….la costa hispana se distinguía por la amura de babor del “Santa Olaya”. Las tierras murcianas ya escoltaban al bergantín en su demanda del puerto de Alicante, la navegación iba esta vez con rumbo norte por lo que la lucha por cada grado arrancado frente a la gregal era un punto más de barlovento ganado que descargaría sobre Alicante cuando apareciera su vista por babor. La singladura coronaba, sería con el alba si el viento no amainaba ni rolaba más al norte cuando alcanzarían la meta propuesta y el aviso de socorro sería entregado a las autoridades navales de la Real Armada.
Segisfredo invitó a cenar a su segundo como buena costumbre en la mar, donde la soledad del mando se combate en leves trazos con tales mínimas celebraciones en la cámara del comandante. Aquella cena era algo especial pues en ella Segisfredo entregaría la carta que deseaba llegase pronta a su destino incapaz de saber la sorpresa, la posible respuesta, el futuro incierto de semejante paso en manos de un hombre al que poco conocía y quizás acabaría traicionando su confianza cegada por la pasión reencontrada bajo ingentes capas de forzado olvido ahora desenterrada a golpe de cañón.
Mientras, la pequeña escuadra de Daniel mantenía sus posiciones sin entablar combate pues no haría eso sino debilitar ya su de por si complicada situación. Debía controlar la posición de la flota argelina y tratar de mantener el ánimo de los sitiados lo más elevado posible con la visión de sus velas y con alguna incursión rápida sin esperas para hacer sentar la presencia del rey católico ante aquellas hordas de infieles súbditos del turco. Sabía Daniel que la Real Armada y su rey no iban a dejarlos en la estacada, pero también sabía que aún quedaría un tiempo sin precisar en el que había que resistir en esa situación tratando de mantener las posiciones. Confiaba en que la escuadra de socorro llevaría la insignia de su mentor Don Blas de Lezo y Olavarrieta. Había que ser paciente y mantenerse firme.
La puerta de la cámara del comandante del “Santa Olaya” recibió dos secos aldabonazos, el olor del trozo de cerdo bien condimentado a base fuertes especias para esconder la sal del salazón y algunos otros olores de su tiempo a bordo marcaba más que la propia hora el tempo de la cena.
- ¡Adelante!
- ¡Buenas noches, Capitán!
- Buenas sean, Don Ginés. Pero siéntese que aun queda algo de vino agriado, que cuando nada queda todo lo que se tiene siempre es un tesoro. Tome y beba.
Escanció en dos vasos de la última botella de vino que guardaba Segisfredo de la provisión que le enviaron cuando el bergantín pasó de presa al servicio activo. No sabía el porqué, pero siempre se ha de tener algo de vino con que celebrar lo que se presente en las inciertas situaciones que se pueden dar a bordo.
- ¡Por el Rey!
- ¡Por el Rey!
Brindaron y conversaron de lo que les depararía a cada uno en sus futuros más cercanos mientras el paje del comandante, cual camarero de postín, servía las viandas con la luz que aún abordaba los escasos ventanales a popa de la cámara sobre la mesa. El teniente De la Cuadra por la estrechez de aquella cámara se había sentado sobre uno de los cañones que descansaban en silencio ahora sobre cada banda de la cámara. Segisfredo algo nervioso al terminar la cena ofreció con su mano derecha una copa de aguardiente mientras con la otra le hacía entrega de un sobre lacrado con el nombre de Mª Jesús de Mendoza y Dogherty en su membrete.
- Os agradezco vuestro ofrecimiento y solo deseo y confío en vuestra absoluta discreción. Ella es una dama de la alta sociedad de la Corte ahora y mi vida y futuro depende de este secreto. Quedaré en deuda con vos, máximo será su valor si recibo respuesta por vuestra mano de ella, sea la que esta sea. Así se lo demando a ella por propia misericordia hacia mi cordura que sin tal respuesta podrá verse en serio peligro.
- Mi capitán, no dude vuestra merced que así cumpliré esta encomienda, no dudéis de mi completo silencio y la custodia hasta vuestra entrega de la respuesta que ella tenga a bien según vuestra demanda. Permitidme, eso sí, con el debido respeto una recomendación si no os pareciere mal.
- Hablad, por Dios. Que a estas alturas de navegación no habrá palabra que me ofenda más que la propia acción que os he encargado.
- Responda lo que ella os responda. Vale más vuestro seguro sufrir en la soledad de este mar o cualesquiera que la Real armada os demande recorrer. Nada bueno os traerá su compañía puesto que ya todo está decidido y solo si nuestro Señor en su infinito poder decidiera romperlo por muerte de mi amigo Monleón sería vuestro el camino libre, aunque no fácil. Por ello os recomiendo la salida de estas costas y estos mares cercanos que ancho es nuestro imperio y muchos son los destinos que podéis lograr lejanos mientras así vuestro interior limpiáis de sentimientos baldíos que en nada os ayudan.
- Bien habláis que en mal honor os tenía mi ánimo hasta bien poco. Luchasteis con denuedo en la playa y ahora de la misma forma en sincero os expresáis. Trataré de acercarme a vuestro consejo como a nave de bastimento tras bloqueo, aunque se que me costará llegar a cumplir.
Departieron hasta más allá de la medianoche en que con el final de la botella de aguardiente se despidieron para descansar antes de arribar a Alicante. El alba abrió con el mismo viento gregal y una voz desde la galleta dio la salva esperada en forma de grito.
Isla de Tabarca |
- ¡Tabarca por la amura de babor!
La vieja guarida de los piratas en otros tiempos saludaba al “Santa Olaya”. Alicante aguardaba a una legua tras esta y con la ciudad el socorro a los sitiados y la silueta imaginaria de la Condesa de Monleón entre la niebla imaginaria del teniente Cefontes que ya aprestaba a sus hombres a la maniobra de aproximación al puerto…
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