sábado, 27 de marzo de 2010

No habrá montaña mas alta... (58)


…Sin el respiro que la incesante lluvia estaba dispuesta a no dejar de dar, decidieron dar sepultura en aquella frondosa selva al cuerpo del ahora infeliz criminal a sueldo de Don Beltrán de Garralda. Benigno Arriaga fue quien se erigío con tal liderazgo dando órdenes mientras Don Arturo poco a poco iba retomando la presencia, que por algún arte malvado o simplemente por la acumulación del veneno en toda aquella despreciable historia había perdido. Su mirada era ahora más plácida y comprensiva aunque en ningún momento las trazas de algún cristiano arrepentimiento brotaban de los ojos que tanto habían visto hasta ese mismo instante. Para él ahora sólo había un objetivo que no era otro que dejar al jesuita y sus  impulsos en manos de la autoridad sin que las cosas llegaran a complicarse aún más. Sabia, por tanto, que la presencia de esbirro aún con vida traería más quebraderos de cabeza y quedaba por ello la decisión sobre su destino. Mientras Benigno Arriaga continuaba con sus rezos y órdenes sobre los hombres para lograr un homenaje final con el mínimo decoro para un hombre que de mal o buen mineral seguía siendo hijo de Dios, Don Arturo llamó a Pedro León a un recodo del camino más alejado de aquél pequeño desorden para compartir con él los temores y las propuestas que a  se le pasaban por la mente sobre el último eslabón que tanto daño podría hacerles a ellos y los libertos en la espera de tal condición desde la hacienda.

- Pedro, debemos deshacernos del último testigo que nos puede hacer mucho daño si llega a hablar y sobre todo a falsear sobre todo lo ocurrido desde que abandonamos la loma.

- Tiene razón Don Arturo, pero creo que no podemos matarlo como alimaña aunque tal cosa sea lo que todos aquí deseen. No somos como ellos aunque hubo un instante en que casi lo acabo de creer.

- Tienes razón, Pedro. A veces el sentimiento y la pasión nubla razones a cualquiera, pero no lleves a tu pensamiento tales argumentos pues no somos como ellos y cualquier escolta de presos del rey hubiera actuado igual ante un fugado. Ahora debemos centrarnos en ese conjunto de nervios aderezado por los propios miedos que su inerte compañero sin saber infunde sobre su alma cobarde.

- Don Arturo, por más que os tenga que daros la razón, nunca había estado en el lado de los que son dueños de la vida de otros y habréis de comprender que tal cosa me cause verdadera tribulación.

- Mi querido Pedro, no estáis en la vieja Castilla donde eran otros los que dictaban las leyes siendo además  los dueños de vidas y haciendas desde muchos siglos atrás. En esta región por mucho que sea el mismo rey quien reine, son los hombres los que toman sus destinos con el propio brazo los que sobreviven a pesar de autoridades, que a muchas jornadas de donde uno las necesita se encuentran. Por ello habréis de acostumbrar vuestra alma y vuestro ánimo a ser duro y decidido cuando sea menester serlo, sin perder por ello la esencia de lo que nuestro Señor nos enseño con su ejemplo…

El grupo dirigido por Benigno Arriaga continuaba con las humildes exequias del finado mientras la conversación entre Pedro y Don Arturo también hacía lo natural.

- …Por ello debemos tomar la decisión correcta, y creo que no es precisamente aparecer con él en Magangue. Aprovechemos su terror y démosle la opción de escapar hacia el norte. Le daremos uno de los mulos que arrastra el carruaje y uno de los nuestros lo acompañará con dirección hasta dejarlo a mitad de camino donde deberá continuar ya solo.

- Pero podrá volver y relatar lo que se le antoje.

- No lo creo, donde le dejemos sólo le quedara la opción de seguir  en dirección norte, hacía Santa Marta donde buscar la forma de seguir huyendo hacia el este, pues el que lo haya acompañado partirá raudo a Cartagena donde entregará la denuncia contra él por robo hacia mi persona y eso tiene un duro castigo en las mazmorras del castillo de San Felipe. La elección de cambiar su rumbo hacia el sur y ganar así Magangue ya será tarde, pues la denuncia será firme amén de que los propios guajiros y demás indios que pueblan la zona estarán desando hacerse con uno de los que se dedica a cazarlos como si fueran animales. Creo que sólo le quedará una opción que es el camino seguro hacia el norte y de Santa Marta hacia el Este.

- A veces me asustáis, Don Arturo.

- No es más que la edad, que además de gastar las energías y en muchos casos la ilusión por nuestra raza, es la que da a uno la capacidad de separar, no sin posible error, la paja de lo malo del grano de lo que en verdad es debido de acometer. Pero no perdamos más tiempo.

Sin permitir que bajara la guardia sobre del terror encastrado en el esbirro, Don Arturo lo apartó del ceremonial de despedida para darle con impiedad en parte forzada tras sobreponerse al momento pasado con su otro compañero de fechorías, el destino marcado para él sin lugar a negativa. Tal cosa no ocurrió como esperaba Don Arturo pues sólo deseaba abandonar aquella compañía en la que se veía un cadáver más que engrosar la lista del ahora cruel Don Arturo, que bien supo explotar esa vena frente al antiguo bravo de disfraz, desvestido y mostrado en verdadero alfeñique que es lo que tales bravucones se muestran cuando no los cubre el manto cobarde de la multitud.
Acababa la ceremonia cuando sobre la mula el atribulado y aterrorizado esbirro de Garralda partía aferrando sus maniatadas manos a sus riendas y escoltado por Efrén, el sirviente de Don Arturo de mayor confianza, armado de mosquete y sable para cumplir con el pacto y la misión de dejarlo en medio de la selva con destino incierto hacia Santa Marta y la posterior entrega de la denuncia al gobernador de Cartagena. El jesuita despertado tras el trance de las exequias miraba asombrado la estampa y sin entenderlo, al menos lo tomaba como una obra de misericordia del que ya consideraba impío y cruel Don Arturo. Olvidado de todo y solo consciente de su crimen con el mayoral volvía su ánimo a la mansedumbre de asumir su mortal pecado y la aceptación de su castigo fuera cual fuese.

- Don Arturo, que el Señor le agradezca lo que acaba de hacer y le compadezca por su actitud ante semejante situación. Acabemos ya con esto y alcancemos la ciudad que mi espíritu desea rendirse, si es que tal cosa no es ya una realidad.

Agotado, el jesuita se sentó junto al que guiaba el carromato mientras el resto de la comitiva comenzaba también a acortar bajo aquella pesada lluvia la distancia sobre la ciudad.

Como decía hacía casi tres días de todo esto en los que la lluvia continuaba encerrada en su tozudez mientras Benigno Arriaga ya encerrado no esperaba nada más que llegase la hora de ser conducido hacia Santa Fé. Un brusco golpe sobre la puerta de recia madera y barrotes oxidados en su ventanuco avisó al jesuita de que algo iba a ocurrir…


2 comentarios:

Silvia_D dijo...

Esto pinta muy bien... lástima que me haya perdido tantas lecturas con lo bien que escribes, pero ando falta de tiempo.
Te dejo besos!!

lola dijo...

Paso a dejarte un saludo y mis deseos de que pases una vacaciones muy agradables.

Abrazos.