miércoles, 1 de junio de 2011

No habrá montaña mas alta... (109)


…Agotado como un verdadero ser humano, el “Santa Olaya” descansaba amarrado a los muelles del puerto de Alicante. Hacían dos jornadas que ya habían atracado. Una vez comunicada la situación de urgencia  a las autoridades marítimas de la capitanía, un correo partió  a uña de caballo hacia la villa y corte donde se debía dilucidar la respuesta, que no podría ser de otra manera más  que una clara y rotunda acción de castigo  y  aniquilación máxima de las fuerzas   argelinas.

Con extrañeza para el teniente Cefontes la mañana del 10 de  septiembre, aun en  danza el verano mediterráneo, golpeaba suave pero de manera continua una lluvia cansina sobre la cubierta de su Bergantín arrullando en su repiqueteo leve  el momento tenso para él de la despedida de Ginés De La Cuadra tras su periplo naval antes de incorporarse a su  dulce destino en la corte junto a los de su clase. No partía el teniente De La Cuadra en briosa montura para ganar Madrid en un instante,  casi abarloado  al bergantín aguardaba  un hermoso carruaje con las armas de su linaje en las portezuelas de cada banda,   bien forrado de cueros en su interior  y ballestas  sobre los ejes que calmen las leguas  bacheadas hasta la corte  tirado por cuatro caballos de robusta planta.

-          Teniente De La Cuadra, esta carta  firmada por nuestro  comandante Daniel Fueyo habréis de entregar en  el almirantazgo cuando arribéis a Madrid. Además de la carta personal que ayer os entregué adjuntar a la carta de nuestro capitán este informe  de mi puño y letra como  mando directo vuestro donde que se  refleja vuestro papel en el intento fracasado de  embarcar al mensajero de los sitiados en la playa de Las Aguadas. Ahora tened cuidado por esos caminos y  mis mayores deseos para el éxito de todo lo queos habéis propuesto.
-           A sus órdenes mi capitán. Cumpliré con todo lo que he prometido. Os prometo que antes de  lo que vos tengáis como prudente tiempo de espera un correo con mi sello  os hará entrega de respuesta sea esta la que sea de quien vos deseáis tal. Ha sido un honor luchar  con vos  sobre tierra y mar.

Con un abrazo se despidieron bajo esa lluvia  suave  que todo lo empapaba. Esperó Segisfredo a que la silueta del carruaje doblase las primeras casuchas del puerto para tratar de concentrarse en su cometido a bordo del “Santa Olaya”, algo que de momento se circunscribía a las labores de reparación y abastecimiento de lo que pudiera ser para estar presto a la siguiente orden de la capitanía. Su amigo y  Comandante Fueyo era quien estaba ahora en sus preocupaciones,  pues  la acción de control  sobre escuadra de bloqueo o puro bloqueo sin base donde repostar era  en verdad demoledora para hombres y barcos, y todo apuntaba a que  aún quedaba tiempo para que la respuesta se diera  y con ella el descanso   sobre la pequeña escuadra del capitán de fragata Fueyo…

Dos días después, el 12 de septiembre  partieron una fragata y una goleta con bastimentos  para dar soporte a la pequeña escuadra mientras las órdenes de capitanía fueron las de que el “Santa Olaya” junto con su  dotación quedasen  en la rada alicantina en espera de la conformación y sobre todo la llegada de la escuadra que habría de alistarse para la respuesta. Al fin y al cabo el teniente Cefontes era conocedor de primera mano de lo ocurrido y  esta sería de ayuda inicial a quien comandase tal acción.  Esto en cierta manera dio un punto de  regocijo a Segisfredo, pues tendría  en su espera la posibilidad de recibir la respuesta que prometió hacerle llegar Don Ginés de La Cuadra.  Decidió sumergirse en el trabajo de hacer de su bergantín  el espejo donde mirarse por su  perfecto estado de revista dirigiendo reparaciones y mejoras,  tanto con  la nave como con la tripulación; de todos es sabido que la holganza  sin fecha de fin  acaba por corromper el ánimo  y tras él el corazón.

El mes de septiembre  pasó en su quincena restante sin más pena y más gloria que el  ser partícipe de la vida social de la ciudad como oficial de la Real Armada.  Nada le daba sentido a los días más que las pruebas  sobre las reparaciones o mejoras del “Santa Olaya” y la llegada del alba de cada mañana  tratando de  reconocer a cualquier jinete como el mensajero  con sus deseos escritos  en carta apareciendo por el mismo recodo por el que el carruaje del Teniente De La Cuadra desapareció semanas  antes.

Mientras, en la villa y corte Ginés de La Cuadra se había convertido en el centro de atención con sus aventuras  y combates en los que tal era el grado de  ostentación de sus virtudes militares que no había festejo o sarao  donde no se preparase hasta un pequeño estrado donde  el futuro Duque de Ribera pudiera dar rienda suelta a su gallarda vida militar. Fue el segundo de estos festejos donde tuvo oportunidad de  compartir mesa y mantel con los señores de Marchena, Condes de Monleón. Ramiro de Marchena y su esposa Mª Jesús de Mendoza le habían reservado un hueco en su mesa para escuchar de viva voz y en exclusiva sus relatos y aventuras.

Aprovechó el teniente  para relatar las aventuras sin mentar el nombre de los comandantes  pues deseaba trabar más confianza con Mª Jesús antes de  dar a conocer el nombre de quién si era tal el sentir  mutuo entre ambos, puediera  causar quizá rechazo por parte de la  ahora condesa.

-          Ginés, lo que relatas hace en verdad indignos a esos hijos de Belcebú  enemigos de la verdadera fe. ¿Y quién manda la escuadra que  vigila la situación?
-          Es una pequeña escuadra  compuesta por una fragata, un bergantín y  dos galeras a la espera de la que deba arribar cuanto antes. Su comandante es un hombre joven llamado Daniel Fueyo.

El rictus  de Mª Jesús denotó sorpresa y fue como si toda la atención al resto de la fiesta aun en sus inicios se apagase  para enfilar la crujía de sus ojos  al presuntuoso teniente, algo que percibió perfectamente este.

-          Es un  hombre  que sabe lo que hace y de no ser por la traición de los moros que mataron al  mensajero que debíamos embarcar en nuestro bergantín,  su maniobra hubiera sido un  completo éxito. A raíz de aquello ordenó al Teniente Cefontes, al mando del “Santa Olaya” partir sin demora y con todo el trapo disponible hacia España para solicitar ayuda inmediata.

Aquella fue la andanada  brutal, como si cuarenta bocas de la banda de babor de navío de tres puentes vomitasen todo el fuego sobre el corazón de aquella mujer. Mil colores acudieron a su pecho y rostro abandonando la mesa  con  excusas propias  hasta ganar el jardín.  El conde de Monleón no hizo gesto de preocupación demandando más  información sin pararse más en los mandos recién nombrados. La velada transcurrió sin mayores  contratiempos salvo la desaparición de Mª Jesús y la pronta marcha de los Condes a su residencia.



Dos días después Ginés de la Cuadra acudió a la mansión de los condes reclamado por un aviso de la condesa de Monleón…


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