…Agotado como un verdadero ser humano, el “Santa Olaya” descansaba amarrado a los muelles del puerto de Alicante. Hacían dos jornadas que ya habían atracado. Una vez comunicada la situación de urgencia a las autoridades marítimas de la capitanía, un correo partió a uña de caballo hacia la villa y corte donde se debía dilucidar la respuesta, que no podría ser de otra manera más que una clara y rotunda acción de castigo y aniquilación máxima de las fuerzas argelinas.
Con extrañeza para el teniente Cefontes la mañana del 10 de septiembre, aun en danza el verano mediterráneo, golpeaba suave pero de manera continua una lluvia cansina sobre la cubierta de su Bergantín arrullando en su repiqueteo leve el momento tenso para él de la despedida de Ginés De La Cuadra tras su periplo naval antes de incorporarse a su dulce destino en la corte junto a los de su clase. No partía el teniente De La Cuadra en briosa montura para ganar Madrid en un instante, casi abarloado al bergantín aguardaba un hermoso carruaje con las armas de su linaje en las portezuelas de cada banda, bien forrado de cueros en su interior y ballestas sobre los ejes que calmen las leguas bacheadas hasta la corte tirado por cuatro caballos de robusta planta.
- Teniente De La Cuadra, esta carta firmada por nuestro comandante Daniel Fueyo habréis de entregar en el almirantazgo cuando arribéis a Madrid. Además de la carta personal que ayer os entregué adjuntar a la carta de nuestro capitán este informe de mi puño y letra como mando directo vuestro donde que se refleja vuestro papel en el intento fracasado de embarcar al mensajero de los sitiados en la playa de Las Aguadas. Ahora tened cuidado por esos caminos y mis mayores deseos para el éxito de todo lo queos habéis propuesto.
- A sus órdenes mi capitán. Cumpliré con todo lo que he prometido. Os prometo que antes de lo que vos tengáis como prudente tiempo de espera un correo con mi sello os hará entrega de respuesta sea esta la que sea de quien vos deseáis tal. Ha sido un honor luchar con vos sobre tierra y mar.
Con un abrazo se despidieron bajo esa lluvia suave que todo lo empapaba. Esperó Segisfredo a que la silueta del carruaje doblase las primeras casuchas del puerto para tratar de concentrarse en su cometido a bordo del “Santa Olaya”, algo que de momento se circunscribía a las labores de reparación y abastecimiento de lo que pudiera ser para estar presto a la siguiente orden de la capitanía. Su amigo y Comandante Fueyo era quien estaba ahora en sus preocupaciones, pues la acción de control sobre escuadra de bloqueo o puro bloqueo sin base donde repostar era en verdad demoledora para hombres y barcos, y todo apuntaba a que aún quedaba tiempo para que la respuesta se diera y con ella el descanso sobre la pequeña escuadra del capitán de fragata Fueyo…
Dos días después, el 12 de septiembre partieron una fragata y una goleta con bastimentos para dar soporte a la pequeña escuadra mientras las órdenes de capitanía fueron las de que el “Santa Olaya” junto con su dotación quedasen en la rada alicantina en espera de la conformación y sobre todo la llegada de la escuadra que habría de alistarse para la respuesta. Al fin y al cabo el teniente Cefontes era conocedor de primera mano de lo ocurrido y esta sería de ayuda inicial a quien comandase tal acción. Esto en cierta manera dio un punto de regocijo a Segisfredo, pues tendría en su espera la posibilidad de recibir la respuesta que prometió hacerle llegar Don Ginés de La Cuadra. Decidió sumergirse en el trabajo de hacer de su bergantín el espejo donde mirarse por su perfecto estado de revista dirigiendo reparaciones y mejoras, tanto con la nave como con la tripulación; de todos es sabido que la holganza sin fecha de fin acaba por corromper el ánimo y tras él el corazón.
El mes de septiembre pasó en su quincena restante sin más pena y más gloria que el ser partícipe de la vida social de la ciudad como oficial de la Real Armada. Nada le daba sentido a los días más que las pruebas sobre las reparaciones o mejoras del “Santa Olaya” y la llegada del alba de cada mañana tratando de reconocer a cualquier jinete como el mensajero con sus deseos escritos en carta apareciendo por el mismo recodo por el que el carruaje del Teniente De La Cuadra desapareció semanas antes.
Mientras, en la villa y corte Ginés de La Cuadra se había convertido en el centro de atención con sus aventuras y combates en los que tal era el grado de ostentación de sus virtudes militares que no había festejo o sarao donde no se preparase hasta un pequeño estrado donde el futuro Duque de Ribera pudiera dar rienda suelta a su gallarda vida militar. Fue el segundo de estos festejos donde tuvo oportunidad de compartir mesa y mantel con los señores de Marchena, Condes de Monleón. Ramiro de Marchena y su esposa Mª Jesús de Mendoza le habían reservado un hueco en su mesa para escuchar de viva voz y en exclusiva sus relatos y aventuras.
Aprovechó el teniente para relatar las aventuras sin mentar el nombre de los comandantes pues deseaba trabar más confianza con Mª Jesús antes de dar a conocer el nombre de quién si era tal el sentir mutuo entre ambos, puediera causar quizá rechazo por parte de la ahora condesa.
- Ginés, lo que relatas hace en verdad indignos a esos hijos de Belcebú enemigos de la verdadera fe. ¿Y quién manda la escuadra que vigila la situación?
- Es una pequeña escuadra compuesta por una fragata, un bergantín y dos galeras a la espera de la que deba arribar cuanto antes. Su comandante es un hombre joven llamado Daniel Fueyo.
El rictus de Mª Jesús denotó sorpresa y fue como si toda la atención al resto de la fiesta aun en sus inicios se apagase para enfilar la crujía de sus ojos al presuntuoso teniente, algo que percibió perfectamente este.
- Es un hombre que sabe lo que hace y de no ser por la traición de los moros que mataron al mensajero que debíamos embarcar en nuestro bergantín, su maniobra hubiera sido un completo éxito. A raíz de aquello ordenó al Teniente Cefontes, al mando del “Santa Olaya” partir sin demora y con todo el trapo disponible hacia España para solicitar ayuda inmediata.
Aquella fue la andanada brutal, como si cuarenta bocas de la banda de babor de navío de tres puentes vomitasen todo el fuego sobre el corazón de aquella mujer. Mil colores acudieron a su pecho y rostro abandonando la mesa con excusas propias hasta ganar el jardín. El conde de Monleón no hizo gesto de preocupación demandando más información sin pararse más en los mandos recién nombrados. La velada transcurrió sin mayores contratiempos salvo la desaparición de Mª Jesús y la pronta marcha de los Condes a su residencia.
Dos días después Ginés de la Cuadra acudió a la mansión de los condes reclamado por un aviso de la condesa de Monleón…
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