lunes, 30 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (108)


….la costa hispana se distinguía por la amura de babor del “Santa Olaya”.  Las tierras murcianas ya escoltaban al bergantín en su demanda del puerto de Alicante, la navegación iba esta vez   con rumbo  norte por lo que la lucha por cada grado arrancado  frente a la gregal era un punto más de barlovento ganado  que descargaría sobre Alicante cuando apareciera su vista por babor. La singladura  coronaba, sería con el alba si el viento no amainaba ni rolaba más al norte cuando alcanzarían  la meta propuesta y el aviso de socorro sería entregado a las autoridades navales de la Real Armada.

Segisfredo invitó a cenar a su segundo como buena costumbre en la mar, donde la soledad del mando se combate en leves trazos con tales mínimas celebraciones en la cámara del comandante.  Aquella cena era algo especial pues en ella Segisfredo entregaría la carta que deseaba llegase pronta a su destino  incapaz de saber  la sorpresa,  la posible respuesta, el futuro incierto de semejante  paso en manos de un hombre al que poco conocía y quizás  acabaría traicionando su confianza cegada por la pasión reencontrada bajo ingentes capas de  forzado olvido ahora desenterrada a golpe de cañón.

Mientras, la pequeña escuadra de Daniel mantenía sus posiciones sin entablar combate pues no haría eso sino debilitar ya su de por si complicada situación. Debía controlar la posición de la flota argelina  y tratar de mantener el ánimo de los sitiados lo más elevado posible con  la visión de sus velas y con alguna incursión rápida sin esperas para hacer sentar la presencia del rey católico ante aquellas hordas de infieles súbditos del turco. Sabía Daniel que  la Real Armada y su rey no iban a dejarlos en la estacada,  pero también sabía que aún quedaría un tiempo sin precisar en el que había que resistir en esa situación  tratando de mantener  las posiciones. Confiaba en que  la escuadra de socorro  llevaría la insignia  de su mentor Don Blas de Lezo y Olavarrieta. Había que ser paciente y  mantenerse firme.

La puerta de la cámara del comandante del “Santa Olaya” recibió dos secos aldabonazos, el olor del trozo de cerdo  bien condimentado a base fuertes especias para esconder la sal del salazón y algunos otros olores  de su tiempo  a bordo marcaba más que la propia hora el tempo de la  cena.

-          ¡Adelante!
-          ¡Buenas noches, Capitán!
-          Buenas sean, Don Ginés. Pero siéntese que aun queda algo de vino agriado, que cuando nada queda todo lo que se  tiene siempre es un tesoro. Tome y beba.

Escanció  en dos vasos  de la última botella de vino que guardaba Segisfredo de la provisión que le enviaron  cuando el bergantín pasó  de presa al servicio activo. No sabía el porqué, pero siempre se ha de tener algo de vino con que celebrar lo que se presente en las inciertas situaciones que se pueden dar a bordo.

-          ¡Por el Rey!
-          ¡Por el Rey!

Brindaron y conversaron de lo que les depararía a cada uno en sus futuros más cercanos mientras el paje   del comandante, cual camarero de postín, servía las viandas  con la luz que aún abordaba los escasos ventanales  a popa de la cámara   sobre la mesa.  El teniente De la Cuadra por la estrechez de aquella cámara se había sentado sobre uno de los cañones que   descansaban en silencio ahora sobre cada banda de la cámara. Segisfredo algo nervioso al terminar la  cena  ofreció con su mano derecha una copa de aguardiente  mientras con la otra le hacía entrega de un sobre lacrado con el nombre de Mª Jesús de Mendoza y Dogherty en su membrete.

-          Os agradezco vuestro ofrecimiento y solo deseo y confío en vuestra absoluta discreción. Ella es una dama de la alta sociedad  de la Corte ahora y mi vida y futuro depende de este secreto. Quedaré en deuda con vos, máximo será su valor si recibo  respuesta por vuestra mano de ella, sea la que esta sea. Así se lo demando a ella por propia misericordia hacia mi cordura que sin  tal respuesta podrá verse en serio peligro.
-          Mi capitán, no dude  vuestra merced que así cumpliré esta encomienda, no dudéis de mi  completo silencio y la custodia hasta vuestra entrega de la  respuesta que ella tenga a bien según vuestra demanda. Permitidme, eso sí, con el debido respeto una recomendación si no os pareciere mal.
-          Hablad, por Dios. Que a estas alturas de  navegación no habrá palabra que me ofenda más que la propia acción que os he encargado.
-          Responda lo que ella os responda. Vale más vuestro seguro sufrir en la soledad de este mar o cualesquiera que la Real armada os demande recorrer. Nada bueno os traerá su compañía puesto que ya todo está decidido y solo si nuestro Señor en su infinito poder   decidiera romperlo por muerte de mi amigo Monleón sería vuestro el camino libre, aunque no fácil. Por ello os recomiendo  la salida de estas costas y estos mares cercanos que ancho es nuestro imperio y muchos son los destinos que podéis lograr  lejanos mientras así vuestro interior  limpiáis de  sentimientos baldíos que en nada os ayudan.
-          Bien habláis que en mal  honor os tenía mi ánimo hasta bien poco. Luchasteis con denuedo  en la playa y  ahora de la misma forma en sincero os expresáis. Trataré de  acercarme a vuestro consejo  como a nave de  bastimento tras bloqueo, aunque se que me costará llegar a cumplir.

Departieron hasta más allá de la medianoche en que  con el final de la botella de aguardiente se despidieron para descansar antes de arribar a Alicante. El alba  abrió con   el mismo viento gregal y una voz desde la galleta dio la salva esperada en forma de grito.

Isla de Tabarca


-          ¡Tabarca por la amura de babor!

La vieja guarida de los piratas en otros tiempos saludaba al “Santa Olaya”. Alicante aguardaba  a una legua tras esta y con la ciudad el socorro a los sitiados y la silueta imaginaria de la Condesa de Monleón entre  la niebla  imaginaria del teniente Cefontes que ya aprestaba a sus hombres a la maniobra de aproximación al puerto…


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