien no cumple con el obligatorio gesto de acompañar al que nos deja en este valle de lágrimas, máxime cuando este ha sido nuestro jefe, nuestro mentor. No está bien tal falta de respeto por quien habéis matado, torturado y desangrado a gentes inocentes sin sentido y razón alguna que la de seguir a quien ahora parece que deseáis abandonar. Por ello no me queda otra opción que asegurarme de que tal cosa no haréis y de seguro lleguéis con él a Magangue. Asi que recoged a vuestro compañero y comenzad a caminar hasta cumplir con lo que la buena ley obliga.

Sorprendido, atemorizado y casi sin fuerzas trató de levantar a su compañero y lentamente encaminó sus pasos tras el carromato al que tenía vedado subirse. Tal castigo en vida era el puro infierno físico adelantado para el herido y mental para su compinche. Convertido Don Arturo en justicia divina en la tierra, sin piedad ni atención a los ruegos de Benigno Arriaga, al que sus convicciones no le cegaban cuando de la compasión se trataba, mantuvo su designio sin atender a razón propia de compasión hasta que el herido cayó sin vida ante la mirada de todos. La comitiva entonces se detuvo con las miradas perdidas en la ahora figura alargada de quien mandaba la procesión.

Benigno Arriaga era ahora el que miraba con ira y desprecio a Don Arturo mientras se inclinaba sobre el cuerpo inerte del desgraciado esbirro

- ¡Apartaos, haced sitio! ¡Al menos dad de beber a este hombre! ¡Que no caiga la ira de Dios sobre vosotros por inmisericordes y verdugos!

Cual mansos hicieron espacio para permitir aire y luz sobre la incesante lluvia mientras el jesuita daba las bendiciones y cumplía con los ritos católicos propios para quien ya no estaba allí. Uno de los hombres de Don Arturo le dio agua y pequeños trozos de galleta al que quedaba con vida sin saber éste si agradecer, llorar o sentir cualquier cosa. Atemorizado miraba al jesuita en genuflexión sobre su compañero muerto, mientras murmuraba las pocas frases de alguna oración que en su lejana y casi inconcebible inocencia de infante debió enseñarle una madre que seguramente y de alguna forma le amó. El viejo mundo había girado para él demasiado deprisa en pocas horas, pues era a quién despreció y deseaba terminar con su vida antes, de quién ahora esperaba protección bajo su raída pero negra y sagrada sotana…

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