sábado, 28 de mayo de 2011

No habrá montaña mas alta... (107)


…El levante fresco daba alas al “Santa Olaya” dibujando una perfecta estela burbujeante, trazada tan recta que parecía desear partir aquella mar entre levante y poniente mientras la roda  del bergantín hincaba su filo en cada valle corto que precedía a la suave loma de agua y sal que, cansina pero  tenaz, trataba de demostrar que  era ella la que le permitía navegar mientras de buenas acariciaba las amuras de aquel urgente correo de socorro en demanda de la rada de Alicante donde largar el ferro y dar aviso de  la  comprometida situación de sus compatriotas en Orán.

Tras la conversación mantenida con su segundo, el futuro Duque de Ribera, la conducta del  comandante Cefontes a bordo  se tornó irascible a tiempos mientras que en otros momentos  sus ojos se mantenían clavados  y perdidos entre  el timón y la cangreja de mesana a la que  parecía querer traspasar en su silencio. Al fin no pudo por mas  y Don Ginés trató de romper ese hechizo  que sentía por su comentario  ser el culpable de su aparición.

-          ¿Da su permiso, capitán?
-          ¿Eh? ¡Ah! Si, adelante teniente.
-          Con el debido respeto, mi capitán. Desde  que mantuvimos esa conversación  no ha mantenido relación con nadie a bordo y la dotación y  en especial yo mismo  deseamos   recuperar a nuestro comandante. A pesar de la situación por la que  partimos mares, tan mala para nuestras armas, la mar y los vientos nos están dando esas pocas  oportunidades por las que un hombre ama este medio líquido. Nuestra nave  es capaz de dar casi los 12 nudos y estoy seguro que no hay en  mil océanos si  nuestro Señor tuviera a bien crearlos navío que nos pudiese dar caza. Disfrute pues de este regalo de los dioses de viento y mar y olvide lo que tanto dolor parece causarle.

El teniente De la Cuadra a pesar de sus nervios ante semejante  sinceridad hacia su superior con quien nunca tuvo cercanía logró superar el miedo y largarlo con boca de fuego   ante enemigo mayor. Segisfredo mantuvo el silencio mientras desde la lona tensa de la cangreja fue llevando  su  mirada hasta el  fanal de popa donde acabó por apoyar su cuerpo sobre  el balconcillo desde  el que la estela se sentía hervir mientras la quilla patinaba sobre  el Mediterráneo.

-          Le agradezco su preocupación teniente. El nombre de ese   conde o futuro Conde me ha devuelto a lo que  mi vida creyó haber olvidado ya. No tengo odio ni rencor a quien no conozco, pero es su esposa a la que  no podré olvidar y quizá tampoco perdonar, no lo sé. Solo se sabe lo que se ama y a ella la amé, bueno tras  este retorno por vuestra culpa a mi pensamiento reconozco que la sigo amando, lo sigo haciendo como  a la mar, como al combate frente al inglés. Pero su retorno me ha devuelto la miseria de la impotencia de querer lo que no se puede  alcanzar. Ellas es un navío de tres puentes al que esta goleta  solo podría admirar sin siguiera abordar. ¿Habéis sentido  algo así alguna vez, Teniente de La Cuadra? Es como si la mar diera la vuelta sobre sus fondos, como si  se incrustara en vuestro cuerpo y vuestra nave engullida por algo que no se puede ya eliminar os  llevara y trajera sin más que aferraros al  timón que ya no gobernáis. Navegar en la niebla de la incertidumbre ansiosos por encontrar un rayo de su sol que a duras penas  tendrá a bien dároslo con desdén mientras vos en ese mísero momento os sentiréis como el almirante de  la  felicidad, exultante durante su pequeño instante que para vos es la eternidad. Sabréis  entonces, cuando la niebla acuda a cerraros  el alma que ella no es para vos, que no es  vuestro bien, pero la deseáis como la tierra   sembrada desea la lluvia que la riegue y le permita soñar con el fruto que ya lleva en su interior.

Un silencio se interpuso entre los dos hombres, interrumpido  al poco por el flamear del velamen.  

-          El viento ha rolado dos cuartas al norte. Maldito el gregal que nos retrasara. ¡Nostromo, apure el trapo al  nordeste, vire una cuarta a babor!  Sigamos con el  viento de través  por estribor aunque no naveguemos directos. Este barco corre la mar  como liebre  de través y no lo vamos a desaprovechar.
-          Capitán. Yo conozco al capitán Ramiro de Marchena, es de una familia  en verdad importante en la corte como lo es la mía. No es hombre bragado en nada y su aspiración es la de medrar hasta encontrar el puesto cercano al calor de Su Majestad. Si me permitís, son las mujeres en verdad  como las viejas sirenas a las que Ulises solo se pudo enfrentar pero atado en firme y sin opción a  ellas. Por lo que vos me decís abristeis  el corazón y ese error maravilloso  en estos jirones de piel os trae como  salmo de tinieblas sin saberos real.
-          Así es y vive el cielo que  parece que siento su respiración entre mis dedos cuando los fantasmas cargan este viento que habéis levantado  vos. Ahora solo deseo saber de ella, de su corazón, algo que me dolerá  como bala roja britana sobre mi pierna, pero lo deseo. Solo poder ser un dios que me plantase en su alcoba para besarla mientras  encuentro  beso a beso el tacto perdido de su piel en mis labios, mientras escucho mi nombre de sus labios rendidos por un mísero instante a mí. Pero eso es imposible y la que ya es condesa de Monleón es mejor relegarla en el corazón al viejo pañol del recuerdo cada vez más  cargado y envenenado de frustrados sueños  a la deriva fortuita que sin saberlo un día un golpe de mala suerte lo rescate y retorne asi ese dolor.
-          Mi capitán, si me permitís, en Alicante me desembarcaré y  en pocos días  me encaminaré a Madrid donde veré  a Ramiro Marchena entre otros. Si vos lo deseáis puedo entregarle a  su esposa cualquier seña, carta o  simple recado verbal de vuestra merced. Podéis confiar en mí. Os debo la vida y eso no hay  recibo que lo satisfaga.

La mirada de Segisfredo se tornó brillante. El corazón bombeaba  sangre como  los vientos furiosos en pleno temporal del Estrecho. Veía la gran boca del lobo que volvía a dibujarse frente a su persona, a su futuro en la Real Armada si tal cosa se llegaba a saber pero contra el viento del sentir nada hay  que lo pueda a uno proteger.

-          Don Ginés. Hágase con el mando del “Santa Olaya”. Tendrá esa carta  para Mª Jesús de Mendoza antes de que el sol cierre este 6 de septiembre de 1732…


No hay comentarios: