domingo, 15 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (106)


…El  fogonazo  sobre el pecho de aquél infeliz deslumbró mas en el ánimo que en la visión  a los hombres del teniente Cefontes. Un primer  barrigazo sobre las húmedas arenas de la playa siguió al grito de su  comandante.  Desde el bergantín nada se oyó por el viento del  oeste, pero lo que se  divisó fueron los destellos de los disparos iniciales de los pistolones de abordaje que   comenzaron a descargar el plomo sobre lo que  siendo sombras parecían  los objetivos. La operación  ya carecía de  sentido y la orden estaba clara.



-          ¡¡¡Todo el mundo  hacia el esquife!!! ¡¡¡ Despacio y sin dar la espalda o me cagaré en la madre y los muertos de quien  ose echar a correr antes de colgarlo de la verga del trinquete!!!

Como los viejos tercios, de manera ordenada, midiendo los disparos  hasta terminarse los de cada pistolón fueron aguantando  la distancia de sus enemigos con ganas de  sangre.  La pólvora dio paso al acero ya  dentro de la mar que abrazaba sin distinción a moros y cristianos mientras los filos cortaban la oscuridad  hasta detenerse sobre su mortal hermano en medio de pequeños  destellos acordes con la dureza de cada golpe.  Cerraban  el grupo en la lucha por abordar el esquife el teniente De la Cuadra y  Segisfredo junto a uno de los marineros  mientras los otros cuatro hombres ya maniobraban este,  aproandolo hacia mar abierto. La oscuridad no dejaba ver  dos cuerpos   agonizando   a flote,  tiñendo las aguas de   su propia sangre.

-          ¡Marinero, suba al esquife! ¡Vos teniente, cubra la derecha mientras nos quede fuerza! ¡¡¡Vamos, embarque ya, Gonzalez!!!

El marinero  se giró   y como pudo subió al esquife. Fue en ese momento en el que eran solo ellos dos para los que embestían sin piedad cuando las piernas del futuro Duque de Ribera fallaron al golpe  de un  sable de abordaje, cayendo sobre el agua donde su espada  se perdió. El grito de triunfo del moro justo cuando  el filo descargaba sobre la cabeza del teniente De la Cuadra  fue apagado por el disparo del pistolón del teniente Cefontes que,  cuando menos esperaba nadie,  tal fogonazo permitió darle vida al que ya veía muerto. La sorpresa embutida sin calzador permitió asirle del brazo y antes de que los moros se recuperasen  embarcaron en el esquife  que  como si de caza de ballenas en los mares cantábricos bogaba  huyendo de la muerte segura que los esperaba a su popa.

La rabia en gritos se fue  perdiendo  conforme se acercaban al bergantín. Una vez a bordo  las órdenes eran claras.

-          ¡Segundo! ¡Proa a la punta de Mazalquivir!

Todo esto había ocurrido mientras los combates  frente a Orán se mantenían en  el juego del ratón y el gato contra las galeras del bey. Sabía Daniel que una caída  en la fuerza del viento sería su perdición por lo que trataba a toda costa de mantenerse  con la mar  a su  costado y las galeras entre la costa y ellos. Al fin, el navío del bey con sus 60 cañones  aparentemente  listos para el combate enfilaba su proa  a la “Minerva”.

-          El tiempo se nos acaba, Don José. ¡Donde mierda está el “Santa Olaya”! ¡Ya han pasado casi dos horas desde que empezó la operación!
-          ¡Capitán! ¡Al norte del castillo! ¡Es el “Santa Olaya”!

En efecto,  ya sin la luz del atardecer, dos salvas desde el bergantín dieron  la señal de retirada. La operación había fracasado y quedaba   volver al punto de reunión donde esperaban las galeras.

Tras el consejo  en la “Minerva” la decisión estaba clara. El bergantín “Santa Olaya” debía de partir de forma inmediata a  España para dar cuenta de la situación. Para ello, Daniel como comandante de la pequeña escuadra redactó un informe con la situación  para  ser entregada a las autoridades.

-          Segisfredo. Sácale a ese bergantín los  nudos que nunca dio como sea, pero lleva el aviso y tráete a Lezo si fuera necesario de los pulgares y con  todos los cañones del rey.
-          Así lo haré, mi comandante. Mañana  si los vientos lo bendicen largaré el ferro  frente a Alicante por mis muertos.

Con un abrazo largo y  tenso se despidieron.  Una hora después el espejo de popa del Santa Olaya se mostraba a la escuadra  que quedaba allí con  todo el trapo al que se pudiera aferrar al aparejo  para engolfar asi todo ese viento bien fresco del este. La pequeña escuadra, ahora  como verdadera fuerza conjunta, trataba de  mantenerse lo más próxima al cerco  argelino  hasta la llegada de la fuerza de castigo que lo rompiese de manera segura y contundente.

Mientras, el “Santa Olaya”  escorado  a babor  por el fuerte vendaval que parecía querer llevar en volandas  el mensaje de socorro navegaba a un largo como en plena carrera por algún premio aun no inventado. El teniente Cefontes se mantenía firme al timón  disfrutando con aquella  forma de volar sobre  la mar cuando esta se sabe dejar. Su segundo en aquellos momentos, encargo de Daniel para “descargar” en Alicante con  seguros premios en Villa y Corte se acercó   lento y en silencio hacia él.

-          Buenos días tenga, capitán. ¿Da su permiso?
-          Muy buenos son con este viento, teniente. Lo tiene sin pedirlo  mientras sople así. Diga, le escucho.
-          Mi teniente, quiero darle las gracias por salvarme la vida  en la playa. Sin su respuesta ahora no estaría aquí  con las promesas que la vida mantiene por solo estar vivo. 
-          Acepto vuestro agradecimiento, mas  os conmino a no volver a hacerlo pues   en un combate eso mismo vos lo hubiérais hecho por mí,  que  bajo la misma bandera  somos uno y  debemos   serlo siempre si queremos  seguir manteniendo el orgullo propio sin pedir ayudas de quienes bien sabrán cobrase después.

El futuro Duque de Ribera, quizá por lo vivido o por lo que pudo haber perdido se sentía en aquél momento cercano   a quienes  hasta ese instante no sentía mas que como quienes tenía obligado convivir hasta  regresar al lugar donde su estirpe le tenía destinado su  vivir.

-          Mi capitán, permitidme deciros que no olvidaré esto en lo que nuestro Señor tenga a bien concederme aliento y fuerza para recordar. Cuando desembarque volveré a la corte donde  desde luego   lo contaré con vos en  la historia como en verdad merecéis. No me  vendrá mal esta aventura frente a las bravuconadas del  Conde de Monleón quien no sabe lo que es la pólvora y plomo juntos pero desde luego parece que nuestro imperio se sustenta sobre su valor. Valiente adorno, petimetre de tres al cuarto.

El gesto de Segisfredo  se tornó  tal que si la santabárbara fuera a estallar en ese instante, aunque en realidad fuera la de su corazón.

-          ¡¿Conocéis al conde Monleón?! ¿A Don Ramiro de Marchena?
-          Si, es conocido de mi familia. No es santo de mi devoción. Creo que se casa este año con…
-          ¡Maria Jesús!


Segisfredo no pudo contenerse y su corazón le traicionó…


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